A 50 años del histórico partido de Bochini que torció para siempre la historia del clásico de Avellaneda entre Independiente y Racing

Un 24 de marzo de 1974, el Rojo le ganó 4-1 a la Academia y comenzó a inclinar la balanza en el historial del derby

Guardar
El primer gol del Bocha ante el vuelo estéril de Gibaudo
El primer gol del Bocha ante el vuelo estéril de Gibaudo

La foto es en blanco y negro, ya está amarillenta, pero no ha perdido los colores de la vigencia. Clásica toma del reportero gráfico que acertaba estar en el lugar indicado. Al fondo, la tribuna colmada, con esa sensación de feliz agobio por ser testigo de un partido así, con el sol pegando de lleno, y las manos intentando una infructuosa visera. Y él como protagonista, en primer plano. Un Bochini joven, aún con toda la cabellera al viento, a centímetros de tocar el verde césped del estadio que ahora lleva su nombre, luego de impactar el balón. Unos metros más cerca de la lente, el vuelo de Guibaudo, el arquero de Racing, que intenta la estirada estéril, con un look ya un poco pasado de moda para la época, con una gorra que le llega casi hasta los ojos. La inconfundible Pintier, con sus estrellas oscuras sobre los gajos blancos, sabe cuál es su destino: besar la red. Apenas pasaron 10 minutos de las 17:30 del domingo 24 de marzo de 1974 y se acaba de producir el Big Bang del clásico de Avellaneda. Independiente se ponía en ventaja con gol de Bochini, en una tarde que será de gloriosa goleada 4-1 y ya nada volvería a ser como antes…

Los hinchas locales presentes allí, festejaron la victoria en el clásico, sin saber que estaban siendo testigos de un hecho que sería fundacional en la era contemporánea del duelo de Avellaneda, porque desde ese momento, Independiente torció a su favor el historial de la era profesional, que los encontraba igualados con 34 triunfos cada uno y 27 empates. Pero apareció el Bocha. Creer o no en la magia, en ese talento único que llegó desde Zárate para romper todos los moldes. Los simpatizantes Rojos lo habían adoptado desde su debut en primera, allá por el invierno del ‘72, porque sabían que allí tenían un exponente del buen gusto, de ese famoso paladar negro, que era una marca registrada desde el comienzo de su historia.

Eran los tiempos donde se utilizaba mucho el papel carbónico, para copiar lo que se escribía. Y el Bocha, además del pincel para decorar sus obras, también tomó imaginariamente uno de aquellos, porque los dos primeros goles fueron casi calcados. A los 10, hubo un tiro libre para Independiente y el arquero de Racing, Rubén Guibaudo, decidió no poner barrera. El potente disparo del Chivo Pavoni se estrelló en su poste derecho y allí estaba el número 10 para abrir el marcador. Y la leyenda también. Cuatro minutos más tarde, levantó una hermosa pared futbolera con Ruiz Moreno, cuyo remate no pudo contener Guibaudo, dando un rebote que le cayó a Bochini en el mismo lugar para poner el 2-0.

Segundo gol de Bochini con toque elegante
Segundo gol de Bochini con toque elegante

Promediando el primer tiempo, el Bocha estuvo unos minutos fuera del campo de juego, por un dolor en el tobillo, luego de una fuerte infracción. Racing se tomó un respiro y, aliviado por su ausencia, decidió ir al ataque y consiguió el descuento por intermedio del peruano Mifflin. Fue apenas, un espejismo en el desierto. Enseguida reingresó el número 10 y dos minutos más tarde, Rubén Galván clavó en un ángulo, desde 35 metros, el 3-1. Si la Academia abrigaba una tenue esperanza, era poder organizarse en el entretiempo y tratar de plantear una lucha más pareja. Pero Bochini lo impidió, una vez más, porque apenas comenzado el complemento, recibió el balón dentro de área y con extrema frialdad, la puso en un rincón para el 4-1, que sería la chapa final.

En la prodigiosa memoria del Bocha, el partido permanece intacto, al igual que sus sentimientos por el clásico rival: “Recuerdo todo de ese día: metí dos goles de rebote en el primer tiempo y uno más, apenas comenzado el segundo tiempo, que fue el más lindo, porque clavé la pelota en un rincón. La gente de Racing siempre me dice que el historial estaba parejo hasta que empecé a jugar yo. Gané el 70% de los clásicos que jugué y el resto, casi todos terminaron empatados, porque era un tiempo donde fuimos mucho más que ellos. Ganábamos copas, campeonatos y clásicos, en muchas ocasiones con goleadas 4-1 o 5-1, o cuando les dimos vuelta un partido que perdíamos 2-0 faltando solo 15 minutos en 1979. Para ser sinceros, me motivaba enfrentarlos, a pesar que la diferencia siempre fue muy grande. Hasta nos dimos el lujo de salir campeones del mundo estando ellos en la B”.

Pavoni y el primer ingreso del perro Boneco, que se convertiría en la mascota oficial del equipo
Pavoni y el primer ingreso del perro Boneco, que se convertiría en la mascota oficial del equipo

Pero aquella tarde gloriosa, tuvo un aditivo más para Independiente, porque también fue la presentación de Boneco. Las nuevas generaciones quizás se pregunten si nos estamos refiriendo a un refuerzo o al auspiciante que dejó su marca en la camiseta. Pero nada más lejano, porque Boneco era un simpático perro, que desde ese día comenzó a acompañar al plantel por todos lados, siendo adoptado como mucho más que una cábala. En esa ocasión, ingresó corriendo al campo de juego, junto al Ricardo Elbio Pavoni, el capitán del equipo, que lo llevaba de la correa, aferrado a su mano izquierda, desde los vestuarios hasta el centro del campo, mientras que, en la otra, abrazaba la Pintier, con la que el Bocha iniciaría la goleada un puñado de minutos más tarde.

Pavoni es una leyenda viviente de la más gloriosa etapa de Independiente y así fue su recuerdo en diálogo con Infobae: “Recién habíamos ingresado al vestuario esa tarde para cambiarnos y nos llamó la atención ver a un ovejero alemán. Estaba al lado de la puerta, muy tranquilo y sin molestar a nadie. Enseguida vino una persona, que luego supimos que era Lolo, su dueño, para decirme que era fanático del club y que le gustaría que su perro Boneco ingresara con nosotros al campo de juego, aclarando que estaba acostumbrado a obedecer y que, en el momento de la foto, se iba a acostar delante nuestro. Por supuesto que estuvimos de acuerdo y lo hicimos con gusto. Ingresábamos al campo de juego por orden numérico, pero como yo era el capitán, lo hacía delante del resto. En cuanto el perro vio el pasto, metió quinta a fondo y me llevaba en el aire (risas). Además, al ser un ovejero, tenía una fuerza tremenda. El resto apuró el paso para seguirme y cuando estábamos posando para sacarnos la foto, le dijimos: “Acostate ahí”. Y él lo hizo inmediatamente, delante de los muchachos que estaban agachados. Fue increíble”.

Boneco también se sumó a la fiesta de aquella tarde y se hizo inseparable del plantel durante varias temporadas, siendo casi uno más de ellos, como evoca Pavoni: “En una ocasión viajamos a Perú a disputar un partido de Copa Libertadores y él lo hizo con nosotros en el avión, pero no en la bodega, sino sentado en un asiento, con su correa bien puesta, sin causar el más mínimo problema. Nosotros éramos de juntarnos a comer con las familias y, por supuesto, Boneco estaba invitado junto a su dueño. En un momento, éste le daba un pañuelo y le decía: “Andá y lleváselo al Zurdo López”. Él iba lo más tranquilo y encontraba siempre al destinatario. Una cosa de locos. Con el paso de los años, un día dejó de venir y nos enteramos que el dueño había fallecido. Boneco se acostó sobre su tumba y murió cuatro días más tarde. Quedamos muy impactados”.

Tercer gol de Bochini
Tercer gol de Bochini

El país atravesaba un momento particular en aquel 24 de marzo del ‘74. En la víspera, se habían cumplido seis meses del día que Juan Domingo Perón ganó la elección para convertirse por tercera vez en presidente de la Nación, pero su estado de salud era endeble y fallecería 99 días más tarde. La violencia decía presente a cada rato en una sociedad que, lamentablemente, parecía acostumbrarse a ella. Como prueba, una crónica de ese clásico de Avellaneda detallaba: “La presencia del gobernador de la provincia de Buenos Aires dio lugar a un vasto despliegue policial, dentro y fuera del estadio. Tránsito cortado, marchas, contramarchas y expectación. Florecieron como margaritas pistolas y ametralladoras. Victorio Calabró se retiró a las 19 y aceptó un refrigerio”. Faltaban exactamente dos años para el golpe, pero en las calles ya se podía palpar la antesala del infierno tan temido.

Referente indiscutido del Independiente que fomentó la mística indeleble, el Chivo Pavoni jugó 12 años con esa camiseta y ganó la misma cantidad de títulos, entre ellos, nada menos que cinco Copas Libertadores. Así recordó lo que fue tener de compañero a Bochini: “Nos sorprendió desde el momento que apareció, cuando empezó a sumarse en los picados siendo un pibe. Luego ya como compañero, le vi hacer cosas increíbles dentro de una cancha. Era un placer verlo jugar, porque siempre estaba por inventar algo distinto. Ni hablar la sociedad que armó con Bertoni, donde los otros 9 confiábamos en ellos y ellos en nosotros. Así era Independiente. Amistad y confianza recíproca siempre”.

Desde ese momento, hasta el retiro de Bochini, a mediados del ‘91, hubo 42 ediciones oficiales del clásico de Avellaneda, con 18 victorias de Independiente, 7 de Racing y 17 empates. De esos, el Bocha disputó 33 y marcó 8 goles, dejando en claro que marcó un antes y un después. Y también vale la reflexión sobre Racing, que hasta aquellos primeros años de los ‘70, todavía se mantenía como un buen equipo, pero a partir de allí comenzó a tambalear, al punto de pelear por no descender en el ‘76 y ‘77, para terminar, perdiendo la categoría en el ‘83.

La tapa de la revista El Gráfico con la recreación de esa jornada teñida de rojo
La tapa de la revista El Gráfico con la recreación de esa jornada teñida de rojo

Aquel Independiente de los viajes incesantes, requerido en todos lados para pasear la mística en cualquier terreno. Con tantas horas de vuelo como de juego. Se había presentado apenas 48 horas antes en Bolivia, para enfrentar a un combinado de Santa Cruz de la Sierra, goleando por 4-1. Un complejo regreso los depositó en Ezeiza recién en la noche del sábado, con escaso tiempo para intentar descansar lo imprescindible antes del clásico. Pero allí estaba ese equipo, en cuyo interior ardía una llama particular, que se encendía en los momentos complejos. “Cuanto más difícil, más me gusta”, parecía ser el lema no escrito. Y esa tarde se dio una vez más, con el agregado de trazar una imaginaria línea roja, que lo distanciaría para siempre en el historial con el eterno rival. Los cálculos previos podían presagiar una actuación con dudas por el cansancio. Pero cuando no había aire, el Rojo se inflaba con toque. Y con la magia todavía incipiente, y a la postre eterna, de Ricardo Bochini.

Guardar