Ignacio Piatti se convirtió en un trotamundos del fútbol a temprana edad. Luego de estar un año en la pensión de Newell’s, fue sondeado por Talleres de Córdoba y viajó a Europa para realizar pruebas en la Roma (con Gabriel Batistuta como promotor), Galatasaray de Turquía y Niza de Francia antes de ser fichado por Chacarita. Rindió en el Funebrero y también con las casacas de Gimnasia La Plata, Independiente y San Lorenzo, donde llegó a disputar la final de ida de la Libertadores 2014, pero se marchó al Montreal Impact de la MLS justo antes de la revancha. Su vuelta a Europa y el Ciclón, el retiro luego de jugar en Racing y su nueva faceta fuera de las canchas en la liga norteamericana, donde se liberó de las presiones del fútbol argentino para disfrutarlo por completo.
―Antes de dar el primer salto a Europa, explotaste en el Ascenso argentino en Chacarita. ¿Cómo llegaste ahí?
―Yo anduve por todos lados, me probé en Boca, Racing y Banfield. Mi papá me llevaba. Era muy flaquito, tenía poca contextura física y nunca quedaba. A los 14 estuve un año en la pensión de Newells y después me volví a Baldissera, mi pueblo en Córdoba. A los 15 me vio Talleres en el Mundialito de Arteaga y estuve dos meses, hasta que surgió una prueba en Rosario para ir a la Roma de Italia. Me eligieron con otros dos chicos y viajamos allá. Tenía 17 años. (Gabriel) Batistuta era una especie de embajador y nos recibió, es un fenómeno. Estuvimos dos semanas, nos atendió y nos hizo sentir muy cómodos. Era el año 2002, cuando Bati era figura en la Roma y la selección argentina. Íbamos a comer y hasta nos llevó de alcanzapelotas a un partido. Mi hijo se llama Gabriel por él. Como no tenía la ciudadanía italiana, me volví y al año me llevaron a Galatasaray de Turquía. Estuve entrenando dos semanas en la Reserva, me acuerdo que estaba Faryd Mondragón. Yo tenía 18 y practiqué un par de veces con la Primera, como que estaba todo bien. Pero por ahí cerca estaba la Guerra de Irak, extrañaba y me fui. Estuve en un centro de formación de Monte Buey, donde estaba Rafael Santos, que había jugado en el Niza y llevaba chicos ahí. En 2004 nos probamos con Franco Dolci, él quedó y yo me volví. Ya había ido a todos lados y camino a casa me dijeron de ir a Chacarita. El Chivo Pavoni era el técnico de la Cuarta y no me quería, pero Enrique Borrelli era el Coordinador General, me vio condiciones y me quedé en la pensión del club.
―Hay chicos humildes a los que quizás la pensión de un club los “salva”, pero vos estabas cómodo en tu casa en Córdoba. ¿Te costó la adaptación?
―Yo ya estaba decidido a volver a trabajar en el campo y estudiar. La pensión de Chacarita estaba a una cuadra de la cancha, era normal, como las de ahora. No había lujos. Dos camas, un televisor y una señora que nos cocinaba. Íbamos caminando 20 cuadras para entrenar todos los días y a la noche terminé el secundario. No me costó adaptarme porque había estado un año en la pensión de Newell’s y éramos siete durmiendo en una habitación. En Chaca no jugaba en Cuarta, pero me llevaron al banco en un partido de Reserva, entré e hice un gol. Ahí Pavoni me empezó a poner y Clausen me subió a Primera. Nos salvamos del descenso a la B Metropolitana en la Promoción contra Platense en cancha de Racing (NdeR: hizo el gol del 1-1 en la revancha) y ahí surgió la propuesta de Saint Etienne.
―¿Cómo fue esa primera experiencia como profesional en el exterior y por qué volviste tan rápido a Argentina para jugar en Gimnasia La Plata?
―Francia se me hizo difícil, jugué solamente tres partidos. A mí me gustaba tener la pelota, gambetear... Y ahí era todo a uno o dos toques. Un fútbol más rápido, muy físico. Pero me sirvió la experiencia, hasta que vi que no iba a jugar tanto y me volví. En Gimnasia estaba (el presidente) José Muñoz, con el que tenía muy buena relación. No me había tocado estar en el 7-0 con Estudiantes, pero el clima en los clásicos era picante. Habían entrado a la Libertadores con Troglio, para mí fue una linda experiencia. Estuve tres años y medio ahí, es un muy lindo club.
―¿Estuviste cerca de jugar en Boca?
―Sí, me vinieron a buscar, pero Gimnasia quería más plata o algo así. No me dejaron ir. Yo ya había dado el OK, me hubiera gustado. Y después tuve una segunda oportunidad cuando ya estaba jugando en la MLS y Carlitos Tevez se fue a China. Tuve la propuesta formal y todo, pero ahí decidí quedarme yo en la liga porque estaba muy a gusto.
―¿Cuál era el trato con el Tolo Gallego en Independiente? ¿Te daba libertad para jugar?
―Muy bueno. Un personaje el Tolo. Me daba libertad, era muy bueno trabajando y manejaba el grupo día a día. Le llegaba al plantel y lo tenía contento, siempre estaba con una sonrisa. Yo venía jugando por derecha y él me puso atrás del punta, como una especie de enganche para jugar libre donde quisiera. Me tocó hacer los goles el partido que se inauguró la nueva cancha contra Colón. Me dieron una plaqueta y todo. Ese año peleamos los dos campeonatos. Habíamos sacado una ventaja de seis u ocho puntos y después empezamos a empatar y perder unos partidos. Clasificamos a la Sudamericana que después Independiente ganó con Mohamed.
―Lecce de Italia fue tu revancha en Europa. Ahí sí pudiste jugar mucho más...
―Sí, fue increíble. El primer partido lo jugamos contra el Milan de Ronaldinho en San Siro. ¡Te pintaba la cara! Cambié camiseta con Ibrahimovic, Felipe Melo, el Pupi Zanetti, Walter Samuel... Tengo un montón. En Lecce jugué bastante el primer campeonato, hasta que me perdí un gol increíble contra el Napoli y tuve una discusión con el técnico por eso.
―¿Te peleaste por errarte un gol?
―Corrí desde mitad de cancha y gambeteé hasta al último defensor hasta quedar mano a mano con el arquero (Morgan De Sanctis). Me paré un segundo y me la sacó, cuando tenía un compañero al lado para tocarla y que hiciera el gol. Al rato, Cavani pateó como desde 80 metros y la clavó en el ángulo, perdimos 1-0. En el vestuario, el técnico empezó a decir que había que ser buen compañero, que no se juega solo, que esto y que lo otro. Ahí le respondí porque era obvio que era para mí. Después tuve un par de discusiones más así. El técnico se fue y jugué algunos partidos con el nuevo. Pero a mí me gustaba atacar y Lecce es un equipo chico donde había que defender, entonces era complicado, había que remarla porque era siempre 4-5-1, todo táctico. El segundo año descendimos y descubrieron que el presidente había arreglado un partido con el Bari. Descendieron al equipo directamente a la C. Yo me presenté a la pretemporada y me dijeron que el salario que tenía era alto, así que no me iban a tener en cuenta. Me podía haber quedado a préstamo, pero al final me volví.
―No hay mal que por bien no venga: volviste a Argentina para jugar en San Lorenzo, salir campeón y ser figura del equipo...
―El primer partido anduve muy bien contra Colón. Y al segundo me desgarré. No te miento, estuve cinco meses lesionado. Me desgarraba cada vez que quería volver. Siempre en la misma zona, el bíceps de la pierna. Decía “¿qué está pasando?”. La gente empezó a hablar, Matías Lammens también me preguntaba. Me ponía nervioso. Hasta que encontré un médico que encontró qué era lo que me pasaba y me dio una rutina. Ahí cambié todo. Fue como una sobrecarga física que traía desde allá. Había aumentado como tres kilos de masa muscular y estaba en otro peso. Después pude dar vuelta todo lo que se decía.
―¿Qué primer recuerdo se te viene a la cabeza de tu primera etapa, al margen de la lesión?
―San Lorenzo venía de salvarse del descenso con Caruso Lombardi y yo llegué cuando todavía estaba él. Después llegó Pizzi. Armamos un buen grupo y eso fue la base de todo. Empezamos a ganar, ganar y sacar resultados, por ejemplo el empate con Rafaela de visitante, con Newell’s en Rosario y le ganamos a Colón en Santa Fe. El último partido (del Torneo Inicial 2013) fue en cancha de Vélez, donde sufrimos bastante y Torrico sacó una pelota terrible. Fue mi primer título acá, después de tanto lucharla y estar con el club. Algo hermoso. Luego a Juan (Pizzi) le salió la oportunidad de irse al Valencia y vino el Patón Bauza para jugar la Libertadores.
―Repasame cómo fue la conquista de esa Libertadores...
―No arrancamos bien y ya nos daban afuera, hasta que llegó el último partido del grupo contra Botafogo, que fue una locura. En la cancha no sabíamos qué pasaba porque dependíamos de otro resultado (Unión Española perdió 5-4 con Independiente del Valle en Chile) y se gritaba cualquier cosa. Necesitábamos un gol más y al minuto 88 sacó Torrico, la peinó Matos y me fui solo. Lo único que quería era que entrara la pelota. Por suerte entró y nos clasificamos. Pero nos tocó la llave más difícil porque entramos como el segundo peor segundo. Después terminamos los dos peores clasificados en la final. Con Gremio en octavos fue el partido que más sufrimos por los penales. En cuartos le hice un gol a Cruzeiro allá y pasamos. En semis nos tocó con Bolívar, que venía muy bien. El Patón nos habló mucho del rival, que tuviéramos cuidado, que no había que confiarse... Nos habló tanto que le ganamos 5 a 0 de local y fuimos tranquilos allá. En la altura perdimos 1-0, pero ahí no se puede correr. Es jodida la altura. Lo veía correr a Di María con la Selección ahí y no sé cómo hacía.
―¿Cuándo te diste cuenta que estaban para ganar la Libertadores?
―Lo más importante era el grupo que teníamos. En cada viaje hacíamos todo juntos. Nos levantábamos, tomábamos mate en Brasil, nos bancábamos la llegada a las canchas contra los brasileros, que nos tiraban piedras. Y cuando nos íbamos los veíamos llorar por la ventana.
―¿Qué diferencia había en tu juego en la época de Pizzi y la de Bauza?
―Juan me daba más libertad. El Patón era más del orden y estar en lo defensivo. Pero igual a mí me dejaba libre. Sabía que me gustaba improvisar y me pedía que llegara al área. Lo único que me pedían era eso, que estuviera siempre cerca del área.
―Tuviste que tomar una decisión muy controversial: irte al Montreal Impact antes de jugar la revancha contra Nacional. Contame los detalles de esa operación.
―Ya me habían venido a buscar el año anterior y les dije que no en ese momento. En 2014 volvieron y les dije que sí, pero cuando terminara la Libertadores en San Lorenzo. Fue en febrero o marzo. A mí se me terminaba el contrato en junio, pero Marcelo (Tinelli) me dijo que me quedara tranquilo porque iba a hablar con (Julio) Grondona para encontrarle una solución. La Copa se paró en mayo por el Mundial de Brasil y recién volvió en julio. Después de las semifinales, me dijeron que si no iba en ese momento, lo de Montreal se caía. Yo ya había viajado tres días a Canadá para ver cómo era todo y le pedí a (Joey) Saputo (propietario) que me dejara terminar la Copa. Me respondió que no había problema, pero que el cierre del libro de pases en la MLS era antes. Le volví a plantear la situación a Marcelo (Tinelli) y me dijo que iba a encontrar una solución. Jugué la ida de la final en Paraguay y cuando volví todavía no había nada resuelto. Era firmar en Montreal o jugar la revancha y que se cayera el pase. Lo pensé y discutí con mi familia. Era un partido muy importante para mí después de todo lo que habíamos sufrido. Pero tenía casi todo firmado con Montreal y tomé la decisión de irme entre las dos finales.
―¿Fue dura la despedida? ¿Trató de convencerte el Patón Bauza de que te quedaras?
―Fui un día al entrenamiento y me dijeron que no se podía hacer más nada. Entonces ya me despedí de mis compañeros, que quedaron sorprendidos, pero me entendieron. Ellos también sabían cómo venía la situación. Yo había llegado libre de Lecce y firmé por un año. El préstamo se terminó y firmé por otro, por eso no podía renovar el préstamo. No me acuerdo las palabras exactas del Patón, pero me dio su apoyo para la decisión que tomara.
―¿Dónde viste la revancha de la final?
―Viajé a Montreal, me recibió el director deportivo y ahí nos fuimos a un bar a ver el partido por televisión. Sufrí, pero cuando ganaron me puse contento. Hubiera cambiado mucho la historia si no. Ahí sí me hubieran hecho la cruz.
―¿Tuviste contacto con el Patón Bauza después de que se informara públicamente sobre su enfermedad?
―Siempre estuve en contacto con gente cercana a él y me comentaban cómo estaba. La verdad que es muy feo terminar así. Es una lástima, pero siempre tendré los mejores recuerdos porque es una gran persona.
―Ya te voy a preguntar por la “nueva” carrera y vida con Montreal Impact en Canadá y la MLS, pero antes quiero saber, ¿por qué volviste al fútbol argentino en 2019 y qué clubes te llamaron además de San Lorenzo?
―Fue una decisión familiar la de volver a argentina. Aunque había vuelto varias veces cuando estaba en Montreal, mi papá se había enfermado y también tenía a mi hijo. San Lorenzo hacía varios años que me venía buscando y decidí pegar la vuelta. Siempre hubo algún equipo más que San Lorenzo, pero decidí volver ahí porque era donde me sentía más cómodo. Firmé contrato por dos años, jugué un par de partidos y después vino la pandemia. Y en diciembre me comunicaron que no iban a hacer uso del otro año de contrato y que me lo iban a rescindir. No lo entendí, pero bueno...
―¿No te dieron ninguna explicación?
―No. No me dieron muchas explicaciones y eso me hizo sentir mal.
―En el medio se generó una situación extraña con los hermanos paraguayos Óscar y Ángel Romero, ¿creés que afectó eso en tu salida?
―Cuando volví a San Lorenzo había un ambiente raro. Y tuve esa situación con ellos. Noté como que estaban solitarios y no se integraban al grupo. Un día los invitamos a una comida todos juntos, estaban Coloccini y todos. Y (Fabricio) me explicó que no, que ya los habían invitado un par de veces y no iban nunca. Entonces eso es raro. Como que nos metimos en el medio para ver qué pasa y se mandaron un par. Ya había pasado un episodio en Córdoba cuando el técnico era Monarriz, que sacó a uno y el otro le dijo que si salía su hermano, él también salía. Yo llegué al club, me presenté y ya hubo reunión de vestuario, con Tinelli y todos. Y después lesionaron a (Andrés) Herrera en una práctica, muchos episodios así que no van. Yo quedé como en el medio de todo y lo único que quería era ordenar al grupo. No tenía nada contra San Lorenzo, pero se ve que se lo tomaron a mal y se la agarraron conmigo por ser referente. Yo quería acomodar a estos chicos para que nos vaya bien a todos, nada más que eso. Y ahí estuvo el cortocircuito.
―¿Tenías tomada la decisión de retirarte del fútbol tras la salida de San Lorenzo?
―Ahí dije no juego más. Empecé a jugar al tenis. Y un día me llama Juan (Pizzi) para avisarme que había dado mi nombre en Racing. Le dije que no, que ya no estaba para jugar. Pero insistió con que jugábamos la Libertadores y me convenció. Víctor (Blanco) estaba buscando gente joven y yo tenía 35, por eso en el último día del mercado de pases me llevó y estuve un año. Jugué bastante con Juan y ahí había un grupo muy bueno, con chicos que estaban hace muchos años. Arias, Pillud, Licha López, Nery Domínguez, Cvitanich... Había varios.
―¿No pensaste que los hinchas de Independiente te iban a insultar un poco por jugar en Racing?
―Habían pasado 12 años de mi paso por Independiente. Es un trabajo, qué vas a hacer. Jugué dos clásicos y sí, la gente me puteaba, pero es lo normal acá.
―Si tenés que elegir el club con el que más te identificaste a lo largo de tu carrera, ¿con cuál te quedás?
―Con dos: Montreal y San Lorenzo.
―¿Te sentiste cómodo en el día a día tras el retiro o te costó encontrarte sin la rutina diaria de futbolista?
―La decisión la venía trabajando hace mucho tiempo. Dejé joven, a los 36. Pero ya venía con esa idea de disfrutar un poco de la familia por esos 20 años en los que te levantás temprano y te la pasás viajando y concentrando. No me entrené más, juego al tenis y de vez en cuando al fútbol con amigos. Los primeros tres meses pensé qué bueno tener tiempo para hacer lo que quiero. Pero el segundo trimestre me costó un poco más y caés en la cuenta de que no jugás más. No extraño el fútbol, aunque de vez en cuando me viene a la cabeza la idea de jugar un poco más en la MLS. El año pasado me dieron ganas de volver a Montreal. Si hablaba, capaz podía jugar seis meses o un año. Pero hoy ya estoy del otro lado.
―Y estando del otro lado, te diste el gusto de alentar a la selección argentina en el Mundial de Qatar con tu familia. ¿Cómo fue esa experiencia ahora en la tribuna?
―Una experiencia impresionante. Yo había ido con amigos a la final del Mundial 2014 que perdimos con Alemania. Y ahora mi hijo me dijo de ir a Qatar. Saqué pasajes para toda la familia e íbamos a ver el partido con Polonia, octavos y cuartos de final. Imaginate cómo estábamos cuando perdimos con Arabia Saudita, me quería morir. Ya pensaba que íbamos contra Polonia y no jugábamos por nada. Así que sufrimos con México y después viajamos y, a medida que fuimos pasando de ronda, nos quedamos hasta la final. También fui a ver a Canadá, porque el ayudante del entrenador era técnico mío, así que los vi contra Marruecos. Haber estado ahí en la final donde ganó Argentina y Messi levantó la Copa fue algo muy lindo. Y además vivirlo con la familia.
SU PASO POR MONTREAL IMPACT Y EL NUEVO ROL EN LA MLS
―¿Qué vas a hacer de tu vida ahora que te retiraste? ¿Seguirás ligado al fútbol?
―Yo quedé ligado a Montreal, donde jugué casi seis años. Una vez por año viajo para estar con el dueño, el presidente y el director deportivo. Les dije que me gustaría trabajar desde Argentina como una especie de embajador y scouting, recomendándoles jugadores desde acá. No solo por lo futbolístico, sino conocer su perfil en el ámbito personal y humano. Me dijeron que sí enseguida y ahí empecé a trabajar con ellos, viajé a la pretemporada, les pasé jugadores y hablo constantemente con el director deportivo. El club es como mi casa, me hacen sentir eso. Y ahora la MLS me contactó para ser también embajador de la liga en Argentina. Además, voy a ser comentarista para Apple TV en Nueva York. Obviamente soy un producto del fútbol argentino, pero la MLS me dio todo.
―El traspaso a Montreal Impact te agarró en el pico de tu carrera como futbolista. ¿Por qué elegiste ese destino?
―Sí, ese fue mi mejor momento. Tenía 28 años y venía muy bien de San Lorenzo. A la MLS ya la veía desde cuando fue Guillermo Barros Schelotto a jugar. Sabía que la liga estaba creciendo y me daban ganas de experimentar ahí. Así que tomé ese desafío y no me quedé con la duda de terminar mi carrera y pensar “qué hubiera pasado si iba”. Al final Montreal fue el club en el que más estuve: fueron cinco años y medio.
―Desde hace tiempo la MLS tiene estrellas internacionales. A vos te tocó jugar al lado de Alessandro Nesta, Marco Di Vaio y Didier Drogba: ¿cómo fue pasar de elegirlos en la Play Station a cambiarte junto a ellos en un vestuario?
―Fue tal cual así. Fue una experiencia inolvidable tenerlos al lado. Ahí te das cuenta que son personas iguales que nosotros. También me tocó estar en el All-Star y jugué con Pirlo, Kaká, Schweinsteiger, David Villa, Lampard, Giovinco... No lo podía creer. Son personas, obvio, pero uno las tiene en otro nivel. Compartir con ellos fue algo único. Había algunos compañeros que eran más tímidos para relacionarse con las figuras, pero otros les decían cualquier cosa como si fueran un amigo más. Entonces se hizo llevadero y armamos un buen grupo. El año que estuvo Drogba llegamos a la final de la conferencia, nos fue muy bien. También llegamos a la final de la Liga de Campeones de la Concacaf.
―¿Qué cambio fue el que más te impactó respecto al fútbol argentino cuando llegaste a la MLS?
―En Argentina había muchas presiones con el tema de la gente. Allá iba mucha gente a los estadios, pero no se sentía la misma presión. Quizás no la sentía por ser extranjero. Acá perdés un partido y no podés salir a la calle. La sociedad vive así acá. Allá podía salir a caminar con mi familia y disfrutar más de la vida. A medida que pasó el tiempo, eso fue cambiando.
―¿Cuánto evolucionó la MLS desde tu llegada en 2014 y por qué extendiste tanto tu estadía en Montreal Impact?
―Noté el crecimiento de la liga año a año. Creció mucho en infraestructura, innovaciones y todo. Eso me hizo sentir cómodo para querer seguir ahí. Con la competición, la Copa de Canadá, la Liga de Campeones de la Concacaf, los viajes... Fue algo muy lindo de experimentar. Siempre hubo cierta rivalidad con los clubes mexicanos, que siempre le ganaban a los de la MLS. Ahora es al revés. Eso cambió, los clubes mexicanos ya no son mejores que los de la MLS.
―Ya en tu rol de scouting, te sugiero a un jugador que puede dar que hablar: Gaby Piatti (el hijo).
―Ja, sí. Gaby anda con el fútbol también. Se estuvo probando en varios lados, jugó cuatro años en Rosario Central y ahora está en el Federal A (Argentino de Monte Maíz). Fue al banco contra Estudiantes de La Plata en Copa Argentina y no pudo entrar, pero está contento y quiere seguir. Yo lo apoyo sin presiones, como hizo mi papá conmigo. Mi viejo era del campo, cuando yo le pedía que me llevara a jugar o probarme, él me llevaba. Yo traté de hacer lo mismo con Gaby y que él decida. Ya desde chico pateó la pelota y yo lo llevaba a todos los clubes conmigo. Es un camino difícil porque no se le daba, recién este año firmó contrato y está contento. Vamos a ver cómo sigue.
―Te tocó ver a Messi levantar la Copa del Mundo en Qatar y desde hace meses es la gran figura de la MLS. ¿Creés que marcará un antes y un después en la liga?
―El 2023 fue un año récord para la MLS y la llegada de Messi aumentó todo. Es muy positivo que esté él porque ayuda a los jóvenes a crecer. Los chicos miran a esa clase de jugadores. A la hora de elegir, ahora todos los jóvenes quieren ir a la MLS. Todos quieren pasar por ahí antes de irse a Europa. Antes uno quería ir a Europa, pero ahora que está Messi todos quieren ir a Estados Unidos. Argentinos y de todos lados. Este año va a seguir creciendo. Y por más que uno crea que Messi fue para relajarse, él quiere ganar todo. Va a ser una liga muy competitiva, se demostró el año pasado y este año será más.