Su cabeza calva, sus modales patoteriles y su voz ronca son inconfundibles en el mundo barrabrava. Sergio Alejandro Medina, el famoso Ale de Budge, que ayer lideró la emboscada a la facción oficial de la barra y terminó herido, tiene un prontuario que asusta y una vida dedicada a ponerse al margen de la ley. No sólo por su actividad dentro del planeta fútbol, sino también en las actividades que se montan en las ferias de ropa en el Conurbano, donde su grupo de barras hace seguridad privada y extorsiones para lo que guste mandar. Un poder que fue ganando a medida que ascendía en Los Borrachos del Tablón y en los gremios que lo contrataban para todo tipo de “trabajitos”. De hecho se lo vio en actos del Sindicato de Obreros Marítimos, en los de Panaderos, en el de la industria lechera, pero sobre todo en Camioneros, donde llegó a decidir quién subía y quién no a los palcos desde donde hablaban Hugo y Pablo Moyano.
Su ingreso a la barra se remonta a 2002. Época en la que Adrián Rousseau y Alan Schlenker estaban dando la batalla por el poder al anterior grupo de Los Borrachos que lideraban Albino el Monito Saldivia y el Zapatero Alejandro Flores. Para ganar definitivamente esa contienda los líderes convocaron nuevos grupos y, entre ellos, apareció la mano de obra del Sur del Gran Buenos Aires, con Medina como uno de sus hombres fuerte. Por entonces presidía el club José María Aguilar y apoyó ese recambio en el paravalanchas a punto tal que varios de la primera línea terminaron insólitamente como empleados del club. Era una manera de blanquear el dinero que se les entregaba.
Por ese tiempo, Ale de Budge era segunda línea, pero su poder venía creciendo. Tanto que para 2006 terminó siendo uno de los 46 que viajaron al Mundial de Alemania para consagrar a Los Borrachos como la barra argentina en aquel torneo. Y un año después, cuando sobrevino el cisma de la barra que terminó con el asesinato de Gonzalo Acro, Medina se quedó en el bando de los sucesores de Rousseau, Martín Araujo y Guillermo Caverna Godoy, que terminaron copando la parada y consagrándose como los nuevos jefes Borrachos.
Esa movida le permitió ser, junto al grupo de Beccar de los hermanos Mauro y Leandro Ferraras, los verdaderos ejecutores violentos de las políticas que armaban los líderes. De hecho, tras varios años de turbulencia interna, la entronización de Caverna y Martín de Ramos tuvo mucho que ver con la gente de armas tomar que Medina traía desde Lomas de Zamora. A la par, amparado en un trabajo como chofer de una bodeguera muy famosa con sede en Ingeniero Budge, podía blanquear su pertenencia a Camioneros y entrar en el círculo íntimo de los Moyano, donde ya había otro barra de zona Sur con peso propio: Roberto el Polaco Petrov.
Ese doble rol le permitió posicionarse como un hombre muy influyente en todo lo que ocurría en el Monumental, a la vez que en su grupo había gente pesada que tenía todo tipo de negocios en La Salada y sus alrededores. A tal punto que fue uno de los barras elegidos para amenazar al juez Sergio Pezzotta en 2011 en el entretiempo del partido de la Promoción contra Belgrano que condenó a River al descenso. Causa que insólitamente resolvió con una probation como el resto de la barra, en uno de los fallos más escandalosos de la Justicia en relación a la violencia en el fútbol. Lo único que le aplicaron fueron tareas comunitarias y una restricción administrativa para ir a la cancha. Al mismo tiempo, era el encargado de la barra de recaudar el impuesto Borracho a los puestos de comida y bebida que trabajan los días de partido. Así se le llama a la extorsión lisa y llana que hace la barra para dejar trabajar tranquilos a los que tienen concesiones dentro de la cancha y a aquellos que ponen su negocio en las afueras. Fue denunciado por esto ante la Justicia en una causa que llevó el juez Alberto Baños y que finalmente no le produjo ni un rasguño.
Esa impunidad lo llevó a seguir por la senda del poder de la barra. Y para 2014 ya estaba en el círculo de los que decidían qué cosas hacer, qué no, y se encargaba de repartir las vituallas de su grupo y llevarse los beneficios. Esa soberbia de que nada le iba a ocurrir le pasó factura. En marzo de 2015 lideró una caravana por la 9 de Julio que iba al Monumental para el partido contra Tigres de México, divisaron en la zona del Obelisco a hinchas del equipo azteca y se bajaron a pegarles salvajemente. La Policía intervino y encontró armas de guerra en el auto en el que se movilizaban Medina y su hijo Brian. Por eso fue preso, pero salió de la cárcel a los ocho meses tras arreglar en un juicio abreviado una pena de tres años de prisión en suspenso. Y aunque tenía prohibición de ingreso a la cancha, seguía merodeando el Monumental. Al mismo tiempo, por los negocios de la Salada, terminó baleado en junio de 2016 y fue internado en un hospital de Lomas de Zamora. Después de unos meses, ya recuperado, lo primero que hizo tras dejar el nosocomio fue volver a la cancha. Y reconstruir su poder a punto tal que para mediados de 2018 ya estaba en la puerta del palco de los actos de Camioneros y, en alianza con Caverna Godoy, en el paravalancha central de la tribuna Sívori.
Pero la final frustrada de la Copa Libertadores, con el allanamiento a la casa de Caverna donde se secuestró una fortuna de dinero y los 300 carnets de la barra, hizo retroceder al grupo oficial que él integraba. Y mientras Godoy estaba con problemas judiciales, Ale de Budge vio cómo la facción del Oeste iba ganando lugar. Y él no lo podía permitir. Por lo que unos meses después planeó la emboscada: River jugaba contra Godoy Cruz en septiembre de 2019 en la cancha de Lanús, terreno casi propio. Y se encaramó con su grupo y varias armas largas para esperar a la caravana. Hubiese sido un baño de sangre de no haber aparecido justo la Policía. Estuvo insólitamente detenido unas horas y lo dejaron libre. Fue tal el escándalo que una semana después allanaron su casa, encontraron armas y presuntamente drogas y ahí si fue definitivamente preso. Parecía que terminaba su historia como barra.
Pero como tantas otras veces, Ale de Budge salió en libertad. Esta vez en medio de la pandemia del Coronavirus, en abril de 2020, le dieron la prisión domiciliaria. Y cuando volvió el fútbol, lo hizo sin hinchas. Pero, de a poco, se fue rearmando una nueva barra, con el Pato Ariel Calvici, Alejandro el Zapatero Flores, Hernán el Clon Taboada y los hermanos Ferraras a la cabeza. La dirigencia se mantuvo incólumne y les prohibió el acceso al Monumental, pero de a poco volvieron para la Copa Argentina en el Interior y para los de Libertadores en el exterior. Medina quiso volver pero le dijeron que para él no había lugar. Parecía su final porque, mientras estuvo detenido se peleó mal con Caverna Godoy, acusándolo de no haber mantenido con vituallas a su familia, código habitual de los barras cuando alguien cae preso. Pero la necesidad puede más que los valores y, a principios del año pasado, apenas Godoy también salió de prisión, empezaron a formar un grupo para tratar de retomar el poder Borracho. Juntaron barras del Ascenso, pero no lograron apoyo político ni dirigencial.
Aún así, Medina hizo sus movidas. En junio del año pasado ingresó con su círculo más íntimo de barras y se fotografió en el Monumental en abierto desafío al club y la Seguridad. Después armó un acto en un club de Mataderos donde metió 300 barras. Pero no lograba salir del derecho de admisión ni tener tickets para meter gente en la tribuna Centenario. Mientras, veía como el poder de la oficial seguía creciendo hasta copar Santiago del Estero en diciembre pasado cuando el equipo de Demichelis se consagró en el trofeo de campeones. Y decidió entonces que era su momento. Así, el sábado, previo al debut de River en la Copa de La Liga, fue con 30 barras hasta el club para hacer un banderazo y pedir salir del derecho de admisión y tickets para su grupo. No le dieron nada y amenazó con volver al día siguiente. Y cumplió. Claro que la barra oficial estaba al tanto y en la pelea, Medina se llevó la peor parte. Aún está detenido y la Justicia está evaluando si lo deja preso o le permite seguir el proceso en libertad. Ante la fiscal Celsa Ramírez se presentó como una víctima de la violencia. Justo él, uno de los barras más peligrosos que tiene la Argentina.