El lugar se llamaba “Sea View” y como estaba antes del Uno –Portal del Sol– también se lo conoce como el Balneario Cero. Es el primero en la cadena de los 24 balnearios que unen Punta Mogotes con el puerto de Mar del Plata. La familia del fútbol –jugadores, ex jugadores, directores técnicos, dirigentes, ex árbitros, árbitros, funcionarios de la AFA, de la Conmebol, de la FIFA; también empresarios, legisladores, gobernadores, sindicalistas y políticos fueron quienes rebautizaron discreta y sigilosamente ese magnífico lugar con el nombre de “Castel Gandolfo” –la residencia de verano del Papa– pues allí pasó los eneros de más de dos décadas Julio Grondona junto a su familia.
Ellos vivían en el único edificio construido sobre una colina, justo en la esquina de la confitería Boston. Y en el 4° piso, desde su balcón cerrado, la ciudad lucía con merecida magnitud su particular belleza. Allí desayunaba Don Julio aquellas medialunas cuyo incitante aroma invadía la cuadra. Y desde allí partiría hacia su “oficina de verano” –el balneario cero– cada uno de los días en los cuales el clima no se convirtiera en viento o lluvia.
Alejandro, su chofer, lo pasaba a buscar alrededor del mediodía con el Mercedes Benz R 129 y antes de las 13, Grondona ingresaba al balneario donde era recibido jubilosamente por los cuidadores (“trapitos”) que se alternaban la atención de tan ilustre cliente, pues sabían que al retirarse habría una generosa propina.
Grondona siempre iba vestido con un pantalón de traje, preferentemente azul a rayitas blancas casi imperceptibles, zapatos mocasines marrones o alpargatas grises Havaianas y una guayabera inexorablemente blanca. Los dueños del lugar eran dos grandes amigos suyos: Jorge Bosco –por entonces presidente de la Liga Marplatense de Fútbol- y Albino Valentini, el “último centrofoward”, tal como lo bauticé con cariño y admiración cuando fui compañero suyo en Torneos y Competencias, empresa para la cual Albino organizaba ejemplarmente los inolvidables torneos de verano.
Una vez que los autos quedaban estacionados en el amplio playón, había que llegar hasta una escalera con peldaños de madera que conducían a la puerta de entrada al restaurante. Se trataba de un generoso lugar con un techo exterior de madera a dos aguas y otro interior de paja. La mesa era redonda y admitía 8 sillas a su alrededor no necesariamente iguales. Grondona se ubicaba de espaldas al ventanal que daba a la piscina infantil y a los vestuarios, lo que le permitía ver a su derecha quien ingresaba, teniendo siempre en perspectiva visual a la playa. Invariablemente Don Julio permanecería allí hasta pasadas las 18 horas, después de almorzar, atender todas las citas y empacharse de fútbol jugando a la memoria. Eran famosas las discusiones con Valentini.
— A mí me dirigió Angelito Labruna en Excursionistas– afirmó una vez Valentini.
— No ves que no sabés nada: Labruna nunca dirigió a Excursionistas, dirigió a Defe (Defensores de Belgrano), insistió Grondona.
Que sí, que no –Google no había nacido– las discusiones subían de tono, se transformaban en retruécanos tribuneros, propios de las viejas canchas de las cuáles al final, participaban todos los de la mesa y otros de las mesas vecinas.
Y se agregaban temas:
— Julio, era imposible ir a jugar contra Arsenal en Sarandí, ustedes, vos y tu hermano Héctor, eran terribles apretadores, se metían en los vestuarios de los árbitros, los tipos tenían miedo, no se cobraba penal en tu cancha Julio…, lo atacaba Albino.
— ¿Nosotros apretadores?, ustedes –Valentini jugaba en Almagro– eran muy cagones, además no tenían equipo para ganarnos, andá, andá a dormir…, cerraba Grondona, quien parecía disfrutar de aquellas polémicas que incluían el clásico quién fue mejor: ¿Walter Gómez o Arsenio Erico? ¿Rojitas o el Bocha…? ¿Houseman o Corbatta?
Tres o cuatro horas después se aclaraba todo con la llegada providencial de algún testigo: Labruna dirigió 8 ó 9 partidos a Excursio, sin salir al campo como DT y también condujo a Defe. Y en cuanto a la cancha de Arsenal, había misericordiosas versiones de quienes preferían no discutir con Julio, aunque por lo bajo, todos decían: “imposible ganar”, tenés todo en contra, desde la falta de agua en el vestuario hasta el pánico del referí…
Podrían contarse mil anécdotas –hoy elegiremos una– pues se producían diariamente y fueron muchos los años en los cuales Grondona tuvo esa silla en tan cálido lugar de amigos. En esta ocasión estaban los de siempre: Bosco, Valentini, Alejandro, Roberto Fernández (ex presidente del Consejo Federal y actual titular de la Liga) y el escribano Fernando Mitjans, quien a su vez era huésped en la casa de Julio. Ver en otras mesas a jeques árabes, dirigentes japoneses, miembros de la FIFA con papeles para firmar, periodistas con expectativas de una entrevista, reclutadores europeos, inversionistas rusos, técnicos en busca de recomendaciones para trabajar en algún club del extranjero o gobernadores amigos que pedirían a la selección argentina para jugar en su provincia, resultaban situaciones cotidianas con algún residual anecdótico.
Don Julio, quien jamás pisó la arena ni mucho menos se metió en el mar, disfrutaba de aquel incesante desfile de pedidos que le realizaban sus visitantes y le asignaba un valor significativo a la asignación de los lugares en la mesa. El día de este hecho a narrar lo sentó al escribano Mitjans a su derecha, toda una definición de distinción. Lo cierto es que después de las rabas, los fiambres y los frutos de mar, llegaba a la mesa el manjar más apreciado por Grondona: la paella que hacía tres veces por semana Pepe Suárez, el encargado de la cocina, quien iba a las 9 de la mañana para tenerla en el punto justo a las 14 horas.
Un mediodía de enero de 2012 llegó hasta “Castel Gandolfo” el nuevo presidente de Boca, Daniel Angelici. Grondona quiso ser receptivo y simpático pues 20 días antes habían tenido un encuentro –el primero– poco amistoso en la casa de Julio. Fue cuando Angelici pidió que Boca manejase casi todos los estamentos de la AFA –árbitros, secretaria, tesorería y tribunal de disciplina– y Grondona lo escuchó sosteniendo una fija mirada a los ojos. Luego, cuando Angelici se retiraba y ya cerca de la puerta, Grondona le espetó: “Che Angelici, mirá que River se fue al descenso, eh…”. Al día siguiente Angelici fue a la AFA y le manifestó que había sentido escalofríos, que todo estaba bien, que sería igual a los demás, que haría con él lo mismo que hacían los otros presidentes, pero que por ser Boca lo atendiera primero…
Desde la tarde anterior al encuentro en la playa, Grondona intuía que Angelici le pediría por la habilitación de Santiago Silva. Es que Silva se había ido de Vélez a la Fiorentina y por haber jugado en dos clubes en una misma temporada (2011-2012), resultaría imposible que fichara y jugara ese mismo año para un tercer club (Boca).
— Julio, le vengo a pedir si me puede dar una mano con Silva porque Falcioni lo quiere y me insiste todo el tiempo para traerlo.-
— A ver, esperá, dijo Grondona y sacó su teléfono Motorola V3 con tapita.
Fue así que de inmediato habló con alguien de la AFA –con quien presumiblemente ya se habría anticipado en la mañana– y Angelici al igual que el resto de los comensales le escuchó decir: “Arreglame este asunto, Silva tiene que jugar. Sí, sí, bajo mi responsabilidad, tranquilo”.
— Y la Libertadores también, Julio, agregó Angelici.
— A ver esperá, le contestó. Y llamó a Asunción; habló con algún funcionario de la Conmebol y Angelici le escuchó ordenar: “Mirá, ahí Boca va a presentar una lista para la Libertadores en la que está Silva, Santiago Silva, el uruguayo, hay que aprobarla. Tranquilo, yo me ocupo de la FIFA. “Listo”, le dijo satisfecho a Angelici, “ya lo tenés habilitado; ¿qué más profesor?”, le preguntó Grondona con suficiencia al nuevo presidente de Boca.
— Y necesitaría algo escrito Julio, un papel, un fax, una carta, un e-mail, algo que me asegure que Silva no será impugnado, que nadie nos podrá pedir los puntos. En fin, algo fehaciente Julio, le pidió Angelici.
— Tenés mi palabra que vale más que cualquier papel firmado, ¿te parece poco?, le respondió Grondona. Y le agregó: “lo único que te voy a pedir es que no hables con los periodistas ni se lo cuentes a nadie; te lo pido por favor...”
— ¿Y si me protestan los puntos, Julio?
— Si te protestan los puntos lo ves a él, respondió Don Julio señalando a Mitjans, en clara alusión a su ratificación como Presidente del Tribunal de Disciplina, posición que Boca había pedido para otro candidato.
Vestido completamente con la indumentaria oficial de Boca, el entonces presidente se iba a jugar un partidito al exclusivo balneario “La Reserva”. Al verlo alejarse Grondona le hizo un par de chistes obvios: “¿Llevás la pelota debajo de la camiseta? o ¿Vas a jugar en La Reserva?; Claro, si el único de Primera acá soy yo”. E insistió: “No hables con ningún periodista…”. “No, no….”, le aseguró Angelici.
Una vez que éste se hubo retirado, Don Julio le pidió a su chofer Alejandro que le trajera una radio portátil que se hallaba en el baúl del auto. Luego le dijo a los demás: juego la cuenta de hoy y de mañana que en diez minutos lo dicen por radio. A los cinco minutos el aparato cuadrado marca Ranser quedó apoyado suavemente sobre el mantel. Fue entonces cuando Grondona ordenó: “Poné La Red”. El chofer obedeció y se escuchó algo así: “Estamos en condiciones de asegurar que Silva ya es nuevo jugador de Boca Juniors”.
Grondona entonces comenzó a tamborilear sus dedos sobre la mesa y mirando a todos murmuró: “Hoy y mañana comeré gratis, mirá como yo los conozco a éstos…”.
Por cierto, Silva jugó para Boca el Torneo de AFA, la Copa Argentina y la Libertadores.
Grondona nunca le contó a nadie cómo lo consiguió…