Al delantero Alejandro Delorte le falta un centímetro para los dos metros y seis meses para cumplir los 46 años, pero los números lo tienen sin cuidado. Volvió a las canchas con la ilusión de siempre: “Disfruto mucho haber vuelto a jugar a los 45 años cuando pensé que ya había dejado para siempre, después de haber hecho una carrera tan larga. Me puse la camiseta de Pacífico de Cabildo, que disputa la Liga del Sur por el llamado de dos amigos, Gabriel Dietrich y Esteban Angelini, que son de ese pueblo como yo y están desarrollando su primera experiencia como técnicos. Qué mejor que poder darles una mano desde adentro y además me hace sentir joven estar con los pibes, que son completamente distintos a como era yo a esa edad. Me gusta estar en el vestuario porque te aggiornás y, como estoy haciendo el curso de técnico, creo que es importante porque me doy cuenta cómo piensan, poniendo mi cabeza en el futuro”.
La serena felicidad de Alejandro Delorte, que con esa edad volvió a competir, mezclado con los jóvenes en el club del pueblo, con las mismas ganas de cuando era un pibe, pleno de ilusiones: “Cuando le di la noticia a mi familia, la reacción fue normal, porque saben que me encanta jugar al fútbol, disfrutar del vestuario y pisar la cancha en cada partido. Lo que sí me significó una satisfacción es que mis sobrinos, que son chicos, recién ahora me pudieron ver en acción. La idea de regresar daba vueltas, porque siempre que estaba en el pueblo, como tengo muchos amigos en el club, tenía las puertas abiertas para entrenar y ahí te das cuenta de que las ganas se mantienen. Porque uno no deja nunca de ser futbolista, lo va a ser toda la vida y mientras el cuerpo responda, allí trataremos de estar. El retorno no fue fácil, costó un poco después de la inactividad y con los años encima también (risas), pero lo que cuesta se valora. La parte buena es que el cuerpo tiene memoria y jamás sufrí lesiones importantes, porque lo que la adaptación se dio en forma bastante rápida y terminé sintiéndome bárbaro”
“Volver a pisar una cancha y estar dentro de un vestuario, son sensaciones maravillosas, no solo por el presente, sino porque te transportan a los inicios y a los esfuerzos que uno hizo a lo largo de la carrera para llegar hasta allí. Un hecho que también colaboró es que la cancha de mi club siempre está hermosa y perfecta, entonces te incentiva. Para ser completamente sincero: las sensaciones que experimenté en este regreso fueron las mismas que viví desde que ingresé por primera vez a un campo de juego. Es una pasión que no termina nunca”
Olimpo ascendió por primera vez a la élite a fines de 2001 y se convirtió en un adversario al que pocos querían enfrentar, sobre todo en su estadio y más que nada con uno en especial: “Fue una situación muy particular con el Boca de Bianchi, porque éramos como un granito para ese gran equipo en esa época. Ganaban todo, pero con nosotros no podían (risas). Parecía que teníamos la fórmula, ayudados porque venir a Bahía era incómodo: no había demasiados vuelos directos y no se usaba tanto el charter. También colaboraba la cancha chiquita y el viento que siempre estaba presente. Nosotros veíamos los noticieros, donde se mostraba cómo la mayoría de los equipos grandes reducían las dimensiones de su terreno de juego en las prácticas para poder adaptarse a la de Olimpo. Era un trabajo psicológico previo que después tratábamos de aprovechar tirando 200 centros (risas)”.
Haber estado a lo largo de su trayectoria en más de 10 equipos le hizo conocer y tener contacto con muchos personajes del fútbol. Pocos como Ricardo Caruso Lombardi: “A mediados de 2007 asumió en Argentinos Juniors, para su primera experiencia en la máxima categoría. Llegué desde Italia, donde me había comprado ropa de última moda y así fui a conocerlo. Apenas me vio dijo: ‘Yo pedí un nueve, no un actor de cine’ (risas). Fue un año extraordinario, compartido con un gran plantel. Fuimos de gira a Estados Unidos y nos compramos de todo, pero lo mejor fue que Caruso se compró un televisor como de 100 pulgadas, imposible de trasladar (risas). Era un gran motivador, porque llevaba jugadores del Ascenso, con hambre de gloria y en el chamuyo, no le ganaba nadie. Entonces los futbolistas salían a la cancha a comerse el pasto, los rivales y lo que tuvieran por delante”.
Los orígenes del Flaco Delorte, por la zona donde creció, tenían la lógica dualidad entre dos deportes: “Soy de Cabildo, un pueblo cercano a Bahía Blanca, y en toda esta zona, cuando sos alto, te mandan a jugar al básquet. Y a ese deporte me dediqué desde los 13 hasta los 17 en el club Estudiantes, pero siempre estaba el fútbol latente, en este caso, más que nada para seguir en contacto con los que eran los amigos del colegio. La historia cambió cuando se hizo una prueba en Olimpo y quedé seleccionado. Se podría decir que ahí arranca la historia, aunque fue media corta, de apenas un año, porque tenía un técnico que no me quería y me decía que tenía que volver al básquet (risas). A esa edad uno es medio rebelde, largué todo por fastidio y me puse un bar en Sierra de la Ventana, que desde Cabildo son 40 kilómetros, pero por camino de tierra. Era un lugar al que solíamos ir de veraneo, hasta que a un amigo se le ocurrió la idea de abrir el negocio y nos mandamos. Fue una experiencia increíble”.
El fútbol seguía corriendo por sus venas, más allá de lo divertido y placentero que era lo que estaba viviendo: “A los 21 tomé una decisión que fue importante: llamar a Gustavo Echaniz, que había sido el técnico que me había dado lugar en Olimpo la primera vez. Éste si me quería y no me hacía referencias al básquet (risas). Me abrió nuevamente las puertas del club, pero me dejó en claro que tenía tres meses para demostrarle como estaba. Arranqué jugando en la Liga del Sur, me fue muy bien y me hicieron contrato para integrar el plantel profesional, aunque era como el séptimo delantero. Tuve paciencia y me llegó la oportunidad, ya con Gustavo como entrenador interino de la Primera, cuando pude tener continuidad. Fue en el Nacional B 2000/01, cuando había siete descensos y zafamos, quedando justo arriba por un puesto. Ahí los dirigentes tuvieron que armar un equipo para salvarse en la temporada siguiente y fue cuando llegaron tremendos futbolistas, más Gustavo Alfaro como DT, que estaba dando sus primeros pasos en la profesión. El equipo se fue acoplando con el correr del torneo, con la mezcla justa entre la experiencia y la juventud. Cumplí el sueño de llegar a Primera con el cuadro del que soy hincha. Para Bahía Blanca fue histórico y un cambio importante para toda la zona, ya que empezaron a venir los equipos grandes a la ciudad”.
Una reestructuración de los torneos obligó a Olimpo, más que a un premio por al Ascenso, a un castigo de estar seis meses sin jugar. Fueron los primeros de 2002: “En julio arrancamos, con Falcioni como DT. Sumaba algunos minutos, sentí la diferencia de categoría y el hecho de no haber hecho Inferiores. El comienzo no fue nada bueno y el momento clave fue cuando perdimos feo de locales con Nueva Chicago 3-0 y Julio estuvo a punto de irse. Allí aparecieron los referentes, como Mauro Laspada y Jorge Vivaldo, para darle el apoyo. Fue el arranque de una tremenda campaña, en la que ganamos partidos muy importantes, como contra Racing y Velez de visitantes, nos salvamos del descenso y terminamos en el sexto puesto del Clausura. De ahí, Julio se fue a Banfield para iniciar su gran historia en ese club. A partir de la segunda temporada, me fui asentando, tomando confianza y haciendo goles. En Olimpo todos los años había que armar un plantel nuevo, con distinto cuerpo técnico. Hasta que los refuerzos se adaptaban a la ciudad, muchas veces al hecho de no tener a su familia, se tardaban seis meses. Nos costaba mucho siempre el Apertura y repuntábamos en el Clausura, casi siempre peleando el descenso, con el murmullo de la gente en las tribunas”.
El estadio Roberto Carminatti se iba convirtiendo en una fortaleza, donde era complejo jugar para los rivales. Y casi imposible detener a ese delantero implacable en las alturas: “No podría haber jugado en mejor cancha que la de Olimpo: Mido casi dos metros, dimensiones reducidas, la pelota anda mucho por el aire y a veces con bastante viento. Mis compañeros aprovechaban esas situaciones y éramos conscientes de que en los últimos 20 minutos los rivales no salían del arco, entonces empezaban a llover los pelotazos y los centros. Hasta los laterales llegaban hasta el área (risas). Además, también estaban Mauro Laspada y Fito Páez, todos de 1,90 para arriba y que iban al frente como locos. Sabíamos que teníamos falencias en otros aspectos, pero tratábamos de sacar ventajas de esas cosas”.
Ese delantero flaco y alto, que hacía goles sin parar con la camiseta de Olimpo, llamó la atención de varios equipos Finalmente, se marchó en dirección diagonal, para lucir la camiseta de Gimnasia en el Apertura 2005: “Fue un cambio enorme, porque La Plata es inmensa y era todo nuevo para mí. En Olimpo era uno de los nenes mimados y de golpe la cosa era completamente distinta, porque llegué a una ciudad con mucho fútbol, donde no hay grises: Es Gimnasia o Estudiantes. Y te lo hace saber el verdulero, el kioskero y los vecinos (risas). Tuve que aprender muchas cosas a las que no estaba acostumbrado, como el simple hecho de salir a tomar un café después de un partido, pero si habíamos perdido, no estaba bien visto. El cambio también fue a nivel deportivo: pasé de estar peleando por la permanencia a hacerlo por el título. Pedro Troglio armó un equipazo, en el que teníamos dos excelentes referentes como el Mono Navarro Montoya y el Coco San Esteban. Fue un semestre inolvidable, y se nos escapó por nada el campeonato, que todavía seguimos lamentando cuando hablamos con los muchachos, porque fuimos punteros desde la fecha 10 hasta la 18 y allí fue donde Boca nos alcanzó y nos pasó. Pudimos quedar en la historia del club al darle el primer título”.
A pesar del subcampeonato y de haber jugado 18 de los 19 partidos, en los que convirtió 4 goles, Alejandro decidió poner fin a su ciclo en Gimnasia de manera sorprendente. O no tanto, si tiene que ver con los afectos: “Me llamaron y regresé a Olimpo. Son cosas que se hacen por amor al club, porque si peleaste el torneo, inmediatamente querés ir por la revancha, eso es lo lógico, pero soy tan enfermo de Olimpo que allí fui, porque estaban en plena lucha con el promedio. Lamentablemente la historia no terminó bien, porque pese a terminar de mitad de tabla hacia arriba, no pudimos evitar la Promoción, donde descendimos contra Belgrano y de locales. Futbolísticamente, de los días más tristes de mi carrera. El que estuvo adentro de una cancha en esa situación, sabe lo que pesan las piernas y lo complicado que es todo el entorno cuando acecha la pérdida de categoría”.
El dolor de haber caído en el Nacional B se compensó de algún modo con la aparición de su primera chance de jugar en el exterior: “Me llamó Gregorio Pérez, a quien había tenido de técnico, estaba en Peñarol. Fue otro terrible cambio, que disfruté muchísimo. Una cosa es saber de la historia y el peso de semejante club y otra es vivirlo. La pasé espectacular en una institución así, con una hinchada grandiosa. Me hubiese gustado estar más que medio año, pero llegó una oferta de Italia y había que pensar en el futuro, pero reconozco que fue una decisión apresurada, porque la adaptación no fue fácil. El error principal fue firmar con el Brescia solo por seis meses, donde además jugué muy poco y el paso no fue bueno. En lo personal, debí quedarme e intentar pelearla, sobre todo pensando en la calidad de vida”.
Son situación que pueden analizar con la perspectiva que da el paso de los años y la madurez que adquieren los seres humanos. A mediados de 2007 estaba de vuelta en el país para sumarse a Argentinos Juniors, con Caruso Lombardi como técnico: “A él siempre le gustaron los jugadores altos, con origen en el Ascenso y por eso armó una banda increíble, en la que todos medíamos de 1,90 para arriba, parecíamos los Globetrotters (risas). Comenzaban a afirmarse Ortigoza, Mercier, Peñalba, Caruzzo, etcétera. Tuvimos una temporada espectacular, en la que les ganamos a Boca y a River y en la última fecha nos clasificamos a la Copa Sudamericana, que se festejó mucho, porque el equipo venía de pelear por la permanencia varios torneos. Era un placer jugar al lado de Ortigoza, que es barrio puro, un talento increíble”. Apenas una temporada en Argentinos Juniors para hacer nuevamente las valijas y emprender la rutina de trotamundos, con escalas en Grecia (Aris Salónica) y Venezuela (Deportivo Táchira), hasta que nuevamente llegó el llamado de su amado Olimpo: “El club cumplía 100 años en 2010 y la idea era tratar de regresar a Primera. El presidente Jorge Ledo se comunicó para pedirme que volviera, pero que no tenía un peso (risas). Era un lindo desafío, que fue ayudado por la suerte y el buen trabajo para lograr el ascenso, cumpliendo el objetivo de festejar los 100 en la máxima categoría. Ser parte de ese sueño fue maravilloso”.
El periplo de su carrera continuó, siempre con la marca indeleble de su capacidad goleadora en Oriente Petrolero de Bolivia: “Me enamoré de la ciudad, porque en Santa Cruz de la Sierra todo el año es verano y se vive muy bien”. Y más tarde en el fútbol del Ascenso en nuestro país: “Ya me estaba costando, porque tenía 32 años y no encontraba grandes motivaciones. Hasta que, en 2020, ya estando en Sporting de Punta Alta, tuve rotura del tendón de Aquiles, la única lesión de mi carrera, y a los 20 días comenzó la pandemia. Fueron muchos meses de recuperación con 42 años, pero volví con ganas y lo sentí como un regalo que me dio el fútbol. Y dije basta”.
El amor por Olimpo, demostrado en muchas ocasiones, lo cosecha en la actualidad en el día a día: “Hace poco tiempo inauguraron un mural en el estadio, donde están el Ruso Schmidt, el negro Cheiles y Mario Álvarez, todos muy queridos por la gente y yo medio colado (risas). Uno podía ser buen o mal jugador, pero cuando Olimpo me necesitó, dije presente y eso me lo reconocen. Es un pequeño orgullo para la familia que pasa, observa el mural y se emociona”. El mismo sentimiento que se percibe en sus palabras. Las de ese goleador, que cuando las redes adversarias pensaron que ya no lo sufrirían más, se las ingenió para estar allí y escribir un nuevo capítulo de su historia.