Ella es una referente del deporte olímpico. Cada vez que la cita internacional convoca a los mejores atletas del planeta, Ana Gallay se presenta en las arenas del beach vóley con la misión de representar a la Argentina de la mejor manera. Entrerriana de nacimiento y marplatense por adopción, su vida dio un vuelco cuando a sus 18 años se instaló en Gualeguaychú para estudiar el profesorado de educación física. Una propuesta espontánea que se basaba en realizar un curso de arbitraje de la disciplina que domina en la actualidad modificó su destino. “Me acuerdo que me anoté para entretenerme en el verano y ganar algo de plata, pero después de dirigir durante un circuito por Entre Ríos entendí que tenía que jugar”, deslizó en diálogo con Infobae.
En aquella época era todo muy amateur. La actividad no estaba afianzada en el país y sólo se veían algunos partidos improvisados en las playas durante las vacaciones. “Ni siquiera había una Selección. Para jugar los torneos Sudamericanos había que ganar una plaza a nivel nacional; y en 2007 me lancé a pulmón. En una oportunidad llegué a Perú en colectivo para participar de un campeonato. Ir a chile en micro era algo cotidiano. Ni se me pasaba por la cabeza subirme a un avión”, explicó.
Cuando se recibió, su rutina laboral se fijó en las clases escolares para lograr su principal objetivo: comprar su propia casa. Y durante los veranos competía en beach vóley para divertirse. Sus días eran muy similares, hasta que en 2009 se enteró de la modificación reglamentaria impuesta por el COI, relacionada a la clasificación para los Juegos Olímpicos. El cambio en la normativa facilitaría sus nuevas metas, ya que no tenía que invertir sus energías (y dinero) en viajes eternos en busca de las plazas internacionales.
En ese tiempo su compañera era Virginia Zonta y una charla profunda entre ambas marcó el inicio de un recorrido notable. “Che Vir, si nos ponemos las pilas y entrenamos fuerte podemos tener la chance de ir a Londres”, fue la frase que Ana le lanzó a su colega. Y la aventura comenzó: en 2011 se tomaron sus respectivas licencias laborales para ir a jugar a Santa Fe, y sus producciones le permitieron acceder a los Juegos Olímpicos del 2012. Y como si se tratara de una broma del destino, en la capital británica se creó la selección argentina con sede en Mar del Plata, ciudad en la que Ana Gallay se instalaría luego de su incursión por el Reino Unido.
La medalla de oro junto a Georgina Klug en los Juegos Panamericanos de Toronto, la presea de plata en el Open de Xiamen, China, su presencia en Río 2016 y el segundo lugar del podio cuando formó su dupla con Fernanda Pereyra en Lima 2019 fueron algunos de sus éxitos durante su notable trayectoria.
Sin embargo, el 2023 fue ambiguo. La operación que sufrió de su hombro derecho la alejó de las canchas por cinco meses, aunque insiste en que volvió “más fuerte”. “Sentí que volví bien en el Sudamericano. A pesar de no haber conseguido los resultados que esperábamos en la gira mundial, me siento fortalecida”, subrayó. Y en tiempos de balances, se reunió con Fernanda Pereyra para cerrar el ciclo. Tras culminar en el cuarto puesto en los Panamericanos de Santiago, ambas quedaron con el sabor amargo de no haber podido alcanzar el bronce. “En la semifinal perdimos contra un equipo Top 6 del mundo y hoy nosotras no estábamos bien a nivel internacional”, analizó.
Sus próximo desafíos los afrontará junto a Brenda Churín, con quien ya disfrutó de las mieles del éxito cuando el binomio albiceleste se quedó con un Sudamericano. Un argumento que permite soñar en lo que será París el próximo año. “Es el máximo objetivo. Una proyecta por procesos olímpicos y si bien la idea era llegar con Fer Pereyra, nos dimos cuenta de que el ciclo estaba terminado. Cada una siguió su camino, porque yo voy a ir por la clasificación con Brenda y ella se retiró. Creo que tenemos chances”, subrayó.
Espontánea, divertida y transparente, Ana Gallay reveló los detalles más íntimos de la convivencia con sus compañeras durante sus diversas incursiones por el extranjero. “Las considero como una pareja. Nuestras relaciones son mucho más intensas que las de cualquier matrimonio, porque además de laburar juntas, tenemos que convivir en el exterior”, confesó entre risas. “A veces nos toca estar dos meses afuera y desde mi habitación puedo reconocer los pasos de mi compañera cuando va caminando por los pasillos del hotel. Siempre me llevé muy bien con todas, porque afuera de la cancha no tengo ningún drama; pero adentro soy muy brava. Soy áspera y entiendo que a veces se puedan generar roces, que desaparecen de inmediato cuando se consiguen los resultados”, explicó.
Como es habitual en las citas olímpicas, el binomio se hospeda en la Villa, pero también deben compartir su departamento con otros atletas. En cambio, cuando se trata de una gira mundial, apelan a los alquileres por Airbnb o “a las casa de algunos amigos, porque la situación económica del país no ayuda”.
“No hay plata”, dijo Javier Milei cuando asumió a la presidencia de la nación. Y sus anuncios se afianzan en un ajuste que podría llegar a los protagonistas que dependen del Enard y la Secretaría de Deportes. En este sentido, la entrerriana aclaró que el Jefe de Estado “todavía no dijo nada sobre lo que hará con los deportistas”. “No creo que haga muchas modificaciones, porque es un presupuesto que no mueve la aguja. Tenemos incertidumbre, porque hace rato se vienen haciendo ajustes. Para los Juegos de Río 2016 tuvimos un proceso hermoso, porque solamente pensábamos en jugar y entrenar; pero hoy nos tenemos que ocupar de dónde dormir, qué comer y cómo organizarnos para abaratar costos. Intentamos ser muy profesionales y los sponsors nos pueden ayudar, pero no es más que eso: una ayuda”, analizó.
A pesar de las adversidades, la guerrera del beach vóley lucha cotidianamente para intentar ganarse un lugar en la capital de Francia. Y su deseo radica en la compañía habitual que le brinda su madre. “En los Panamericanos la pasamos genial. Siempre es lindo tener el apoyo y la contención de los familiares. Es hermoso jugar a tribuna llena”, aclaró. Pero los gritos desaforados que llegan desde las gradas también deben ser entrenados: “A mami siempre la he dejado que fluya. Desde adentro de la cancha la escucho, porque vive los dos extremos de las emociones: a veces está muy arriba, pero también tira comentarios decepcionantes después de algún error. Y cuando se lamenta, yo me caliento. Le tuve que explicar que grite todo lo que quiera, pero sin tener negatividad”.
Con 37 años, Gallay también tiene en la cabeza lo que sucederá el día de mañana, cuando se retire definitivamente de la disciplina que ama. “Me encantaría poder entrenar a nuevas generaciones, pero entiendo que faltan muchas cosas por hacer. Se necesita mucha gestión para poder fomentar a los nuevos talentos. Los que vamos pasando en estos años tenemos que aportar nuestro granito de arena, a través de la experiencia que hemos cosechado durante todo este tiempo”, deslizó.
Mientras tanto, recurre a su faceta caritativa con una ayuda permanente hacia el club La Primavera del Jardín, que se ubica en el barrio del Golf en Mar del Plata. “A través del Programa Huella de Saint-Gobain, hemos podido construir un SUM (salón de usos múltiples) para que más de 200 chicos que practican hockey y fútbol puedan desarrollar sus actividades. Más adelante lo van a querer ampliar, porque la idea es armar un playón y una pileta para que esos niños tengan un lugar de contención”, concluyó. Comprometida y obstinada, la experimentada jugadora trabaja dentro y fuera de las canchas para dejar un legado que va más allá de su talento. El sacrificio, la lucha y la perseverancia también forman parte de un recorrido que busca llegar a su máxima expresión en la Ciudad de la Luz. Y mientras tanto se sube a lo más alto del podio en La Feliz con sus iniciativas solidarias.