En estos últimos días ha tomado estado público la noticia de que la AFA (Asociación del Fútbol Argentino) ha decidido la venta de su histórica sede de la calle Viamonte 1366. Este edificio es, en realidad, el producto de una ampliación, que sumó una propiedad adquirida en 1939, a una construcción lindera comprada con anterioridad, ubicada en los números 1372/1376 . Los rasgos, entre art decó tardíos y racionalistas de la fachada, delatan la hechura del nuevo conjunto (que llega a una superficie cercana a los 2000 m2) entre 1940 y 1942. Fue bendecido por el cardenal arzobispo Santiago Luis Copello.
Pero ¿qué hubo antes? ¿Por qué y cómo se decidió y se instrumentó la compra del edificio previo? ¿Cuáles eran sus características? He aquí un capítulo prologal de la crónica evolutiva del edificio de la AFA… Cuando todavía no era la AFA.
El contexto del “cisma” del fútbol argentino y la figura de Adrián Beccar Varela
La compra del edificio original de la calle Viamonte se verificó en un contexto conflictivo del pasado de nuestro deporte más popular: el del llamado “cisma” del fútbol argentino. Y en aquella compra y en aquel contexto hubo la figura ejecutiva de un líder, cuyo rol permitió no sólo concretar la adquisición de la sede institucional de la “Asociación Amateurs de Football”, sino, más tarde, cerrar el ciclo divisionista entre esa Asociación (fundada el 22 de setiembre de 1919 y constituida definitivamente en una asamblea del 6 de diciembre de aquel año) y la “Asociación Argentina”.
Aquella figura fue la de Adrián Beccar Varela, abogado, funcionario público e historiador, presidente de la primera de las entidades mencionadas desde el año 1920. Es decir que, además, fue dirigente deportivo.
No relataré aquí los detalles de aquel conflicto que enfrentó, básicamente, a dos visiones diferentes del fútbol como actividad deportiva y, a la vez, como recurso de interés social (en agosto de 1920, Beccar Varela publicó en La Nación una nota acerca del fútbol “como elemento sociológico”): el amateurismo y el profesionalismo. Quien desee mayores pormenores, podrá encontrarlos en mi libro “Adrián Beccar Varela: la tradición como identidad, el progreso como mandato” (Maizal ediciones, 2018, cap. Vº, “Una pasión argentina”).
El programa de los “amateuristas” había sido definido por Beccar Varela en 1920, al inaugurar el Campeonato Argentino en Palermo. Decía, entre otras cosas, con retórica epocal: “Aspiramos a cimentar el football argentino sobre bases sólidas para desarrollar una acción que marche al unísono en su perfeccionamiento deportista, patriótico, y de psicología educativa… Queremos inculcar a los jugadores y masas populares de aficionados el sentimiento de la más absoluta decencia en el deporte, el amor al deporte por el deporte mismo, haciéndoles comprender que nada significa alcanzar elevados scores en los partidos para conquistar trofeos, si ello ha de ser a trueque de hacer jirones las reglas de cultura, de tolerancia y de decencia, violando los reglamentos. Queremos afianzar el football netamente argentino, para estar luego en condiciones de franquear los límites del país, para ir al extranjero. Queremos, señores, también arraigar entre jugadores y público, el amor a la Patria, el verdadero sentimiento de argentinidad…”
En la perspectiva de Beccar Varela y sus colegas, el fútbol podía funcionar, además, como un antídoto de complexión nacional frente al internacionalismo comunista, conceptuado, de tal guisa, como una ideología disolvente de la unidad argentina.
Volviendo al cisma, aquella tirante y tajante separación duró hasta el año 1926 y el caso fue dirimido apelando al arbitraje del presidente Marcelo T. de Alvear, quien determinó la fusión de las dos entidades en una nueva institución de conciliación, denominada Asociación Argentina Amateur de Fútbol, que fue el germen de la AFA y quedó presidida, virtualmente por aclamación, por Beccar Varela. ¿Había triunfado su sostenido ideario “amateurista”? De ser así, duró poco: en 1931 fue adoptado el modelo “profesionalista” a través de la Liga Argentina de Fútbol, desterrando a la vez la práctica del llamado “amateurismo marrón”, que propiciaba remuneraciones encubiertas.
1924: la Asociación Amateurs de Football decide e instrumenta la compra de un edificio
Pero debemos retroceder dos años, para encontrar, en 1924, el episodio más importante del ejercicio de la Asociación Amateurs, que fue la compra del edificio propio. El año había traído una crisis interna en el seno de la Asociación, porque algunos clubes objetaban la rigidez del así llamado “credo amateurista” de la institución. Beccar Varela y el resto de la comisión directiva ofrecieron su renuncia, pero el incidente fue superado y no hizo más que fortalecer la unidad institucional. Ello se sumaba a los éxitos en materia de afiliaciones de clubes, asociaciones y ligas, evidenciando ya la presencia del Interior del país como un actor que había adquirido un justo lugar en el fútbol. La afluencia de público a los partidos era cada vez mayor y el Campeonato Argentino se había consolidado. Pero faltaba la sede propia.
En efecto, la Asociación había comenzado a funcionar en un local de la calle Perú 334 de la Capital. Una asamblea había decidido la compra de un nuevo local, autorizando un gasto cercano a los $100.000.- moneda nacional, instrumentado mediante un desembolso de fondos líquidos de entre $40.000.- y $45.000.-, y el resto, mediante una hipoteca tomada en el Banco Hipotecario Nacional.
La “comisión de compra” la integraban Beccar Varela, José Bacigaluppi, Luis Bianchi y Enrique D´Elías y comenzó analizando diversas alternativas, aunque al comienzo ninguna pareció adecuada, ya fuera por ubicación, ya por tamaño y características del edificio. El inmueble deseado no aparecía en oferta, y cuando ya las esperanzas languidecían, un particular ofreció la finca de la calle Viamonte nº 1372/76, entre Uruguay y Talcahuano, tasada en $220.000.
La visita al edificio le fue encomendada a Bacigaluppi, más familiarizado con los temas inmobiliarios. Al parecer, aquella primera aproximación organoléptica fue favorable, porque después concurrió la comisión en pleno, junto con los demás miembros del concejo directivo y algunos dirigentes de clubes afiliados a la Asociación, especialmente invitados. Aunque el precio superaba el monto autorizado por la asamblea, las condiciones de adquisición eran muy ventajosas y el edificio sumamente adecuado. Se lo describía, en la “Memoria” anual, como “de construcción moderna, compuesto de planta baja y alta… el edificio es amplísimo”, contando además con un subsuelo y hasta un jardín al fondo. La planta alta disponía de un ingreso independiente. Su estilo reflejaba el academicismo ecléctico de la época, donde no faltaba ni una tarja en relieve flanqueada por dos alegorías (en lo alto del frontón por delante del parapeto central), ni un “protoma” duplicado con rasgos de cabezas de leones por debajo de la cornisa.
La cuestión de la superficie era crucial para una institución en acelerado crecimiento. Y la ubicación, por demás accesible y céntrica, era otro factor de ponderación favorable.
Como la planta alta estaba alquilada bajo contrato hasta el año 1925, se pensó que esa renta podía aplicarse al pago de la hipoteca, en tanto la entidad ocuparía la planta baja. El precio pretendido por el vendedor era de $170.000.-, lo cual implicaba un desembolso en efectivo de $72.000.-, que excedía la suma de $40/45.000.- autorizada. Es tradición que Beccar Varela obtuvo el saldo bancario para llegar a la nueva suma, como un préstamo “a su sola firma”.
La comisión de compra avanzó y solicitó autorización para la firma del boleto, designando, a la vez, una “comisión técnica” integrada por arquitectos e ingenieros ad honorem, que debía dictaminar acerca de la aptitud del inmueble. Eran el ingeniero Adolfo Mujica, el arquitecto Bernardo Messina y el ingeniero Juan Esperne. Para el estudio de los títulos se designó al escribano Luis A. Gravano.
Sin pérdida de tiempo, mientras Beccar Varela firmaba el boleto pero “ad referéndum” de la asamblea, la comisión técnica emitía su informe acerca de las condiciones materiales del inmueble, señalando que había sido construido “con mampostería de ladrillos y los materiales empleados eran de primera calidad. Un edificio de tipo antiguo, a pesar de lo cual presenta un aspecto general bueno…” Ciertamente, para mediados de los años de 1920, cuando alguna vertiente de la vanguardia arquitectónica se hacía visible en el aspecto de la ciudad, aquella pesada fachada de símil piedra, y mármoles en el zócalo y las dos escaleras laterales, luciría algo pasada de moda.
Respecto de los cimientos, se los juzgaba en perfectas condiciones de seguridad, sin la apariencia de grietas ni de rajaduras en los muros. En suma, el dictamen era categóricamente favorable.
El 6 de octubre de 1924 una asamblea extraordinaria aprobó la operación y autorizó al presidente a firmar la escritura de compraventa y traslación del dominio. La adquisición motivó un festejo (comentado por los diarios La Nación y La Prensa), al cual Beccar Varela no pudo asistir por hallarse en su “Villa San Isidro” de Mar del Plata, atendiendo asuntos privados. Regresó a finales del mismo mes y el día 26 acompañó al presidente Alvear en el acto de inauguración del monumento al brigadier general Juan Martín de Pueyredon, en el “Parque Aguirre” de Acassuso.
El perfeccionamiento de la operación se verificó en mayo de 1925.
El logro del edificio propio y su metamorfosis
La compra del edificio fue un logro significativo, más allá de los valores de representación simbólica que ello convocaba, porque permitió cumplir con el programa de no atesoramiento de dineros y destinarlos al mejoramiento institucional. Por su parte, la prensa escrita porteña comentó la compra con elogios, como una señal inequívoca de afianzamiento de la Asociación.
A Adrián Beccar Varela le esperaba, todavía en las postrimerías de aquel año, la gestión de un avance en el diálogo entre las dos asociaciones futbolísticas, materializado en la reunión conjunta ocurrida el 2 de diciembre en la Universidad. Aunque aquel encuentro fue marcado por una renovada cordialidad, el obstáculo para lograr la superación del cisma seguía siendo el desacuerdo en cuanto al mecanismo de fusión de las dos entidades. En cualquier caso, para el momento en que la ansiada unión se verificara, la nueva entidad ya contaba con una edificio en la calle Viamonte que, quizá, aquellos dirigentes estimaran como una sede perpetua, pero que años después resultó de dimensiones insuficientes, motivando la necesidad de su ampliación.
El resultado metamórfico de aquella decisión de crecimiento fue el edificio actual, que, por pocos meses, no llegará a cumplir un siglo desde que fue elegido en su parte original por la Asociación Amateurs, pasando después a la Asociación unificada y ampliándose luego (con desaparición de las viejas fachadas) al servicio de la entidad que desde 1946 asumió el nombre español de “Asociación del Fútbol Argentino”, y la más conocida sigla de la AFA.