“Una vez, cuando era muy chico, perdí una carrera y me largué a llorar. Cuando se acercó mi papá, le dije que no tenía suerte, pero él me miró a los ojos y me dijo: ‘Mirá todo lo que hace tu hermano, mirá cómo entrena y se sacrifica. Cuando vos hagas lo mismo y no ganes, ahí es cuando te faltará suerte. A vos no te falta suerte, te falta más trabajo, entrenamiento y sacrificio’. Al otro día, me llevó a un río lleno de piedras para que practicara. Y a pesar de que me faltaba la técnica, lo pude atravesar. Ese día me ganó mi papá. Y desde ese día tengo más suerte”....
Aquella enseñanza que le dejó Norberto Benavides a su hijo Luciano, marcó un gran paso en la carrera del piloto salteño que se acaba de coronar campeón del mundo de motos en Rally Raid.
Sus inicios marcaron a fuego la trayectoria del aventurero que recorrió el mundo a bordo de su moto. Aprendió a manejar antes que a caminar. “Desde chiquito dormía con las motos”, reveló en diálogo con Infobae, con una cuota de nostalgia. “Cuando tenía 8 o 10 años, le pedía plata a mi mamá para ir a comprar tierra, y cuando volvía a casa armaba pistas de motocross. Mi vieja me cagaba a pedos porque le destruía los canteros del patio”, continuó entre risas.
Sus padres fueron fundamentales en el desarrollo de su vida deportiva. Ellos fueron sus sponsors hasta que Kevin y Luciano pudieron firmar sus primeros contratos profesionales. ”Nos criaron de tal manera que nunca sentimos presión por parte de ellos. Mi vieja era muy estricta con el colegio, porque si desaprobaba una materia me sacaba la moto. Y me costaba bastante la escuela”, explicó el más chico de los Benavides. Y deslizó un análisis sobre los conflictos que atraviesan los jóvenes aspirantes a seguir sus pasos: “Hoy veo a muchos chicos con talento que la pasan mal por la presión de sus padres. Eso a nosotros nunca nos pasó”.
Isis Grifasi y Norberto Benavides están acostumbrados a observar cómo sus hijos conviven con el peligro. Según la mirada de Luciano, su actividad “es más riesgosa que la Fórmula 1, el Moto GP o el Enduro”, por citar otras competiciones del deporte motor. “Ellos ven que lo tomamos muy en serio, porque intentamos no dejar nada librado al azar. Trabajamos con nutricionistas, psicólogos, deportólogos... Pero la realidad es que arriesgamos la vida en el desierto, y creo que no terminan de saber lo que realmente sucede en las carreras”, confesó.
Sus aventuras son inagotables. Una muy curiosa le ocurrió en Arabia Saudita, donde casi se “agarra a trompadas con un lunático”. Corría el año 2021 y Faster había llegado al territorio asiático con la ilusión de afrontar su cuarto Dakar a bordo de su KTM. “Allá no tienen idea de lo que es una moto. Cuando ven una, pareciera que están viendo a un marciano”, remarcó antes de comenzar su relato. “Y durante los enlaces pasan cosas raras”, continuó.
Fue una noche de frío, después de una producción que no lo había dejado conforme. Recorría la ruta con la calentura que le había provocado el cronómetro hasta que de repente se le acercó una camioneta gigante. Inmensa. “De esas que se pueden parar en dos ruedas”. Cuando el vehículo invasor se colocó a escasos centímetros de su moto, un árabe bajó la ventanilla y le levantó el pulgar. Parecía un gesto amistoso de apoyo. Y a modo de empatía y agradecimiento, Luciano le devolvió el saludo, también con el pulgar hacia arriba. Sin embargo, de modo sorpresivo, el monstruo comenzó a acelerar hasta convertir la escena en una clara amenaza de muerte. “Frené de golpe, porque me asusté. Casi me caigo. Y cuando pude reaccionar, otra vez empezó a tirarme la camioneta encima”, describió.
Los insultos que le propinó a modo de defensa sirvieron para alejar al agresor del asfalto a máxima velocidad. Y no conforme con su descargo, el salteño volvió a poner en marcha su rodado para no perderlo de vista. Su KTM se movía entre los 119 y 120 km/h, debido a que tenía que respetar las normas de tránsito para no sufrir una penalización.
Fueron cinco kilómetros de angustia hasta que un semáforo los volvió a poner cara a cara. “Cuando lo encontré lo seguí puteando, pero el tipo se me cagaba de risa en la cara. Y eso me daba más bronca”, reconoció Benavides. Por lo tanto, cuando la luz se puso en verde, el piloto argentino apeló a una maniobra propia de un animé al incorporarse sobre su propia moto y descargar su furia con una patada que impactó contra la puerta de la camioneta. “Le dejé un bollo tremendo para que nunca se olvide”, subrayó con satisfacción. Luego, llegó otro competidor junto con un auto de la organización del Dakar, y ambos intercedieron al observar la escandalosa situación. “Llegué con tortícolis al campamento, porque el tramo que me faltaba lo hice mirando todo el tiempo para atrás, por temor a que el loco volviera para atropellarme”, cerró. “También es muy común que en las rutas que son mano y contramano, los tipos te encaren de frente por tu carril a toda velocidad. Lo hacen para desafiar la valentía y ver quién dobla primero. Me pasó varias veces y en esos casos me tuve que tirar a la banquina. Están locos”, agregó.
La carrera más exigente del planeta se presenta como un desafío constante para el argentino. Y su experiencia en ediciones anteriores alimenta su adrenalina, aunque haya vivido episodios dramáticos. En enero de 2020, su colega portugués Paulo Gonçalves murió a causa de un paro cardiorrespiratorio que le provocó una dura caída cuando atravesaba el kilómetro 276 de la séptima etapa en Arabia Saudita. “Me acuerdo perfectamente, porque venía atrás mío. Y cuando pasé por ahí, me di cuenta de que era un lugar para que pasara una tragedia”, describió. Además de la dificultad del camino, era un sector en el que las motos estaban pesadas, porque era inmediatamente posterior a la carga de combustible. “Pensé mucho en Kevin, pero no tenía forma de avisarle”, recordó sobre la advertencia que nunca le pudo dar a su hermano. “Ojalá que pase bien por acá”, pensaba mientras atravesaba el trayecto. Y cuando llegó al campamento se le erizó la piel al oír a sus compañeros que le informaban la noticia del fallecimiento del lusitano. “Me dijeron ‘se murió'... y casi me da infarto, porque pensé que era mi hermano”, subrayó. Y cuando completaron la frase tuvo una mezcla de sensaciones: por un lado, el alivio porque no se trataba de Kevin; pero también sintió el dolor por el deceso del experimentado piloto europeo.
Otro capítulo complejo lo angustió en 2018, cuando tuvo que rescatar a su hermano en Marruecos. “Fue cuando Kevin se rompió la pierna. No se había quebrado el fémur, pero estaba horrible. Me quedé con él y llamé al helicóptero, porque nos asustamos mucho. En Perú también nos pasó algo parecido, aunque esa vez lo vi inconsciente. Con los ojos perdidos. En el desierto no sabía qué hacer hasta que llegara el helicóptero. Y este año asistí a Ricky Brabec, que se la dio contra una piedra y quedó desorientado. Son esas cosas que pasan y te podés quedar afuera en un segundo. Ahí a uno le cae la ficha de que es muy peligroso lo que hacemos”, analizó.
Luciano considera a Kevin como un referente, aunque reconoce que son competitivos en todo lo que hacen. Incluso sobre quién llega primero a los entrenamientos. “Él ganó dos veces el Dakar y yo fui campeón del mundo. Es así: yo quiero lo que él tiene, y él quiere lo que logré yo”, advirtió con orgullo. Y la convivencia constante en los diversos campamentos alimenta la chicana con sus propias producciones. “Jodemos cuando sabemos que está todo bien. Y siempre sobre la etapa que pasó. Nunca con la que viene; porque le tenemos mucho respeto al desierto y al riesgo que corremos. Cuando estamos en carrera, nos preocupamos por el otro. Es habitual que el que larga primero vaya mirando los lugares más peligrosos; porque si bien vamos incomunicados, nos tenemos muy presentes”, explicó.
Para los Benavides el 2023 fue especial. Y la gloria comenzó con la bendición de los integrantes de La Scaloneta, a quienes se cruzaron en Medio Oriente luego de la consagración albiceleste en la Copa del Mundo de Qatar. “Cuando subimos al avión estaban Julián Álvarez y el Cuti Romero. Y en el aeropuerto también nos había saludado el Papu Gómez. Fue un lindo momento y cuando nos sacamos una foto con Julián, le contamos que íbamos al Dakar de Arabia Saudita. Él es muy humilde y nos deseó todos los éxitos. Al mes, Kevin ganó el Dakar y yo cerré el año con el título Mundial. Espero que para el año que viene nos mande un saludo Messi así se repite”, bromeó.
El piloto vive un sueño. La hazaña protagonizada en Marruecos le permitió convertirse en el primer argentino en lograr el título mundial en Rally Raid. “Cada día que va pasando me voy dando cuenta de la locura que significa este logro. Cuando era chiquito, me resultaba imposible pensar en conseguirlo. Es un sentimiento increíble, porque siento que me saqué una carga muy importante de la espalda. Ya no le tengo que demostrar nada a nadie y eso cambia mucho en la cabeza de un deportista. Ya no tengo más a ese fantasmita que me molestaba cada vez que me subía a la moto”, subrayó.
Según su mirada, muchos especialistas creían que jamás iba a poder salir de la sombra de su hermano. “Estamos en un deporte de élite. Ocurre como en la Fórmula 1: si no se dan los resultados, un día estás y al otro no. Somos un número que se mantiene si uno es productivo, y yo estuve muy cerca de quedarme afuera. Entonces, cuando gané el Mundial sentí que toqué el cielo con las manos. Cuando me confirmaron que era el campeón, se me pasó toda la película de mi carrera por la cabeza en un minuto”, confesó.
En su relato se percibe el hostigamiento que sufrió de la mirada ajena. “Sentía la comparación de todos lados. Dentro de un equipo oficial, sabía lo que pensaban todos”, aclaró. Y con una transparencia notable aseguró que el éxito le permitió alimentar su motivación para el futuro: “Cuando a uno le va bien, es todo más fácil. Quiero volver a ganar para sentir lo mismo. Es como una droga. El problema es cuando no se dan las cosas. Arranqué en el Dakar cuando era muy chico, con un contrato profesional sin tener la preparación adecuada. Tuve que hacer mi camino desde cero, con la sombra que significa ser el hermano de Kevin. Él es 6 años más grande y venía logrando cosas de las que yo ni siquiera estaba cerca. Sufrí muchas lesiones y no se me daban los resultados. Me costó llegar hasta acá”.
Su próximo desafío será en el Dakar del próximo año, donde llegará en su mejor momento. “No en mi tope, porque siempre se puede mejorar”, aclaró. “Estoy para pelear, aunque puede pasar cualquier cosa. Tengo buenas energías y voy a estar en el motorhome con Kevin, que también tuvo un año brillante”, continuó. En este sentido, en su memoria todavía permanece la frase que le dijo un viejo conocido en su provincia, cuando estaba dando sus primeros pasos. “Una vez, un vago me dijo que me dedicara a otra cosa, porque nunca iba a poder hacer lo que hizo Kevin. En estos días me acordé de él, y parte del título Mundial fue para él. Fue una buena motivación. Y en estos días cuando salgo por Salta, esa persona me pide selfies”.
Luciano Benavides se recibió de héroe. Supo aprender de los golpes que le dio la vida (y las competiciones) para fortalecer su mentalidad y empoderar su talento. Su carácter lo demostró desde muy joven, como la vez que le dieron la licencia de conducir y se negó a pegar la letra P de principiante en el auto porque lo avergonzaba. “Prefería que me hicieran la multa. No iba a usar eso”, sentenció.
Los trámites nunca fueron su fuerte. Como no conduce motos en la vía pública porque “hay gente que maneja muy mal” y no se siente cómodo cuando no puede tener “el control absoluto de la situación”; cuando se inscribió para participar de su primer Dakar en 2018 cometió un error burocrático que saltó 3 años más tarde. “Entre 2018 y 2021 tenía que presentar el carnet de conducir de la moto, pero yo tenía el de auto. Participé en tres carreras sin licencia de moto y se dieron cuenta cuando en el equipo cambiaron a la coordinadora ¡Fue increíble!”, reveló con gracia.
Como si se tratara de una broma del destino, en el último tiempo debió pasar nuevamente por el registro automotor por un cambio de domicilio. Y la anécdota describió a la perfección la personalidad del campeón del mundo. “Tuve que ir a rendir el carnet de motos y el policía que me tomó la prueba me reconoció. Me hizo pasar entre unos conos, y lo hice tan rápido que le gustó tanto que me pidió que lo volviera hacer para grabarme con el celular. Pasé el examen a fondo y la gente que estaba ahí se volvió loca. Fue muy divertido”. Sí, la leyenda que atraviesa desiertos y desafía a las adversidades de la naturaleza también tuvo que superar las pruebas impuestas por el funcionario municipal. Una gloria internacional que sorprende en todos los territorios en los que incursiona.