Fue una final anticipada. Por la talla del rival, por el historial entre las selecciones, por la instancia que se disputaba y porque había quedado allanado el camino tras la eliminación de Brasil ante Croacia. El duelo entre Argentina y Países Bajos por los cuartos de final del Mundial de Qatar se jugó como tal, como el partido definitorio que fue. Dientes apretados, pierna firme, concentración máxima, prestación al roce y lengua filosa pese a la diferencia idiomática. Los neerlandeses habían empezado a jugar esta “final” con anticipación. Y los argentinos no eludieron el pleito, aunque se tomaron su tiempo para responder.
Lionel Messi ya había mostrado chapa de líder, capitán y hasta deidad al prometerles a los hinchas argentinos que el equipo no los iba a dejar tirados pese al traspié ante Arabia Saudita. Mandó un mensaje de unión al grupo de WhatsApp y luego de una reunión interna en la concentración en Doha se fueron alineando los planetas. Lógico, el 10 también respondió en la cancha con juego, goles y fútbol. Abrió el delicado match ante México, brilló ante Polonia a pesar de fallar un penal y se destacó contra Australia en octavos de final.
Emiliano Martínez llegaba envalentonado por haber sacado las papas del fuego frente a los australianos con un mano a mano agónico que hizo bajar el corazón de la boca a toda Argentina. Hasta ahí, el Dibu no había sido probado en demasía y cargaba con la cruz de los dos goles contra los saudíes en el estreno. Pero claro, los neerlandeses jugaron con los bigotes del león y al 23 argentino a su juego lo llamaron: de boquilla no lo iban a ningunear.
El reloj en Doha estaba adelantado seis horas, por lo que recién en los noticieros argentinos que se sintonizaban temprano en la Universidad de Qatar, donde se alojó la Albiceleste, ese viernes 9 de diciembre empezaron a estallar las bombas dialécticas plantadas por el técnico de Países Bajos y su arquero titular en las pantallas de los televisores y teléfonos celulares. Messi, Rodrigo De Paul, Ángel Di María y Nicolás Otamendi solían reunirse en una pequeña parcela de césped donde se descalzaban, escuchaban música, tomaban mates y cargaban buenas vibras antes de los partidos. Al rato, volvían juntos y se amuchaban en la habitación de alguno del grupo.
Entre mate y mate, pispeando las redes sociales, De Paul midió a Messi: “Che, vieron lo que dijo van Gaal de Leo, ¿cómo va a decir eso?”. Lionel ni se inmutó, no despegó sus ojos del teléfono celular y tragó saliva. No mostró enojo, agarró un mate cebado y lo tomó. La dejó pasar. Algún otro de los presentes lo pinchó más, pero él permaneció en silencio. El ex DT del Barcelona, que mantuvo un conflicto con Juan Román Riquelme en el club catalán, ponderó a Messi en su faceta ofensiva pero cuestionó su relevancia cuando Argentina no tenía la pelota: “No juega mucho con el rival cuando tiene la posesión del balón. Ahí es también donde están nuestras posibilidades”.
El bravo de Lucho, risueño y un tanto sobrador en la conferencia de prensa previa al partido, también había respondido a las críticas de Ángel Di María, a quien había tenido en Manchester United. El Fideo lo había señalado como el peor entrenador de su carrera y van Gaal contestó: “Le habían entrado a la casa a robar y eso también afectó a su nivel de rendimiento en esa temporada. Es uno de los pocos jugadores que ha dicho que fui su peor entrenador”.
Como si eso no hubiera bastado, el estratega holandés que ya había sufrido a Argentina en las semifinales de Brasil 2014 en la tanda de penales en la que se consagró Chiquito Romero, opinó de antemano sobre la chance latente de recurrir a esa vía para clasificarse a la final: “Creo que esta vez tendremos una ventaja”. Para colmo, el golero Andries Noppert respondió de forma desafiante cuando le consultaron si estaba preparado para atajarle un penal a Messi: “Es un gran jugador, pero también suele fallar. Lo hemos visto en este torneo (en referencia al penal errado ante Polonia). Es como nosotros, un ser humano. Siempre estoy listo. Estoy seguro de que puedo atajarle un penal”.
Otro de los subgrupos del seleccionado, conformado por Emi Martínez, Gerónimo Rulli, Germán Pezzella, Guido Rodríguez y Marcos Acuña también se hizo eco del raid mediático neerlandés. Reveló el Huevo que el Dibu era quien más enojado estaba por los dichos de van Gaal y que, así como De Paul y compañía lo habían pinchado a Messi para que juntara bronca y se desquitara dentro de la cancha, él y sus secuaces hicieron lo propio con el arquero. El marplatense hizo una captura de pantalla con el título de una frase del DT rival y la guardó para mostrarla cuando llegara el momento. Posiblemente el plan del Dibu, si Argentina pasaba de fase, era mostrar eso sutilmente en las redes sociales. Sus planes se abortaron cuando en el campo de juego de Lusail estallaron varias bombas atómicas.
El polémico árbitro español Antonio Mateu Lahoz pitó el inicio y la adrenalina regó la cancha. Messi, con su visión 360, habilitó a Molina para el 1-0. En el segundo tiempo, Acuña fabricó una infracción dentro del área que el capitán cambiaría por gol. En ese instante empezó a descubrirse cómo habían repercutido los dichos de van Gaal en Messi. El 10 corrió hacia el banco oponente, se plantó en el pasto y llevó sus manos hacia sus orejas. Le dedicó un Topo Gigio al hombre que consideró que había hablado de más. Regresando al campo propio, en una fracción de segundo, Leo se arrepintió de su gesto (confesado por él mismo) y lo lamentó aún más cuando Wout Weghorst, la torre de 1.97, descontó de cabeza. Argentina sacó del medio y el autor del descuento fue desacatado a foulear a Messi, algo que desencajó por completo al 10. Allí le tomó la patente. Justo antes del 1-2, el otro obelisco naranja llamado Luuk de Jong (1,88) había tenido un cara a cara con Martínez cuando disputaron un balón aéreo.
Leandro Paredes echó nafta al fuego cuando cometió una fuerte infracción al lado del banco de suplentes adversario y pateó deliberadamente la pelota contra los relevos que estaban en ese sector, lo que generó el empujón de Virgil van Dijk y una gresca generalizada. Al juez español se le había ido el partido de las manos. Varios jugadores argentinos refunfuñaron cuando se percataron de que el referí había sumado 10 minutos de adición. Y más aún cuando en los últimos segundos sancionó una falta al borde del área. Enzo Fernández no llegó a bloquear a Weghorst y gol: 2-2 y al suplementario. “¡Vos tenés la culpa, vos lo empataste!”, responsabilizó Messi a Mateu Lahoz por la falta que había cobrado. Al rosarino, al margen de la flojísima tarea del árbitro, lo carcomía la culpa de haber hecho el ademán del Topo Gigio frente a van Gaal cuando el partido todavía no estaba definido.
En el primer tiempo extra pasó poco. El segundo fue todo de Argentina. Fueron ocho situaciones nítidas de gol incluyendo un remate alto de Messi, una salvada sobre la línea de van Dijk ante Lautaro Martínez, un tiro de Enzo Fernández que se desvió en el camino y casi descoloca a Noppert, un cabezazo de Pezzella, un disparo a quemarropa de Lautaro, otro zurdazo afuera de Messi, un tiro de esquina que casi es olímpico de Di María y el derechazo final al poste de Enzo. El destino parecía estar ensañado contra la Selección. Frente a tanta oscuridad, Lionel y Emiliano iluminaron el camino.
El Dibu se puso la capa de héroe y voló contra su poste derecho para evitar el gol de van Dijk. Messi, con nervios de acero, miró a Noppert para conectar con suavidad la pelota con la red. El arquero argentino tomó el balón y se lo arrojó a un costado a Berghuis, a modo de burla. El juego psicológico le dio rédito: volvió a atajar y bailó. Anotaron Paredes, Koopmeiners y Montiel. Weghorst, que había caldeado el ambiente y no solo por su doblete agónico sino por la actitud desafiante contra sus rivales, no fue bien recibido por Martínez, quien le alejó la pelota de un puntazo antes de que la acomodara en el punto penal. Así y todo, no falló. Enzo Fernández no pudo sentenciar la historia, la tiró afuera. Luuk de Jong dejó vivo a Países Bajos. Y Lautaro, que fue apalabrado por cuatro jugadores neerlandeses camino al sitio donde concretó su única conquista mundialista, puso fin al suplicio.
Fue momento de llanto y desahogo. Los futbolistas albicelestes deliraron a la carrera al racimo de naranjas que quedó preso de la desazón en mitad de cancha. Todos corrieron a abrazar a Lautaro; solamente Messi se dirigió hacia donde estaba el Dibu Martínez, que se desplomó y dejó caer algunas lágrimas al césped. El abrazo de los héroes argentinos fue conmovedor. Lionel, extasiado de felicidad, miró al cielo unos segundos hasta que volvió a conectar con la realidad. En medio de los festejos, con sobras de ira y pocas eses al final, le recriminó a van Gaal que no hablara antes de los partidos. Dicho en criollo, lo mandó a cerrar el orto. Martín Tocalli intentó disuadirlo y Edgar Davis buscó bajar los decibeles.
Había más. Dibu también fue a desquitarse con van Gaal y en su perfecto inglés lo insultó e invitó a callar. “I fucked you twice! (¡Te cog... dos veces!)”, vociferó en cuero y con los ojos desorbitados. Los muchachos argentinos sentían que se les había faltado el respeto de antemano y estaban respondiendo de la mejor manera que creían. La celebración con la gente fue mayúscula. Transcurrieron varios minutos de revoleo de camisetas, cánticos y esperanza echada al aire. Los neerlandeses se dirigieron al vestuario con la excepción de Weghorst, que se quedó en la boca de ingreso al túnel para esperar a Messi. ¿Qué buscó? Si pretendía pasar a la posteridad con una foto junto al rey del fútbol en la que probablemente haya sido la mejor actuación de su vida, eligió un mal momento. El delantero de casi dos metros quedó pagando cuando le extendió la mano a Lionel, que pasó escudado por De Paul y se encaminó a la zona de prensa en la que lo esperaba Gastón Edul. Fue el pie para una frase que quedará para la posteridad: “¿Qué mirás, bobo? Andá pa’ allá”. Al mismo tiempo que el periodista buscaba tranquilizar a Messi, protagonistas de uno y otro bando trataban de calmar a un Weghorst que creyó eso de que “lo que pasa en la cancha, queda en la cancha”. El problema es que el jueguito de Países Bajos había trascendido los límites del campo. Y de antemano.
“Van Gaal vende que juega bien al fútbol y metió gente alta para tirar pelotazos”, lo terminó de sacudir Messi frente a la cámara. La selección argentina acababa de escribir una de las páginas más emotivas de su historia mundialista. Y se había abierto paso entre los mejores cuatro del mundo ganando una de las tantas “finales” que protagonizó en Qatar.