Ni a palos, che.
Ni así. Ni asá.
Los muchachos argentinos volvieron a dar un ejemplo, otra vez en el Maracaná. Reaccionaron como ser humanos sensibles cuando vieron la violencia demencial de la policía brasileña hacia los hinchas. Hasta la misma platea fueron a evitar la golpiza. Dibu, siempre líder, hasta saltó para detener un bastonazo.
Luego, rápido de reflejos y encolumnados detrás de Messi, se fueron el vestuario. Otro mensaje de un grupo maduro, sensible, que sabe que a veces hay cosas que superan lo deportivo.
Nadie sabe qué se dijeron ahí adentro, en la intimidad. Pudieron no jugar, pero decidieron volver. Y hacerlo. Con honor, cabeza fría y corazón caliente.
Se bancaron la agresividad, el clima hostil, la incertidumbre y las patadas. También la lesión de Messi y hasta ser superado por largos minutos por el adversario.
Nada le importa a este grupo que, con un carácter especial, hace un año, justamente, se levantó de un mazazo en el debut mundialista. Anoche ratificó que sabe sufrir para después disfrutar. Que sabe capear el temporal para luego salir a flote y meter una mano. Le pasó nuevamente en Río. Luego de sufrir ante Uruguay y después de padecer el partido ante la Verdeamarela.
Porque Fernando Diniz tomó una página del plan defensivo de Marcelo Bielsa. No hay dudas que no se puede dejar jugar a la Scaloneta porque si eso sucede, como vimos en Qatar, es paliza. No se puede dejar jugar a este mediocampo de lujo, con dinámica, ida y vuelta y gran técnica, que tiene Scaloni. Probablemente el mejor del mundo. Claro, tampoco es fácil tener el personal para hacerlo. Bielsa lo tuvo, como Ugarte, Valverde, De la Cruz y la ayuda de Araujo y Pellistri, bajando como extremos.
El DT brasileño se animó a hacerlo, sobre todo cuando vio los dolores de Messi en el aductor derecho. Luego de un comienzo lleno de nervios -por la violenta agresión de la policía brasileña a los hinchas- y mucha paridad, Brasil fue el primero que arriesgó. Salió a buscar unos metros más arriba, a correr a los argentinos, a reducir espacios, a no permitir que los volantes argentinos juntaran pases, triangularan, gobernaran el ritmo del partido, como suelen hacer cuando desplegar ese caos organizado que es su mediocampo.
La apuesta de Scaloni fue esa, metiendo a Lo Celso junto a Enzo, Alexis y De Paul, y sacando a un extremo desequilibrante como Nico González o Di María. Esa era la idea, tener la pelota, no dejar que Brasil la usara para que sus extremos, especialmente Raphinha, Martinelli y Rodrygo, esos rapiditos que cabalgan y te matan, usaran su velocidad y verticalidad, como hacen en Europa.
Pero esa idea no le salió al coach nacional. Porque Brasil contrarrestó con lo suyo. Diniz, DT bien táctico, arrancó esperando hasta la mitad pero cuando vio que Messi no estaba al 100% dio la sensación que decidió que el equipo saliera 10 metros más arriba y así empezó a generar pérdidas que aprovechó con rápidas contras, lo que necesita este Brasil sin elaboración pero mucho 1 vs 1.
Así tuvo algunos momentos de desequilibrio a partir de los 25 minutos de PT. Eso le permitió tener algunas pelotas paradas en las que avisó: un tiro libre de Raphinha y un corner que terminó en la pierna derecha de Martinelli y la salvada en la línea del Cuti.
Poco cambió en el segundo tiempo hasta el gol de Otamendi. Dibu salvó al equipo, otra vez con los pies, en una entrada de Gabriel Jesús que no terminó de definir bien Martinelli. Argentina sintió lo peligroso que podía ser Brasil y salió a cambiar golpe por golpe. Así llegó el corner y se elevó Michael Otamendi. O Air Ota. Un enorme salto, con salto y hang time NBA, para meter un cabezazo épico.
Un gol para darle confianza al seleccionado y poner nervioso al rival. El flojo presente brasileño, con poco juego y preocupantes resultados, se sumó al 0-1 para terminar con mucha impotencia, pocas ideas y un expulsado. Argentina se asentó ante la impotencia rival. Tuvo inteligencia y oficio para saber aprovechar el 1-0 ante un oponente impaciente que vio cómo parte del Maracaná dejaba antes sus asientos…
Una noche que no pudo pintar peor, con los jugadores viendo a metros cómo la policía golpeaba salvajemente a sus compatriotas, queriendo participar casi sin poder hacerlo y que luego siguió en el vestuario, teniendo que decidir si jugaban o no. Así, en ese clima, tuvo que salir el campeón del mundo. Habiendo perdido el calentamiento y teniendo que aguantar a algunos ¿colegas?, como Gabriel Jesús o Rodrygo, insinuando que no querían jugar el encuentro por miedo.
Pero la Scaloneta, una vez, supo mostrar temple, determinación, corazón y cabeza para jugar un partido -que quizá no debió jugar- y aún siendo superado, meter una mano de nocaut. Así, en el Maracaná y como en la final de la Copa América, se disfruta el doble. Haya palos o no se juegue como en Qatar.
Pero, claro, como nada parece ser para siempre y la tranquilidad no luce como un valor argentino, la noche terminó con la bomba de Scaloni. ¿Está sin energías, desmotivado, o sólo es un mensaje para la dirigencia por diferencias y un desgaste que no viene de hace semanas? Otro desafío para el campeón del mundo.