Las historias de Guillermo Andino como fanático de Racing: del clásico en el que regaló sus zapatillas a su desconocido pasado como futbolista

El periodista evocó sus mejores anécdotas de tribuna. Su infancia y adolescencia unido a la pelota, el dolor del descenso y sus recuerdos más felices en un estadio

Guardar
Guillermo Andino y su lado
Guillermo Andino y su lado futbolístico

“El Apertura 2001 fue maravilloso para Racing. En la segunda fecha jugamos de visitante contra Independiente y fui, como siempre, a la popular, con unas zapatillas nuevitas y muy lindas. Fue una tarde de un diluvio tremendo. Un pibe que estaba allí me miró varias veces hasta que se acercó y me dijo: ‘Andino, qué buenas llantas’, a lo que le respondí: ‘Si ganamos te las doy’. Perdíamos 1-0 hasta que, en el minuto final, Loeschbor empató de cabeza, cuando el arquero de ellos salió a cazar mariposas (risas). Enseguida me di cuenta que ese gol nos estaba indicando algo, que estábamos para pelear el título, entonces me saqué las zapatillas y se las regalé. El Flaco me dio las de él, pero calzaba 41 y yo 45, así que salí descalzo, empapado, pero feliz”.

Guillermo Andino se ríe con ganas al evocar una hermosa historia de cancha. De esas que surgen en los momentos más inesperados y agrandan el maravilloso folklore del fútbol en nuestro país. Desde hace 35 años es una cara conocida en la televisión, donde día a día informa con las noticias, siguiendo el legado de su papá Ramón. Aquí nos vamos a introducir en su lado F. Su costado futbolero.

“El primer recuerdo que tengo con el fútbol es en la plaza del barrio. Mi mamá siempre dice que cuando empecé a caminar, lo único que quería hacer era correr detrás de una pelota. He visto fotos en las que estoy con 2 años, en el Parque Rivadavia o el de los Patricios, con una pelota que era más grande que yo. En el colegio primario, que hice con los Maristas de la Inmaculada Concepción de Parque Patricios, mi vida pasaba por esperar el recreo para ir a jugar al fútbol. Después, cuando volvía a casa, comía rápido y volvía para allá, porque los curas dejaban el portón abierto de la calle Patagones para sigamos pateando, con un dato futbolero: la escuela estaba justo en diagonal a la carnicería de los padres de Miguel Brindisi. Eran tiempos hermosos, a mediados de la década del ‘70, cuando con los chicos caminábamos mucho entre nuestro barrio y Boedo. Todavía estaba el Gasómetro, donde nos metíamos para ver los entrenamientos, lo mismo que hacíamos con Huracán, donde estaban René Houseman, Osvaldo Ardiles y Chocolate Baley, entre otros. Un tiempito después nos mudamos a pleno centro de Caballito y me colaba en las prácticas de Ferro, donde se estaba armando de a poco el equipo que luego dirigiría Griguol para quedar en la historia, con el Burro Rocchia, los hermanos Arregui y Crocco, entre otros. Me quedó en la memoria el triunfo por 1-0 contra Almirante Brown en el ‘78, que le permitió ascender. Cuando fui adolescente jugué en las inferiores de Ferro, pero me costaba cumplir con los entrenamientos, un poco por la edad y otro tanto porque mi objetivo no era ser futbolista”.

Guillermo Andino (al centro, arriba)
Guillermo Andino (al centro, arriba) con sus compañeros de colegio con los que jugaba al fútbol todos los recreos

En la infancia y adolescencia es cuando el sentimiento por los colores de la camiseta que uno ama se nos mete definitivamente en la piel. Para Guillermo fue una época dura, porque Racing atravesaba un tiempo tormentoso y de escasos resultados, en contraste con los títulos de Independiente: “El primer recuerdo que tengo de ir a ver a Racing en la cancha es un clásico que ganamos 5-4 contra Independiente en el Nacional 1975, en una época en la que no andábamos bien. Hay que recordar que la Academia tiene una historia hasta 1972, cuando salió subcampeón, con un equipo en el que estaban el Pato Fillol, Carlos Squeo y Quique Wolff, entre otros. A partir de allí arrancó una debacle y camino sinuoso, que culminó en 1983 con el descenso. También influyó en el historial con Independiente, porque hasta el ‘73 estaban igualados y desde ese año nos sacaron una diferencia importante, con la época de Bochini y Bertoni, que la padecí toda (risas). Otro recuerdo de un clásico fue cuando los Rojos habían ganado un título y las dos hinchadas cantaron juntas ‘Suben las papas, suben los melones, de Avellaneda salen los campeones’”.

La mitad celeste y blanca de Avellaneda venía padeciendo años con mucha pena y pocas alegrías, hasta el fatídico domingo 18 de diciembre de 1983, cuando quedó sentenciado el descenso: “Lo viví con mucha tristeza, porque pensé que nunca iba a ocurrir. Fue justo con la aparición de los promedios, porque por la tabla no hubiésemos perdido la categoría. El partido anterior al desenlace fue contra Unión en nuestra cancha y recuerdo estar escuchando la radio, cuando Brindisi nos metió el gol del empate sobre la hora y pensé: ‘Uy, nos vamos, no nos salva nadie’. Para los malos momentos trato de tener memoria selectiva (risas), pero este lo tengo grabado en la cabeza. Tras perder con Racing de Córdoba, ya descendidos, jugamos contra Independiente en su cancha, que esa tarde salió campeón. Todo terrible. Después fueron dos años difíciles en la B, con el gran regreso a Primera y poco tiempo más tarde, un gran equipo que de la mano del Coco Basile ganó la Supercopa y debió quedarse con algún título local también, en el ‘87 y ‘88, cuando era el mejor de nuestro país”.

Hasta para los que no son hinchas de Racing quedó flotando ese sentimiento, sobre que aquel equipo mereció ser campeón nacional. Eso no pudo ser, pero el reconocimiento llega hasta nuestros días. Le costó mucho a la Academia, posteriormente, tener continuidad en los primeros puestos: “Fueron años en los que alternamos malas y buenas, como el torneo del ‘93 con Carlos Babington como técnico, cuando estuvimos cerca, o dos años más tarde con Brindisi como DT. Si Miguel hubiese agarrado un par de fechas antes, quizás se nos daba, Después de haberle ganado a Boca 6-4 en la Bombonera. Luego estuvo Ángel Cappa, con una propuesta muy ofensiva, pero eran apenas destellos, hasta llegar a la gloria de 2001, cuando la gran figura era el equipo, porque no había un Rubén Paz, por ejemplo, un súper crack. Era un cuadro sólido, bien a lo Merlo. Me quedó lo que jugó el Polaco Bastía, un claro ejemplo de como se puede evolucionar futbolísticamente”.

Guillermo Andino con Diego Maradona
Guillermo Andino con Diego Maradona

Unos meses más tarde, Guillermo iba a protagonizar otra anécdota divertida, ahora con el estadio Monumental como escenario: “Al siguiente torneo de salir campeones, el Clausura 2002, se lo peleamos al River de Ramón Díaz. Y allí se dio un partido clave en Núñez, que es recordado porque tuvimos un tiro libre a favor a pocos minutos del final, que rebotó en la barrera y Nelson Cuevas nos marcó un gol de contragolpe. De poder ponernos 1-0 a estar 0-1, la historia eterna con River (risas). Como sabía que la cosa iba a estar caldeada, me hice un bigote estilo Groucho Marx, más una gorra que había traído de Estados Unidos, que tenía pelo rubio largo para que no me reconozcan (risas). Iba caminando así por la calle Lidoro Quinteros muy tranquilo y uno me grita: ‘Ey, Andino, viniste’ (risas). Era todo ridículo”.

Ramón Andino fue un periodista de extenso recorrido en la gráfica, que alcanzó su pico máximo de popularidad cuando condujo junto a Juan Carlos Pérez Loizeau durante buena parte de la década del ‘80 el noticiero del mediodía de Canal 13, cuyo título estaba compuesto por la palabra Realidad, acompañada del año en curso. Ramón era un reconocido simpatizante de Huracán, pero su hijo no siguió el camino… “No fue un fracaso pedagógico de mi viejo (risas), fue una elección personal. Para la época quizás el mío haya sido un caso atípico. A Huracán lo quiero y, además, tengo muchos amigos que me quedaron de aquella época del barrio que son hinchas. Hay un hecho concreto y es que uno se fanatiza más en las malas que en las buenas y a mí me agarró el descenso de Racing con 14 años y allí se potenció mi amor. Pero al día de hoy, cuando leo las noticias de fútbol, primero voy a las de la Academia y enseguida al Globo. En mi casa gritamos los goles nuestros como locos, pero contra Huracán se tiene respeto, porque, además, el palco de periodistas del Tomás Adolfo Ducó, lleva el nombre de mi viejo”.

El mundo del deporte estaba presente cada día en su infancia y adolescencia por el trabajo de su padre y una pasión que estaba creciendo en el joven Guillermo: “De chico acompañaba mucho a mi papá a ver a Huracán, pero la parte de la familia de Racing, era más fanática y me arrastró para ese lado. Él era amante del boxeo, deporte que practicó junto con el básquet en la sede de la Avenida Caseros. Por esa pasión suya, es que se hizo muy amigo de Ringo Bonavena, a quien conocí siendo muy chiquito y siempre cuento la anécdota. Fue en una casa enorme que tenía Roberto Galán en Pinamar, mirá de los personajes que estamos hablando (risas). Jamás me voy a olvidar de ese asado increíble. En los años siguientes, fui mucho con mi papá al Luna Park, los tiempos de Gustavo Ballas, Sergio Víctor Palma y Martillo Roldán, entre otros. Pero lo máximo fue cuando viajamos a Montecarlo a la pelea de Carlos Monzón con Rodrigo Valdez. Es un recuerdo imborrable, porque la vi en los hombros de él en el ring side, donde estaban Alain Delon y Susana Giménez, entre otros. Por otro lado, siempre me voy a arrepentir de haber ido a un campamento con el colegio y no haber estado con él cuando cubrió el combate entre Tommy Hearns y Pipino Cuevas”.

Guillermo Andino con su hijo
Guillermo Andino con su hijo en la cancha de Racing

Por los contactos de su papá, el destino le permitió presenciar un partido que será recordado por todos los tiempos: “Como mi viejo era amigo de Alberto J. Armando, éste lo invitó a ver el Superclásico en la histórica final del Nacional 1976 en cancha de Racing, con el famoso gol del Chapa Suñé, cuyo video se encontró hace poco tiempo. Fuimos a un estadio que desbordaba de público como pocas veces. La gente de Boca estaba en el sector superior y la de River en el inferior. Jamás pensé que estaba siendo testigo de un partido legendario, que se iba a recordar por todos los tiempos”.

En el extenso anecdotario futbolero de Guillermo también se acumulan algunas con connotación negativa: “En agosto del ‘83 estuve en la popular de Racing en La Bombonera la noche que mataron al pibe Basile. Recuerdo que fui con mis tíos y primos, llevándome unos apuntes que tenía que estudiar para el colegio porque tenía prueba al otro día. Antes de la bengala mortal, vimos venir tres o cuatro, pero pensábamos que eran fuegos artificiales, hasta que una, lamentablemente, le atravesó el cuello a este chico. En la radio repetían todo el tiempo que habían matado a un chico y en mi casa estaban desesperados. Para colmo, llegué tardísimo, porque hubo lío a la salida con las dos hinchadas. Una noche horrible”.

Al momento de la despedida, llega otra historia divertida de su pasión por la Academia: “Fui a la cancha de Independiente en el ‘98, en el partido que cortaron la luz, cuando ganábamos 2-0 con baile. La continuación fue a los pocos días, entre semana, y a mí me encontró trabajando en Catamarca. En la reanudación descontaron y luego llegó el 3-1 con un centro del Chelo Delgado y gol de cabeza de Bezombe. Lo grité tanto, que desperté de la siesta a media provincia (risas)”.

Primero hay que saber sufrir. Una verdad más en la letra de un tango. Y así fue en la vida futbolera de Guillermo Andino, que de chico y adolescente padeció aquellos Racing grises y tristes, a la sombra de un Independiente victorioso. La historia fue cambiando lentamente y ahora la actualidad viene jugando otras cartas, como él mismo reconoce: “Hubo que padecer mucho para llegar a este presente, con el club consolidad institucionalmente y serio. Un Racing positivo, que hoy vuelve a responder a los tiempos fundacionales, que es estar siempre en la pelea en algún torneo. Como marca nuestra historia”.

Guardar