“El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo. De eso que no le quepa la menor duda a nadie. Porque se equivoque uno, no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”. Los cimientos de la cancha de Boca temblaron, del mismo modo que el alma de todos los futboleros argentinos. La tarde del sábado 10 de noviembre de 2001 dejaba sus últimos fulgores, cuando Diego Armando Maradona grabó a fuego esas palabras, con destino a la eternidad, a modo de cierre de su partido homenaje. Como en sus mejores épocas, fue parte de la Selección, que lo agasajó enfrentando a un equipo de estrellas. Estaban todos los que formaban parte del cuadro nacional, con la dirección técnica de Marcelo Bielsa, a quien ese día se lo vio disfrutar como pocas veces al costado del campo de juego. Ahora, con el buzo de entrenador de la selección de Uruguay, vuelve a un estadio que le es grato, porque en las ocasiones que estuvo allí como DT siempre vivió momentos importantes.
Maradona y Bielsa. Personalidades distintas, pero con un hilo conductor maravilloso, llamado amor al fútbol. Siempre se demostraron mutuamente admiración y respeto, y aquella tarde de la Bombonera, se los pudo ver juntos y felices. ¿Pudo Marcelo sentarse en el banco de suplentes local de ese mítico estadio con la ayuda del 10? Hay que viajar a 2005, cuando Diego recién había llegado a la comisión de fútbol de Boca y su tarea principal era conseguir al entrenador, tras la dimisión del Chino Benítez. El elegido fue el Loco, pero ni siquiera aceptó negociar, como el propio Maradona lo recordó: “Ni un minuto duró la conversación. El teléfono se ponía rojo brillante, parecía que se me iba a quemar la oreja y me iba a quedar como la de Niki Lauda. Me dijo claramente: “Yo, por usted, hasta el fin del mundo, pero con su presidente, no me sentaría a tomar ni la borra del café”. Es que odiaba a Mauricio Macri”.
El día del homenaje, Diego había dejado la sentencia acerca de que la pelota no se mancha, con lágrimas en los ojos. Similares a las que nublaron la mirada de Bielsa, 10 años antes en ese mismo lugar. El 9 de julio de 1991 se disputó la segunda final de la temporada entre el ganador del Apertura (Newell´s) y el del Clausura (Boca Juniors). La ida en Rosario había sido para los locales por 1-0 con gol de Eduardo Berizzo y el desquite no sería fácil para ellos, en una Bombonera repleta y sedienta de títulos locales, tras 10 años de sequía. Ambos equipos tenían dos bajas sensibles cada uno, por las convocatorias a la Copa América. Gabriel Batistuta y Diego Latorre por un lado, y Fernando Gamboa y Darío Franco, por el otro. Mientras el Maestro Tabárez sumó a Gerardo Reinoso y el brasileño Gaucho para ocupar esos lugares, Bielsa no quiso incorporar a nadie. Con claridad habló con los dirigentes: “¿Con qué cara voy a mirar a mis jugadores que me acompañaron toda una temporada, si en el momento cumbre, de la final, llegan otros futbolistas?”. Y también lo hizo con sus muchachos: “Yo me la juego por ustedes. Ustedes juéguensela por la camiseta que tienen el orgullo de vestir. Ganar o perder contra Boca no es una anécdota. Para nosotros, entre esos resultados tiene que existir la misma diferencia que hay entre la vida y la muerte”.
Boca consiguió el gol sobre el final y eso llevó el cotejo al tiempo suplementario. Allí el Loco estuvo más activo que nunca, remarcándoles a sus muchachos la importancia de lo que se estaban jugando. Nada cambió en esos 30 minutos y la gloria llegó en los penales, por la precisión de Eduardo Berizzo, Juan Manuel Llop y Julio Zamora en los remates, y las manos de Norberto Scoponi para atajar los disparos de Alfredo Graciani y Claudio Rodríguez. Sorprendió a muchos la posición de Llop, como último hombre, con gran mérito del entrenador. El Chocho así lo recordó: “La semana previa se fueron Gamboa y Franco a la Copa América y Bielsa me preguntó si me animaba a jugar de líbero, a lo que le respondí que por supuesto que sí. Hicimos una práctica de fútbol tan mala (risas) que no nos salió una. De vuelta en los vestuarios, hubo una charla de 30 minutos, cambiando ideas y replanteando todo, con el estilo de Marcelo. A la hora del juego, salió perfecto por un motivo fundamental: el convencimiento que había en el grupo y las ganas de hacer historia. Bielsa nos mentalizó antes del partido en cancha de Boca, diciéndonos que no nos podíamos permitir irnos sin el triunfo de la Bombonera. Y lo vi feliz y efusivo como pocas veces, porque, antes que nada, es fanático de Newell´s”.
Ese fanatismo por la Lepra que suscribe Llop, lo hizo quedar inmortalizado, en un póster que es símbolo para la gente del Parque Independencia. Apenas terminado el partido con San Lorenzo que le dio el título de ganador del Apertura ‘90, unos meses antes, le pidió a uno de sus jugadores que se sacara la camiseta. Bielsa, en andas de un hincha, tomó la casaca y su “Ñubel (sic), carajo, Ñubel”, quedó como un símbolo de quien, a pesar de la responsabilidad del cargo, no olvida al hincha. Algo similar hizo la lluviosa tarde de La Bombonera, cuando celebró a los gritos y en andas de sus jugadores, una conquista histórica.
En mayo de 1992, iba a regresar a La Bombonera, para un choque durísimo con Boca, cuando ambos disputaban fecha a fecha, el liderazgo del torneo Clausura. En paralelo, y con el mismo equipo titular, Newell´s se encontraba en los tramos decisivos de la Copa Libertadores. El arranque de esa competencia no había sido fácil porque, en el debut, fue estrepitosamente goleado por San Lorenzo en el Parque Independencia por 6-0. Un par de horas más tarde, un grupo de barras fue a enfrentar a Bielsa en su casa, que no salió a atenderlos. Como la cosa fue subiendo de tono, con los cantos, decidió aparecer en la puerta, con una granada en la mano: “Si no se van ahora, saco el seguro y se las tiro”. Comenzaron a retroceder hasta salir corriendo. Uno de ellos dijo: “Imaginamos que nos enfrentaría con una escopeta, no con una granada”.
A partir de allí, Newell´s no perdió más, ni en la Copa ni en el torneo local, donde era el líder, con 12 fechas disputadas y dos puntos de ventaja sobre Boca, a quien debía visitar el sábado 16 de mayo. Bielsa tenía todo clarísimo y les refrescó a los muchachos, las palabras de casi un año antes, poniendo por delante sus cualidades y no tanto la atención por tener que jugar en un escenario que suele intimidar. Sabía que tenía que atacar y a los cinco minutos, ya estaba en ventaja con gol del paraguayo Mendoza. Más tarde empató Márcico y ese 1-1 fue el resultado final. Su equipo mantenía la distancia de dos puntos, en lo que fue una final anticipada, y un mes tarde se iba a consagrar nuevamente campeón. Esa fue una jornada atípica para el fútbol argentino, porque los afiliados de la Asociación Argentina de Árbitros decretaron un paro, en desacuerdo con las leves penas que había impuesto el Tribunal de Disciplina a los expulsados de la fecha anterior. Pero la huelga no paralizó la actividad, porque a último momento, el otro sindicato (SADRA), que nucleaba a los jueces del Interior, decidió prestarse para comandar los encuentros. Escándalo y polémica, que duró varias semanas.
Newell´s ganó el Clausura, con el sabor agridulce de la partida de Bielsa, sin mayores explicaciones. Su actividad se desarrolló en México (Atlas y América), hasta que a mediados del ‘97 se produjo su regreso al país, para dirigir a Velez. Al principio, la relación con los referentes no fue buena, a partir de la diferencia en el sistema táctico a emplear en el Apertura. Ya en el Clausura, con los problemas aclarados, se convirtió en un equipo durísimo y ganador. Allí fue Bielsa, una vez más, a La Bombonera, el 28 de febrero del ‘98.
Como le había ocurrido con anterioridad, enfrente estaba un Boca urgido de títulos (el último databa del ‘92) y la impaciencia de la tribuna se trasladaba a la cancha. El Loco parecía tener la fórmula para poner hielo en la caldera xeneize. Una de sus apuestas, en ese torneo Clausura, era el joven Lucas Castromán, de apenas 17 años. Y fue precisamente él quien abrió el marcador de lo que fue un partidazo, lleno de grandes apellidos como Chilavert, Córdoba, Bermúdez, Pellegrino, Riquelme, Bassedas, Latorre, Palermo y Barros Schelotto. El cotejo tenía destino inexorable de 2-2, cuando Néstor Fabbri le cometió un penal a Posse a dos minutos del final, que un furibundo zurdazo del arquero paraguayo convirtió en el gol de la victoria. Nuevamente, el Loco se fue con una sonrisa de la cancha de Boca, como antesala del grito de campeón que sería una realidad al concluir el certamen.
Sin embargo, no renovó con Velez y se marchó al Espanyol de Barcelona. Al firmar el contrato, dejó expreso en una cláusula que podría rescindirlo automáticamente en caso de ser llamado por la selección argentina. Y eso sucedió cuando apenas llevaba un puñado de partidos al frente del cuadro catalán. En septiembre asumió, ocupando el lugar de Daniel Passarella, y realizó una excelente Eliminatoria rumbo al Mundial 2002. Ya estaba clasificado en forma holgada, cuando aquel sábado 10 de noviembre de 2001, salió al campo de juego de La Bombonera, como DT del equipo donde estaba Diego.
Son horas de regreso a ese mismo lugar y por su mente cruzarán todas las imágenes vividas allí. La locura del festejo por el título con su amado Newell´s del ‘91, el empate/triunfo del ‘92, el mesurado festejo hacia afuera y explosivo por dentro, del gol de Chilavert sobre la hora y el homenaje al 10. Ahora tendrá cerca al otro 10. Maradona y Messi vuelven a unirse. Son nada más y nada menos que el fútbol. La gran pasión en la vida de Marcelo Bielsa.