Federico Valverde es uno de los mejores futbolistas sudamericanos en la actualidad. A los 25 años, ha logrado adaptarse al Real Madrid y además es una pieza fundamental en la selección de Uruguay, pero el jugador no olvida que una década atrás su vida era completamente diferente ya que provino de una familia de trabajadores que llegaba con lo justo a fin de mes y que luchaba día a día para darle lo mejor.
En una extensa columna en The Player Tribune, el ex Peñarol hizo un repaso sobre lo que ha sido su carrera y dejó varias reflexiones acerca de lo que ha aprendido y atravesado en estos años en donde saltó de Montevideo a Madrid.
“Mi padre trabajaba como guardia de seguridad en el casino. Mi madre trabajaba en un local de ropa y también vendía ropa y juguetes en ferias callejeras. Todavía puedo escuchar el ruido que hacían las rueditas mientras ella empujaba un carrito enorme lleno de cajas. Parecía que era un carrito que sólo lo podía mover Hulk, pero ella iba y lo movía sola, pobrecita. Toda una guerrera. Con mucho calor, con frío, lluvia o truenos, ella iba a llegar con ese carrito a la feria. A veces la acompañaba y me quedaba sentado arriba de un cajón, mirando los autos, sin darme cuenta de su sacrificio. La peor parte era que al final del día, mi madre tenía que doblar toda la ropa y volver a guardar todas las cosas y empujar el carrito de vuelta a casa. ¡Y después, cocinar! ¡Y lavar mis medias sucias! ¿Te imaginás? Te lo digo, mi madre es mi ídola”, recordó.
Ambos se esforzaban para que el pequeño Federico no se diera cuenta de las carencias que tenían y así creció feliz en la ignorancia de la situación: “De niño, uno es muy inocente. Ves a tu madre que se saltea una comida y quizás piensas: “Fuaaa, ¿no tiene hambre? Qué raro, yo me muero de hambre’. Ahora uno entiende lo que hacía”. En este sentido, recordó que en este contexto él era feliz: “Quizás no tenían dinero para pintar toda la casa, pero me pintaban un poquito de la pared de mi cuarto y ya se sentía como nueva. O mi papá me tiraba agua con una manguera afuera de la casa y esa era nuestra pequeña piscina”.
Cuando empezó a jugar al fútbol, entendió que la situación económica de su familia estaba por debajo que el promedio. “No quería que mis compañeros vinieran a mi casa porque en la televisión sólo teníamos tres canales, los que eran gratis. Nuestra tele estaba en una mesita que tenía tres ruedas. Si la llegabas a tocar, se caía toda torcida para un lado. En verano te acostabas a la noche y quizás escuchabas las cucarachas. Mi cama era apenas un colchón en el suelo. Y estaba tan mal, que si te llegabas a poner justo en el medio, te hacía un sándwich y tenías que pedir ayuda para poder salir. Ahora es gracioso. Pero por entonces, me daba un poco de vergüenza, sí”.
Sus grandes actuaciones en las inferiores de Peñarol hicieron que a los 16 años firmara su primer contrato, lo que significó un antes y un después en su vida y en su personalidad. Es que la realidad que vivía se transformó, literalmente, de un día para el otro y eso repercutió en su manera de ver el mundo: “Me creía Dios. No sé si la gente de verdad puede entender lo que significa pasar de ser nadie a alguien que camina por la calle de tu barrio y de repente los adultos se te acercan porque quieren una foto. Recibís mensajes de chicas que la semana anterior ni siquiera te miraban. Todos quieren ser tu amigo”.
Fue entonces cuando intervino su padre y prácticamente le ordenó que se siguiera juntando con los mismos niños que eran sus amigos antes de que Peñarol le firmara un contrato.
Para ese entonces, el Arsenal de Inglaterra apareció en su camino y, presionado por malos consejos, aceptó ir a probarse pese a que él no tenía intención alguna de mudarse a Europa siendo tan joven. “Yo no estaba cómodo. Si sólo pensás en cosas materiales, entonces suena genial. Pero no somos robots. Y la realidad es que mi familia no podría venir a Londres conmigo. Iba a tener que vivir solo, sin hablar el idioma, con 16 años de edad”. Finalmente, dijo que no: “Dame duchas heladas siempre que pueda quedarme con mi familia”.
Pero, al año siguiente, cuando tenía 17 años, apareció Real Madrid y ahora sí aceptó la oferta de un gigante: “Estaba en la cima del mundo. Por unos meses. Después, la vida me recordó que había que ser humilde, como siempre lo hace”. Y agregó: “Cuando llegué a Madrid, me sentía como si fuera Messi y Cristiano Ronaldo unidos. En mi defensa, a los 17 años no tenés idea de lo tonto que sos, especialmente cuando te dan un poco de dinero y te elogian un poco. Esa combinación es una droga muy dañina”.
Pero claro, un golpe de realidad le llegó en su primer entrenamiento. Fue en el Castilla, el equipo B de Real Madrid en donde juegan mayoría de juveniles que aún no han llegado a la máxima categoría. Fue justamente en el vestuario con sus compañeros que advirtió una diferencia abismal. Todos lucían ropa de marcas a las que el jamás había accedido: “Miraba para los costados y veía que usaban relojes que seguro costaban más que la casa de mis padres. Entonces me hizo el click”.
“Así que estoy ahí sentado, con la ropa sucia y no me quiero sacar ni los zapatos. Todos empiezan a irse para las duchas y ahí yo veo calzoncillos Gucci. ¡Carajo! ¿Hasta eso inventaron? ¿Cuánto puede costar algo así?. Y yo lo único que pensaba era: ‘Espero que los míos de hoy no tengan agujeros. Le pido a Dios que mi mamá los haya controlado cuando los lavó’. Me quedé ahí sentado por 20 minutos haciéndome que miraba algo realmente importante en el teléfono. Lo único que quería era perder el tiempo. Nunca me sentí tan chiquito. Esperé a que todos se ducharan y se fueran al estacionamiento, y finalmente me cambié cuando sólo quedábamos el utilero y yo”.
Su reacción inmediata fue comprarse ropa costosa cuanto antes, pero con el tiempo aprendió la lección: “Hasta ese momento yo no había ganado nada, y nadie de los que estaban en ese vestuario había ganado nada. ¿Por qué estamos usando calzones Gucci? ¿Para qué necesitamos Louis Vuitton para llevar el cepillo de dientes? No estoy criticándolos, porque yo también era muy inocente. Sólo te estoy mostrando el mundo del fútbol, y cómo puede cambiarte. Por suerte, ahí también cuentan los valores que te inculcaron tus padres. Cuando me di cuenta de que no era nadie, empecé a valorar todo lo que me estaban dando”.
Tiempo después, llegó el nacimiento de su primer hijo, Benicio, que le sirvió nuevamente para ponerle los pies sobre la tierra, según él mismo contó. Y en 2022, después de ganar la Champions League siendo una de las figuras, llegó la noticia de que su pareja, Mina Bonino, estaba nuevamente embarazada.
Sin embargo, en un estudio de rutina detectaron un problema de “alto riesgo” y la posibilidad de que ese bebé no sobreviviera. “No puedo describir el dolor. Mi esposa estaba sufriendo física y psicológicamente cada día. Y yo es como que me encerré, me apagué”, y reveló: “Cuando estaba solo, me ponía a llorar por horas. Me metía en el baño por 15 minutos, y en 10 me la pasaba llorando con la cabeza entre las manos. La mañana del partido, cuando en teoría tenía que estar concentrándome y tranquilo, estaba tirado en la cama, pensando en mi hijo, con la cabeza que me daba mil vueltas…”.
Fue en ese contexto que en abril pasado llegó el episodio de violencia con Alex Baena. Después de un partido entre Real Madrid ante Villarreal, Valverde fue al estacionamiento del Santiago Bernabéu y golpeó al futbolista del Submarino Amarillo, acusándolo de haberle hecho mención sobre los problemas con el embarazo de su pareja.
En la columna publicada este martes, el uruguayo no quiso hacer profundizar sobre el episodio y se limitó a reflexionar sobre lo sucedido: “En una cancha de fútbol, podés decirme lo que quieras, y no me va a molestar. Soy uruguayo, por Dios. Pero hay ciertas líneas que no hay que cruzar. No como futbolista, sino como ser humano. Hablá sobre mi familia, y esto ya no es más fútbol. Ese día se cruzó una línea. ¿Debería haber reaccionado? Quizás no. Quizás tendría que haber vuelto a casa a compartir una hamburguesa con mi hijo, a comerme unos nuggets y a mirar dibujitos. Pero soy un ser humano, y a veces tenés que saber plantarte por vos mismo y por tu familia”.
Finalmente, un mes y medio después de aquellos primeros resultados, los médicos les informaron que la situación había cambiado y que las ecografías mostraban un panorama mucho más alentador por lo que en junio, sin mayores problemas, nació Bautista. “Llegó al mundo saludable y feliz. Nuestro milagro”.