Habían pasado 37 días y faltaba unos mil kilómetros para completarse los 28.592 del rally Vuelta a la América del Sur, considerada la carrera más larga de la historia. La dupla chilena integrada por el piloto Carlos Acevedo y el navegante Miguel Ángel Moya, a bordo de un Citroën GS, aseguraron haber experimentado un contacto del tercer tipo. Afirmaron que fueron abducidos por un OVNI unos 70 kilómetros hasta una zona cercana a Pedro Luro. Transcurrieron 45 años y se convirtió en una de las historias más impresionantes en la historia del automovilismo y que trascendió a lo deportivo.
El evento de largo aliento fue una idea de Juan Manuel Fangio y Juan Manuel Bordeu y coincidió con el 30º aniversario del Gran Premio de la América del Sur del Turismo Carretera, más conocido como la mítica Buenos Aires-Caracas, de 9.576 kilómetros. La versión de 1978 fue la competencia más extensa de todos los tiempos y dejó atrás a la Londres-México de 1970 (25.000 kilómetros) y al Rally Dakar de 1992 que unió Ruan y Ciudad del Cabo, con unos 12.427 kilómetros.
La gesta estuvo a cargo del Automóvil Club Argentino (ACA) y se largó el 17 agosto en la sede central de la entidad madre, en la Avenida del Libertador 1850. Fue una carrera de extrema dureza a través de diez países en la que partieron 57 autos y arribaron sólo 22. Sin GPS, celulares ni ninguna otra ayuda electrónica. Solo una hoja de ruta escrita a mano, un mapa y una brújula a la vieja usanza, fueron las herramientas de quienes se animaron a la gran aventura sobre coches casi standard con las jaulas antivuelcos. Solo los representantes de los equipos oficiales contaron con una preparación más acorde.
Gracias a la presencia de Fangio en la organización estuvo la escudería Mercedes-Benz con pilotos. En 1974, el Chueco fue nombrado presidente de la marca alemana en la Argentina y 24 de septiembre el binomio británico compuesto por Andrew Cowan y Colin Malkin fueron los ganadores con un Mercedes-Benz 450 SLC. Con un auto similar fueron cuartos el finlandés Timo Mäkinen (figura mundial del rally en esa época) y el francés Jean Todt, que luego condujo a la gloria a Ferrari en los años dorados de Michael Schumacher. También se sumaron otras escuadras como Fiat y Renault a nivel regional y con la casa del Rombo, el cordobés Jorge Recalde fue el ganador de la Clase B con un Renault 12 y terminó sexto en la clasificación general con el mejor auto argentino.
Pero las facilidades de participación permitieron que los entusiastas pudieran sumarse, como el caso del trasandino Acevedo, que tuvo varios problemas mecánicos y al menos quiso completar la odisea sudamericana. En esos arreglos fue clave la labor de su mecánico, Moya, que al llegar a Osorno reemplazó como navegante a Hugo Prambs, quien tuvo una discusión con el piloto.
En la penúltima jornada partieron de noche en el tramo de enlace desde Viedma y Pedro Luro. A los diez kilómetros ambos aseguraron que vieron una fuerte luz que venía detrás. Pensaron que era los Mercedes-Benz oficiales, se corrieron hacia la derecha para dejarlos pasar, pero no eran las máquinas alemanas. La luz se hizo cada vez más fuerte y los encandiló. Luego su auto se elevó unos dos metros y el motor se paró. Estuvieron un rato sin entender qué estaba pasando. Luego la luz desapareció, el Citroën GS volvió a estar sobre la ruta y según su testimonio, llegaron a una estación de servicio antes que el resto del pelotón, algo llamativo porque ellos largaron desde el fondo. El odómetro les indicó que recorrieron 52 kilómetros, pero la distancia entre Viedma y Pedro Luro es de 159. Habían pasado por solo uno de los cuatro puestos de control, algo característico en las carreras de rally. Sorprendidos por lo que vivieron relataron lo que les pasó.
En el capítulo “Carretera perdida” del programa OVNI emitido en 2000 en la TVN y conducido por Patricio Bañados, se hizo una investigación especial que tuvo testimonios de los protagonistas. Eduardo Forchezatto en 1978 trabajaba como playero en dicha estación de servicio. “Sabía que había un rally internacional y los primeros que vimos pasar fue esta gente, los muchachos de Chile. Se bajaron muy asustados. Uno de ellos me contó que cuando salieron de Viedma vieron una luz muy grande y luego no se acordaron de nada. Cuando se dieron cuenta estaba cruzando un río. El que habló fue el conductor, el acompañante no hablaba nada y temblaba. Estaba muy asustado. Llamé a la policía”, recordó.
José Bordenave era policía en la comisaria de Pedro Luro y afirmó que “según comentaron llegaron a eso de la una de la madrugada. Que un plato volador los levantó y los trajo hasta acá. Cargaron nafta y hablaron con el suboficial que estaba cargo para que los acompañara a Bahía Blanca porque tenían miedo de ir solos. Lo que me quedó es que el acompañante le dijo al piloto ‘capaz que con esto nos clasifican’. La única ruta era esa”. El comentario del policía fue porque Acevedo y Moya habían sido descalificados por los retrasos que tuvieron y no compitieron en Colombia ni Venezuela, pero la organización les permitió seguir en la caravana.
En tanto que Acevedo falleció en 1987 por un accidente de tránsito. Era un empresario gastronómico y del calzado. En el informe televisivo se incluyó un testimonio suyo de 1985. “Traspasamos ese horizonte y nos encontramos ante un mundo completamente diferente, donde todo es espiritual. Que vemos todo. Como si una persona tuviera ojo circular, se ve hacia atrás, hacia adelante, hacia los costados. No hay paredes ni murallas. Uno sabe que está ahí y es dueño de todo”, confesó.
En tanto que Moya contó que “a Carlos Acevedo le gustó cómo le arreglé un problema que ellos no podían solucionar y lo hice en 15 minutos, en el camino. Me dijo si los quería acompañar y mi jefe de dio permiso y seguí. En Osorno hubo un problema entre Carlos y Hugo (Prambs) y Carlos me dijo que fuese el copiloto”.
Sobre el episodio del OVNI afirmó que “la noche en cuestión habíamos avanzado unos diez kilómetros. Eran como la una y media o las dos de la madrugada. En un momento el auto se iluminó muy fuerte por dentro. Entonces le dije a Carlos ‘córrete a un lado que vienen los alemanes’, ya que había cuatro Mercedes-Benz. Tenían luces muy grandes y nosotros muchas veces nos pusimos detrás de ellos para aprovechar su luz. Carlos se corre hacia la orilla, pero esta luz seguía detrás. En un momento se preguntó ‘¿qué pasa que no nos pasan?’ El auto hizo un tirón como el despegue de un avión. Miré por la ventanilla y me agarré a la jaula antivuelco y vi que estábamos a dos metros de altura sobre el piso. El motor se aceleró a fondo y se paró todo. La luz era tan grande que no podía ver la hoja de ruta que tenía en mis manos. Me dio miedo, terror. No sabía qué estaba pasando. Fue una mezcla rara de desesperación y no saber qué hacer. Carlos gritaba y decía ‘¿qué está pasando?’ Me insultaba y yo a él”.
Explicó que “luego la luz se hizo más fuerte y vi un pasillo largo, de unos diez metros, con puertas a ambos lados. Luego vi luces que se cruzaban, casi todas sincronizadas porque cuando cruzaba la de la izquierda pasaba la otra. Era como una imagen de un 1,20 o 1,40 metros. Ellos cruzaban de ambos lados. Luego llegamos al final del pasillo y nos encontramos con una cúpula redonda. Había un tablero de luces que dieron vuelta”.
El mecánico no tuvo dudas y sentenció “estuve en una nave. Estoy seguro porque era un lugar que no conocía. Veía imágenes que no había visto jamás en mi vida. Yo sabía que estaba ahí, pero no sentía frío, calor, nada”. Luego añadió “Carlos me preguntó ‘¿qué pasa?’ Y le dije ‘parece que nos agarraron los marcianos, huevón’. Luego toda esta escena que estábamos viendo hizo como un sonido especial y desapareció toda la imagen que teníamos. Volvimos a estar en el auto, a la orilla del camino. El motor estaba apagado. Carlos hizo arranque y salimos. Anduvimos diez metros y el auto empezó a fallar. Supuse que era falta de bencina (combustible), pero pude conectar el tanque auxiliar”.
Más tarde hubo algo que le llamó la atención: “Le digo a Carlos, ‘estamos por llegar’. Frena y me dice ‘no puede ser’. Le digo ‘mira’ (mostrándole la hoja de ruta). Estábamos llegando a las 2.10 de la madrugada a un lugar al que tendríamos que haber llegado a las 4/5 de la mañana. Llegamos a la estación de servicio y el tanque principal del auto estaba vacío”.
Una vez que arribaron los organizadores, Moya aseguró “nos preguntaron cómo hicimos para llegar antes que el resto ya que nosotros partíamos desde el fondo. Sacaron una radio y llamaron a los puestos de control y les dijeron que en los tres primeros puestos no habíamos pasado. Nos faltaban 70 kilómetros. Más tarde empezaron a llegar los otros competidores y nos acusaron de que cortamos caminos. Les mostramos que no había un camino alternativo”.
Acevedo y Moya cumplieron con el objetivo de completar el recorrido y en Buenos Aires se reunieron con autoridades oficiales. “Terminamos el rally y llegamos a Buenos Aires. Ahí empezaron los problemas porque hubo mucha gente que nos fue a insistir con que no contáramos nada. Que nos quedáramos callados. Fueron tres funcionarios de la Fuerza Aérea Argentina. Luego aparecieron tres individuos que parecían de la NASA. Nos llevaron a una pizzería y conversamos con otros cuatro personas. Nos dijeron que necesitaban las vestimentas, las pertenencias nuestras y el vehículo. El auto lo tuvieron dos días en un estacionamiento del ACA. La ropa se la llevaron. No nos pagaron absolutamente nada. Entregué las cosas por temor a lo que estaba viviendo”, aseveró Moya.
Aunque las experiencias paranormales continuaron para Moya en la vuelta hacia Chile: “Luego en Mendoza tuve un episodio en el que estaba levitando en la cama. Yo no vi y solo escuché los gritos de las dos personas que estaban conmigo. Eso lo vio Carlos y cuando me despierto, él era como que me estaba bajando”.
Hasta esa entrevista Moya no había hablado con nadie de su entorno de aquel episodio. Ni siquiera con su mujer y sus hijos. Para ese momento quiso hacerlo porque en 1978 el tema de los OVNI era casi tabú y 22 años más tarde ya era un asunto más abierto.
En tanto que esa denuncia policial que hizo Acevedo, en 2012, llegó a las manos de Daniel Lecomte, que es un investigador especializado en el asunto OVNI. Se comunicó con Silvia Pérez Simondini, directora de la Comisión de Estudios del Fenómeno OVNI de la República Argentina (Cefora). El documento estuvo a punto de ser tirado a la basura, pero se lo obsequió un policía retirado. Según informó el sitio DIB es el primer expediente OVNI desclasificado de la Argentina.
Indios caníbales y un picado de 120 jugadores
Sergio Vera es un ex piloto chileno que corrió esa competencia y habló varias veces con Acevedo sobre el episodio del OVNI. En diálogo con Infobae recuerda anécdotas imperdibles de aquella carrera que fue única. “Corrí con un Fiat 125 dentro de los potenciados. Dimos prácticamente toda la vuelta. Recorrimos casi el 80 por ciento de la carrera. Nos quedamos acá en Chile, desgraciadamente a la altura de Copiapó. Nos fallaron nuestros compatriotas. Veníamos con problemas en la tapa de cilindros y 200 kilómetros antes se quedó. Yo era mecánico y pude arreglar la tapa de cilindros y llegamos a Copiapó a las dos de la mañana. Estaban todos los equipos de asistencia de los equipos oficiales y la gente de nuestro concesionario Fiat no estuvo. El nuestro era un modelo de auto que estaba en la calle y los repuestos estaban. El que no estaba ahí era la asistencia de Fiat Chile. Esa persona recién apareció a las nueve de la mañana y nosotros a las siete tendríamos que haber estado en La Serena”, relata.
“Los enlaces eran de noche y hubo muchos problemas para todos. En Brasil teníamos que cruzar los ríos en unas balsas y de repente las balsas no estaban o había pocas y nos retrasábamos. Esos retrasos hicieron que se corrieran tramos de noche. Pero llegamos a estar segundos en una de las etapas y cuartos en nuestra clase”, agrega.
Entre las historias que lo marcaron cuenta que “en el Chaco paraguayo estuvimos parados cinco o seis horas para que las autoridades de la prueba decidieran si seguíamos o no porque hubo un temporal y los autos de seguridad que eran doble tracción no pasaron. Mientras esperamos en el lugar al lado había una cancha de fútbol y se hizo un partido Europa contra Sudamérica. Éramos 120 tipos jugando al fútbol en una cancha. Era un despelote porque nunca llegamos a los arcos. La única vez que me llegó la pelota vino un ‘Gringo’ y me levantó. Me dolió tanto que se inflamó el tobillo”.
Al ser una carrera que atravesó desiertos, montañas y selvas, todo pudo pasar. “En Brasil, en la zona del Amazonas, estaban los indios Waimiri, que eran caníbales. Teníamos que ir con mucho cuidado y nos juntábamos cuatro autos para ir juntos en ese enlace que eran 180 kilómetros. Si alguno tenía un problema, los otros los teníamos que ayudar porque las autoridades no nos dieron garantías para cuidarnos. Llevábamos una pistola escondida, por si acaso. Ahí corrimos con mucho susto y preocupados”, reconoce.
También la fortuna estuvo de su lado en un momento que pensaron que debían abandonar. “Antes de llegar a Venezuela los motores habían consumido mucho aceite porque los aros de pistón se habían quemado. Habíamos llevado cinco litros de aceite de recarga, pero lo consumimos todo. Paramos en un lugar y uno de los copilotos, Eduardo Aguirre, se fue a caminar. De repente lo vemos que volvía con una caja en los brazos que tenía seis litros de aceite de alguien que se le cayó. Con eso llegamos a Venezuela e hicimos las reparaciones”, comenta.
Sobre Acevedo recuerda que “él iba fuera de carrera porque nosotros lo dejamos cuando salimos de la reserva de Waimiri y venía a 30 kilómetros por hora. Nosotros teníamos que cumplir con un horario para no quedar afuera. Acevedo apareció otra vez en Ecuador. Se salteó todo Venezuela y Colombia. Recién ahí lo autorizaron para que fuera atrás de todos los autos pasando por la aduana. Iba con el grupo, pero estaba fuera de carrera. Solo tenía que llegar a Chile, pero siguió hacia Argentina. Ahí no sé qué hizo y al final llegó entre los primeros a la meta”.
“Según él lo agarró un OVNI y se lo llevó. Nosotros estuvimos después con él y decía que le llegó una luz fuerte y al auto se le apagó el motor. No sé si había algún camino alternativo. Nadie lo vio, porque si se hubiera ido para otro lado lo habrían visto. Tampoco sabemos si subió el auto a una grúa o un camión y lo tapó. Es un misterio que se lo llevó y desgraciadamente se murió. Fue atropellado”, afirma.
“Después del rally hubo una comida con la federación de Chile y reafirmaba lo de la luz. Nosotros lo ‘pillábamos y le echábamos caña’, pero él se reía y decía ‘si quieres creerme, hazlo’. Pero no había forma de contradecirle. Era la palabra él”, sentencia.
Por último, de Acevedo confiesa que “en Ecuador él andaba con un mecánico que iba en una ‘chata’ como auxilio. Después subió al mecánico al auto, lo hacía pasar por el maletero escondido en una sábana (no lo confirmó, pero sería Moya). Así hasta que llegó a Chile. En la carrera no podía ir alguien suelto ahí atrás, sin cascos ni cinturones”.
El rally Vuelta a la América del Sur constituyó la máxima proeza en la historia del automovilismo. Nunca más autos, equipos ni competidores se animaron a tanto. Incluso, en un Rally Dakar. Fue esa clase de competencia a plena aventura y espíritu de supervivencia. El ámbito natural para que todo pueda pasar, como la experiencia de Acevedo y Moya, quienes aseguraron y siempre ratificaron haber sido teletransportados en un OVNI. Un relato incomprobable, pero de una magnitud única con un debate que sigue abierto 45 años más tarde.
Agradecimiento: Alejandro Cisternas
POSTALES DE LA VUELTA A LA AMÉRICA DEL SUR: