Del apogeo y la fama al trágico final del Mono Gatica

Se cumplen seis décadas de la muerte del boxeador preferido de Perón. La infancia dura, el ascenso imparable y el fracasado plan para convertirle en estrella internacional. A los 38 años murió en la miseria y su vida se transformó en película

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José María Gatica, en sus mejores años
José María Gatica, en sus mejores años

Los pibes de la década del 30 resultaban ser las mayores víctimas de la depresión económica que padecía el mundo. Y durante ese transcurrir de lo que se conoció como la Década Infame en la Argentina, aquellos chicos pobres, perdieron el candor de su niñez. Había que salir de la casa y ayudar a la familia para poder comer. La escuela primaria era un lujo, proliferaban los conventillos, las piezas familiares en las pensiones promiscuas y las viviendas precarias en las zonas marginales, cerca de Buenos Aires, la gran ciudad. Un niño de siete años de grandes ojos verdes llenos de desafío y dolor lustraba zapatos y después vendía diarios en Plaza Constitución… O sea, trabajaba desde la mañana hasta la noche. No era el único. Pero siendo acaso el menor, el más pequeño, defendía a las trompadas cualquier intento de desplazamiento de alguien de mayor talla que quisiera quedarse con su banco de la plaza para lustrar o su esquina para vocear ¡Crítica, Noticias Gráficas, La Razón…!!!

Al final de cada jornada, antes de regresar a su humilde vivienda en Avellaneda con piso de tierra y techo de latas, el pibe limpiaba los baños y el piso de una lechería de La Martona en la calle Lima, a cambio de que el dueño le permitiera guardar su cajoncito de lustrar. Hasta una peluquería de hombres de San Telmo había llegado la versión que un jovencito medio rubiecito, de nariz ensanchada, mirada vivaz, voz chillona, pecho henchido, intolerante, algo pendenciero, paso veloz y determinado, se peleaba con cualquiera. Y además, los ponía nocaut.

El autor de la nota y María Eva Gatica, hija del Mono, en la fiesta realizada este año por el centenario del boxeo argentino
El autor de la nota y María Eva Gatica, hija del Mono, en la fiesta realizada este año por el centenario del boxeo argentino

Lázaro Koczi, el dueño de la peluquería, era un inmigrante albanés vinculado a clientes cercanos al Luna Park. Y además asiduo concurrente a lo que se conocía como la Misión del Marino (The Sailor’s Home) o Casa Stella Maris. Estaba en la avenida Independencia 20, a metros de Paseo Colón. Un palacete estilo Tudor al que recurrían marineros extranjeros que habían perdido su barco, desertores, borrachos, malandras, cuchilleros y muchos de ellos enfermos de infecciones venéreas a quienes no permitían reembarcarse para regresar al puerto del que habían zarpado.. En ese tugurio había un ring. Y se le pagaban veinte pesos a quienes quisieran pelear con guantes y reglas del boxeo formulando el desafío entre ellos mismos..

Gatica cayó allí después que Koczi lo sedujo con los 20 pesos de paga. Y se cansó de poner nocaut a enormes marineros de cien kilos o más cuyos brazos parecían pétreas columnas griegas. Llegó a hacer hasta tres combates en fila, uno tras otro llevándose a su casa la fortuna de 60 pesos.

El Luna Park, templo de la porteñidad, lo esperaba para consagrarlo como ídolo del boxeo argentino en la mitad de los ‘40. Sería sucesor del Torito de Mataderos Justo Suárez y predecesor del Intocable Nicolino Locche. Aunque en su caso habría un componente que lo marcaría: su declarado fanatismo por Evita y por Perón.

Gatica recibe el saludo de Perón. Editorial La Marca.
Gatica recibe el saludo de Perón. Editorial La Marca.

Gatica arrasaba a sus rivales, crecía en popularidad, la gente se quedaba afuera del estadio al no poder ingresar y sin más medios visuales que las fotografías publicadas en los diarios y revistas su rostro era identificable en todo el país.

El presidente de la República, Juan Domingo Perón y la primera dama, María Eva Duarte, solían ir al Luna Park para verlo. Lo hacían con más frecuencia que a otros espectáculos deportivos. Y tras cada triunfo que le tocara presenciar, Perón abandonaba su butaca central de la primera fila del sector A, de espaldas a la calle Bouchard, y lo felicitaba. Para ello extendía sus manos hacia el vacío entre la segunda y tercera cuerdas del ring. La popular deliraba cuando el General estrechaba sus manos dentro de los guantes del sonriente Gatica. “General, dos potencias se saludan”, fue la mítica frase reflejada con singular dramatismo por Leonardo Favio en su fenomenal película Gatica, el Mono.

Raul Apold, Secretario de Prensa del Gobierno, vio en Gatica un símbolo propagandístico del peronismo. El boxeador, en cada oportunidad en que pudiera, agradecía a Evita y a Perón. El Luna Park se dividía entre anti-peronistas, ubicados en el ring side y peronistas reventando las dos tribunas populares, mas la calles adyacentes…Unos, los del ring side, lo bautizaron “Mono”; los de la “popu” en cambio lo llamaban como él les pedía, “Tigre”. Esa división hizo que se sintiera una clara grieta entre peronistas y anti-peronistas bajo el mismo techo. No importaba quién fuera el rival, siempre el ring side, ocupado por la oligarquía y la incipiente clase media querían que Gatica perdiera. En cambio, en la “popu” se sentía todo lo contrario.

El “Mono” no quería que lo llamaran así. Y Hugo del Carril- cantor, actor, director, incondicional peronista que grabó la marcha – después de una pelea contra Valeriano Mesa en el 48, mirando a quienes despreciaban a Gatica, les dijo: " Si éste es “Mono”, ustedes son Gorilas…”. El brillante libretista y escritor Aldo Cammarota, tras escuchar la anécdota, tomó la frase y la trasladó a su exitoso programa radial “La revista dislocada” conducida por Delfor Dicásolo. En el guión , un joven Jorge Porcel parodiando al científico protagonizado por Clark Gable en la película “Mogambo”, ante cualquier ruido de tambores o sonido de ataque, decía “Deben ser los gorilas, deben ser…”.

Escenas de la película de “Gatica, el Mono” dirigida por Leonardo Favio
Escenas de la película de “Gatica, el Mono” dirigida por Leonardo Favio

Como se ve, Gatica no solo provocó la primera división pública y masiva entre peronistas y anti-peronistas. También pudo haber sido la involuntaria “musa inspiradora” del término “Gorila” para señalar a quienes no comulgaban con Evita y con Perón .

Adviértase que antes de los años 50, Gatica ya era sinónimo de peronismo. Evita le había facilitado la importación de un Buick 48 convertible con el cual el Mono hizo verdaderas “locuras”. También un regalo para su casamiento y otro igualmente cuantioso por el nacimiento de su hija María Eva. Más adelante, en el 51, el gobierno le obsequió una casita – la numero 19- en la calle Manzanares, donde aún existe el Centro Recreativo Saavedra.

Juan Duarte, hermano de Evita, era el secretario privado de Perón. Y se les vio a ambos abrevar algunas veces en diferentes reductos de la nocturnidad porteña. Pero no hubo química entre ambos. Juancito quería discreción y Gatica gritaba cada vez que llegaba a un lugar como los cabarets Piccadilly, Tabaris o Marabú. Había en él gratitud hacia Perón, pero un fuerte resentimiento contra la vida que le había tocado. No disfrutaba el presente por recordar el pasado. Y lo manifestaba con exabruptos.

Se recuerda que cierta vez fue con el Buick hasta la lechería donde limpiaba el baño y el salón cuando niño e hizo preparar más de una docena de sándwiches de pan francés de salame y queso. Le pidió al dueño que los ponga en fila y ante la mirada atemorizada del noble “gallego”, tiró los sándwiches al piso y le dijo: “juntalos, limpiá el piso como me lo hacías limpiar a mí para guardarme el cajón de lustrar”.

En aquel Buenos Aires había lugares diurnos lleno de mujeres que bailaban a cambio de cuarenta centavos por cada tema. Gatica le pidió a su amigo el Rusito Palenique que cambiara cien pesos en monedas de veinte en una sucursal del Banco Nación. Luego se fueron al bar “La Academia” de la avenida Callao, subieron al primer piso y Gatica le gritó a los hombres allí presentes: “Todos afuera, todos afuera, hoy las chicas bailan solo para mí”. Arrojó las monedas al suelo, se dejó caer en una silla que ubicó en el medio de la pista e hizo bailar a todas las mujeres entre sí, mientras disfrutaba un habano con rencorosa satisfacción.

Después que Juan Manuel Fangio –el más grande piloto de la historia, según un estudio científico de la Universidad de Sheffields- ganara el primero de sus cinco campeonatos mundiales de Fórmula Uno en 1950, Perón aceptó la sugerencia de Apold para apostar por Gatica en los Estados Unidos. En realidad, la decisión fue estrictamente política mas que técnica pues hasta ese momento Gatica había hecho tres peleas con su simbiótico rival, Alfredo Prada. El “Mono” le había ganado por puntos en el 46 y en el 48, pero Alfredo se había impuesto por nocaut técnico en el 6° asalto en 1947 rompiéndole la mandíbula en lo que quedó inscripto como un paradigma en la historia del boxeo argentino y del Luna Park. El clásico entre Gatica y Prada nunca será igualado. Casi cuesta mencionar a uno sin asociar al otro. Y aunque se molieron a trompadas en las cuatro peleas profesionales que realizaron entre sí, siempre quedó como la situación más recordada aquella fractura de mandíbula de Gatica quien peleó tres asaltos con esa grave lesión, creyendo que era un muela cuando, en realidad, tenía la quijada partida.

La pelea de Gatica y Ike Williams, que al gobierno de Perón le costó 300.000 dólares, pero el Mono fue derrotado en el primer round. El comienzo del final
La pelea de Gatica y Ike Williams, que al gobierno de Perón le costó 300.000 dólares, pero el Mono fue derrotado en el primer round. El comienzo del final

El General le encargó a Nicolas Preziosa, nuevo manejador de Gatica tras el desplazamiento de Lazaro Koczi, que hicieran gestiones con el Madison Square Garden para que Gatica pelee allí y, si fuera posible, por el campeonato del mundo “pagando lo que hubiere que pagar”. A su vez sugirió a la gente del Luna Park que gestionaran algo para “traerle algún buen rival a Alfredo Prada, otro gran peronista”. En verdad. Prada era tan peronista como Gatica , un invitado frecuente a participar de actos oficiales. Gatica no. Y sin embargo cuando peleaban entre ellos el Luna se dividía. El ring side apoyaba a Prada y las populares a Gatica como si se tratara de figuras de preferencias antagónicas cuando en realidad ambos eran muy peronistas.

Lo de Gatica en Estados Unidos fue decepcionante para el General Perón. Ganó en su debut por nocaut a Terry Young, un rival elegido “a medida”, y, a partir de ese triunfo, su conducta se tornó inmanejable tanto para Nicolas Preziosa como para la embajada a cargo de Jerónimo Remorino.

Desaparecía del Waldorf Astoria. Había que ir a buscarlo al barrio Latino . Se lo encontraba en los lugares de baile donde predominaba el mambo, ritmo cubano que imponía la orquesta de Dálmaso Perez Prado. Y obviamente siempre bien acompañado por cierta puertorriqueña de quien se había enamorado.

La pelea frente al campeón mundial Ike Williams le costó al gobierno 300.000 dólares. Al recibir esa cifra, Harry Markson, programador del Madison Square Garden dio su conformidad para que Gatica fuera estelarista de su prestigiosa cartelera y, en caso de ganarle a Williams, este viajaría a Buenos Aires a exponer su corona mundial en el Luna Park, en lo que se presumía una “inolvidable noche peronista”.

No fue así. Perdió por nocaut en el primer asalto. “Me agarró frío”, le dijo a su manager Nicolas Preziosa, quien irritado le respondió “la próxima te traigo una frazada…”.

A partir de allí, nada fue igual. Tampoco para Prada a quien le “hicieron el favor” de traerle Sandy Saddler, cuyo gancho izquierdo lo colgó en el encordado frente al General.

La muerte de Eva Perón en el 52 y de su hermano Juan en el 53, dejaron sin soporte a Gatica ante el entorno de Perón. El ministro del Interior, Angel Borlenghi recomendó en una reunión de gabinete “evitar la asociación de imagen con deportistas que no fueran ejemplares como Juan Manuel Fangio, los hermanos Oscar y Juan Gálvez, Roberto De Vicenzo, el remero Eduardo Guerrero (Oro Olímpico en Helsinski 52′ en binomio con Tranquilo Capozzo), los campeones de básquetbol del 50, Delfo Cabrera y muchos otros entre quienes no estaba Gatica”.

José María "el Mono" Gatica
José María "el Mono" Gatica

Volver a ser fondista del Luna Park le costó dos años. Antes debió pelear en Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero, Salta, Jujuy, Comodoro Rivadavia y Asunción del Paraguay. Y aunque luego se fajó con los mejores, como Armando Rizzo, Angel Olivieri, Luis Federico Thompson, Clarence Samson, debió enfrentar a su sombra, Alfredo Prada quien volvió a noquearlo, esta vez en el sexto round.

Tras la caída de Peron lo proscribieron. La policía fue a detenerlo en Bahía Blanca mientras hacia su ultimo combate frente a Jesús Andreoli en el 56.

—¿Por qué?, preguntó antes de que le pongan las esposas. “Por peronista”, le respondió el oficial de la policía.

Los trajes “Divito” de anchas solapas, aquellos sombreros rancho de pronunciadas alas, el moñito fino y largo, los zapatos de charol, el pañuelo chillón caído sobre el bolsillo superior del saco, la risotada a boca llena, los billetes enfajados para repartir entre chicos hambrientos y mujeres de boquitas pintadas y carmín, los aplausos, los autógrafos, los elogios y los amigos también lo abandonaron.

Y ya de vuelta en la miseria, cerrando la parábola, el rebusque de vender unos muñequitos en la tribuna de Independiente los días de partido. El pibe lustrabotas y canillita tocó la gloria sin poderse alojar en ella. La decrepitud fue implacable con él.

Aquel 10 de Noviembre de 1963, Independiente le ganó a River dos a cero con goles de Mario Rodríguez. Y, mientras la multitud de ambas hinchadas le ponía sonido al espacio de Avellaneda, el Mono, algo mareado por el vino compartido en la tribuna, intentó bajar del colectivo de la linea 295 ya con la marcha en disminución. Su pierna derecha deteriorada después de un show años atrás con Martin Karadagián por la degradante obligación de ganarse unos pesos para comer, le falló y cayó a la calzada. Fue en la calle Herrera, esquina Pedro de Lujan. Las ruedas de atrás del interno 16 conducido por Antonio Cirigliano pasaron por encima de su cuerpo.

—No me dejes así hermano, no me dejes aquí tirado…- suplicaba el ídolo en agonía.

Dos días después, el 12 de Noviembre de 1963, fallecía en el hospital Rawson. Tenía 38 años. Había “vivido” como cien. Sus restos fueron llevados desde la Federación Argentina de Box hasta el Cementerio de Avellaneda y la multitud lo acompañó durante siete horas.

Desde el 25 de Mayo de 2013 descansa en Villa Mercedes, San Luis, gracias a la lucha y la voluntad de su hija María Eva.

En el cierre de edición de “El Gráfico” tras la muerte de esta frágil criatura, publiqué una frase dicha por nuestro director y maestro, Don Félix Daniel Frascara: “Como Gatica no habrá ninguno igual, no habrá ninguno…”

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