Atlanta 96. El COI otorgó a la ciudad estadounidense los juegos del Centenario. No a Atenas, la sede fundacional de un siglo atrás, sino a la base administrativa de varios de sus patrocinantes de entonces. La Villa Olímpica fue, para muchas delegaciones, como las típicas residencias estudiantiles liberadas por vacaciones. Entre otras cosas, hubo equipos que tardaron pocos días en ver cómo bastaba que un par de deportistas tomaran una ducha para que se inundaran el baño y algunos dormitorios.
Londres 2012. Pocos días antes de la inauguración de aquellos juegos extraordinarios, el Comité Organizador relevó el área más sensible de su estructura de seguridad y reemplazó a los empleados de la entidad privada que había ganado la licitación por soldados recién repatriados de distintas bases británicas en Asia. Abundaban las denuncias de que, entre los contratados originalmente, había inmigrantes ilegales y personas con antecedentes penales, entre otras irregularidades. Lo comprobé en persona cuando pasé delante de un micro que transportaba a un grupo de personas uniformadas cuyo jefe no sabía decir en inglés mucho más que “yes” o “what”.
Los problemas y hasta los dislates organizativos en los megaeventos deportivos no distinguen entre naciones súper desarrolladas y territorios más modestos. Y tiene una condición en común: quedan en un muy segundo plano cuando empiezan las competencias.
Hecha esta salvedad en beneficio de la indiscutible hospitalidad y encomiable empeño de la organización chilena, hay que decir que los Panamericanos Santiago 2023 no fueron la excepción a la regla. Tanto en los desajustes como en que esos desajustes terminaron sepultados debajo de la propia dinámica de la competencia.
Más aún. Es altamente probable que, a partir de considerarse oficialmente que el saldo fue positivo -finalmente todo comenzó y terminó en tiempo y forma- más de un dirigente pretenda hacer creer que todo salió como era de esperar.
Por cierto, la organización chilena tiene mucho más para festejar que para lamentarse: teniendo en cuanta la dimensión y complejidad de un certamen con más de 30 deportes disputados por más de 40 delegaciones es lógico que así sea.
Sin embargo, el riesgo de adornar lo hecho con una pátina de inmaculabilidad es que se terminen ignorando algunos despropositos que la buena voluntad local no merecen ni haber padecido ni que se disimulen en beneficio de un futuro mejor. Por cierto, muchos de esos aspectos negativos ni siquiera fueron propios sino responsabilidad de áreas tercerizadas.
Pasó con la competencia de marcha femenina de 20 kilómetros en la que se eliminaron todos los registros porque la gente encargada de armar el diseño del recorrido por las calles de Santiago falló el calculo en… ¡¡¡2 kilómetros!!!
O con las eliminatorias de 100 metros femeninos en las que seis competidoras corrieron dos veces la carrera en pocos minutos por un error técnico en el sistema de partida. O algunas aberraciones vinculadas con arbitrajes que, como en las finales de hockey, lindaron con lo vergonzoso.
En Viña del Mar, una de los partidos de handball masculino se cambió cuatro veces de horario por una gotera en el techo del estadio. Hasta el mismísimo titular de la organización, el ex presidente de la Federacion de Fútbol, Harold Mayne-Nicholls, participó de las tareas de limpieza del piso de la cancha.
Apenas un puñado de episodios para dimensionar situaciones de precariedad ingratas para con el esfuerzo realizado. Otro tanto para el irregular, impreciso e incompleto sistema de información para medios audiovisuales o la generación de imágenes de algunos deportes muy alejadas de los manuales de estilo que suele repartir OBS (Olympic Broadcast System) que fija un procedimiento estándar para transmitir disciplinas que requieren de una prolijidad conceptual, visual y hasta periodística no apta para librepensadores.
En la otra mano, el enorme entusiasmo de un público chileno que colmó la mayoría de los estadios, que fue fervoroso con sus atletas y que, más allá de algún exceso aislado en alguna ocasión específica, fue generoso con su apoyo a muchos equipos extranjeros, inclusive argentinos. A propósito de fervor, fue frecuente la presencia en las tribuna del presidente Gabriel Boric. Si tuviera que guiarme por cómo lo recibió el público debería decir que mereció un respaldo muy superior al que sugieren algunos estudios de mercado de este país.
En lo deportivo, si bien no superó la cantidad de doradas logradas en Lima, la delegación local aumentó en más de un 50 por ciento la cantidad de medallas ganadas cuatro años atrás.
¿Argentina? Sería un ejercicio reduccionista hablar del tema medallas como un genérico. Sin embargo, a modo de antídoto ante los especialistas en tapar la miseria bajo la humareda solo mencionaré que se lograron 26 medallas menos que en Lima. Incluidas 15 doradas.
Valga este dato arbitrario a cuenta de un análisis que, con lo complejo e injusto que es evaluar como un todo una delegación tan amplía, intentaré esbozar en próximas entregas.