El conmovedor peregrinaje boquense

Los hinchas de Boca que invadieron Río marcaron la cifra más extraordinaria que club alguno hubiese alcanzado hasta ahora. Para ellos no es suficiente con alentar: hay que estar para ser

Guardar
Fuera del estadio, un hincha
Fuera del estadio, un hincha de Boca ruega durante la transmisión del partido frente a Fluminense (REUTERS/Lucas Landau)

Los compases finales de la rapsodia se tornaron en notas lúgubres de irreparable quebranto. Fue como si se cayeran imprevistamente unas máscaras que fueron cubriendo rostros esperanzados de actores sin libreto, sin guión. Por lo general un buen técnico potencia a su plantel. Y es ese plantel el que hace campeón a su entrenador. Luego, será la suma de los aciertos lo que llevará a ambas partes a la gloria. No hay campeón sin liderazgo y no hay campeón sin jerarquía. En el mientras tanto los hinchas estiban sueños de épica y el tiempo previo al partido final genera expectativas que se profundizan hasta el alma. Si se fuera racional u objetivo no se podría ser hincha. Y haber llegado a la final de una Libertadores por penales no apaga la esperanza de ganarla. Siquiera siendo visitante en la azarosa designación de una sede que resultaría ser el Maracaná, la casa del Fluminense, su adversario. Para los socios y simpatizantes de Boca tal circunstancia transformaría esa adversidad en una especial motivación. Nada es tan bello en el fútbol como dar una vuelta olímpica en templos como el Maracaná y mucho más frente a un rival carioca. Tal vez fue por esta razón que el primer impacto lo generó la hinchada que viajó con enorme fe.

¿Y a qué fueron…? Fueron a dejar de ser privilegiados espectadores para convertirse en activos protagonistas. Y esto también marca un nuevo orden en la expansión globalizada del fútbol. Pareciera que ya no alcanza con alentar, hay que estar para ser. Como si la frase “yo estuve allí” ponderara el amor, categorizara la pasión.

Resultó asombroso en los días previos ir tomando conocimiento de las cosas que ocurrían. Las noticias se convertían en episodios inimaginables. Nunca un partido de clubes dispuso de tanta superficie informativa. Horas y horas ininterrumpidas en los canales de televisión – especialmente en los de deportes- quienes se dedicaron al cotejo desde el pase frente a Palmeiras –hace 32 días- de manera progresiva y creciente. Más aún, podría decirse que en la última semana, ya con los enviados especiales en Río, la final de la Libertadores resultó el tema excluyente. Ni el partidazo entre Defensa y Justicia y Racing ( 2-2 cerrando la fecha 11°) ni la inesperada derrota de River frente a Huracán en casa (1-2 abriendo la 12°) lograron la consideración merecida. Todo fue Fluminense-Boca. Una realidad que continuará siendo así cada vez que algo tan identitario como los colores de una camiseta convoquen a una posibilidad de épica. Y en el caso de los clubes la proporcionalidad superará a la de la Selección nacional pues ésta es de todos – aún de los que no son futboleros- y no nos particulariza; en cambio aquella, la de los clubes, es propia, análoga. Todos somos hinchas de la Selección pero cada club particulariza sus colores. Y hacer el esfuerzo de viajar - en la mayoría de los casos sin entradas, solo para estar más cerca, en la misma ciudad- con todo lo que ello implica, está movilizado por el impulso de “ser más que los otros…”. No solo que los rivales ocasionales en el campo de juego, en este caso el Fluminense- si no que los de la historia, el barrio, las comunidades; bueno, el de los clásicos.

Los hinchas de Boca llegaron
Los hinchas de Boca llegaron a Copacabana y mostraron su fanatismo al mundo (AP Photo/Douglas Shineidr)

Los hinchas de Boca que invadieron Río marcaron la cifra más extraordinaria que club alguno hubiese alcanzado hasta ahora. Adviértase ésta referencia histórica: 109.000 soldados conformaron las tropas aliadas en la costa francesa. El Día D –Desembarco en Normandía, junio del 42′- fue un éxito militar que logró la definitiva rendición alemana. Se trató de efectivos militares aliados de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Provoca cierto escozor tener que escribir un hecho tan sorprendente como objetivo: Boca “invadió” Río con más gente que los Aliados a las costas francesas para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. Es un hecho, no una apreciación, toda vez que se calcula que viajaron más de 110.000 personas por tierra y aire; en automóviles (de 38 a 50 horas, según el punto de la salida), en ómnibus (de 46 a 53 horas), en avión (3 horas desde Buenos Aires o Montevideo pagando entre 700 y 1400 USD, según el dia de la emisión) y algo más desde Santiago de Chile o Asunción, convertidos en aeropuertos de partida alternativos ante la demanda de pasajes. Por cierto que no faltó quien asegurara haber cubierto los 1964 kilómetros en bicicleta. Alguien llega siempre en bicicleta…

Las historias escuchadas parecían fragmentos de cuentos alucinantes. Desde la playa de Copacabana tanto a la luz del día como de la noche –algo mas balbuceantes por caipirinhas y cervezas en generosa cantidad- se recogían testimonios que hacían más epopéyico el peregrinaje. Fue así que pudieron verse los rostros de quienes vendieron bienes o pidieron dinero prestado para poder pagarse el viaje y también de aquellos otros que perdieron el trabajo al no conseguir el permiso de sus empleadores. Y tambien podían observarse a jóvenes que viajaron con lo puesto, sin alojamiento, que partieron desde los más diversos puntos del país. Los había de Río Gallegos y de Catamarca; del Gran Buenos Aires y de Tucumán, de toda la Argentina y por qué no de otros países como Colombia, México o Bolivia… Estaban los que llegaron en buses y quienes lo hicieron en automóviles; los que combinaron el micro hasta Porto Alegre y recién desde allí un aéreo hasta Rio o entraron por San Pablo y continuaron como pudieron. Por cierto que grupos afines alquilaron infinidad de combis. Pero todos llegaron. Y a pesar de los dramáticos sucesos del jueves en la parada 2 de la Playa de Copacabana cuando los barras del Flu irrumpieron y la policía reprimió con dureza inusitada, de los gases, de las balas de goma, de la advertencia del presidente de la Conmebol a las autoridades de Seguridad de Rio: “O paran a esos animales o el partido se jugara a puertas cerradas”.

Ellos estaban allí, deambulaban por las calles, los bares, llenaban los hoteles, las pensiones o posadas, los parques, paseos y playas de Río. Ya nada detenía a esa muchedumbre migrante, errática y esperanzada cual pueblo judío en el desierto del Sinai. Fueron a esperar y sentir algo grandioso que ellos creían habría de producirse. Y no les importó siquiera saber si lo podrían ver. Tampoco afrontar las vicisitudes que ocasionan los viajes –perdida de documentos, robo de celulares, algún dolor, el clásico desarreglo estomacal-, nada, no había manera de entender este fenómeno bajo la racionalidad. Fueron más de 100.000 de los cuales solo 1 cada 4 tenía entrada comprada con anticipación y 1 cada 2 podía pagar la reventa 30 veces más que el costo original: de 50 a 1.500 dólares, tal lo que se cotizaba unas horas antes del encuentro. Y ni hablar de los estafados que creyeron conseguir un milagro y fueron víctimas de vulgares timadores. Lo de siempre frente a la desesperación. Pero ellos llegaron, protagonizaron su propia historia y fueron parte del suceso. Ya no alcanza con alentar, también hay que estar…