LeBron ha sido el Rey de la NBA en los últimos 15 años y poco le queda por probar. Ganador de 4 anillos, con tres equipos distintos, tiene ocho premios MVP -4 de Finales y 4 de fase regular-, 19 elecciones al All Star, otras 19 a equipos ideales -seis defensivos- y, por si fuera poco, ha sido desde el goleador de una temporada al líder en asistencias. A los 38 años va por su temporada N° 21, con una vigencia que impacta, habiendo promediado 29 puntos, 8.3 rebotes y 6.8 asistencias en la última y logrando más hitos, como ser el goleador de todos los tiempos en la NBA. No le queda nada. Por ganar o probar. ¿O sí? Bueno, hay un número más, una estadística que aún puede superar para ser el máximo anotador en la historia de su amado deporte: alcanzar los 49.737 tantos que convirtió Oscar Schmidt, aquel mítico supergoleador brasileño que jugó 30 años como profesional, incluyendo cinco Juegos Olímpicos y cuatro Mundiales. “Me encantaría que pase y, a la vez, es algo inevitable. LeBron es un jugador increíble, con una impactante vigencia”, admitió Oscar desde su residencia en Alphaville, San Pablo, en charla con Infobae.
James terminó la última temporada con 47.734, contando fase regular (38.652, con promedio de 27.2), Playoffs (8.023, con 28.5) y competencias internacionales (1.059). Le quedan 2.003 para superar a Oscar, lo que veremos si puede alcanzar en esta nueva campaña. Si promediara algo similar a esta temporada pasada (28.9), necesitaría entre 70 y 80 partidos. Una cifra que el Rey no viene alcanzando seguido. En la 22/23 tuvo 55 de fase regular y luego sumó 16 en postemporada. Pero en las anteriores tuvo 62 y 66, sumados. De cualquier forma, como está físicamente y con la motivación que tiene de jugar con su hijo Bronny -podría dar el salto a la NBA en 2024-, esa marca seguramente la alcanzará en la 24/25, si no puede en la que comenzará oficialmente el 24 en la visita de los Lakers al campeón.
Por lo pronto, como suele pasar con aquellas leyendas que ven superar sus grandes marcas, Oscar lo toma bien. “LeBron merece cada logro, cada conquista, incluyendo ésta, porque es un jugador impresionante: fuerte, rápido, inteligente y muy enfocado”, arrancó con su análisis.
-Usted anotó casi 50 mil puntos. ¿Alguna vez pensó que alguien podía superarlo?
-No, la verdad que no. Ni tampoco pensé que yo podía llegar. Pero a veces las cosas pasan. Está claro que el deporte está evolucionando mucho y eso es bueno.
-¿Qué le diría a LeBron si lo tuviera enfrente cuando supere su marca?
-“Lo felicito, mi amigo”. Honestamente. Merece esto y todo lo que ha logrado en su carrera. Y le diría que siga, que lo veo bien, fuerte, que pueden todavía venir buenas cosas.
-¿Para usted LeBron ya es el mejor de la historia, si suma este nuevo hito?
-Uf, es una pregunta difícil. Jordan y LeBron son muy distintos y los dos tienen ventajas sobre el otro en algunas cosas. MJ fue mejor en varias y James, en otras. Pero, en realidad, si tuviera que elegir a uno me inclinaría por Larry Bird.
No es casualidad que Oscar haya cerrado así la respuesta. Él se siente identificado más con The Legend, por ser blanco, tirador y tener menos capacidad atlética que los dos cracks. Y seguramente por la obsesión y perfeccionismo que tanto a él como a Larry los hicieron famosos. “Mi juego se pareció más al de Larry Bird. No podía saltar y correr, pero igualmente fue mejor que la mayoría”, admite. La estrella de los Celtics fue su espejo, a quien copió más de un movimiento. “Es muy fácil tener a Jordan o a Kobe como ídolos. Vuelan por ahí y hacen lo que les da la gana. Mi ídolo ni saltaba ni corría, pero ganaba”, aseguró en el discurso del ingreso al Salón de la Fama en 2010.
Oscar no sólo se identificaba con Larry. “Le copió cosas. Desarrolló la misma finta, movimiento de cadera y mecánica de tiro que Bird”, comparó Dan Peterson, ex DT estadounidense que lo sufrió cuando dirigió en Italia. Los puntos en común son varios: gran competitividad, excelso tiro y mucho oficio y lucidez para destacarse entre mejores atletas. Sin dudas, dos de los mejores tiradores de la historia, más allá de que el brasileño nunca haya jugado -ni querido jugar- en la NBA.
Oscar Daniel Bezerra Schmidt nació en Natal el mismo día que Jordan, un 16 de febrero, pero cinco años antes (1958). Pero, a diferencia de Michael, de chico prefería el fútbol, como la mayoría de los brasileños. Fueron sus padres quienes insistieron que jugara al básquet, viendo la altura que tenía (a los 13 años medía 1m90). Su tío Alfonso lo llevó al club Unidade de Brasilia, donde la familia se había mudado desde Natal, y allí conoció a un singular coach de gimnasia. Japonés él, Myrura lo introdujo en los secretos de la paciencia y la perseverancia, dos máximas orientales, y lo guió hacia la sistematización de los ejercicios, muchos de ellos “bastante extraños”, según Oscar.
A él, asegura, le debe su excelsa y pulida mecánica de tiro, sobre todo el llevar el balón sobre la yema de los dedos antes de realizar la extensión del brazo durante el lanzamiento. Tres años después de brillar en la región, con 16 años, incluso jugando de pivote por su altura, Oscar llegó a la selección juvenil y en 1974 se mudó San Pablo para jugar en el Palmeiras. Su progresión impactó a todos y a los 19 años ya había debutado en la Mayor durante el Sudamericano de Chile que ganaría Brasil. Eran tiempos de grandes talentos en aquel país, pero el joven tirador mostraba cosas diferentes. Por eso no sorprendió que, con 20 años, él ya alero fuera el segundo goleador (17.7 puntos) en la gran campaña de la Verdeamarela (medalla de bronce) en el Mundial del 78 en Filipinas.
Eso le dio el salto al Sirio de San Pablo, club que formó un poderoso equipo que en 1979 lograría la triple corona, Paulista, Brasileirao y Mundial de Clubes. En la final del mundo, ante el campeón europeo Bosna Sarajeno, impactaría a Bodgan Tanjevic, uno de los mejores entrenadores de la historia FIBA, quien recuerda bien aquella definición en charla con Infobae. “Me cautivó por cómo nos derrotó en esa final. Nosotros veníamos invictos y jugando a gran nivel. Incluso ese partido fuimos ganando durante todo el partido. Oscar no había anotado en los primeros 10 minutos pero luego se desató y anotó 44 puntos. Nos robó el juego. Tenía 21 años… Nunca vi algo igual en mi vida”, rememora. Tres años después, el mítico coach montenegrino se lo llevaría a Italia como extranjero para armar un equipo sin tradición que impactaría a Europa.
Pero, claro, mientras tanto, Oscar lo hizo por todo el mundo. Sobre todo con una selección brasileña que quedaría en la historia. Con él, Brasil lograría tres muy meritorios quintos puestos en los Juegos Olímpicos de 1980, 1988 y 1992, un 6° lugar en 1996 y un 9° en 1984. Siempre, sin importar la edad, con el alero siempre luciendo su devastadora puntería. En Seúl 88, por caso, fue el goleador con 44.2 puntos y, en el último, Atlanta 96, fue el top scorer de su seleccionado. No sorprende entonces que sea el máximo anotador en la historia olímpica (1093 puntos) y uno de los dos jugadores que estuvo en cinco Juegos. Tampoco que sea el goleador de siempre en Mundiales, con 843 puntos, tras disputar cuatro (78, 82, 86 y 90). Una vigencia que demostró al ser el anotador principal en Argentina 90.
Su máximo hito se dio en la noche del 23 de agosto de 1987, en Indianápolis, en la final de los Panamericanos. Estados Unidos venía de ganar el oro en los Juegos del 84 y el Mundial 86. Aún no jugaba con los NBA, pero asistía con los mejores universitarios y en aquel equipo estaban varios que serían figuras: David Robinson, Danny Manning, Rex Chapman y Willie Anderson. Brasil tenía lo suyo, liderado por un Oscar que en la semi le había anotado 53 puntos a México, pero casi nadie creía posible la hazaña.
USA, alentado por su gente, empezó mejor y llegó a ganar por 20 en un primer tiempo en el que Oscar no se encontraba (11 puntos). Pero el Brasil de Ary Ventura nunca abandonó su estilo agresivo y arriesgado, jugando a muchas posesiones y apoyándose mucho en el tiro exterior. Sí, como varios equipos NBA de hoy… Todo empezó a cambiar cuando su goleador calentó la mano. En un momento dado fueron cinco triples al hilo que silenciaron al estadio. El alero estaba tan agrandado que, en defensa, cuentan que les gritaba a los rivales para asustarlos.
Los inexpertos talentos estadounidenses cedieron ante la presión y Oscar anotó 35 tantos en esa segunda mitad para el histórico 120-115. Fue la primera vez que Estados Unidos perdió de local y le anotaron más de 100. Un hito que hasta reconocieron en la gran cuna del básquet que es Indiana: aquella noche, cuando los brasileños entraron a un restaurante de la ciudad, los comensales los aplaudieron de pie. Lo mismo que recordaría Willie Anderson, su defensor, quien admitió haber tenido pesadillas durante varios meses con Oscar y aquellos triples que lo despertaban sobresaltado en medio de la noche.
En la cancha, Oscar fue un asesino. Un jugador que, en la élite del básquet, anotó 42.044 puntos en 1289 partidos. Sólo en clubes. Lo que da la friolera de 32.2 puntos de promedio. Durante casi 30 años, entre los 16 y los 45. En total llegó a 49.737 tras superar, a los 43 años, los 46.723 que ostentaba Abdul-Jabbar. Hablamos de alguien que anotó 74 puntos en un partido (en Brasil), que tiene el récord (55) en un Juego Olímpico, que logró la marca de tiros de tres anotados en la liga española (11) y que en un torneo de triples en Italia logró el récord de conversiones (anotó 22 de 25, 19 seguidos). Pero que, para completar una historia mítica, años después volvió a Italia para un reconocimiento y no pudo con su genio: terminó pidiendo ropa de jugador para intervenir en el nuevo torneo. Para sorpresa (o no) de los hinchas, Oscar lo ganó, ante rivales más jóvenes y activos, demostrando su inoxidable talento y abrumadora competitividad. Por hazañas así fue apodado el Mano Santa. Por su habilidad para anotar desde cualquier posición, incluso marcado o desequilibrado.
Se trató de un jugador alto para su función. Sus 2m04 le permitían lanzar por sobre la gran mayoría de sus defensores. Además tenía una técnica depurada para tirar rápido, incluso a veces sin armar el brazo. Capaz de recibir y ejecutar en milésimas. Un lanzador excelso que dominaba cada opción de tiro: en velocidad tras cortinas, a pie firme o tras los amagos que tanto usaba, saltando e incluso sin saltar. Tenía gran eficacia en todas las distancias y situaciones. Físicamente tenía falencias y defensivamente, aún más. Pero del otro lado te acribillaba. Oscar lo reconoció. “Tengo la suerte de haber explotado lo que Dios me dio: tamaño y talento para vivir de este deporte. Admito que tengo unos problemas físicos increíbles. Soy lento, no tengo movilidad lateral, pero sí la suerte de tener tiro”, se autoanalizó.
Pero, detrás de esta valiosa virtud, está la base de todo, su impactante ética de trabajo. “Yo no fui como Sabonis o Petrovic. Ellos nacieron para esto, yo debí entrenar mucho. Mi secreto fue justamente ese. Estoy muy seguro de que ningún otro jugador lo hizo como yo. Yo vivía para el básquet y mi vida, como jugador, fue entrenar, entrenar y entrenar. El tirador se hace trabajando, no por genética. Yo sólo creo en el trabajo”, asegura. Oscar era capaz de hacerlo cada día y en situaciones que ningún otro podría. Por caso, cuando su esposa comenzó con trabajos de parto en Nápoles. Al llegar al hospital, el médico les dijo que el niño no nacería antes de cinco horas. ¿Qué hizo el brasileño? Se fue a entrenar y llegó a tiempo para asistir al parto de su hijo Felipe. No sorprende, entonces, que diga que “el básquet es un vicio para mí, una droga que necesité para vivir”.
Tanjevic se ríe y le confirma a Infobae la historia de su esposa-alcanzapelotas. “Básicamente era los lunes, cuando el equipo tenía libre. Pero él no descansaba y se aparecía en el estadio con Cristina”, comenta. Cuando completaba 250 tiros, desde cinco posiciones, podían volver a la casa. “Si ella quiere tener un alto status de vida, cambiar electrodomésticos y tener lo mejor, necesito que me ayude”, respondía en la intimidad, según le cuenta un entrenador a este sitio. Claro, ese esfuerzo se lo reconoció en público. “Sin ella no estaría aquí. Me ha pasado tantas veces el balón, me ha ayudado a entrenar en soledad, ha estado siempre a mi lado… Por eso, entre otras cosas, decidí casarme con ella”, aseveró. Oscar siente orgullo por el camino que transitó y lo resume. “Yo me entrené para ser el mejor del mundo. No lo logré. Pero trabajé más que cualquiera. Y estoy orgulloso de eso”, comenta quien hoy juega sólo al fútbol por diversión. “En el básquet ya metí todo lo que tenía que meter”.
Tanjevic asegura que Oscar “era mucho más que una gran mano. Su tremenda puntería se la debía a su esfuerzo, a la sistematización de los movimientos, a la repetición de ejercicios, a su enorme sacrificio”. Acepta que en defensa no era bueno, que en su aro jugaba de ala pivote para no tener que perseguir aleros lejos del aro. Incluso cuenta que al brasileño le gustaba que él dispusiera una marca en zona para que pudiera ahorrar energías, pero a la vez destaca que se comprometía con el trabajo del equipo. “Cuatro años seguidos fue nuestro mejor rebotero”, precisa quien fuera coach de cuatro selecciones distintas (Yugoslavia, Montenegro, Italia y Turquía, con la que llegó a la final del Mundial 2010).
Uno de los tantos niños que lo idolatró fue un tal Kobe Bryant. Cuando su padre Joe jugó en Italia (84-91), Oscar era una de las estrellas más brillantes. Y al pequeño Kobe no sólo lo cautivaba el tiro y los puntos que metía. Tal vez veía en él algo que Bryant mostraría con el tiempo: su obsesión por trabajar, mejorar, ganar y superar desafíos. “Tal vez por eso le caí tan bien”, analizó Schmidt, quien se enteró de grande, en los Juegos del 2008, de lo que había significado para el astro de los Lakers. “Cuando hablé con él por primera vez recuerdo que estaba emocionado con haberme conocido… De aquella época sólo recuerdo haber escuchado a los compañeros de Joe decir que le hablaba al hijo sobre Jordan y Magic, pero Kobe respondía ‘el que es verdaderamente bueno es Oscar. Todo el tiempo le gana a tu equipo’. Cuando nos conocimos, me acuerdo que confesó que me había puesto su propio apodo: La Bomba”, contó el brasileño, quien admitió haber llorado cuando escuchó a Kobe hablar maravilladas de él.
El reencuentro fue en 2014, cuando Bryant visitó Brasil para presenciar el Mundial de fútbol. Cenaron y recordaron historias. “Se acordaba de cosas de mi carrera de las que yo me había olvidado. Me contó lo mucho que le había impresionado cuando anoté 19 triples seguido en el torneo de triples del All Star. Tuve que ver las estadísticas y sí, fue en 1988″, explicó.
Como pasó con Diego Maradona en el fútbol, el brasileño fue la bandera del Sur pobre contra el Norte rico. Una especie de Robin Hood del básquet que puso en el mapa a una ciudad vecina a Nápoles y peleó de igual a igual contra equipos poderosos de Milán, Pesaro o Bologna. “Sí, fue así realmente. Es una comparación atinada y aporto una curiosidad: Maradona venía seguido a ver nuestros partidos a Caserta”, cuenta. Oscar ganó una Copa Italia en 1988 y perdió cuatro finales: una Copa Italia, la Lega ante el famoso Simac Milano, la Korac contra Roma en 1986 y, la más recordada, la Recopa de 1989 ante el Real. Un partido que es un mito viviente por lo que fue el tremendo duelo entre probablemente los dos anotadores más impactantes de la historia FIBA: Schmidt vs Petrovic.
El brasileño hizo 44 puntos y Caserta rozó el milagro. Obligó a que el croata anotara 62… Tanto tuvo que emplearse Drazen que, por anotar y superar a Oscar, se terminó peleando con varios compañeros, por su afán de tirar y tirar… Petrovic se fue a la NBA al año siguiente y Ramón Mendoza, el presidente del Real, quiso llevarse a Oscar. Incluso le mandó un contrato que el brasileño aún conserva en su casa. Por respeto a Caserta y a su presidente, Oscar dijo que no. No sería la única vez que Schmidt diría que no cuando un monstruo tocaría su puerta…
Era 1984 cuando New Jersey Nets lo eligió en el draft. Otra vez coincidió con Jordan, aunque el brasileño quedó en el puesto 131° de la sexta ronda, lo que él consideró un “insulto”, cuando se enteró. Y eso ya lo predispuso mal. No importó que el coach Stan Albeck lo quisiera ni que Al Menéndez, Director de Personal, dijera que era “uno de los diez mejores tiradores que he visto en mi vida”. Lo invitaron al campus previo a la temporada y Oscar aceptó, aunque ya con la idea de decir que no. él mismo lo reconoció. “Quería demostrarles lo que se perdían… Cuando llegué, le avisé al entrenador que anotaría un punto por cada minuto jugado. Y el primer día fue así: hice 25 puntos en 25 minutos… Me quedé una semana y jugué cinco partidos. Cuando me ofrecieron un contrato garantizado, les dije ‘no, gracias’”, contó.
El brasileño asegura que la razón fue que no podría jugar más con su selección, debido a que en aquella época la normativa prohibía que los NBA jugaran en su seleccionado (así fue hasta 1989). “Si todo se hubiese dado 15 años después, cuando esa ley no existía, claro que hubiese jugado en la NBA. Era el sueño de todos”, contó, ya retirado. Pero, más allá de ese amor por la verdeamarela, varios no tienen dudas que bastante tuvo que ver lo económico. New Jersey le habría ofrecido 75.000 dólares anuales, cuando aseguran que en Caserta estaba cerca de los 250.000. Muchos se hacen la pregunta cómo hubiese rendido entre los mejores….
-¿Y qué habría pasado si hubieses jugado en la NBA, Oscar?
-Habría sido uno de los 10 mejores jugadores de la historia. Habría anotado un punto por minuto. Con 40 minutos quizás hasta hubiese llegado a 60 puntos.
La respuesta luce exagerada pero, conociendo los talentos de Oscar, obliga al menos a pensarlo. O a que al menos él explique por qué lo siente así.
-¿Cuáles son sus argumentos para sostener esa afirmación?
-Mi voluntad para entrenar y mi estilo de juego. Si ves a Golden State de Curry, verás el estilo de juego que nosotros teníamos en los años 80 y 90. Yo creo que podríamos haber llevado esa forma antes a la NBA y explotar mis virtudes.
Los Nets nunca lo contrataron pero hace unos años le hicieron un homenaje por su carrera y le entregaron la camiseta N° 14 en el centro del campo. Oscar agradeció pero nunca se arrepintió. Fiel a su forma de pensar y sentir, se inclinó por otros caminos. En Italia completó diez temporadas: en cinco fue el goleador y se fue siendo el máximo de la historia por delante de los legendarios Antonello Riva, Dino Meneghin, Pierluigi Marzorati, Roberto Brunamonti o Manuel Raga. Cuando dejó la Bota y se mudó a España tampoco fue a un candidato. Con 35 años eligió Valladolid, al Fórum (93-95) y, pese a las dudas, destrozó los aros de la ACB, siendo el anotador top en su primera campaña (33.2 puntos).
En dos años cautivó a la afición y dejó un recuerdo imborrable, además de un legado que se resume en una anécdota del coach Chechu Mulero. “Era Navidad y jugábamos un triangular en casa. Era pleno diciembre, hacía un frío polar y cuando llegamos al estadio no nos habían avisado que estaban arreglando el techo y casi la mitad del campo estaba al aire libre. Oscar no dijo nada. Se bajó del ómnibus, tomó una pelota, se dirigió al aro sin techo y me pidió que le alcanzara la pelota. Yo apenas me movía un metro para acá o para allá, por el frío, pero Oscar entró en calor y metió 52 triples seguidos. Fue algo alucinante, no volví a ver algo igual”, cuenta.
En 1995 volvió a su amado Brasil, con 37 años, para jugar en Corinthians. En su país jugó durante ocho más y, claro, fue el máximo scorer de la competencia. Pasó por Banco Bandeirantes para ser dirigido por su amigo Marcel y él cumplir el doble rol de presidente y jugador (anotó 74 tantos en un partido). Luego jugó en Barueri y se retiró en Flamengo, a los 45. Dos años antes ya había superado la marca de Abdul-Jabbar. “Ya pueden llamarme ex jugador. Esta situación es muy triste y difícil para mí. Tengo que dejar lo que más amo y mejor sé hacer. Me gustaría jugar para siempre. También me encantaría empezar de nuevo. Pero no es posible. Es tiempo”, se sinceró.
Ni siquiera quiso jugar un puñado de partidos más para superar los 50.000 puntos. Se quedó a 263 pero ya sabía que el legado era demasiado profundo. Con el retiro de la N° 14 de Flamengo, fueron cuatro equipos en total que colgaron su camiseta en el techo. Las otras fueron la 14 del Unidade de Brasilia, la 18 en el Caserta y la 11 en el Pavia.
Sin dudas, Oscar está entre los deportistas más grandes de la historia brasileña. Algunos dicen Top 5 y otros, Top 10. En el básquet, para varios expertos, fue el mejor alero anotador de la historia. En una encuesta de la NBA, resultó elegido para formar el Dream Team extranjero de siempre, siendo el único del grupo que nunca jugó en la NBA.
Ya retirado, le quedó un partido todavía más bravo por ganar. En 2011 le diagnosticaron un cáncer cerebral con el que luchó durante cuatro años hasta curarse. Debieron operarlo dos veces, la segunda por un nódulo grado 3, más agresivo que el primero. “Este es un desafío más. He superado varios a lo largo de mi vida. Si más adelante no logro vencerlo, veremos. Pero haré todo lo que sea necesario. Si tengo que abrir la cabeza diez veces, lo haré, siempre y cuando pueda seguir hablando... Siento que puedo, que le voy a ganar. El cáncer se metió con el tipo equivocado”, disparó, fiel a su carácter.
LeBron, seguramente, dejará atrás su récord, pero el legado de Oscar seguirá tan presente como hasta ahora.