“Yo fui un futbolista frustrado, a tal punto que había jugado en las inferiores de Racing, hasta que Cacho Giménez, el coordinador, me dijo que no tenía condiciones, pero la vida me dio la posibilidad de vivir en este deporte cosas increíbles, empezando por el hecho de haberme mantenido 50 años en la profesión, que no es poco. Llegué a representar 183 futbolistas antes de estar por primera vez con Diego en 1985. Me siento respetado y querido por varias generaciones y eso hace que me parezca mentira que haya pasado ese tiempo, en un recorrido donde tuve buenas y malas, altos y bajos, como es la vida misma. Estoy orgulloso y lo que más rescato es el agradecimiento”.
Las palabras le fluyen a un emocionado Guillermo Cóppola, sentada en su oficina, donde se siente cobijado y custodiando por fotos y camisetas, que son testimonio permanente de una vida dedicada al fútbol, cuyo vínculo, próximamente, cumplirá nada menos que medio siglo, con un inicio muy particular.
“Allá por el ‘74 yo era un inquieto al que le gustaba mucho el fútbol. Trabajaba en el Banco Federal Argentino y uno de los clientes era Naum Zalcman, que, entre otras cosas, era intermediario, siguiendo los pasos de Don Félix Latrónico, el pionero. Ellos se dedicaban a eso: compra y venta de jugadores. Naum me dijo un día, sabiendo que yo tenía una formación universitaria, que lo acompañara para ayudarlo con los números por una transferencia que tenía que realizar en Europa. Era el pase de Osvaldo Santos, arquero de Lanús, que actuaba en primera B al Barcelona de España, con el que enseguida tuve la mejor onda, porque era buena gente y con una facha arrasadora (risas). La verdad es que fui de colado, pero fue la primera vez que puse un pie importante en el mundo del fútbol. Estuve varios días en España, no podía creer todo lo que veía, porque era realmente un universo nuevo y ahí me picó definitivamente el bichito. En los medios salió alguna cosita de mi participación en la operación y en mi trabajo también se supo, porque el dinero lo invertimos en el banco. El Gato Santos se insertó en un plantel lleno de estrellas, donde la más grande era nada menos que Johan Cruyff. Compartió la pretemporada con ellos y luego actuó en la filial de Barca y más tarde en el Valladolid. A comienzos del ‘78 me lo traje para Boca, porque el Toto Lorenzo buscaba un arquero volador, pero no anduvo del todo bien”.
Aquella transferencia, de algún modo sorpresiva, era lo que Cóppola estaba necesitando: poder ingresar en el ambiente de la número cinco. Su nombre comenzó a hacerse conocido lentamente, hasta que llegó un momento clave, a partir de un futbolista que actuaba en la primera división: “Estábamos en 1975 y un día el gerente general del banco me mandó a llamar, porque sabía que yo era hincha de Boca. Estaba reunido con Vicente Pernía, que se quería hacer cliente y su intención era que yo lo pudiera asesorar. Le abrí una cuenta y a los pocos días me llevó a La Candela, el mítico lugar de concentración de Boca, donde empecé a ir con frecuencia. Un día se me acercó el padre de Tarantini, en medio de una práctica: “¿Usted no es el que participó en la transferencia de Santos? Porque a mí me gustaría que se ocupara de las cosas de mi hijo”. Obviamente le respondí que sí y al poco tiempo se sumó Marcelo Trobbiani, que también era un pibe, que vivía allí desde que había llegado de Casilda. Guardaba el dinero en la almohada y en una ocasión me dijo si le podía enviar una suma, pongamos que eran mil pesos, a sus padres. Al mes siguiente me solicitó lo mismo y entonces le comenté: “Le mando los 1.000, pero ¿Qué hacemos con los otros 5.000?”. No entendía nada y allí le expliqué que le había comprado unos valores nacionales ajustables, que se habían disparado. La bola se corrió enseguida y se vinieron todos conmigo”.
El país atravesaba los tramos finales del gobierno de María Estela Martínez de Perón y la situación económica era desastrosa. La astucia de Cóppola le hizo ganar un dinero interesante a los miembros del plantel de Boca, por lo que fue inmediatamente aceptado, aunque poco tiempo después, hubo cambio de técnico: “Se fue Rogelio Domínguez y llegó Lorenzo. La primera vez que me vio, puso mala cara: “¿Y éste quién es?” (risas). Una vez más me ayudó Pernía, que le dijo que era su amigo y asesor del plantel. Con el tiempo, tuvimos una gran relación con el Toto. Al llegar 1978 ocurrieron dos hechos muy importantes. Uno fue que en la fundación Natalio Salvatori, donde la selección se preparaba para el Mundial, lo conocí a Diego, que tenía 17 años. Se acercaba porque a mí siempre me gustó tener autos lindos y charlábamos sobre eso, nada más. Y el otro se produjo cuando el Conejo Tarantini me regaló la réplica de la Copa del Mundo que le habían dado por ser campeón. Fue de invitado a la mesa de Mirtha Legrand, donde comentó que se estaba por ir a jugar al exterior y que Guillermo Cóppola estaba trabajando en su pase. Él fue el primero que me firmó un poder para que yo pudiese negociar en su nombre y allí fuimos a Birmingham, donde jugó la temporada 78/79″.
En aquel momento fue un conflicto que ganó las portadas de diarios y revistas, porque Alberto Tarantini quedó libre de Boca de fines de 1977, en medio de una gran polémica, y en esa condición disputó el Mundial ‘78. También fue un aprendizaje para Guillermo: “El presidente de Boca era Alberto J. Armando, un tipo muy hábil. Me convocó a una reunión en su famosa concesionaria de autos de Avenida La Plata y allí me dijo que lo habían invitado al programa donde estaba Pepe Peña, el padre de Fernando, que era muy visto por canal 11 y quería que lo acompañase. Le pregunté por qué y me respondió que era porque los jugadores me tenían confianza. Para mí era un honor. Al ser entrevistado esa noche, dijo: “Les quiero presentar a un joven que va a dar que hablar mucho en el fútbol. Lo traje para que lo conozcan”. Y aparecí en cámara. A los dos días me volvió a llamar a la concesionaria: “Yo sé que vas a viajar a Birmingham. Traéle algo a Boca. Se que vas a hacer una buena gestión para nosotros”. Un vivo espectacular, porque el club no tenía nada que ver ya con el pase de Tarantini, que había quedado libre, pero me dejó una gran enseñanza: “Lo alimentamos, lo hicimos crecer, lo educamos, le refaccionamos la casa a los padres en Ezeiza, no se puede ir de Boca de esta manera”. Me hizo un poder para actuar en nombre de la institución y le conseguí 100.000 dólares, que era una fortuna”.
Ese ‘78 fue clave en la vida de Cóppola. La mención al haberse conocido con Diego lo conmueve y lo lleva hasta tiempos cercanos, con una mueca de dolor: “Muchos me dicen: y si vos hubieras estado con él… pero yo no puedo ponerme a pensar en que hubiese pasado si... No me corresponde hablar de nadie, pero siempre pienso. ¿No se podría haber hecho algo más? Cuando escucho los audios de quienes lo rodeaban de sus últimos días… no lo puedo entender. Como dije siempre, incluso en algunas notas: si yo hubiese estado allí, ese 25 de noviembre de 2020, Diego tenía la ambulancia en la puerta de su casa y hoy estaría con nosotros. Sé perfectamente que cuando tuve que estar, estuve, como ejemplo máximo lo que vivimos en Punta del Este, en una situación límite extrema, como es un cuadro de coma. Pero no lo digo yo, lo han reconocido todos, hasta el médico que participó allí, donde fui yo el que tomé la decisión de irnos en la camioneta, que casi no tenía nafta, pero nos permitió llegar al sanatorio para salvarle la vida. Y de las cosas más importantes es el reconocimiento de la familia de Diego”. Allí Guillermo toma su teléfono celular para buscar una nota que le hacen a Claudia Villafañe, donde ella dice que, viéndolo a la distancia, se da cuenta que Cóppola no tenía días ni horarios, más allá de Diego, pese a tener esposa e hijos. Vivía por y para él, remarcando que más allá de las diferencias, terminaron siendo familia. Una reivindicación pública que le hace caer unas lágrimas a este personaje tan especial, emocionado como pocas veces uno lo ha visto, recordando también, que cuando fue aquel fatídico día del entierro de Maradona, la familia lo eligió a él para que portara la primera manija del ataúd.
No era fácil retomar la charla después de un momento tan doloroso, donde el protagonista mostró su faceta más sensible, pero se hizo a la manera de Guillermo, contando una anécdota increíble: “Cumplo años el 12 de octubre y en 1980 estaba acompañando al plantel de Boca, que viajó a la ciudad de Bragado para disputar un amistoso. Yo representaba a casi todos los muchachos que, como regalo, me hicieron posar con ellos para la foto, vestido de futbolista, antes del partido. Fue un sueño cumplido. Cuando me estaba por ir cambiar, Rattín, que era el técnico, me dijo que me quedara en el banco para ver el partido. Cuando el Beto Outes metió el 4-0, todos los jugadores le decían al DT: “Ahora Rata, es ahora”. Y él me dijo que me preparara para entrar. Comencé a correr al costado del campo y la gente, con el alambrado pegado, empezó a los gritos: “¿Rattín, a quién vas a poner, al chofer del micro?” (risas). Me di el gusto de jugar un rato, pero fue un escándalo, porque Armando se enojó mucho. Al día siguiente me invitaron a 60 Minutos, el noticiero de ATC, que era el más visto y hasta Pinky salió a defenderme. Fue una locura y yo lo disfruté mucho”.
Febrero del ‘81 es una fecha pintada de azul y oro. Allí comenzó a concretarse el romance entre Boca y Maradona. Tiempos de un fútbol argentino con casi todas sus estrellas jugando en el país: “Diego llegó de manera increíble e inesperada, pero era un club arruinado, sin plata, y yo desde el banco trataba de ayudar, de dar una mano para que no se fundiese. Había crecido mucho en el trabajo y tenía una cartera importantísima de clientes, ya no solo jugadores, sino actores y artistas. Estuve presente el día que firmó el contrato, porque representaba a todos los jugadores que pasaron a Argentinos Juniors en parte de pago y de ahí nos fuimos a almorzar a una cantina de la Boca, con Diego y Cysterpiller. Recuerdo perfectamente que comimos ranas a la provenzal, una locura (risas). En la mesa, empezó a halagarme por cómo había manejado el pase de los muchachos, sobre todo el de Carly Randazzo, y ahí detecté que eso a Jorge, no le gustaba para nada. Unos meses más tarde estuve en La Candela el día que se apareció la hinchada y fue un escándalo. Diego quiso hablar y lo pararon: “La cosa no es con vos, pibe”. Yo tenía una muy buena relación con el Abuelo, el jefe de la hinchada y entonces le dije: “No le hables así, él es un jugador más del plantel y muy importante. Dale bola”. Ese gesto, a Diego le encantó”.
El ‘81 soñado, con título incluido y la magia de Maradona regando cada cancha que pisaba, se transformó rápidamente en pesadilla, porque a Boca le era cada más difícil cumplir económicamente con sus jugadores. En febrero del ‘83 se dio una situación límite, donde Guillermo fue partícipe: “El club le debía una fortuna al banco donde yo trabajaba y por eso yo era el responsable de la situación. Pero quería salvarlo y le fui a plantear al gerente general: “Boca necesita 100.000 dólares” y su respuesta, cortita y concreta fue: “No hay más plata para Boca. Y no solo eso, va a haber una reunión del directorio para tratar tu tema, porque se está yendo de las manos”. Salí de ahí, me fui a Casa Piano y les planteé a los dueños que necesitaba ese monto para Boca. No solo me contestaron negativamente, sino que me dijeron que iba a terminar preso (risas). Me estaba yendo, cuando tuve una idea y regresé: “Ustedes tienen un vino horrible, que no conoce nadie, pero yo lo voy a hacer el más famoso de Argentina”. Y conseguí 200.000 dólares por el famoso auspicio de Vinos Maravilla para la camiseta”.
En la memoria de Cóppola está 1984 como un año importante (“ahí me sacaron mi mejor foto en el fútbol. Fue en la cancha de Deportivo Español y estaba en un escritorio, con una fila de los más destacados jugadores que representaba. Algo hermoso”) y su actividad como mediador entre el plantel y los dirigentes de Boca, en una de las temporadas más complejas de la historia del club. Pero la bisagra es el ‘85, porque fue una pieza clave en la transferencia que conmocionó al ambiente (”Recibí aprietes de todo tipo por los pases de Gareca y Ruggeri de Boca a River. Desde los más altos dirigentes hasta la hinchada: “Cóppola: vas a tener problemas”, eran los mensajes más comunes. El gremio me apoyaba, pero la cosa era muy difícil). Hasta que a mediados de año se disputaron las eliminatorias rumbo a México ‘86. La Selección se concentraba en el predio del Sindicato de empleados de comercio en Ezeiza y allí se dio la charla clave con Maradona: “Diego estaba tirado en su cama y me dijo: “Cóppola, a vos te quiere todo el mundo, porque cuidás a los muchachos”. Seguimos la conversación hasta que me propuso ser su representante, porque estaba terminando la relación con Cysterpiller. Allí le planteé que estaba de acuerdo, pero que tenía que acomodarme con los casi 200 representados que tenía. Me paró de una: “¿Qué acomodar? Exclusividad, Cóppola, exclusividad” (risas). Salí de la reunión y fueron Gareca y Ruggeri quienes me terminaron de convencer para aceptar. La última transferencia que hice fue la de Rubén Insúa de San Lorenzo a Las Palmas y luego me dediqué a full a Diego”.
Y a partir de allí, la parte más conocida, plagada de historias y anécdotas que han dado la vuelta al mundo. Al igual que este hombre, que cumple 50 años en el mundo del fútbol, su gran pasión, donde ya es, con absoluta justicia, una marca registrada.