“¿No me dieron en el brazo, no?”
Paul Pierce todavía estaba todo ensangrentado, dolorido, apenas podía hablar, pero en el medio del shock, acostado en la camilla yendo al quirófano del New England Medical Center, no pudo evitar preguntar por su mano hábil a sus dos acompañantes, los hermanos Battie. La figura de Boston tenía miedo, preguntaba desesperadamente si podría vivir, si los médicos pensaban que podría superar tantas heridas en su cuerpo, pero también se le cruzaba por su cabeza el futuro de su carrera que recién comenzaba a brillar en los Celtics.
Era el 25 de septiembre del 2000, faltaban algunas semanas para comenzar su tercera temporada en la NBA. En la anterior, Pierce había promediado 19.5 puntos, 5.4 rebotes, 2 asistencias y casi 2 robos, siendo una de las dos estrellas del equipo -la otra era Antoine Walker-. Y aquella madrugada del 25 de septiembre del 2000 había asistido, junto a su compañero de equipo Tony Battie y su hermano Derrick, a Buzz Club, una discoteca ubicada en el barrio de los teatros de Boston, con la idea de divertirse un rato en un after hour con 300 personas y música disco.
Ni bien llegó, su presencia no pasó inadvertida. Ya era una famosa figura del deporte de la ciudad y su cara inundaba la televisión local. Con una ostentosa chaqueta de cuero, su sonrisa y típico andar canchero, Paul se dirigió hacia el final del local, a una sala más tranquila que tenía dos mesas de pool, mientras Derrick se iba más al bullicio y Tony se dirigía al baño.
Cuando se detuvo, vio que dos chicas lo miraban y sonreían. Paul se acercó y comenzó una charla con ellas, Delmy Suárez y Kaisha Lewis, sin darse cuenta de que pocos metros más atrás un hombre lo miraba con cara de pocos amigos. Era William Ragland, apodado Roscoe, primo de Kaisha, quien por algún motivo rápidamente mostró su enojo con Pierce. Tal vez una mezcla de celos y envidia por saber quién era y las facilidades que podía tener con algunas mujeres…
-¿Qué te pasa, Negro?
-Tranquilo, hombre, tranquilo, sólo estamos hablando.
Pierce se sorprendió con el enojo del otro afroamericano. Roscoe repitió la pregunta, con más furia, y se acercó, amenazante, hacia Pierce. Inmediatamente le dio un empujón que lo hizo tambalear y ahí empezó el caos. En pocos segundos el jugador recibió golpes de todo tipo, incluyendo un botellazo en la cara, y 11 puñaladas, divididas en el pecho, cuello, cara y espalda.
Luego se supo que eran personas vinculadas a los Made Men, un grupo de rap más conocido por su entorno conflictivo y hechos de violencia -mataron a uno de sus integrantes y a un guardaespaldas del grupo- que por la calidad musical de sus discos.
Algunos testigos aseguraron que Rangland, de 28 años, sacó un cuchillo de hoja plana del bolsillo derecho de su pantalón y comenzó a apuñalar a Pierce (23), con la asistencia de Trevor Watson (34) y Tony Hurston (31).
Con Pierce tirado en el piso, lleno de sangre, y la gente envuelta en pánico, tratando de irse del local, Roscoe empezó a caminar a los gritos mientras se dirigía al baño.
-Que se joda ese negro. Soy el único hombre aquí. Que se jodan estas rameras, que se joda Paul Pierce...
Tranquilamente Rangland se lavó las manos ensangrentadas, salió del local, se subió a un auto de lujo plateado con chofer y abandonó el lugar, sin poder ser detenido ni identificado por la policía de Boston.
El resto de la escena quedó envuelta en pánico y desesperación. “Por Dios, Paul, resiste, por favor, resiste”, le gritaba Tony, quien salió del baño por los gritos y se encontró con una escena que nunca imaginó. Los hermanos Battie ni esperaron a la ambulancia, lo cargaron -con ayuda de la seguridad del pub- en la parte trasera del auto y lo llevaron a toda velocidad hacia el hospital.
-¿Voy a vivir? ¿Voy a vivir?
Era lo único que repetía Paul en el auto mientras sus amigos no sabían qué responderle. “No sabíamos qué tan lastimado estaba en ese momento. Supongo que, probablemente, era mejor no saberlo”, admitió Tony, quien era invadido por la culpa luego de no haber podido hacer nada. “No pude ver nada, justo había ido al baño”, precisó.
“Todo pasó tan rápido, recuerdo haber visto mi ropa manchada, pero lo que me resultó imposible de olvidar fue mi cara. Tenía mucha sangre…”, recuerda. Lo que llegó después fue la operación y la explicación de los médicos de cómo había salvado su vida. “De alguna forma, Dios estaba mirando por encima de sus hombros… De haber tenido otra ropa, tal vez todo hubiese sido distinto. La chaqueta de cuero impidió más profundidad en las heridas y hubo una que llegó a centímetros de su corazón”, precisó el Doctor Graham.
En 2002, Rangland fue sentenciado de siete a diez años por el ataque. Trevor Watson, una de las personas que tuvo un rol secundario en la agresión, fue condenado a un año. Krystal Bostick, una estudiante que había estado en el Buzz Club, fue una de las testigos más polémicas del caso porque dijo primero que había visto a Rangland con un cuchillo y luego se desdijo, atemorizada, prefiriendo asumir las consecuencias penales de cambiar su declaración inicial en vez de rectificarse ante el estrado.
Regina Henderson, la segunda testigo del caso, inclinó los hechos en contra de Rangland. Aseguró haber visto sus manos ensangrentadas, que lo vio entrar al baño para lavar sus manos y que dijo, al salir “¿quién será ahora la próxima víctima?”. Pierce también identificó a Rangland como el organizador de la pelea. Los dos guardias de seguridad, que ayudaron al alero de Celtics y a los hermanos Battie a salir por la puerta trasera del recinto, también señalaron a Roscoe como el máximo responsable. Los argumentos puestos en fila ayudaron al jurado a encontrar a los culpables.
Los años siguientes fueron duros para Pierce. Aseguró que, por un largo tiempo, llevó armas consigo, por las dudas. Y que le costó volver a visitar lugares públicos de noche. “La gente no lo sabe, pero durante dos años llevé dos pistolas siempre conmigo. Estaba paranoico. Las llevaba siempre encima. No podía estar en aglomeraciones de personas y no podía dormir. Necesité que la Policía estuviera vigilando mi casa 24 horas al día durante mucho tiempo”, aceptó 20 años después de aquel hecho. “Debes cuidar tu espalda. Somos objetivos como basquetbolistas famoso. Estoy más precavido ahora acerca de los lugares donde voy y con quien me encuentro. La gente sabe quién eres, está celosa de vos y estas cosas suceden”, fue su análisis.
Sin embargo, conservó orgullosamente sus cicatrices en el cuerpo e incluso las mostró en una sesión de fotos. “Estos son mis marcas ahora y viviré para siempre con ellas”, admitió. Marcas que también se volcaron a su personalidad y forma de enfocarse en el básquet. “De alguna forma tuve una transformación interior que me ayudó a llegar al éxito, años después”, aseguró. Ocho años después de ese fatídico episodio, las lágrimas corrieron por su rostro cuando sus Celtics fueron campeones de la NBA y él recibió el premio de MVP de las Finales. Algunos hinchas entendieron ese llanto contenido como emoción, que de alguna manera lo fue, pero siempre teniendo en cuenta aquel episodio que pudo terminar con su vida.
“Recuerdo a los doctores diciendo, tras su recuperación, que Paul no podía ni siquiera poner sus manos encima de la cabeza. El mismo día que le dijeron eso, él ya estaba ejecutando lanzamientos al aro”, recordó Jim O’Brien, en aquel entonces entrenador de Celtics.
No fue el único que se sorprendió con su recuperación, talento y carácter especial. El 13 de marzo de 2001, cuando todavía no se habían cumplido seis meses del hecho, Shaq O’Neal lo calificó de una forma para eternizar un apodo: The Truth. “Anota lo siguiente. Mi nombre es Shaquille O’Neal y Paul Pierce es la jodida verdad. Citame tal cual y no dejés nada fuera. Sabía que podía jugar, pero no sabía que fuera capaz de hacerlo así. Paul Pierce es ‘The Truth’ (La Verdad)”, le dijo Shaq a Steve Bulpett, reportero del diario Boston Herald, en la zona mixta del Staples Center, luego de verlo anotar 42 puntos, bajar seis rebotes y robar cuatro pelotas. En aquella temporada, que comenzó el 1° de noviembre, 36 días después de aquella casi tragedia, Pierce no se perdió ni un partido y terminó promediando 25.3 puntos, seis más que en la anterior. Una locura.
En 2017, Pierce se retiró luego de 19 temporadas, 15 de las cuales las pasó en Boston, donde es un ídolo absoluto. Fue campeón en 2008 y promedió 21.8 puntos, 6 rebotes, 4 asistencias y 1.4 robo, aunque su legado va mucho más allá de los números. The Truth fue un verdadero líder que aparecía siempre en los momentos decisivos. De un juego y de una temporada.
Una carrera y un legado que una noche del 2000 estuvieron por detenerse por completo. Aquel guiño del destino que Paul Pierce aprovechó para quedar en la historia del básquet mundial.