Con 54 años, Pedro Sallaberry mantiene su vida ligada al fútbol. A pesar de que colgó los botines como profesional siendo muy joven, hace más de dos décadas, el ex delantero se dedica a transmitirles todas sus vivencias a los chicos de El Semillero, un club de barrio que creó en Glew a fines de 1999.
“Lo hacemos todo de corazón y con sacrificio. Si es necesario darles un plato de comida o una taza de té a los pequeños que concurren, no lo dudamos. Siempre estamos a disposición de la familia para que el niño esté bien alimentado. Somos un club social y es lo que corresponde. Vivo de esto, pero la estoy luchando”, sostiene.
La historia de este ex atacante y la pelota arrancó cuando se fue a probar a River Plate llevado por un ex integrante de La Maquina, Eliseo Prado. Eso ocurrió en 1980, cuando tenía 11 años. A partir del día que quedó fichado, permaneció en el club de Nuñez durante ocho temporadas, llevando a cabo todas las Inferiores, y siendo después parte del plantel de Primera División campeón de la Copa Libertadores ´86 y de la Intercontinental del mismo año.
“Tuve como competidores a Antonio Alzamendi, Claudio Caniggia, Juan Gilberto Funes, Rubén Navarro, Jorge Villazán y Jorge el Pulga Esteche. Había 10 mil delanteros delante mío y no me arrepiento de haber peleado el puesto con estos monstruos”, señala en diálogo con Infobae.
Mientras alternaba entre la Primera y la Reserva millonaria, Sallaberry fue citado por Carlos Pachamé para disputar el Sudamericano Sub 16 de 1985 que se coronó campeón en nuestro país. Allí, compartió equipo con Fernando Redondo, Hugo Maradona, hermano de Diego, Lorenzo Frutos y Fernando Kuyumchoglu, entre otros. En ese torneo, terminó siendo el máximo anotador con 10 tantos e integró un seleccionado juvenil que ganó todos los partidos que disputó, incluso la final contra Brasil.
“Diego (Maradona) venía a la concentración a comer tortas fritas y se quedaba toda la noche charlando con nosotros. En la Argentina lo criticaron mucho. Pero sabés todo lo que tuvo que pasar, lo que debió aguantar por ser Maradona. Nos enseñó que teníamos que luchar hasta el final, tanto en la cancha como en la vida misma”, recuerda el ex atacante que tuvo una extensa carrera como jugador que incluyó pasos por Independiente, Chaco For Ever, Vélez Sarsfield, Banfield, Douglas Haig de Pergamino, Almirante Brown, Talleres de Remedios de Escalada y Colegiales, donde se retiró con 33 abriles.
- ¿Qué es de tu vida, Pedro?
- Hace 23 años que colgué los botines y puse una escuelita de fútbol en Glew. Trabajo con chicos todo el tiempo. Ni bien me retiré, estuve dirigiendo en las Divisiones Inferiores de River Plate y luego en San Lorenzo de Almagro. Ahora, me estoy dedicando pura y exclusivamente al fútbol infantil.
- ¿De qué manera se les enseña a los chicos que empiezan a dar sus primeros pasos con la pelota?
- Es especial trabajar con ellos, porque todos tienen una historia detrás de la pelota que patean. Tenés que saber los problemas que atraviesan en sus casas y en el colegio. Uno debe ser un padre y un psicólogo al mismo tiempo. Además, tenés que dedicarle mucho tiempo, te diría que vivir para ellos.
- ¿Podés vivir bien económicamente de la escuelita?
- No, la estoy luchando. Igualmente, no me puedo quejar. El predio es mío. Gracias al fútbol pude comprar los terrenos y armar la escuelita como siempre quise; vivo de eso.
- ¿Cómo fueron tus inicios en el deporte?
- Fueron jugando a la pelota frente a mi casa en Glew, donde en mi época había mucho campo y estábamos todo el día en el potrero, pateando y pateando. Mis viejos eran humildes. Mi papá trabajaba en el Banco Desarrollo en Capital Federal y mantenía a cinco hermanos. Teníamos una casa en Santa Teresita y compartíamos los gastos con tres familiares más. En el verano, nos íbamos para allá, y un día me vio jugar un ex jugador de River y me convocó para que fuera a probarme a ese club.
- ¿Quién fue?
- Eliseo Prado, integrante de La Maquina Millonaria. Un día, se acercó a mi viejo, y en febrero de 1980 cuando regresamos de las vacaciones, me llevó a probarme a River. Resulta que yo jugaba en mi barrio con los chicos de la calle 45 de esa ciudad balnearia, este hombre me vio, se puso a jugar con nosotros y le dijo a mi papá “me gusta cómo juega su hijo, quiero que se pruebe en River”. Ahí empezó mi historia con el fútbol. A partir de ese momento, estuve diez años en el Millonario.
- ¿Cómo fue ser parte del River de 1986 que salió campeón de la mano del Bambino Veira?
- Integré el plantel que luego se coronó en la Copa Libertadores ´86 y la Intercontinental del mismo año. Compartí vestuario con el Beto Alonso, Nery Pumpido, Oscar Ruggeri, Antonio Alzamendi, el Negro Henrique y el Tolo Gallego, entre otros.
- ¿Cómo fue cambiarse al lado de semejantes figuras?
- Era muy complicado, ¿viste? Si yo me sentaba en el lugar que se cambiaba Ruggeri, él entraba al vestuario, te miraba mal, con un solo ojo, y me tenía que ir a cambiar al inodoro, me mandaba al baño (risas). Además, la presencia que tenían esos tipos cuando ingresaban al recinto lo decía todo. Tenían un aura especial. Vivir todo eso fue fabuloso, porque aprendimos un montón de cosas, tanto con el Bambino Veira como también con Carlos Griguol como entrenadores. Pero no sólo en un campo de juego, sino para la vida misma. Aprendimos a manejarnos con la plata cuando ganábamos algún premio, nos aconsejaban que compráramos un departamento o una casa para tener un techo. Fue pura enseñanza, de gente muy buena y que actuaba de corazón.
- ¿Quiénes te marcaron en ese plantel?
- Aparte del Bambino y Griguol, los jugadores más experimentados como Ruggeri, Alzamendi y el Tano Gutiérrez, por ejemplo. La gente grande nos decía que no compráramos auto, sino que guardáramos la plata que ganábamos luego de un partido. Que la tratáramos de invertir en ladrillos, porque en el día de mañana no sabés qué es lo que te puede llegar a pasar”.
- ¿Qué hiciste con el primer sueldo que cobraste en River?
- Ayudé a mi casa, pagué los impuestos y compré otras cosas más. Porque éramos cuatro hermanos y aporté dinero para alivianar un poco a mi viejo.
- También fuiste campeón con el seleccionado argentino que participó del Sudamericano Sub 16 de 1985.
- Sí, gracias a Dios me fue muy bien, ya que marqué diez goles en ocho partidos. Salí goleador del torneo y le ganamos a Brasil la final, y posteriormente nos clasificamos para ir a jugar el Mundial de China. Fue una experiencia única e irrepetible. Compartí equipo con Fernando Redondo, Hugo Maradona, el Negro Cáceres, Fernando Kuyumchoglu, el Gato Miguel, entre otros. Me hice muy amigo del hermano de Diego e íbamos a la casa de sus padres en Villa Devoto a festejar los cumpleaños de los familiares, y de Pelusa también. La pasábamos bien y él te la hacía pasar de diez. Con nosotros, era uno más. Me trataba como si fuese su hijo. Cuando entrabas a la casa, te sentías cómodo, como si fueras parte de la familia de toda la vida. La familia Maradona siempre me trató como un hijo más y me saco el sombrero por todos.
- ¿Cómo eran los festejos de cumpleaños en la casa de Devoto?
-Ponían música y venía Diego a agarrarte de la mano para sacarte a bailar; te hacía sentir cómodo. Te daban de comer lo que vos querías. Cantaban canciones en los cumpleaños y se prendían todos. Hacían karaoke, una locura. Si necesitabas algo, el Diego te entregaba hasta su corazón, de ser necesario. Si le pedías algo, dejaba todo lo que tenía y te lo daba.
- ¿Cuál es tu primer recuerdo de Pelusa?
- Cuando estábamos concentrados con el Sub 16, venía a comer tortas fritas a la concentración en el predio de Empleados de Comercio. Un tipo sensacional. Nosotros quedábamos embobados con todo lo que nos contaba. Nos enseñó que tenemos que luchar hasta el final tanto en la cancha como en la vida. Por ejemplo, en el campo de juego, si tu compañero no puede, vos tenés que luchar por vos y por él, y nunca bajar los brazos.
- ¿Qué balance haces de tu paso por River Plate?
- Jugué poco. Arranqué a los 11 años en las Inferiores millonarias hasta debutar en Primera con 17. Fue positivo lo poco que me desarrollé en la máxima categoría. Me dieron pocas oportunidades y las pude aprovechar. Disputé 19 partidos, marqué dos goles. Pero jugaba muy salteado. Es por lo único que puedo decir que me fue mal, ya que jugaba dos partidos y luego pasaba un mes sin tocar la pelota. No tuve la continuidad necesaria, la chance de jugar diez encuentros consecutivos. Mi primer partido fue prácticamente a los tres años de haber llegado a Primera División.
- ¿Por qué pasó tanto tiempo?
- Porque había muchos delanteros delante mío. Yo alternaba entre la Primera y la Reserva. Estuve en el plantel de 1986 que compitió en la Libertadores como en el campeonato local, pero no jugué ni un encuentro. Viajaba con el plantel, concentraba con ellos para los partidos y estoy en las fotos (risas). Me citaban y estuve ahí. Un día, Alejandro Montenegro me llamó y me dijo: “Pedro, te voy a agregar al grupo de WhatsApp de los campeones del 86 porque no jugaste pero estuviste con nosotros”. A partir de ese momento, ahí estamos conversando continuamente.
- ¿Quién falta en ese grupo?
- Nadie. Creo que están todos. No falta ninguno.
- ¿Por qué dejaste el Millonario?
- Yo no dejé, me dejaron, porque llegó César Luis Menotti y no me tuvo en cuenta. Entonces, vino el Flaco a decirme que fuera a Banfield ,que Ángel Cappa iba a contar conmigo. “Mirá, acá no vas a tener lugar ni para jugar en Reserva, porque voy a traer varios futbolistas. Así que porque no aprovechés y te vas con él”, me dijo César. De esta manera, con 20 años recalé en el Taladro. Luego, pasé a Chaco For Ever en Primera División, nos salvamos del descenso en la cancha de Boca, ganándole a Racing de Córdoba por 5 a 0. Eso fue un trampolín para desembarcar nuevamente en un club grande.
- ¿En Independiente?
- Sí. Se notó el cambio entre un equipo y el otro. Igualmente, a Chaco le debo la vida. Porque lloraba mucho cuando me tuve que ir de Banfield, no entendía nada, pero la peleé a muerte y me fue bien. En el Rojo jugué poco, tuve pubalgia y no pude recuperarme por completo. Estuve durante cuatro meses tratándome de curar, pero como no me recuperé, me operé. Los últimos tres meses los pasé renegando con el doctor hasta que el Bambino Veira me llevó a Vélez y al mes, ya estaba jugando.
- ¿Fuiste parte de los mejores años de Vélez en su historia?
- Yo llegué en 1991, un tiempo antes de que Vélez lo ganara todo de la mano de Carlos Bianchi. Pero jugué con el Tito Pompei, el Turco Asad, Cristian Bassedas, Patricio Camps, con todos los pibes del club que en la temporada siguiente ganaron la Copa Libertadores y la Intercontinental en Japón. En ese club tuve mala suerte porque me llevó el Bambino, pero a los dos meses cayó preso por la causa de abuso sexual.
-¿Qué te generó saber que Veira quedó preso en la cárcel de Devoto? ¿Lo fuiste a visitar?
- Yo era muy pibe y el Nano Areán era la mano derecha del Bambino junto al profesor Alfredo Weber. Ellos nos enseñaron mucho el camino, el andar. Sí, lo fuimos a visitar todos los integrantes del plantel a la cárcel, fue durísimo verlo así. Todavía no lo puedo creer.
- ¿A qué edad colgaste los botines?
- A los 33 años porque había empezado a bajar mucho de categoría. Hacia un esfuerzo bárbaro para ir a entrenar desde Glew a Munro, ya que jugaba en Colegiales, la plata no me alcanzaba para viajar. Además, el club no me pagaba, era un lío y decidí dejar el fútbol por este motivo. A partir de ese momento, metí la escuelita de fútbol y arranqué con la enseñanza. Podría haber seguido uno o dos años más, porque físicamente estaba en condiciones.
- ¿Cómo fue el post retiro?
- Sentía que algo me faltaba luego de tantos años de pisar un vestuario. Pero me metí en la escuelita y no me costó mucho adaptarme a mi nueva vida. Ya estaba preparado de la cabeza, porque entendía que cada día que pasaba se estaba poniendo difícil la mano; no lo sufrí mucho. Un tiempo más tarde, me contrataron para trabajar en River.
- ¿En las Divisiones Inferiores?
- Sí, junto a Gabriel Rodríguez. Yo hacía el trabajo con los delanteros y los volantes. Además, estaba en la liga paralela preparando a los chicos, donde sí ejercía como director técnico. Luego, Kuyumchoglu me llevó a trabajar a San Lorenzo, donde estuve cuatro años en la Séptima División.
- ¿A quiénes viste crecer en River?
- Tuvimos a Erik Lamela, Sebastián Driussi, Matías Kranevitter, el Keko Villalba, Augusto Batalla, un montón de buenos jugadores. Lamela tenía unas condiciones físicas y técnicas impresionantes. Pasa que él era muy flaquito, chiquito, pero a partir de la Sexta, pegó el estirón y se convirtió en un terrible jugador. ¿Cuál era el más parecido a mí? El Keko Villalba. Un delantero rápido, chiquito, que jugaba sin miedo. Si él tenía que ir a trabar con un grandote, iba sin problemas, se la bancaba; un fenómeno.
- ¿Cómo se maneja a un chico que no cuenta con las condiciones físicas que el club pretende?
- Hay que ir llevándolo día a día, respetar los procesos de crecimiento, darle de comer, alimentarlo bien. Me pasó que tuve crack que a los 14 años quería largar todo y no venir más, porque se cansaba de las presiones de sus padres, de la gente que trabajaba en el club y de la rutina. Te querés matar como entrenador.
- ¿En San Lorenzo tuviste también a juveniles que se transformaron en figuras?
- En Séptima tuve al Perrito Barrios y la rompía toda. Ya daba la sensación de que iba a llegar lejos y a debutar en Primera. Era el distinto a todos. Por lo menos, hoy lo sigue demostrando. En esa categoría, lo mataban a patadas pero se la bancaba, se levantaba y seguía. Encima, la pedía en todo momento. “Dame la pelota, dame la pelota”, les decía a sus compañeros y encaraba para adelante. Tiene una personalidad enorme.
- También tuviste a Lautaro Carrachino, que hoy está preso con cadena perpetua.
- Sí, terrible delantero. En la categoría 97´ hizo 30 goles y salimos campeones. Me sorprendió su detención y no lo puedo creer todavía. Tengo ganas de llamar a algún amigo para que me cuente la verdad. Voy a ver si me puedo comunicar con él, porque no caigo. Con nosotros era un pibe extraordinario. Venía, entrenaba, comía en el club y luego se iba a la casa. Al otro día, lo mismo. Si como entrenador le pedía que se tirara de cabeza, lo hacía. Fue un buen compañero. Yo no lo puedo creer.
- ¿Ya había tenido un suceso similar en las Inferiores?
- Sí, había tenido un problema cuando jugaba en la Séptima. Fue a la salida de un baile. El padre vino, lo sacó de la concentración durante dos días, se lo llevó a la casa, pero quedó al margen y parece que no tuvo nada que ver. En cambio, ahora es culpable y me mató.
- ¿Tuviste una relación cercana con él en los últimos años?
- No. Habíamos cortado comunicación desde hace varios años. Hablo con algunos pibes, pero con él no tanto. Somos amigos en Facebook y le escribía cada dos por tres. Algunas veces le mando mensajes y me contesta. Pero cuando se conoció su sentencia, no le quise mandar nada. Así que voy a esperar un tiempo y le escribo.
- ¿Cómo es su familia?
- Muy humilde y laburadora. Lo acompañaban a todos lados. Lo esperaban a la salida de los partidos. Se veía que lo apreciaban mucho.
- ¿De qué manera se trabaja con un chico que tiene amistades que lo llevan por el mal camino?
- En esa situación debería estar presente un profesional del club. Un psicólogo que lo vaya guiando. Como entrenadores, a los chicos los tenemos durante dos horas por día, no más. Luego, se te va y perdés el contacto por lo que resta del día. Pero mientras lo tengas en el club, debés aconsejarlo, y no sólo en el fútbol, sino también en lo humano. En el club, deben estar atentos a los detalles porque si le errás en eso, se vienen quilombos para el chico y para la institución, especialmente.