Dos tiros. A primera hora de la mañana y a metros del estadio de Colón. Un herido grave, Santiago Olivares, que vive en el barrio Centenario, núcleo duro de la barra brava oficial del Sabalero, llamada Los de Siempre, al mando históricamente de la familia Leiva. Según testigos, dos personas pasaron mientras el hincha esperaba un vehículo en la esquina y abrieron fuego. Sin decir nada. Un balazo le dio en la zona de los glúteos y otro en un brazo. Y ahora pelea por su vida en el hospital Cullen de la capital santafesina. Y la preocupación es total de cara al clásico de la ciudad que se juega el domingo. Porque la interna en la barra sabalera llegó a un punto de no retorno donde las discusiones se cuentan como balas.
Olivares ya había sufrido un atentado diez días atrás pero, como código de omertá, no lo había relacionado a lo que es un secreto a voces en la ciudad. En aquel momento recibió un balazo en una pierna y dijo que lo habían querido asaltar, que no recuerda la fisonomía de sus atacantes y que no tenía nada para aportar. Ese silencio no lo ayudó a escapar esta mañana del segundo ataque que ahora, aunque está hemodinámicamente estable, lo tiene internado en estado reservado en el hospital. Y es una más de las batallas entre Los de Siempre y La Negrada, la facción disidente de la barra de Colón, cuya guerra se inició hace tres largos años y que ahora explota a sólo 72 horas del fabuloso botín que significa para los dueños de la popular la reventa de entradas y todos los negocios ilegales que se generan alrededor del partido más esperado del año. Y si bien Olivares, alias Turrito en el mundo del paravalanchas, no quiso blanquear el ataque, su madre lo reconoció hablando con el colega santafesino Adriel Driussi, del medio Aire de Santa Fe. Y en las entrañas de la barra se lo adjudican a Gonzalo M., mano ejecutora de las políticas del líder del grupo disidente, Brian Chuky Ríos, actualmente en prisión acusado de ser jefe de una asociación ilícita. Tal es la preocupación por lo que se viene que el ministro de Seguridad de la provincia, Claudio Brilloni, aseguró que “vamos a desarrollar cuidados y refuerzos especiales” de cara al encuentro del domingo que tiene las 40.000 localidades ya agotadas y en el que cada grupo de la barra tiene asignado un lugar diferente.
La historia de la disputa por el poder de la tribuna Sabalera lleva un buen tiempo. Orlando Nano Leiva, quien tiene antecedentes por asesinato, ganó el paravalancha en 2016, sucediendo a su hermano “Quique”, condenado a 30 años por otro crimen. Su estilo de conducción violento y poco afecto a repartir las vituallas que la barra recibe del club, el narcomenudeo y la política, terminó por generarle en 2018 una ruptura con quien era su segundo, apodado “Chucky”, con presencia en el barrio Fonavi. Los Leiva siempre dominaron en la populosa barriada Centenario. Desde ese momento, se desató una guerra sin cuartel que dejó muertos, heridos por doquier y en la que Leiva y su cuñado recibieron en mayo de 2019 cuatro y dos impactos de bala, respectivamente (Leiva, padre de seis hijos, ya había perdido un primogénito por asesinato llamado Jonathan años atrás), mientras que Chucky salvó su vida por milagro aunque la que resultó herida fue su pareja.
De ese reguero de sangre Los de Siempre salieron mejor parados gracias a sus históricos vínculos con la dirigencia política, deportiva y sindical y pusieron a fines de 2019 sus banderas por todo el estadio, como señal de triunfo definitivo. Pero llegó la pandemia y Chucky, aún con el pedido de captura vigente, reorganizó a su grupo. La dirigencia jugó decididamente para los Leiva, lo que quedó de manifiesto en una causa judicial de septiembre del año pasado en la que el vicepresidente de la institución, Horacio Darras, fue condenado por connivencia con los violentos. Y como no conseguía su parte, Chuky decidió hacer una guerra de guerrillas contra la Comisión Directiva y contra sus rivales en la popular. Y aunque logró que su grupo entre al estadio, a la tribuna Sur (la Norte, la clásica de los violentos, quedó para Los de Siempre), nunca se quedó con la barra, su objetivo principal. Y aún quiere conseguirlo.
La historia de los barras de Colón es la historia del delito en Santa Fe. Si bien los Leiva tienen causas y condenas hasta por asesinato, Brian Ríos no se queda atrás. Su primera causa fue por un robo a mano armada por la que le dieron una condena de tres años, excarcelable. No terminó de cumplirla que volvieron a detenerlo en una causa por narcotráfico, cuando lo agarraron con más de tres kilos de cocaína. Terminó preso en 2014 y salió en 2017 y empezó a merodear por Colón y rápidamente se le abrieron dos causas judiciales más, una por las balaceras para ganar la barra y otra por intento de homicidio. Insólitamente aún con esos procesos sobre su cabeza y con un pedido de detención que lo llevaba a la situación de estar prófugo, seguía yendo a la popular a desafiar el poder de los Leiva, hasta que en octubre del año pasado terminó detenido. Pero desde el penal siguió gobernando a su gente. Y sus relaciones se ampliaron a otros sectores: la semana pasada su nombre y el de su familia quedaron asociados a una causa por lavado de dinero y a cuevas financieras tras un allanamiento en el que se secuestraron 45 millones de pesos, 85.000 dólares, 25.000 euros y 20.000 reales, además de 40 tarjetas de débito de gente vinculada presuntamente a la barra brava de Colón. Lo de esta mañana fue otro aviso de su poder y de que la guerra continúa hasta las últimas consecuencias. Que en el mundo barra no significa otra cosa que más tiros, más sangre, y más muertes.