Lo que parecía una utopía se había transformado en realidad. Nadie sabe explicar con exactitud por qué Diego Armando Maradona, el mejor jugador de la historia del fútbol, decidió ponerse la camiseta de Newell’s a menos de un año del que podía ser su último Mundial como profesional (Estados Unidos 1994). Hay quienes hablan del poder de convencimiento del entrenador Jorge Indio Solari y Ricardo Giusti, ex compañero del Diez en la selección argentina y una de las cabezas de la agencia de representación Soccer SA. Y es que Diego tenía otros pretendientes para su retorno al fútbol nacional como San Lorenzo y Argentinos Juniors, además de naturalmente sonar en Boca. “Me gusta Newell’s, Marcos. Vamos ahí”, fue la corazonada de Maradona a Franchi, su representante.
De movida nomás, Maradona tuvo un par de gestos que lo pintaron de cuerpo entero. A menudo, Oscar Ruggeri como panelista de un programa de TV recuerda las batallas del astro con los dirigentes para pelear por los derechos de sus compañeros. Eso también sucedió tras su desembarco en Newell’s, donde no solamente rechazó la capitanía que le pertenecía a Gerardo Martino (el Tata finalmente lo convenció para que él luciera la cinta), sino que además exigió un aumento en los premios de los otros jugadores del plantel: fueron elevados en un 100 por ciento. En tanto, acordó con el cuerpo técnico y la dirigencia cuatro entrenamientos semanales y concentración a partir de los sábados al mediodía (en épocas en las que casi todos los partidos se disputaban los domingos por la tarde).
El libro Maradona en Rojo y Negro (145 días de pasión y locura) cuenta con lujo de detalles cómo fue el acuerdo por los números de su contrato. El 9 de septiembre de 1993 firmaron un vínculo que unía a Maradona con Newell’s a cambio de tres cuotas de 1.500.000 dólares. Fue en las oficinas del décimo piso que la productora Torneos y Competencias tenía sobre la calle Libertad al 500, a pocas cuadras de la sede de la AFA. Así como la incorporación de una estrella del tamaño de Diego le iba a demandar a la Lepra una inversión inédita para ese entonces, los ingresos también eran múltiples. Se barajaron rivales para el amistoso del debut como River y Nacional de Montevideo, pero se descartaron por los altos costos. Fue entonces que contactaron a Salvador Capitano, un hombre vinculado al Rojinegro que era DT de Emelec de Ecuador, y le ofrecieron ser protagonistas de la gala, pero sin ningún cachet de por medio.
La entidad del Parque Independencia embolsó solamente en conceptos de recaudación por el partido amistoso contra los ecuatorianos 1.700.000 dólares, lo que significó una suma que quintuplicó a lo reunido en esa misma temporada en el clásico contra Rosario Central. Los precios de las entradas de aquel amistoso a principios de octubre habían sido elevados, pero hasta los más ajustados se gastaron los ahorros del mes para no faltar. Y es que la expectativa desde el día de su presentación, el lunes 13 de septiembre de 1993, había sido total. La ciudad se paralizó y 40 mil fanáticos rojinegros colmaron el estadio para darle la bienvenida. Ya desde que aterrizó en el aeropuerto de Fisherton, Maradona fue el eje de una caravana nunca antes vista en la ciudad santafesina. Ese mismo día, el frigorífico Paladini pagó 150.000 dólares para que un banner inmenso cuidara las espaldas del Pelusa en la conferencia de prensa. Además, la gaseosa Pepsi pagó USD 50.000 para que Diego tomara una lata de la bebida.
Maradona se instaló en el Hotel Riviera, ubicado en la calle San Lorenzo al 1400 del centro de Rosario. Todo el noveno piso del alojamiento estaba reservado para él. La habitación 903, la más grande aunque sin lujos, era la de Diego. En la 902 estaba Marcos Franchi y en la 901 un asistente suyo. Se había hablado de que viviría en una casa con vistas al Río Paraná, algo que finalmente no ocurrió. Su esposa Claudia y sus hijas Dalma y Gianinna permanecieron en Buenos Aires y solían viajar a Rosario los fines de semana. Así fueron los casi cinco meses de estadía en los que disputó 7 encuentros: amistoso ante Emelec (1-0 con gol suyo), Independiente (1-3), Belgrano de Córdoba (0-1), Gimnasia La Plata (0-0), Boca Juniors (0-2), Huracán (1-1) y amistoso con Vasco da Gama (0-0).
“A todos los que estén en la cancha hoy quisiera abrazarlos por el recibimiento, quise dormir unas horitas antes del partido y no pude de los nervios, de la cantidad de familiares y amigos que pasaban por la pieza. Yo quería encontrarme con esto, íntimamente lo estaba suponiendo, lo que pasa es que la hinchada de Newell’s se pasó”. Esa hinchada a la que hizo referencia Maradona contaba con un niño que integraba las Infantiles del club: Lionel Andrés Messi. El habilidoso zurdito de apenas 6 años que había dejado el Club Grandoli para lucir los colores que amaba fue testigo del debut del Diego.
“A Pelé, Di Stéfano, Cruyff no los pude ver, pero a Diego sí. De él vi todo, hasta lo llegué a ver en vivo. Era chiquito, pero en Newell’s estuve el día que debutó con Emelec. No me acuerdo de nada, pero sé que estuve”, contó hace algún tiempo el capitán de la selección argentina. Por otra parte, cuando Lionel Scaloni tuvo un pico de fama por ser designado entrenador de la Albiceleste y contrajo los recientes éxitos, lo apuntaron como un viajero del tiempo -en gran parte- por aparecer con pelo largo, en su época de adolescencia y como futbolista de las juveniles de Newell’s, al lado de Maradona recibiendo una plaqueta antes del amistoso contra Emelec. En busca de hacer contacto con su ídolo, al que luego tuvo el privilegio de conocer en persona, el Gringo figuró en una imagen que sería publicada para la posteridad.
El Indio Solari se había alejado de la conducción técnica para darle lugar al Profe Jorge Castelli. Diego jugó contra Boca en la Bombonera a fines de noviembre y también disputó un partido pendiente contra Huracán en Parque Patricios (el último oficial con la camiseta leprosa). Unas semanas atrás, había sido convocado por el Coco Basile para la Selección que derrotó a Australia por la mínima en el angustiante repechaje camino a la Copa del Mundo de Estados Unidos. Maradona estaba de vuelta, pero su físico no respondía como esperaba y tampoco tenía mucho feeling con el nuevo DT.
Además de varios partidos correspondientes al Apertura 93, que finalizó recién en marzo del 94, en la agenda figuraba la Copa Diario La Capital, que constaba de dos encuentros frente a Vasco da Gama (uno en Rosario y uno en Mar del Plata) en enero del año mundialista. Maradona trabajó de forma diferenciada durante la pretemporada diagramada por Castelli y las lesiones que lo habían dañado en lo físico y emocional, lo fueron apagando. Cuenta el libro Maradona en Rojo y Negro: “Mientras el plantel estaba concentrado en el Hotel Horizonte de San Lorenzo, Diego seguía intalado en su suite del Hotel Riviera. Incluso se lo vio andando en lancha por La Florida y por diversos bares rosarinos. Estas actitudes no molestaban al grueso de sus compañeros, que se sentían agradecidos por compartir momentos con el mito viviente, pero sí comenzaron a impacientar a los dirigentes y al cuerpo técnico. Su decisión de ausentarse a la charla técnica unas horas antes del partido y el hecho de haber ido a la cancha en su vehículo y junto a Franchi, en lugar de hacerlo con sus compañeros, no hizo más que acrecentar ese malestar”.
El 20 de enero se jugó el primer amistoso entre Newell’s y Vasco, en el Parque Independencia. Por contrato, Diego debía jugar 70 minutos. Salió lesionado a los 72 (lo sustituyó Diego Garay) al acusar una contractura en la cara externa del gemelo derecho. Para colmo tropezó en la escalinata camino a los vestuarios y su dolor empeoró. Tras esa exhibición que concluyó sin goles, el plantel ñulista viajó a Mar del Plata y se instaló en el Hotel Primacy. El 25 de enero los equipos definirían la copa amistosa en el estadio mundialista José María Minella de La Feliz. Sin embargo, las fuertes lluvias en la ciudad balnearia obligaron a postergarlo para el día siguiente. Con la venia de Castelli, Diego fue a ver un partido de básquet entre Peñarol de Mar del Plata y Atenas de Córdoba. Más tarde, fue a comer mariscos al restaurante Amigos. Tras la velada, desertó. No volvió a la concentración y el encuentro entre rosarinos y cariocas perdió absoluto interés frente a su inesperada ausencia.
Maradona viajó a Capital Federal y deambuló entre sus propiedades de Núñez y Moreno en busca de paz mental y salir de un pozo depresivo en el que había entrado por las continuas lesiones y la proximidad de la Copa del Mundo que, tenía claro, sería su última. Había bajado mucho de peso gracias a una dieta que le recomendaron su amiga Susana Giménez y Andrés Percivale, basada en la bioenergía, pergeñada por el doctor Vergara y el técnico chino Liu Guo Chang. Pero también había perdido masa muscular y padecía más de lo normal el roce con los rivales. Fueron un total de cuatro lesiones en su estadía en NOB: inflamación del nervio ciático, contractura en isquiotibial de pierna izquierda, desgarro en el cuádriceps izquierdo y distensión en gemelo derecho.
El final parecía escrito. Castelli le dio el ultimátum a la dirigencia y el presidente Walter Cattáneo le transmitió la inquietud al agente Marcos Franchi, quien informó sobre el estado depresivo de Diego. El apoderado de Maradona planteó la posibilidad de mantener el contrato con Newell’s, pero sin las obligaciones de entrenarse a la par del plantel. La negativa fue rotunda. Desde la directiva rojinegra ni siquiera debatieron la idea de que solamente se presentara a partidos amistosos. El 1° de febrero de 1994 se rescindió el vínculo de mutuo acuerdo. Al día siguiente, echó a algunos periodistas y fotógrafos que se apostaron en la puerta de su quinta de Moreno con un rifle de aire comprimido. A los pocos meses, se prepararía de forma particular junto al Profe Signorini para el Mundial de Estados Unidos 94. Ese sería su Last Dance con la camiseta celeste y blanca.