-¿Cuando es el parade (los festejos)?
-El jueves
-Noooo (se agarra la cabeza). Necesito ir a casa.
Así reaccionó Nikola Jokic, minutos después de la consagración, cuando le preguntaron qué pensaba hacer luego de lograr el primer anillo de su brillante joven carrera en la NBA. El serbio, más que disfrutar con una multitud en Denver, quería volver a su tierra natal. Lo antes que pudiera. La nueva superestrella del básquet mundial es una de esas personas que, por trabajo, se fue a vivir a otra ciudad o a otro país, pero añora cada segundo estar en su lugar en el mundo, su tierra. Y que, cuando regresa, exprime cada segundo haciendo lo que hizo de chico, con los suyos, las pequeñas cosas que lo divierten y hacen feliz. Así vienen siendo sus vacaciones hasta ahora, al menos las que hemos podido ver a través de fragmentos de video.
Jokic es una estrella contracultural. En el juego y en la forma de ser y comportarse, en cómo se toma los triunfos, la fama y todo lo que conlleva ser una figura en su deporte. Desde chico siempre fue distinto. En Sombor, su ciudad de nacimiento -de 100.000 habitantes, ubicada en el Norte del país-, sufrió la Guerra de las Balcanes, aquel cruento conflicto bélico que enfrentó durante una década (1991-2001) a Serbia, Eslovenia, Croacia, Macedonia, Montenegro y Bosnia y Herzegovina, los seis estados vecinos que, por causas políticas, económicas, culturales, religiosas y étnicas, pelearon hasta terminar logrando la independencia de Yugoslavia, provocando la lucha armada más sangrienta en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial (220.000 muertos y 2.7 millones de desplazados y refugiados). “Recuerdo las sirenas, los refugios antibombas, las luces siempre apagadas... Vivíamos prácticamente en la oscuridad. Incluso a las 9 de la mañana todo estaba apagado. Yo no podía salir solo, mi madre no me dejaba si no me acompañaban mis hermanos”, admitió.
Jokic creció en el seno de una familia de clase media, como hermano menor de Strahinja, 13 años mayor, y Nemanja, 11, quienes ya eran jugadores de secundario cuando intentaron, con pelotas y la motivación de un aro colgado en una puerta del departamento, convencer a que el menor siguiera sus pasos. Pero Nikola nunca estuvo tan convencido como ellos. Lejos de la hiperactividad y capacidad física de los mayores, prefería la tranquilidad y pasividad. Lo suyo era estudiar y mantenerse lejos de los grandes esfuerzos. “Todos los maestros de la escuela primaria me amaban porque nunca generaba problemas, estudiaba y siempre me estaba haciendo un poco el tonto. Era más alto que la mayoría. Y el más gordo también (se ríe). Me encantaban matemática e historia. Pero no las actividades físicas. Incluso en mi época de la secundaria no podía hacer una flexión de brazos”, recordó quien como el “típico gordito tranquilo de la clase”. Algo que queda claro en las fotos de la infancia...
En realidad, lo que más lo atraía era la vida de campo. Su lugar en el mundo era el establo y sus mejores amigos, los caballos. En Sombor había muchas granjas y él, cuando visitó una con su padre, quedó flasheado. “Eso lo heredó de mí. De pequeño limpiaba los establos antes de ir a la escuela”, precisó papá Branislav. La conexión con los caballos hizo el resto. “Siempre los amé, me atrajo su belleza, y cuando vi carreras, que eran importantes en mi ciudad, me terminó de cautivar esa adrenalina que se vivía. Por eso quise subirme y experimentar esa sensación. Cuando estás arriba de un caballo y sentís que otro se acerca y lo tenés ahí, en el oído, es asombroso. Sentís la tierra temblar, cuando las herraduras golpean el terreno”, describió, con emoción. Alguna vez admitió que “si no fuera basquetbolista, sería un chico de establo”, por eso no sorprendió que hace unos años cumpliera el sueño de su vida, comprarse un caballo de carrera que llamó Dream Catcher (Atrapador de Sueños). Por eso tampoco sorprendió que lo primero que hiciera en estas vacaciones fuera ir al establo y preparar a su pollo para la siguiente competencia, en este caso en Nápoles, Italia. Hasta allá viajó y se enojó porque su elegido terminó séptimo en la carrera.
En esos días nunca se lo vio con una pelota. Se nota que el básquet lo disfruta pero no deja de ser un trabajo, que cumple como un profesional, claro. Pero su disfrute está en otros lados, actividades que usa para recargar pilas y así aguantar todo el año en Estados Unidos. Por eso no fue extraño que se lo viera bailando en una fiesta, subido arriba de una silla y cantando canciones históricas en Serbia. Tampoco, ya en Bosnia, donde viajó con amigos, llamó la atención verlo haciendo rafting y luego lanzarse de una roca hacia el río. Lo reconocieron y le gritaron “MVP, MVP”, sin embargo no lo reconocieron cuando entró a un pequeño supermercado para comprar cervezas con los amigos. Tanto que el empleado bromeó con él: “Vos sos muy alto, deberías jugar al básquet”. Dicen que Nikola sonrió, al menos es lo que parece cuando va a la caja y paga la compra. Todo quedó registrado en la cámara de seguridad del local, un video que se terminó viralizando y que lo mostró relajado, con ropa de playa.
Así es Jokic. Y así vive. Alejado de las excentricidades de deportistas millonarios, muchos estadounidenses. El año que viene embolsará 54.5 millones, el que más cobrará, sólo por debajo de Leo Messi (55m) entre los mejores atletas que jugarán en USA, pero en ningún momento se nota. Es un tipo simple, un verdadero personaje que, por caso, estaba durmiendo cuando lo eligieron en el draft del 2014. Su hermano Nemanja lo despertó desde el Barclays Center de Brooklyn, donde festejó casi en soledad cuando escuchó el nombre de Nikola en la posición N° 41 de la segunda ronda y lo llamó para compartir la alegría.
“¿Estás durmiendo?”, le preguntó entre sorprendido y enojado. Nueve años después, Nikola tomó venganza. “Ellos no creyeron en el gordito. Parece ser que sí funcionó. No apuesten nunca contra un gordito”, se desquitó tras el título. Hoy es el mayor robo de la historia de esta selección, título que habitualmente ostenta aquel elegido muy atrás y que luego la rompió. Tal vez nuestro Manu Ginóbili era el dueño de ese título hasta la llegada de Jokic, quien fue dos veces seguidas el MVP de la NBA (2021 y 2022) y ahora logró el campeonato.
Así es el menor de los Jokic, tranquilo, relajado, quizá demasiado, muy distinto al padre y sus vehementes hermanos. Una paz que demuestra en la cancha, cuando lee el juego y maquina alguna genialidad que luego saldrá de sus creativas manos. Porque Jokic no salto por encima de nadie, ni culmina alley oops y rara vez la vuelca. Tampoco “vuela” en la cancha como otros. Pocas veces corre, casi siempre trota y rara vez toma velocidad… Se mueve levemente inclinado hacia adelante, como si le molestara la parte baja de la espalda. Salta poco y nada. Su tiro lo saca de atrás, casi como si fuera una catapulta. No se le observa ni un músculo al ex “gordito de la escuela”.
Pero Nikola hace todo. Y bien. O demasiado bien. Un pivote nunca visto en la historia. Porque domina cerca del aro, de espaldas al aro, casi como los mejores centros de la historia. Pero a la vez la pasa como los bases más lúcidos y creativos que han existido. Y en estos últimos Playoffs, además, demostró que puede tirar casi tan bien como los mejores escoltas o aleros de la actualidad, terminando con un impactante 46% en triples. Es verdad que ya no sorprende que pivotes metan triples, pero si además le sumás tantas asistencias, ya es otra cosa. Nunca un centro dio tantas en Playoffs…
Fue tal su dominio que se convirtió el primer jugador de la historia en ser el líder en puntos, rebotes y asistencias en la postemporada. Ni hablar si le sumamos que casi promedió un triple doble: 30, 13.5 y 9.5. Y no sólo hablamos de números. Es cómo los logra, siempre jugando para el equipo. El equipo vive de él. Pero no de su anotación, como pasa con otras figuras y equipos. Viven de lo hace, genera, la atención que atrae, todo depende de él, más allá de que el canadiense Jamal Murray sea una figura consagrada. Todo a los 28 años. Un jugador que está llamado a marcar una era.
Hablamos de un deportista que, como adolescente, era capaz de beber tres litros de Coca por día. “Un vaso tras otro, no podía parar”, admitió. Sabiendo que sería su perdición, que para encarar el nuevo desafío en la NBA, otra dieta, cuidados y profesionalismo eran necesarios. Así fue que él mismo contó que su última gaseosa la bebió en el vuelo a Denver, luego de terminar la temporada en Serbia.
Un jugador único en su especie y, a la vez, un verdadero antihéroe. Ni bien terminó el partido de la consagración, ni siquiera festejó. Primero quiso saludar a todos y cada uno de los rivales. Luego, cuando le preguntaron lo que sentía, lanzó una de las frases menos impactantes de la historia: “Se siente bien. El trabajo está hecho, ya podemos ir a casa”. Sin alardear ni vender humo sobre lo que significa el título. Lo primero que se le ocurrió decir, dejando claro que el básquet es básicamente su trabajo, que está esperando volver a Sombor para disfrutar con su familia, con los suyos, de su establo y sus caballos.
Luego, cuando se sentó en la conferencia de prensa y le preguntaron sobre Djokovic, su compatriota y amigo, básicamente sobre si Novak le había escrito para saludarlo, se fijó en su teléfono y su reacción cuando vio la cantidad de mensajes que tenía, fue épica, de un tipo que odia esas cosas. O que sólo le interesan en su justa medida. Prefiere lo que se vio después, estar con su esposa e hija, disfrutando como su pequeña niña jugaba con los papelitos o usando los trofeos como baterías... Jokic es un personaje entrañable que sólo quiere volver a casa, a disfrutar de lo que más le gusta, luego del “trabajo hecho”.
Así es el Joker. Una estrella distinta, de la vieja escuela.