El sábado 22 de noviembre de 2003, Australia e Inglaterra jugaron la final del quinto Mundial de Rugby. En una noche fría en Sidney, en el Telstra Stadium y ante 83 mil espectadores, los británicos buscaron tomarse revancha de la caída en casa en 1991. Se jugaba el último minuto del alargue, cuando Jonny Wilkinson recibió la ovalada de Matt Dawson. El apertura bajó su cabeza y con la derecha (pierna menos hábil) clavó el drop que valió la victoria 20-17 y el único título ecuménico de La Rosa y del Hemisferio Norte. Wilko, como se lo conoce al chico de la película, protagonizó un desenlace que ni un guionista de Hollywood podría haber imaginado. Sin embargo, detrás de la gloria y las luces por el éxito se escondieron problemas de salud mental que lo marcaron en su vida personal y afectaron en su carrera.
Jonathan Peter Wilkinson vino al mundo el 25 de mayo de 1979 en Surrey, pero creció en Cheltenham, donde comenzó a jugar al rugby a los cuatro años en Alton RFC. Pese a algunos intentos con el tenis y cricket, la pasión por la ovalada pudo más y ya a nivel universitario en Durham, el entrenador Steve Bates le ofreció irse con él a Newcastle Falcons, donde debutó a nivel profesional con 18 años, y formó parte del equipo que ganó la única Premiership del club lograda en la temporada 1997/1998.
Jonny dejó de ser una promesa y se convirtió en una realidad producto de su excelsa pegada de zurda, que perfeccionó con su estricto entrenamiento de al menos seis días a la semana y un máximo de ocho horas, según describió The Guardian. Su precisión junto a sus tackles lo llevaron a la selección. Debutó el 4 de abril de 1998 ante Irlanda, reemplazó a Mike Catt y pasó a ser el jugador más joven en representar a Inglaterra.
Una de sus marcas registradas fue su ritual previo a ejecutar un penal que, según explicó, se basaba en la técnica del yoga, de centrarse, canalizando toda su energía interior desde un punto central detrás de su ombligo. “No sé muy bien cómo, ni por qué, pero de alguna manera mis manos evolucionaron hasta adoptar esa posición de oración”, explicó con el citado medio inglés. Una vez le preguntaron el secreto de su puntería y bromeó al decir que “siempre veía una bella mujer entre los palos”.
Su proyección, imagen de Golden Boy y sus victorias lo convirtieron en un héroe, aunque para él esa figura recae en Nelson Mandela. Sí es ícono del deporte en el Reino Unido. Hace dos décadas junto a una generación dorada integrada por Lawrence Dallaglio, Richard Hill, Martin Johnson, Jason Leonard, Mike Catt, Will Greenwood y Jason Robinson, logró el gran hito con aquella conquista en el Mundial de Australia en lo que fue una reivindicación para el país que inventó este deporte.
Aunque lejos de ser un cuento de hadas, la gloria conseguida en Oceanía precedió al drama. Sufrió trece lesiones en sus hombros, la rodilla, el riñón, las costillas, una hernia e inclusive una operación de apendicitis, que lo marginaron de los campos de juego por más de tres años. Pasaron 1.169 días desde la final contra los Wallabies y el 3 de febrero de 2007, cuando jugó el encuentro inaugural del Torneo de las Seis Naciones contra Escocia. En su vuelta, Wilkinson firmó 27 puntos y fue reconocido como el mejor jugador del partido (Man of the Match). Ese año en el Mundial de Francia, en el que Los Pumas terminaron terceros, Wilkinson y los suyos volvieron a jugar una final, pero perdieron contra Sudáfrica 15-6.
En su autobiografía llamada “Jonny”, publicada en 2011, luego del retiro del seleccionado, reveló que convivió con la depresión y los ataques de pánico. Además, en una “entrevista con The Express confesó que “tuve problemas de salud mental durante toda mi vida. Tenía momentos en los que iba a hablar con mi familia antes de los partidos de Inglaterra desde el hotel del equipo, donde estaba a segundos de ir a decirle al entrenador que no podía jugar. ‘Inventa una excusa para no hacerlo’, pensaba. Ese era el estado en el que estaba. Fue puro pánico. Caos”, admitió.
“Estaba sentado en la habitación del hotel tratando de ver la televisión, pero sólo era un color que cambiaba ligeramente. Estaba tan ansioso que necesitaba saber que todo saldría como yo quería: el 95 por ciento de mí estaba tratando de vivir en el futuro”, recordó. Contó que una vez “el equipo estaba afuera en una reunión esperándome. Se suponía que iba a dar una arenga, ‘vamos, podemos hacer esto’, y yo estaba temblando en el inodoro”.
Admitió que más allá de ser un deportista de élite y estar óptimo físicamente, no era saludable. “La ansiedad y la depresión y la intensidad del pánico. Todas esas reacciones emocionales fueron el resultado de agarrarme a la camiseta y rehusarme a soltarla. Durante mi carrera en el rugby, estaba increíblemente en forma, pero no estaba saludable. Hacer más pesas o patadas durante tres horas o ver videos de la oposición todos los días me estresaba en gran medida. Estaba ganando, quizás, medio por ciento en un año, pero probablemente perdí más que eso por el estrés”, sentenció.
Jonny convivió con ese conflicto interno pese a ser un ganador. Aparte del Mundial 2003, obtuvo cuatro ediciones de las Seis Naciones, en 2000, 2001, 2003 con Grand Slam, es decir, ganando todos los partidos; y 2011. A nivel clubes, una vez que dejó el Newcastle Falcons en 2009, pasó a jugar en el RC Toulon de Francia, donde ganó dos veces la Copa de Europa (2013 y 2014) y también el campeonato galo conocido como Top 14 en la temporada 2013/2014 y luego se retiró de forma definitiva.
Estos problemas que relató datan desde sus comienzos en el seleccionado. En una entrevista con The Irish Time, contó una anécdota del Mundial de Gales 1999, en la que mostró su madurez con 20 años, pero con el correr del tiempo y las presiones del alto rendimiento deportivo, vivió un retroceso constante que le generó una batalla interna. En la previa del duelo por cuartos de final contra Sudáfrica en el Stade de France (fue una de las sedes que hubo en Francia durante el certamen), el entrenador Clive Woodward le dijo que iba a ir al banco porque se decidió por Paul Grayson, que era ocho años mayor y tenía una docena de partidos internacionales más. “Lo recuerdo muy bien”, relató Wilkinson. “Miré a Clive y le dije: ‘Creo que es una gran idea, creo que es un jugador brillante y el equipo irá brillantemente con él. Soy joven. Mi momento llegará’”.
“Ahora miro hacia atrás y no puedo creer la madurez que tenía entonces, lo libre que era, en comparación con el jugador en el que me convertí, tan envuelto en mi propia importancia y reputación”, reconoció. Es que, desde ese momento, Jonny adoptó el sufrimiento como el canal para los triunfos y eso lo transformó en un hábito. Un estrés en soledad para conseguir más victorias.
“Viví gran parte de mi carrera pensando que iba a alcanzar la alegría a través del sufrimiento”, admitió, “pero lo único que hice fue crear el hábito del sufrimiento. Viví esos hermosos momentos de estar en los partidos, y me dije a mí mismo que eran el resultado del ridículo sufrimiento que pasé y de los sacrificios que hice. Entonces me dije a mí mismo que tenía que sufrir más, porque así iba a volver a ganar”.
“Cuando era más joven era 50-50, la mitad de mí amaba el juego, la otra mitad estaba preocupada por lo que pasaría si salía mal. Y a medida que crecí, esa proporción pasó a ser 70-30, luego 85-15, y dejó muy poco espacio para la alegría”, confesó.
La cima mundial llegó a sus 24 años en esa consagración en Australia, cuando su “ansiedad estaba en su punto máximo, y luego dio sus frutos, ganamos la Copa del Mundo, así que pensé: ‘¡Que venga la alegría!’”. Eso nunca llegó, pese a ser nombrado a fines de 2003 por la Reina Isabel II como miembro de la Orden del Imperio Británico por sus servicios a la Corona.
Fue así que Wilkinson siguió castigándose a sí mismo. “Había permitido que ese Mundial se convirtiera en un momento decisivo, me dio la prueba que necesitaba de que estaba haciendo todo bien, por lo que reforzó esta idea de que necesitaba destruirme física y mentalmente. Fueron necesarios algunos años para que la presión realmente aumentara. Y luego explotó”.
“Pasé mi carrera sobreviviendo a la presión que ejercía sobre mí mismo”, reconoció Wilko y luego sentenció: “Cuando llegas al final, miras hacia atrás y dices ‘¿qué hice con mi carrera?’ Bueno, si me hubieras dicho eso cuando tenía 20 años, me habría abofeteado”.
Con su selección sumó 91 caps (partidos internacionales) de los cuales ganó 67 y convirtió 1.246 puntos, marca que por ahora lo posiciona como el segundo máximo goleador a nivel selecciones, por detrás del neozelandés Dan Carter (1.598), según informó el sitio A Pleno Rugby. También es el máximo anotador en los Mundiales con 277 puntos en 19 encuentros, incluyendo 36 drops en duelos internacionales. En 2016, fue incluido en el Salón de la Fama del World Rugby.
Una vez retirado, afirmó que “siento que aún tengo muchas cosas positivas que dar, pero creo que será mejor hacerlo desde fuera que dentro del campo”, y aclaró que le era “imposible plasmar en palabras sus sentimientos tras tantos años de rugby”.
“Mi vida trataba exclusivamente de qué podía hacer físicamente, las cosas que podía conseguir. Veía mi cuerpo como una herramienta. Ahora no necesito el éxito para ser feliz. Estoy en paz y contento conmigo mismo y con mi cuerpo”, admitió en diálogo con Yorkshire Post. Aclaró que logró salir de sus problemas mentales luego de que comenzó a estudiar el budismo y las enseñanzas del yogui místico Sadhguru.
En lo personal, luego de separarse en 2005 de la presentadora de Sky Sports, Diana Stewart, en unas vacaciones en Mallorca conoció a Shelley Jenkins, que trabajaba como camarera. Comenzaron un noviazgo que duró ocho años y se casaron en 2013. Un lustro más tarde fueron padres de su primer hijo. Hoy viven juntos en Berkshire, en el sudeste de Inglaterra. “Solía ser el rugby lo que me daba ese pase para sentirme bien conmigo mismo, pero ya no lo necesito. Hoy cenar con mi familia es mi rugby y tener buena salud es mi rugby”, reflexionó en una charla con The Sun.
Aparte de su autobiografía escribió otros cuatro libros incluido un manual para jugar al rugby a su estilo. Se desempeñó como comentarista para Sky e ITV e hizo sus primeros pasos como entrenador. Su espíritu emprendedor lo llevó a crear una marca de ropa, Fineside, y también representa a Puressentiel, una empresa de cosmética natura y aromaterapia. También tiene un canal de You Tube (”Yo soy... Con Jonny Wilkinson”) en el que da charlas de autoayuda mediante su podcast que “explora las notables transformaciones que tienen lugar en los individuos y su comprensión. Busca redefinir conceptos de salud y bienestar, desempeño, propósito, liderazgo, relaciones y potencial humano. Del miedo a la libertad, de la supervivencia a la prosperidad”. También en sus otras redes sociales explica cómo pegarle a la ovalada.
Llegó al olimpo del rugby y al máximo nivel profesional, pero echó de menos los tiempos de los partidos universitarios y a esos “muchachos con los que jugaba cuando comencé, que venían de la era amateur y definitivamente tenían un mejor sentido del equilibrio porque tenían la base de trabajar en una oficina un día y jugar al rugby al siguiente. Era un rugby por diversión y entretenimiento”.
Hoy disfruta de una vida sin las luces del éxito ni la fama que le dio este deporte. Y luego de sus altibajos resumió que “el rugby fue un permiso para liberar ese disfrute en mí. Pero mi vida ha cambiado mucho y ya no necesito ese permiso”. Jonny Wilkinson tocó el cielo con las manos, pero también vivió un infierno. Su obsesión por perfeccionar su juego lo afectó. Sin embargo, supo recomponerse y salir adelante. Una atrapante historia con gloria, drama y un buen final feliz para un guionista de Hollywood.