Alexander Dolgopolov y Sergiy Stakhovsky, los dos mejores tenistas de la camada ucraniana de los 2000. Uno llegó a estar dentro de los 13 mejores del mundo, el otro le ganó en Wimbledon a Roger Federer. Hoy Dolgopolov maneja los drones con los que se arrojan bombas contra las tropas rusas, y Stakhovsky carga los morteros que disparan a los enemigos.
Se estima que más de 300 atletas ucranianos perdieron la vida en la guerra contra Rusia. Dos de los que siguen vivos brillaron en el circuito ATP y a los pocos meses del fin de sus carreras se propusieron como candidatos en la defensa de su país, ambos sin tener conocimiento militar alguno. Además de ser soldados funcionan como guías para el resto del mundo. Muestran en sus redes sociales el momento a momento de la batalla, critican la postura “neutral” de los referentes del tenis mundial y brindan entrevistas desde las trincheras.
Dolgo había empuñado un arma en una sola ocasión antes del 2022. Su cuñado lo acompañó a una práctica de tiro a mediados de la década pasada. Seis botellas de vidrio a pocos metros de distancia, no le acertó a ninguna. 11 meses después de lanzar el comunicado de su retiro estaba alistándose en el ejército. En un intento de fuga de Ucrania, el auto en el que viajaba parte de su familia fue alcanzado por disparos rusos, tras el suceso buscó alguna manera en la que pudiera ayudar a la infantería local.
Viajó unos días a Turquía, ahí un ex soldado le explicó lo esencial para que tuviera una base de conocimientos armamentísticos. Al llegar a las fuerzas ucranianas lo mandaron a tomar un curso de reconocimiento aéreo; vieron que estaba apto para las tareas y le ofrecieron integrar las filas en una unidad adscrita a la Inteligencia Militar Ucraniana.
“Ahora trabajo con drones, el dron puede cargar bastantes kilos: puedes arreglar cualquier cosa o soltar bombas. Pero mi unidad puede tener diferentes cometidos, a veces tenemos que improvisar. Unas veces intentar acabar con el enemigo, otras más específicas como ocupar nuevas posiciones, recabar información... Lo que nos diga la comandancia”, explica el campeón del Torneo de Buenos Aires en 2017.
Al principio parte de su familia le resistió. Su madre y hermana no entendían la decisión que había tomado, en la vereda de enfrente su padre quería combatir, pero al ser un hombre mayor -y también con nula experiencia- no se lo tuvo en cuenta. Oleksandr fue el entrenador en gran parte de su etapa como tenista, en un interludio que tuvieron en su relación padre-hijo dirigió a Andrei Medvedev, el mejor ucraniano de la historia (llegó a ser N°4). En la actualidad Medvedev comparte filas con Dolgopolov y Stakhovsky.
La primera semana durmió una hora por día, básicamente por el miedo y la ansiedad que le daba estar todo el tiempo pendiente a un posible ataque enemigo. De hecho publica en su cuenta de Twitter videos de bombas explotando a 200 metros de distancia de donde está él; con el paso del tiempo se acostumbró y ahora se muestra tomando una lata de gaseosa mientras se escuchan los estallidos de fondo. En esta red social -a la que critica por “hacer propaganda de Rusia”- también repostea imágenes de militares rivales volando por los aires a las que titula: “Ocupantes rusos disfrutando de su visita a Ucrania”.
Habiendo disparado más de 20.000 veces vivió su experiencia más dura en noviembre del año pasado. Estuvo presente en la Batalla de Kherson que dejó más de 300 soldados y civiles fallecidos, un punto sumamente estratégico que se encuentra a orillas del Mar Negro y del Río Dniéper. El 9 de aquel mes las fuerzas ucranianas lograron recuperar el territorio que había sido ocupado por los enemigos.
“No es un contacto enemigo directo de 50 o 100 metros pero los vemos desde el dron, les disparamos con morteros, si necesitamos ayuda de artillería contactamos con artillería. No están frente a ti, pero aun así intentas matarlos”.
La historia de Stakhovsky con Rusia está mucho más ligada. Su primer partido como profesional lo ganó en la Copa Kremlin (Moscú), se casó con una siberiana y en 2014 -un año después de ganarle a Federer en Wimbledon- declaró que nunca volvería a hablar con los medios rusos debido a sus mentiras sobre los acontecimientos en Maidán, un acontecimiento que dividió Ucrania y dejó 89 muertos.
El comienzo de la guerra le puso fin a su matrimonio. Su esposa jamás comprendió qué lo motivaba a exponer su vida y a alejarse durante meses de sus tres hijos: “Los niños estaban viendo dibujos animados cuando me fui, no me despedí de ellos porque no quise distraerlos. Pero mi hijo de tres años me vio coger la mochila, así que le tuve que decir que volvía enseguida, de lo contrario hubiera empezado a llorar. Mi mujer estaba muy enfadada, lo sintió como una traición”, reflexiona sobre el momento de su partida en febrero de 2022.
Su primera medida fue unirse a las Fuerzas Especiales, hasta que le avisaron que en el ejército faltaban voluntarios que estuvieran a cargo de los morteros, el de metro noventa y tres se postuló y quedó. Deja su marca registrada en cada proyectil que dispara, firma con un marcador negro el metal verde del explosivo dedicando cada futura detonación a su amada Ucrania.
“El primer par de días es algo surrealista, no crees que esté sucediendo en realidad. Y lo siguiente que sabes es que te acostumbras, y simplemente buscas una forma de ayudar a que tu país sobreviva. Mucha gente está diciendo, ‘ellos despiertan con la esperanza de que... todo haya sido una pesadilla’. Pero, ¿saben?, en el 16° día eso no funciona más”.
Hace seis meses fue parte del retroceso de las fuerzas ucranianas ante la toma de tierra por parte del Grupo Wagner en la ciudad de Bakhmut. Catalogada como “la picadora de carne” es una de las batallas más cruentas que dejó este conflicto bélico. Rusia reconoció la muerte de 20.000 de sus soldados allí y Ucrania calculó la misma cantidad de los suyos fallecidos, entre ellos el campeón de boxeo ucraniano Oleksandr Onyshchenko y el de hockey Oleksandr Khmil.
Mucho más moderado que su colega, en redes sociales se dedica a cuestionar el accionar de los tenistas rusos y bielorrusos, y a enaltecer a sus compatriotas que les niegan el apretón de manos en la red al terminar un partido. Eso sí, día tras día recalca que “no puede describir” el odio que siente hacia Rusia y sus fuerzas armadas; también publicó fotos de soldados enemigos a los que había capturado como prisioneros y mantenía bajo la mira de su rifle.
“Nuestra gente, nuestros hijos, están muriendo y no puedes simplemente cerrar los ojos y quedarte en silencio y pretender que no pasa nada. Todos tienen que intentar desempeñar su papel para ayudar y la ATP debería tener una postura más fuerte como muchos otros deportes. La magnitud de lo que está sucediendo aquí no se refleja en sus acciones”, comunica Dolgopolov con una actitud mucho más tajante y crítica hacia los dirigentes del circuito masculino.
En medio de disparos, explosiones y muertes le concede un tiempo al deporte y hasta lo relaciona directamente con su nueva labor en el ejército: “Seguro que el tenis me preparó para esto. Estás pensando rápido, puedo desempeñarme bien bajo presión, no me asusto mucho. Muchas cosas que usas en el tenis las puedes transferir a la guerra”.