Fue campeón con el inolvidable River del 75, perdió una fortuna y ahora maneja un remise en Colonia Caroya

Héctor Ártico fue elegido por Labruna para pasar al Millonario. Dejó Talleres de Córdoba junto a Pablo Comelles en el pase más marketinero de los años 70. Por cuestiones familiares perdió siete departamentos y hoy trabaja sin descanso como remisero

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Hector Ártico y su medio de trabajo
Hector Ártico y su medio de trabajo

“En la adolescencia me diagnosticaron el Mal de Chagas, que lo sigo teniendo, pero que jamás me impidió la práctica del fútbol. En aquel momento, el médico que me atendió me dio una constancia certificada por él, en la que dejaba en claro que me autorizaba a jugar y me dijo: “Gringo: vos te vas a morir de cualquier cosa, menos de esto” (risas). Todo lo que él me había mencionado se cumplió, porque mantuve una larga carrera y hasta el día de hoy, con 74 años, trabajo de lunes a lunes y no tengo ningún problema”. Y así es el Gringo Ártico. Esas palabras son como una carta de presentación, por sus ganas, perseverancia y sentido del humor. Titular en aquel equipo de River campeón ‘75, el que sepultó todos los fantasmas, recordó su trayectoria con Infobae.

“Yo vivía en Colonia Caroya y un día vino Talleres a disputar un amistoso al club San Martín, porque estaba haciendo la pretemporada en Ascochinga. Se armó un equipo con pibes de la zona, de entre 16 y 17 años, y fuimos varios los que, por suerte, tuvimos una buena actuación. Al terminar se hizo un asado, como era tradicional y fue allí donde el entrenador me preguntó si quería empezar a entrenar con ellos, a los que le respondí que sí, pero que yo trabajaba en una bodega y tenía que pedir permiso. Al otro día, el presidente de Talleres fue el que se comunicó con mis empleadores, me autorizaron y a los dos meses, compraron mi pase”.

El River del 75 representado por Ártico y Roberto Perfumo
El River del 75 representado por Ártico y Roberto Perfumo

En la actualidad cerró un círculo, dado que otra vez se afincó en su tierra. Luego de su paso como jugador intentó mantenerse con distintas inversiones. Desde gastronomía a renta inmobiliaria: “Tuve un negocio de comidas que estaba muy bien ubicado, a cuatro cuadras de La Rural en Palermo y había hecho interesantes inversiones, al punto que llegué a tener siete departamentos en la zona de Belgrano. El tema se complicó cuando a mi papá, que me había cuidado y aconsejado mucho, le detectaron un cáncer y yo quería que lo atendieran los mejores médicos. Fue un tratamiento oneroso, que duró tres años y para ello vendí 4 de las 7 propiedades. Las otras tres se las quedó la que era mi pareja de ese momento, que, de un día para el otro, decidió terminar la relación y hasta cambió la cerradura de la casa donde vivíamos. Fue un momento muy duro, pero salí adelante con trabajo. Al poco tiempo comencé a manejar un remise, primero en Buenos Aires y actualmente es lo mismo que hago acá en Colonia Caroya, con una situación muy particular. Un día me vine para pasear, me encontré con unos amigos, fuimos a un asado y allí conocí a un hombre que necesitaba un chofer para llevar y traer motores. Entonces me quedé acá e hice eso hasta la pandemia y ahora sigo con el remise”.

Héctor Ártico fue protagonista de las primeras ediciones de los torneos nacionales, vistiendo las camisetas de Talleres (1970) y Belgrano (1971), hasta ser partícipe de una verdadera revolución, que se dio en su regreso a la T, para el torneo de 1974: “En los primeros tiempos nos hacíamos fuertes como locales, pero nos costaba ir a Buenos Aires. La historia empezó a cambiar ahí, donde era igual presentarnos en cualquier cancha, porque además de buenos futbolistas, había gente con personalidad y un técnico, como Ángel Labruna, que fue el mejor de todos. Siempre le criticaban que no trabajaba en la semana o que no practicaba pelota parada, pero era tan pícaro que sabía elegir, como nadie, a los mejores valores para su equipo y sacaba una ventaja decisiva. El plantel era buenísimo con Daniel Willington, el Hacha Ludueña, Humberto Taborda, Luis Galván, Ocaño, Oviedo, etcétera. La mezcla de experiencia y juventud fue perfecta, más la gente, que nos acompañaba a todas partes. Era una locura. Quedó en la historia el partido que empatamos con River 1-1 en cancha de Racing, en el que convertí el primer gol oficial de mi carrera, nada menos que a Perico Pérez. El día anterior me ocurrió una cosa muy particular. Cuando llegamos al hotel sobre la avenida Callao en el barrio de Congreso, me avisaron que había una persona que me quería ver. Lo busqué y era el médico que me había dado el alta por el Chagas que me quería saludar. Entonces le dije una mentira más grande que una casa, porque yo no pateaba nunca al arco (risas): ‘Mañana voy a hacer un gol para dedicárselo a usted’. Y Dios me ayudó, convertí y por supuesto fue en homenaje a él”.

Equipo de Talleres en el Nacional 74.  Oscar Quiroga; Pablo Comelles, Luis Galván, Héctor Ártico y Victorio Ocaño; Gualberto Vidal Muggione, Francisco Rivadero y Humberto Pablo Taborda; Miguel Ángel Patire, Oscar Fachetti y Ángel Pereyra. DT: Ángel Labruna
Equipo de Talleres en el Nacional 74. Oscar Quiroga; Pablo Comelles, Luis Galván, Héctor Ártico y Victorio Ocaño; Gualberto Vidal Muggione, Francisco Rivadero y Humberto Pablo Taborda; Miguel Ángel Patire, Oscar Fachetti y Ángel Pereyra. DT: Ángel Labruna

El verano del ‘75 trajo el estruendo, en el plano futbolero, por la asunción de Ángel Labruna como entrenador de River Plate, para tratar de cortar la sequía de 18 años sin títulos. Su reciente y exitoso paso por Talleres era un eslabón más en su cadena de éxitos. Dos jugadores de ese equipo eran de sus prioridades y así se los hizo saber a los dirigentes Millonarios: Pablo Comelles y Héctor Ártico, que así lo recuerda: “Era el mes de enero y hacía un calor tremendo. Estábamos entrenando en el club, cuando de sorpresa lo vimos a Don Ángel, que había viajado a Córdoba, en mangas de camisa, saco en mano y que nos vino a encarar a ambos: ‘Muchachos: vayan a bañarse. Hay una diferencia de 10 millones entre los clubes para hacer las transferencias. Ustedes lo apuran al presidente de Talleres por 5 millones y yo me encargo del de River (Rafael Aragón Cabrera), por los otros 5′. De ahí nos fuimos a un hotel en el centro de la ciudad, donde estaban reunidos y se concretaron los pases”.

La personalidad ganadora de Labruna fue decisiva para amalgamar los buenos futbolistas que ya estaban en la institución, como Norberto Alonso, Juan José López, Ubaldo Fillol, Carlos Morete y Reinaldo Merlo, con las incorporaciones: Pedro González, Oscar Mas, Roberto Perfumo y ellos dos: “Cuando llegué a River, escuchaba en la radio y en la televisión, o leía en los diarios, que Labruna repetía todo el tiempo que íbamos a salir campeones. Yo lo agarré y le dije que de ese modo se sumaba más presión, además del hecho de que íbamos a tener que luchar contra los otros cuatro grandes. Su respuesta fue: ‘Le voy a decir una cosa para que aprenda de fútbol. Boca e Independiente le dan siempre bola a la Copa Libertadores y no cuentan, mientras que a Racing y San Lorenzo les ganamos siempre, así que listo’. Mirá si era vivo el Viejo (risas). Y otra fue que, cuando le mencioné que, si nos salíamos campeones, nos iban a matar a palazos porque la gente estaba muy ansiosa: ‘Oiga Ártico. ¿Cómo va a decir una cosa así? ¿Usted se ha vuelto un miedoso ahora que está en Buenos Aires?’ (risas). Todo el tiempo repetía: ‘Nosotros vamos a ir al frente en todas las canchas. Metemos cuatro goles y no nos importa si nos encajan tres o cuatro’. Era un fenómeno y muy práctico. Pero también calentón. Se peleaba en los pasillos del Monumental con los socios o hinchas que le recriminaban cosas. Un día se le plantó un hombre para criticarle algo del equipo. Don Ángel le preguntó: ‘¿Usted de que trabaja?’. La contestación fue: ‘Soy relojero’. El Viejo miró y sin dudar le tiró: ‘Fenómeno. Dedíquese a la relojería, que del fútbol de River me encargo yo’.

Labruna y los titulares del '75, Ártico es el segundo de la fila con el número 6
Labruna y los titulares del '75, Ártico es el segundo de la fila con el número 6

La risa al recordar a quien ha sido su padre futbolístico es una constante en la charla con Ártico: “Ángel llevaba a River en la piel. Recuerdo en una ocasión, después de ganar un título, fuimos a jugar un amistoso en Viña del Mar conta Everton y perdimos 6-2. ¡Para qué…! Nos encerró una pieza del hotel y nos dijo de todo. ‘¿Cómo vamos a recibir una goleada así? Mañana sale en la tapa de los diarios, es una vergüenza’. En el mismo lugar estaba Palito Ortega, con quien teníamos una relación muy cercana, y también Julio Iglesias, por lo que estuvimos un poco dispersos y más dispuestos a la diversión (risas). En descargo le dijimos a Ángel que estábamos duros de la pretemporada. ‘Duros están de salir de joda’ (risas). Hasta que se puso serio y tenía lágrimas en los ojos: ‘Esto no puede pasar nunca más. Piensen bien si quieren volver a ponerse la camiseta de River alguna vez’. Pegó el portazo y se fue.

En su paso de casi tres años por River, el Gringo jugó al lado de Roberto Perfumo, conformando una sólida dupla: “De él aprendí muchísimo en varios sentidos. Yo pegaba una patada y me sacaba amarilla. Roberto daba cinco, lo miraba fijo al referí y jamás lo amonestaban. Una personalidad inmensa. Era un grande de verdad. Después peleamos el puesto con Passarella, porque él no quería actuar como lateral izquierdo, que es la posición en la que había llegado al club. Con el paso del tiempo, se afirmó como marcador central”.

El título del Metropolitano de 1975 significó algo especial en el corazón del hincha de River, porque exorcizó los fantasmas de tantas frustraciones: “Pese a la enorme diferencia que sacamos en la primera rueda, en las revanchas Boca se nos fue acercando y estuvo ahí nomás. Por suerte fuimos campeones, porque si no la historia hubiese sido muy dolorosa para todos. Después ganamos también el Nacional y más tarde el Metro ‘77. A comienzos del año siguiente, cuando Labruna incorporó otros centrales, sentí que no iba a jugar, entonces decidí irme, en lo que considero como un error, porque podría haber peleado el puesto”.

“Fui a Velez, donde había excelentes jugadores, como Falcioni, Pepe Castro o Larraquy, pero no anduvimos bien y en la recta final del torneo estábamos en el lote que peleaba la permanencia. Entre otros, ahí también estaba Platense, con el que tuvimos que enfrentarnos. En un momento nos dieron un penal y los dos compañeros que estaban designados no lo quisieron hacer, porque enfrente estaba Perico Pérez, que era un especialista en atajarlos. Les dije de todo (risas), agarré la pelota y encaré para el arco. Perico, que era medio pícaro, me charlaba marcándome a que rincón quería que se lo pateara. Yo sabía que él era un fenómeno volando, pero a ras del piso se le iba a complicar. Entonces se la coloqué a rastrón y en el lugar donde él me señalaba, por lo que le dije: ‘¿No la querías ahí? ¿Y porque no la agarraste?’ (risas). Dos fechas después, íbamos ganando por goleada, nos dieron un penal contra Chacarita y esos dos compañeros quisieron patear. Ahí me puse firme. Si no lo querían hacer porque se amedrentaban con Perico, ahora que se olviden. Volví a ejecutarlo y convertir. El partido con Platense fue clave para poder escaparnos de la zona de abajo en la tabla”.

Ártico y Pablo Comelles, el día de la presentación para la prensa tras concretarse el pase de Talleres a River
Ártico y Pablo Comelles, el día de la presentación para la prensa tras concretarse el pase de Talleres a River

Apenas un año en Liniers, para una nueva mudanza, ahora con dirección diagonal hacia la ciudad de La Plata: “En Vélez estaba el profesor Kistenmacher y para 1979 fue para Estudiantes y me recomendó. El técnico fue un fenómeno como Juan Urriolabeitia, que me decía: ‘Sé que le gusta atacar, pero usted se me queda en el fondo, porque adelante lo tengo a Patricio Hernández y Gottardi, quédese tranquilito atrás (risas)’. Hice dupla de centrales con el Tata Brown. También estaban Abel Herrera y Miguel Russo, varios de los que serían la base del equipo campeón con Bilardo unos años más tarde. Me quedó un lindo recuerdo, porque si bien no fuimos campeones, les ganamos a Independiente, Racing y también a Boca, en un inolvidable 6-4 en La Plata”.

No eran buenos años para Estudiantes, que navegaba por la mitad de la tabla, aunque queda claro por los apellidos que allí había un buen material para poder pelear el título, como ocurriría poco tiempo después. A mediados del ‘80, Ártico tuvo su experiencia en fútbol internacional: “Me fui a Colombia, al Unión Magdalena de Santa Marta en pleno Caribe, un lugar increíble, pero solo estuve cinco meses, porque la cosa estaba muy peligrosa en ese país, donde ya los carteles de la droga tenían mucha preponderancia. Me volví, pero ellos no querían, así que cuando llegué, tuve que cambiar mi número de teléfono en Argentina, porque Eduardo Dávila, el que mandaba en el club y detrás de Pablo Escobar, el segundo capo más grande del narcotráfico, me llamaba. Ni loco regresaba. Entonces, a comienzos del ‘81 firmé para Unión de Santa Fe, que pese a tener un muy buen plantel, peleamos el descenso hasta el final. Estaban Leopoldo Luque, Nery Pumpido, Mario Alberto y el Turco Alí. Les ganamos a River y Boca, pero perdimos contra los rivales directos de debajo de la tabla. Terminamos zafando en las fechas finales”.

Equipo campeón del Metro '75. Ártico, Comelles, Raimondo, Fillol, Perfumo y Héctor López. Abajo: Pedro González, Juan José López, Morete, Alonso y Más
Equipo campeón del Metro '75. Ártico, Comelles, Raimondo, Fillol, Perfumo y Héctor López. Abajo: Pedro González, Juan José López, Morete, Alonso y Más

Ángel Labruna regresó a Talleres a mediados del ‘81, pero fue a comienzos de la temporada siguiente que concretó una pequeña revolución en la provincia, llevando a varios futbolistas que habían sido base en sus éxitos con River. Ártico estaba entre ellos: “Durante el paso por Unión se me había astillado el peroné e hice una muy buena rehabilitación. Vino Don Ángel y a su estilo me preguntó: ‘¿Usted anda bien de la pierna?’, a lo que respondí: ‘Estoy para jugar ya mismo’. Fuimos llegando de distintos lugares y se armó una linda banda: J. J. López, Pedro González, el Puma Morete. El tema eran los muchachos que estaban en el club, porque una vez, estando yo en River, los enfrentamos en cancha de Boca y Labruna me indicó que debía amedrentarlo a Ludueña antes de arrancar. Él me vino a abrazar y ahí mismo le metí dos pisotones bien fuertes en los empeines. El médico me gritaba: ‘Te volviste loco, Gringo. El Negro es amigo tuyo’, a lo que contesté: ‘Es un gran amigo, pero hoy juega del otro lado’ (risas). Cuando volví al club me la querían facturar: ‘Hacete el vivo ahora’,.Yo, sin hacer lío: ‘Tranquilos, muchachos, que ahora juego para ustedes’ (risas). Enseguida la cosa se encaminó e hicimos una gran campaña, llegando hasta las semifinales. El Puma hizo muchos goles, pero arrancó medio tarde, como en la sexta fecha marcó el primero y los cordobeses lo querían matar: ‘Labruna, para qué trajo al caballo éste, que es de madera’ (risas). Pero contra Mariano Moreno de Junín metió cuatro y no paró más”.

Con menor repercusión que el del ‘74, aquel Talleres de Labruna del ‘82 también quedó en la historia. El desafío para Ártico en la temporada 1983 fue jugar en el ascenso, con la camiseta de Tigre, que tenía un gran cuadro y se preparaba para ascender: “En el campeonato del ‘83 estuvimos en la punta muchas fechas y se nos escapó sobre el final. Fui dos veces sub campeón con esa camiseta, con la que estuve varios años. Mi carrera concluyó en Defensores Unidos de Zárate, en el torneo de primera C de 1986. Esas sí que eran canchas bravas (risas), te chocaban de frente como si fueran camiones. El retiro nos cuesta a todos. Al principio iba a correr todos los días, hasta que a los seis meses aflojé. Se van quemando etapas lógicas de la vida. Igualmente, creo que a mí no me fue tan difícil, porque desde chico tenía incorporada la cultura del trabajo”.

Para Héctor, el actual remisero de Colonia Caroya, en Córdoba, no hay feriados o días de descanso. Sus clientes lo saben. Y si la noche anterior hubo un partido importante, los pasajeros saben que el chofer comentará fútbol con conocimiento de causa. Héctor o el Gringo, como le dicen en Caroya, los lleva a destino y si da el tiempo también podrá contar alguna anécdota de los tiempos de Labruna.

Ártico remarca orgullosamente que trabaja los siete días de la semana, pero el fútbol sigue corriendo por sus venas, mirando por televisión la mayor cantidad de partidos posibles. El hincha de Talleres mantiene el agradecimiento: “Me siguen recordando hasta el día de hoy. Siempre mencionan aquella transferencia junto a Comelles, donde nos vendieron muy bien y el club aprovechó para muchas cosas”. El Gringo Ártico era una garantía de solidez en el fondo de cualquier defensa, gracias a su personalidad. La misma que se mantiene inalterable y nos permitió conocer a un personaje espectacular de nuestro querido fútbol argentino.

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