El inclasificable señor Rubiales y el test de la blancura

Es probable que pasados los 90 días de suspensión que acaban de imponerle desde Zurich o acepten el pedido español de echarlo o le sugieran alguna salida elegante. Por qué las corporaciones deportivas son reacias a las auditorías

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Las polémicas escenas de Rubiales en la final del Mundial (AFP)
Las polémicas escenas de Rubiales en la final del Mundial (AFP)

Ni siquiera lo entretenido e imprevisible que puede ser el deporte alcanza para evitar que sus corporaciones tengan las mismas lógicas y los mismos vicios que las de cualquier otro rubro. Y de tan previsibles se expongan ante nuestros ojos como el lado tedioso y burocrático de un fenómeno absolutamente dinámico.

Cualquiera que revise su historia o haya tenido la fortuna de ser testigo presencial puede dar fe de que, por manifiestas y burdas que puedan ser sus mugres de escritorio, hasta el mismísimo olimpismo -quizás, especialmente- encuentra el antídoto de la mano de la competencia misma. Corrupcion, coimas, arbitrariedades, boicots, trampas arbitrales y hasta miserias de índole privada quedan en un segundo plano en el mismísimo momento en el que el primer nadador se tira a la pileta y una tiradora china gana la primera medalla dorada del juego olímpico. Suena cínico. Lo se. Tanto como que es cierto que esa es la secuencia en cuestión.

Justamente en ese poder narcotizante que tiene el juego, por mal que ocasionalmente se lo practique, radica, por ejemplo, la razón por la que los argentinos ni siquiera nos preguntamos sino mereciéramos un fútbol de institucionalidad al menos decorosa. O si, al menos, la tierra de los campeones del mundo no se merece algo mejor que torneos inexplicables, reglamentos de plastilina y dueños cuyos delirios de eternizacion son idénticos a los de tantos presidentes, gobernadores, intendentes o sindicalistas de esos que tanto criticamos.

Sería ingenuo e injusto valorar este fenómeno como algo especialmente instalado entre nosotros. Ni ahí. Desde la FIFA hasta el olimpismo cuesta encontrar corporaciones deportivas en las que, en muchos niveles, en muchas disciplinas y en muchos países quien accede al trono no llegue con el taladro que le garantice quedar atornillado.

Y son pocas las herramientas a mano para desbancar a quienes, al mismo tiempo que piden ayuda al Estado nos recuerdan que solo su casa matriz puede ponerle un límite.

Son muchachos que, ante la primera de cambio, te refriegan que ellos son, en realidad, el brazo local de una entidad internacional y que no es sino esa corporación global ante quien ellos deben rendir cuentas.

Hay excepciones, claro. Por ejemplo la del básquet argentino que, aunque desgraciadamente volvió bruscamente atrás en el calendario, vivió un momento extraordinario cuando, hace más de una década y de la mano de una firme postura de los referentes de la Generación Dorada, logró que la FIBA (la FIFA de ese deporte) considerara válidos los argumentos de una denuncia que terminó en una intervención. De otro modo, si un gobierno interviene una federación deportiva local sin el beneplácito de la entidad global se corre el riesgo hasta de una desafiliación. ¿Alguien imagina acaso la posibilidad de que nos quedemos sin jugar un Mundial porque al gobierno se le ocurra desbancar al titular de una entidad, por justa que sea la causa? Más aún si tenemos en cuenta el grado de idoneidad y transparencia que suelen -no- tener esos gobiernos.

Este es un detalle técnico pero no menor por tener en cuenta cuando se habla del caso del incalificable Luis Rubiales, ese señor que maneja -quizás ya haya que empezar a hablar en tiempo pretérito- la Real Federacion Española de Fútbol quien logró el milagro de haber embarrado aún más su proceder justificando hasta con asuntos de amor paternal su conducta abusiva respectó de una de las flamantes campeonas mundiales de fútbol.

Por aberrante que se considere su conducta original y por patético e insolente que haya sido su descargo posterior, solo la FIFA mediante el proceso disciplinario que le inició al respecto podría removerlo sin consecuencias serias respecto de todo el fútbol español. Es altamente probable que, pasados los 90 días de suspensión que acaban de imponerle desde Zurich, finalmente, o acepten el pedido español de echarlo o le sugieran alguna salida elegante. Quizás la renuncia masiva de las futbolistas españolas y de unos cuantos colegas varones a jugar bajo su órbita haya acelerado el trámite de un organismo (FIFA) que ha tenido algunos progresos en cuestiones de género, apurado por la lógica de estos tiempos, pero al cual todavía le falta un montón para conseguir un certificado que confirme su convicción al respecto. Tal como sucede con otros ámbitos de la sociedad misma: cuando más temprano que tarde se nota cuando las medidas tienen más de forma que de fondo.

Lo improbable es que cualquier medida se tome exclusivamente a partir de las voces indignadas de colegas y rivales dirigenciales de este muchacho.

En primera instancia por el argumento técnico ya explicado. Luego porque se trata de Gentes que difícilmente puedan profundizar demasiado contándole las costillas a Rubiales sin quedar en offside si acaso llegarán a contarles las propias.

Además, tampoco en las corporaciones deportivas abundan quienes se animen a ser sometidos al test de la blancura.

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