Conicet. INCAA. Banco Central. Ministerios. Secretarías. Direcciones. Serrucho. Ajuste. Dolarización. Aerolineas. TV Pública. Privatización. Ñoquis. Zurdos. Fachos. Planeros. Más que un festival de etiquetados, somos cada vez más los argentinos que necesitamos que, aún a partir de exabruptos o groserías, las cosas se empiecen a discutir.
Probablemente no sea parte de una estrategia sino la sublimación de su casillero en un poco fructífero juego de roles de la política. Lo cierto es que Javier Milei, ese señor que anda por la vida con una peluca envidiable, una agenda y un montón de granadas sin espoleta en los bolsillos, voluntaria o involuntariamente podría estar empujándonos hacia algún debate tan necesario como tardío.
El tema es Milei y a la vez no lo es tanto. Al menos, no se trata de él solo. Ni por asomo.
Aunque digan por ahí que todo y todos tenemos que ver con todo y todos, no serán estas líneas las que presuman sobre verdades reveladas u obviedades de nuestra cotidianeidad. Sino del lugar que debería ocupar el deporte en esas hipotéticas mesas de debate. No fue sino el mismísimo candidato libertario -ponele- quien días atrás, invitado al exitoso programa de Joni Viale, en un muy televisivo ejercicio de presunta depuración del Estado, cambió serrucho por fibrón indeleble. La primera tachadura fue la del Ministerio de Turismo y Deportes. Como casi todas las demás tachaduras que hizo, fue sin anestesia ni asteriscos. De fanático susceptible que soy nomás, quedé con la sensación de que, de todo ese hipotético desguace del anquilosado y obscenamente oneroso organigrama estatal, si de algo no se podía discutir la prescindencia era justamente de ese primer “raviol”.
Así como soy un escéptico de la idea de “saber de algo” tampoco voy a prescindir de algunas cosas que atestigüé, aprendí e incorporé durante los últimos 42 años de mi vida. Si con algo interactúe en mi carrera de cronista fue con el deporte, sus protagonistas, sus lógicas regionales y la proverbial ausencia de políticas en nuestra querida Argentina.
No tengo bien en claro que debería hacerse con las demás tachaduras, pero a partir de qué considero un error adoptar una postura desprendida y superficial respecto del deporte, sospecho que sería mucho más sabio barajar, dar de nuevo y aspirar a un debate finalmente vinculante que barrer con todo indiscriminadamente. Que está buenísimo pegar un par de gritos para sacarnos de una modorra que nos fagocita y estaría malísimo que todo quedara en un alarido quasi gutural.
A favor de Milei, el statu quo no hace sino justificar su mensaje depredador. Tal cómo está ahora, la presunta estructura política de nuestro deporte no tiene razón de ser. No la tiene ahora, no la tuvo con Macri, no la tuvo desde la vuelta a la democracia ni desde que en algún momento del Siglo XX se comenzó a competir con aspiraciones de Alto Rendimiento. Desde ya que hubo altos y bajos Que hubo gente bien intencionada y gente que convirtió a las becas en una herramienta extorsiva a través de la cual se condiciona al atleta a no quejarse de nada. Es de actualidad rabiosa el enojo que producen las quejas por la ausencia de papel higiénico en los baños o de agua en algunos depósitos de inodoros del Cenard que denuncian más en off que en on desde Leonas hasta medallistas de bronce del Voleibol de Tokio 2021. Que hubo funcionarios comprometidos con la causa y funcionarios que nunca pensaron en otra cosa que en usar al deporte como territorio de paso. Pero antes y después, si algo no tuvo nuestro deporte es una política acorde con todo lo que el deporte está en condiciones de aportarle a nuestra sociedad. Justamente en este detalle, ignorado por la gran mayoría de los administraciones, radica el primer pecado de omisión del aspirante al trono de la calle Balcarce. Pecado que comparte con los demás candidatos. Omisión ancestral que nos llevó a construir la visión sesgada de que deporte son las Leonas, la Scaloneta, los Pumas o los medallistas olímpicos. Ellos representan ese puñado selecto de una élite muy acotada: estas disciplinas son juegos que muy pocos -ellos, por ejemplo - convierten en deporte.
Me cuesta imaginar cuántos millones entre los casi cincuenta que somos practicamos alguna actividad física o lúdica. ¿Diez millones? ¿Veinte? ¿Veinticinco? Somos un montón.
¿Y de que se trata eso que hacemos? De un recurso que, aún en una minúscula dosis, tiene algo de antídoto contra la mayoría de las cosas que más nos angustian. Desde la obesidad y él sedentarismo hasta las adicciones, la inseguridad, la violencia y la exclusión. Soy un convencido de que estas preocupaciones y unas cuantas más encuentran en el deporte un recurso aunque sea mínimamente sanador. Dicho en bruto, hay más chances de que un pibe zafe de las drogas jugando a lo que sea que no haciéndolo. Imagino que no debe ser científicamente complejo establecer cuanto mejor vive, piensa o crea alguien con oxígeno en el cerebro que sin el. A eso también ayuda desde salir a caminar hasta trotar una media maratón.
Y a este deporte, el de la enorme mayoría, no lo ve la política. Que es lo mismo que decir que nos ven a nosotros mismos.
Quizás sin quererlo, Milei, que supo ser un buen arquero con sueño de Primera, haya abierto una rendija para que miremos el asunto desde una óptica más amplia. Al menos, la de discutir para qué sirve realmente el deporte.
El que subliman fenómenos como Messi, Manu Ginóbili o la Peque Pareto.
El que balbuceamos chambones como usted y como yo.
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