El vivir una carrera arriba de un auto resulta una experiencia única para un periodista y mucho más si se trata del Campeonato Mundial de Rally (WRC por su sigla en inglés). Néstor Straimel puede dar cuenta de ello, ya que del 2 al 6 de agosto de 1983 fue navegante de su ídolo, Luis Rubén Di Palma, en el Rally de la República Argentina disputado con tramos sobre nieve en Bariloche. Por entonces el Loco era el máximo ídolo del automovilismo nacional. Aquellos días el binomio compartió inolvidables anécdotas. Corrieron con un Audi Quattro A2 y sorprendieron contra los mejores pilotos del planeta sobre coches espectaculares que eran máquinas “pura sangre” de competición.
En ese entonces el Mundial Rally vivía su apogeo con los autos del Grupo B, que eran prototipos concebidos para correr, con una potencia de 450/500 caballos, tracción en las cuatro ruedas y motor turbo. La sinfonía de sus motores podía escucharse a kilómetros y esto generó una fiebre entre los fanáticos. Con uno de esos coches, un Audi Quattro A2, corrió Di Palma junto a Straimel, siendo navegante, un rol clave en esta disciplina ya que suelen ser los ojos de los pilotos en la lectura de la hoja de ruta. Les explican por dónde deben ir y cada detalle del recorrido. Les anticipan cada detalle de los tramos cronometrados.
En una Argentina inmersa en una grave crisis económica y en plena transición para la vuelta de la Democracia, tras la ausencia de la carrera en 1982 por la Guerra de Malvinas, la fecha mundialista pudo recuperarse y organizarse gracias a la experiencia del Automóvil Club Argentino (ACA) y la capacidad de trabajo del promotor local, David Eli, un pilar fundamental en las 39 visitas al país del certamen ecuménico.
En 1983 vinieron los dos principales equipos y los mejores pilotos del mundo a nivel rally: los Audi Quattro A2 oficiales que llamados “Panzers” y los corrieron el sueco Stig Blomqvist, el finlandés Hannu Mikkola (ganador ese año en la Argentina), la francesa Michele Mouton, el keniata Shekhar Mehta y el austriaco Franz Wurz, que era un piloto privado y corrió con un Audi 80 Quattro. Mientras que los Lancia Rally 037 fueron conducidos por el finlandés Markku Alén y el italiano Adartico Vudafieri. Tuvo como piloto particular al argentino Francisco “Paco” Mayorga. Contando a Di Palma, fueron nueve autos de la categoría principal del Mundial de Rally un número fuerte para ser un evento fuera de Europa.
Sobre aquella carrera, Carlos García Remohí, presidente de la Comisión Deportiva Automovilística (CDA) del Automóvil Club Argentino (ACA), le cuenta a Infobae que “la carrera de Bariloche terminó de casualidad porque paró de nevar y se pudo completar la carrera. Si no, no se terminaba. Recuerdo de verla a Michele Mouton con su Audi Quattro en tres ruedas, en el medio de la nieve, a fondo, pasar maravillosamente. Después tuve el honor en varias ediciones de acompañarla y en el Rally Codasur que se hizo en Uruguay pude estar con ella, ya que era la encargada de seguridad de la FIA (Federación Internacional del Automóvil)”.
“Pensamos que no iba a nevar y nos aseguraron que en esa época ya no nevaba y que por los caminos que elegimos no iba a haber nieve, pero nevó. Casi un desastre, pero se pudo terminar. Se complicó como otras en Tucumán y en Córdoba. Pero tuvimos un sistema de organización que se exportó. Nuestra organización fue elegida por todos los pilotos que eligieron al de Argentina como ‘El Mejor Rally del Mundo en 1993′ y Didier Auriol (campeón mundial de rally en 1994) me entregó una copa en enero de 1994″, destaca el dirigente.
En tanto que Straimel es un prestigioso periodista especializado en automovilismo, pero también su pasión por la velocidad lo llevó a despuntar el vicio en el rally y fue uno de los pioneros de navegación profesional en la Argentina. “Mi vida transcurrió como periodista durante 40 años. Y, además, desde que me pude comprar un Fiat 600 cuando era muy jovencito, me empecé a probar. Me hice amigo de un muchacho que era jefe de mecánicos de una empresa de Fiat y la pasamos bomba. Ganamos un campeonato en nuestra categoría. Cuando vinieron los primeros navegantes a la Argentina, a correr el Desafío de los Valientes (carreras en las que Fiat promocionaba sus nuevos modelos), me hice amigo de unos italianos y encontramos el método que usaban para trabajar. Inmediatamente vino un llamado del equipo Fiat de Turismo Nacional que en ese momento competía contra Peugeot. Junto a Jorge Del Buono fuimos los primeros navegantes que hubo en la Argentina. Nos fue muy bien. Corrimos con pilotos de primera categoría y la navegación comenzó a ser una parte fundamental”, recuerda en diálogo con Infobae.
“Cuando vino por primera vez el Mundial de Rally a la Argentina, Juan Manuel Fangio logró que venga un Mercedes-Benz más y le dieron uno a Jorge Recalde y lo único que pidieron es que el navegante supiera hablar inglés o alemán porque si no los auxilios no se iban a poder comunicar de ninguna manera. Uno de los pocos que sabía inglés más o menos yo era yo. Corrimos con Recalde ese Mercedes 500 y anduvimos bien en la primera etapa, pero abandonamos en la segunda. Nos invitaron a correr el Rally de Costa de Marfil también en 1980 y terminamos segundos. Ahí me hice un nombre entre los navegantes a nivel mundial”, agrega.
“Seguí en 1981 y corrí el Mundial con Juan Manuel Fangio II (sobrino del Quíntuple) con un Citroën Visa. En 1983 al Loco Di Palma le dieron la chance de correr con Audi porque hacía tres años que venía corriendo con Volkswagen en el TC 2000 (fue campeón en 1983) y la marca hizo la atención de los autos de Audi acá en la Argentina. Les dio los talleres y mecánicos”, cuenta.
Ese año Di Palma estuvo a pleno con su equipo en el TC 2000, la Fórmula 2 Codasur y el Club Argentino de Pilotos, y también su grupo de trabajo atendió autos en esas categorías. La decoración de sus coches en esa época fue icónica con el color dorado por su principal sponsor, que era una conocida tabacalera. Luis se hizo amigo de Straimel, quien relata que “en 1983 se hizo el rally a Bariloche y con mucha sorpresa recibí el llamado del Loco Di Palma, ya que nos conocíamos de las carreras porque yo cubría para El Gráfico y otros medios. El Loco en ese momento vivía en Buenos Aires con su familia y nos hicimos amigos. Empecé a ir con él a las carreras de TC 2000, a hablar de la navegación y hasta que llegó el momento de que teníamos que hacer la hoja de ruta e íbamos a correr en el equipo oficial Audi que en ese momento tenían los Quattro con motores turbo. Hicimos la hoja de ruta con un VW Gacel, que era un prototipo que sacaron con la suspensión reforzada, ya que aún no estaba a la venta en el país. El auto anduvo bárbaro, incluso en la nieve”.
La hoja de ruta es un reconocimiento por los caminos por donde va a pasar la carrera. Es clave en el rally, ya que los navegantes deben hacer sus anotaciones de los lugares críticos y los pilotos toman las referencias de cómo encarar una curva o transitar por otro lugar.
“La hoja de ruta fue muy complicada con el Gacel en la nieve y nos enterramos dos o tres veces, pero Luis sabía cómo desenterrarlo con el cricket, con las tablas que llevaba y además íbamos con la gente de Renault, que tenía mucha experiencia, entre los que estaba Jorge Recalde. Al Loco lo querían todos los pilotos de cualquier categoría. Era amado por todos”.
Di Palma también fue un excelso piloto de aeronaves pequeñas y Straimel comenta una anécdota de la particular forma de navegar del arrecifeño: “Viajamos con el Loco en su avión, que era un cuatriplaza. Íbamos nosotros dos y Felipe Mc Gough (periodista). Un día viajamos a Neuquén y cuando salimos le pregunto a Luis, ‘¿cómo se navega el avión?’ Me dice, ‘mirá hacia abajo y ahí tenés los cables de El Chocón, vos seguí los cables que van directo desde Buenos Aires y llegás a Neuquén’. Contaba anécdotas en las que se quedó varias veces sin nafta y tenía que aterrizar en una ruta para cargar nafta. El Loco era así. Me hice muy amigo de sus hijos y Marcos me obligó a ir de acompañante en una carrera de TC”.
La carrera tuvo la largada simbólica desde la sede principal del ACA en la Avenida Libertador 1850 y desde ahí los pilotos fueron en enlace hasta Neuquén para arrancar el primer tramo cronometrado. “En el primer enlace, que fue Buenos Aires-Neuquén, tuvimos que parar varias veces a comer asado y nos invitaron pilotos como Roberto Mouras y Guillermo Maldonado. Eso lo hicimos con los pilotos del equipo Renault. Íbamos a fondo en el enlace para poder tener una media hora para poder comer. Estaba todo preparado. La pasamos bomba porque el Loco era un tipo muy divertido, pero a su vez muy profesional manejando. Toda esa locura que mostraba para afuera era al revés hacia adentro porque realmente se portaba como un verdadero profesional”, revela.
En tanto que los emisarios de Audi, si bien no conocían a Di Palma, se llevaron una grata sorpresa luego de la primera etapa. “Los alemanes no lo conocía al Loco. Antes de largar la primera etapa le dijeron que tenía que llegar cerca de los otros porque si no, no nos iban a atender el auto. Eran dos tramos muy rápidos de unos 100 kilómetros sobre tierra. No pensaron que iba a terminar tan adelante como terminó. Eran cinco Audi y dos Lancia. El Loco los dejó atrás a los Fiat. Era impresionante. No lo conocían, no confiaban en él, sabían que era un negocio de Volkswagen Argentina. Lo aceptaron y nada más”, cuenta.
Los alemanes tuvieron algunos reparos con Di Palma, quien se las arregló para poder usar las mismas prestaciones del turbo (entregaba potencia adicional) en el motor, al igual que los pilotos oficiales. Néstor recuerda otra anécdota que describe la viveza de Luis: “El Audi que corrimos era del Grupo B. Tenía un alerón trasero. A nosotros nos ponían el turbo un poco más abajo de lo que lo usaban los pilotos oficiales (para que tengan menos potencia en el motor). Pero el Loco enseguida aprendió cómo se subía el turbo. Paraba en el medio de la ruta cuando lo probábamos y sabía cómo subir el turbo y después bajarlo antes de llegar”.
Incluso les dieron fierros usados: “El motor del auto que corrimos en 1983 era uno que usamos para hacer la hoja de ruta. Y el motor que usamos en 1984 era más viejo todavía porque se rompió yendo en enlace”. Así y todo, cumplieron una gran labor en la primera de las cuatro etapas: “Corrimos una primera etapa brillante en Neuquén, porque yo preparé dos hojas de ruta, ya que largábamos un poco atrás. Le dije ‘en lugar de ir por el camino más importante que tenía mejor huella vamos a ir por el de al lado porque era una ruta muy ancha porque vamos a tener que pasar varios coches y superamos como a 16. Quedamos quintos en la general y en Audi estaban re contentos, pero no lo esperaban”.
Aunque en la segunda etapa debieron desertar por un golpe: “Ya era sobre nieve y veníamos bien hasta que agarró la punta de un tronco y le pegó con la goma izquierda y no tuvimos más nada que hacer. Fue un choque minúsculo, pero le dimos a la punta del tronco y se rompió la suspensión delantera. Había unos muchachos ahí que estaban como espectadores y nos dieron mates, de comer, hasta que nos vinieron a buscar”.
Straimel también recuerda otra historia que lo impactó, pero en la primera visita del Rally Mundial. Fue en 1980 y la carrera tuvo epicentro en Tucumán y al haber sido en agosto, en la pausa de la temporada de la Fórmula 1 por el verano boreal, participó Carlos Alberto Reutemann con un Fiat 131 Abarth y fue tercero. “Fuimos desde Buenos Aires hasta Tucumán en un enlace de 1.200 kilómetros. Nos pidió Reutemann que lo lleváramos, que fuésemos juntos con los dos autos, su Fiat y delante nuestro Mercedes. Fuimos de noche y en la madrugada. Pero en toda la ruta había gente esperándolo a Reutemann. En pleno invierno. Era increíble lo que fue la circunvalación de Rosario hasta agarrar la ruta a Córdoba, era una cantidad de gente como si fuese un recital de los Rolling Stones. Impresionante. Pero ese amor se acabó porque ya no hay ídolos”.
Al respecto, explica que hoy el automovilismo argentino ya no tiene un Luis Rubén Di Palma o un Juan María Traverso porque “es muy difícil tener esa clase de pilotos y de personas. El mejor piloto de TC, que es Agustín Canapino, se fue a correr a la IndyCar, sabiendo que hasta que pueda conseguir un buen puesto le va a costar muchísimo y lo está haciendo bárbaro. O también cuando veo lo que pasó con el TC 2000, que ahora están tratando de reflotarlo, me siento mal. Ese automovilismo era espectacular. Cuando daba clases de automovilismo en TEA y en la escuela de Eduardo Aliverti, hablaba del fenómeno que era la guerra Ford vs. Chevrolet. Llevaba videos que preparaba y los pibes que quizá no eran amantes del automovilismo no podían entender cómo había alguien que fuese hincha de Chevrolet”,
Hoy, a sus 77 años, Straimel se emociona al revivir aquella historia tan especial de haber sido navegante de su ídolo y en una carrera del Mundial de Rally. “Pasaron 40 años. Ir en el tramo de enlace desde Buenos Aires a Neuquén y en pleno invierno ver una infinidad de gente fue algo conmovedor”.
Pero su vínculo con Di Palma fue más allá. Detrás del ídolo hubo una gran persona y Straimel confía que “era tipo divino, honesto, que te daba lo que tenía”. Y concluye que “correr con Di Palma, alguien que yo veía en las carreras y escribía sobre él fue una experiencia increíble y maravillosa. Hacerme amigo de él, hablar cualquier día por teléfono, ir a comer juntos, estar con su familia, para mí fue inolvidable”.
Ese automovilismo genera nostalgia. El de los grandes pilotos e ídolos que convocaban a multitudes en las rutas. El de aquellos héroes que domaban las “bestias” del Grupo B y que eran virales sin las redes sociales. Esos corredores de élite mundial que eran terrenales para el contacto con la gente. El de los dirigentes que eran capaces de traer a la élite internacional del rally pese a las complicaciones económicas del país. De animarse a hacer una carrera en la nieve al mejor estilo europeo y que un periodista pueda vivir desde adentro una experiencia única. Aún no existía Internet, pero hace 40 años el mundo volvió a comprobar la pasión sin igual de los argentinos por las carreras de autos.
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