Un sindicato, un puntero de Ciudad Oculta, una barra dispuesta a todo, políticos y policías en el medio y hasta futuros negocios inmobiliarios. Los ingredientes perfectos de un cóctel explosivo en la zona suroeste de Buenos Aires. Que estuvo a punto de estallar el sábado pasado, cuando Nueva Chicago recibió a Guillermo Brown de Puerto Madryn por una nueva fecha de la Primera Nacional. De milagro, una de las facciones de la barra llegó temprano y ya estaba dentro de la tribuna República de Mataderos pertrechada para la guerra. Cuando llegó la otra, con 150 hombres dispuestos a todo, la Policía que tenía el dato de lo que se venía, la enfrentó. Hubo piedras, balazos de goma, casquillos de balas de plomo y un aire irrespirable que también afectó el ingreso de muchos hinchas comunes que sólo querían ver a su equipo. Por suerte, increíble lo que hay que escribir, el hecho no dejó más que 11 heridos, porque la muerte rondó por Mataderos en una jornada violenta que tiene más que ver con los negocios de los barras con los punteros políticos y sindicales que con el fútbol propiamente dicho.
La barra de Chicago siempre tuvo tres grupos diferentes y todos jugando al mismo tiempo para los distintos partidos políticos de la Ciudad. Y quien domina la tribuna es quien se queda con el mayor de los negocios. Por eso cada tanto aparecen los tambores de guerra y dejan un reguero de sangre. Esta vez la mecha que encendió el conflicto tuvo que ver con una pelea en el Sindicato de la Carne que dirige Fabián Ochoa y que históricamente tuvo relación con la facción Los Perales, que es el barrio que está justo detrás del estadio. De hecho, un histórico integrante de la barra como Ariel “el Gusano” Pugliese trabaja como guardaespaldas allí. El tema es que desde que se mudó el Mercado de Hacienda a Cañuelas, también hay tierras muy codiciadas. Y el sector de la Oculta buscó tener injerencia allí. Por eso el lunes pasado el puntero más poderoso de la villa, Rubén Brizuela, alias Pocho, y actual hombre fuerte de la barra del club, fue hasta el sindicato a negociar con Ochoa. Quería más espacio para su gente. Y como no consiguió su cometido, sacó un arma y le gatilló dos veces en la cabeza pero el percutor se trabó y el tiro no salió, por lo que los custodios de Ochoa intervinieron y lo echaron del lugar.
Dos días más tarde el sindicalista hizo la denuncia y Brizuela terminó detenido. Mientras el capo de los trabajadores matarifes pensaba que la caratula sería tentativa de homicidio y eso lo dejaría tras las rejas, el puntero mostró tener buenos contactos y sólo fue acusado por amenazas calificadas, que tiene un mínimo de dos años de prisión, por lo que es excarcelable, y pasó apenas un día detenido y recuperó su libertad. Y cuando salió, juró venganza.
Así, al día siguiente y en una publicación insólita, desde el Instagram de la barra de Nueva Chicago llegó un comunicado tratándolo a Ochoa de “patotero, cagón, de pedir plata para no denunciar y amenazar con que vale todo menos mandar en cana”. Esto ocurrió el jueves pasado y rápidamente Ochoa supo que había que equilibrar las fuerzas. Entonces recurrió a un viejo grupo de la barra de Chicago con sede en La Tablada de armas tomar. Y pactó con un viejo líder, Luis Ruiz, alias Luisito, para que traiga desde Provincia un ejército dispuesto a ganar la tribuna. Porque ya se dijo, quien tiene el estadio tiene el grueso de los negocios. Tal era la tensión que hubo una recomendación de la Policía para que el partido se jugara a puertas cerradas, previendo una batalla de resultados inciertos. Pero el Comité de Seguridad de la Ciudad decidió no dar el brazo a torcer y parar a los bandos fuera del estadio. Lo cierto es que el grupo de Oculta, que tiene el apoyo del grueso del barrio Los Perales, primereó y copó la tribuna. Y cuando llegó la facción de La Tablada, la Policía supo que si ingresaban, iba a terminar muy mal. Así, durante más de 20 minutos hubo una batalla afuera del estadio hasta lograr repelerlos. Brizuela, insólitamente, desafiaba a todos mostrándose en un jogging rojo furioso, para que nadie tenga dudas de que estaba allí y que era el dueño de la situación. Postales de una Argentina que duele.
El tema es que mientras adentro de la cancha los hinchas comunes le cantaban a la barra “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, desde la política siguen jugando con fuego y los que están en la pelea no son nenes de pecho. Pocho Brizuela, por ejemplo, es un peso pesado de verdad. Fue jefe de seguridad de Sueños Compartidos de la fundación de Madres de Plaza de Mayo, tras pasarse de su histórico alineamiento con el radicalismo a las filas del kirchnerismo. De hecho fue empleado público de la Ciudad, donde ingresó a planta permanente en 1998, mientras al mismo tiempo se convertía en la mano derecha de Sergio Schoklender. Y cuando el kirchnerismo perdió poder, jugó a dos puntas: volvió a sus raíces radicales, jugando actualmente para Juntos por el Cambio pero mantiene una alianza tácita con Alejandro Pitu Salvatierra, otro referente del barrio, que sigue fiel al derrotero de la ahora llamada Unión por la Patria.
En el medio, Javier Miranda, otro peso pesado histórico de la barra de Chicago y referente del barrio Los Perales, decidió apostar también por Juntos por el Cambio, después de haber sido mucho tiempo lugarteniente de Guillermo Moreno. A tal punto que fue nombrado empleado de planta en el Indec por aquellos tiempos. Miranda, alias Javi, fue aliado en la década pasada de la familia Ochoa: junto al actual secretario general del gremio de la carne, Fabián, y el Gusano Pugliese, lideraron la patota que agredió a Gustavo Noriega cuando quiso presentar su volumen sobre el Indec en la Feria del Libro de 2010. Hoy cada uno juega para su lado, a punto tal que un familiar de Miranda se presenta como precandidato a comunero en la Comuna 9 por el partido Evolución, de Martín Lousteau.
Con estos personajes, pensar en un armisticio pacífico parece complicado. Más porque Ochoa tiene en el sindicato trabajando a barras de otros equipos, como parte de La Doce, de Laferrere, de Los Andes y también de Chacarita. Así, lo que parece venirse es un conglomerado de violentos de distintos clubes en una guerra ajena donde los únicos perjudicados son los hinchas de verdad de Chicago, que el sábado bramaron “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, canción que sonó más a una utopía que a una realidad cercana.