A solas con el Pitu Barrientos, el rebelde que se escapaba de la pensión para ir a la tribuna, formó una dupla con Lavezzi y se le animó al Real Madrid

El ex volante de San Lorenzo repasó su carrera y recordó sus días de gloria en la Copa Libertadores que conquistó con el Ciclón. Tras su retiro, conoció una nueva faceta como dirigente y actualmente lleva un proyecto social en el club que lo vio nacer

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El Pitu Barrientos descubrió una nueva faceta en el club de sus amores
El Pitu Barrientos descubrió una nueva faceta en el club de sus amores

Antes de hacerse hincha de San Lorenzo, el Pitu Barrientos depositó su pasión en Jorge Newbery. Como si se tratara de un mandato familiar, el club de Comodoro Rivadavia fue el hogar de una dinastía de futbolistas que afianzaron su talento en La Patagonia. “Ahí jugó mi papá, jugaron mis dos hermanos y hoy se destaca mi sobrino. Lamentablemente no pudimos compartir la cancha todos juntos”, se lamenta el ex volante en diálogo con Infobae.

Reconocido internacionalmente por sus producciones en la Copa Libertadores que ganó el Ciclón en 2014, aquel mediocampista creativo de ritmo cansino y pegada exquisita atravesó una madurez prematura, cuando en plena adolescencia debió abandonar a su círculo íntimo para sumarse a las juveniles de Boedo.

Sus visitas al estadio La Madriguera eran cada vez más esporádicas. Los 1.700 kilómetros que lo separaban de aquellas tribunas, en las que había formado su vínculo sentimental, se vieron vacías en su corazón y fueron ocupadas por las gradas del Pedro Bidegain. “Antes de mi retiro profesional pude sacarme el gusto de jugar en el club. Soy hincha desde que nací, es un sentimiento que surgió desde la cuna. A los 6 años iba a la cancha con mis hermanos y mis vecinos, porque el 90% del barrio es de Jorge Newbery. Es mi segunda casa”...

En la actualidad, el Pablo Barrientos se desempeña como presidente de su primer amor. En su faceta como dirigente descubrió un nuevo rol que le fascina. “Uno trabaja con una visión social. Mi política es ayudar al pueblo y desde el club hacemos eso. Nunca me puse a pensar en ocupar un cargo fuera del deporte, pero el día de mañana me gustaría seguir colaborando con la gente. Es un compromiso sentimental con la ciudad. En algún momento se lo dije a Matías Lammens, porque a mí no me genera nada ir a Miami o cualquier otra parte del mundo, porque disfruto mucho mi vida en Comodoro. Es un lugar en el que estoy feliz, como asados con amigos o me tomo un café por las tardes con mi gente”, explica el ex futbolista.

El ex volante junto a Matías Lammens en Jorge Newbery de Comodoro Rivadavia
El ex volante junto a Matías Lammens en Jorge Newbery de Comodoro Rivadavia

A pesar de haber conquistado el título más codiciado de la historia de San Lorenzo, jamás se consideró un ídolo del Cuervo. A los 14 años arribó a la entidad azulgrana y de inmediato recibió la inyección pasional del fanatismo por el Ciclón. Durante su etapa como alcanzapelotas observó de cerca a las figuras que admiraba en silencio, como al Pipi Romagnoli, Pipo Gorosito, el Beto Acosta, el Conde Galetto o Pablo Michelini. “A ellos los veía de cerca porque vivía en el club. Después se generó un sentimiento muy especial con los hinchas y cada vez que voy al Nuevo Gasómetro me siento muy querido”, reconoce.

En el Bajo Flores cumplió el sueño del pibe. A muchas de las estrellas que observaba desde el otro lado de la línea de cal las conoció personalmente cuando comenzó a participar de los entrenamientos con el plantel. Incluso su debut oficial frente a Estudiantes de La Plata se dio bajo la conducción de Gorosito. “Fue una etapa que me encantó. Si bien a esa edad era un poco rebelde, porque me escapaba de la pensión para ir a ver al Ciclón a la cancha de Boca en La Bombonera. Eran locuras que uno hacía sin darse cuenta, porque viajaba en colectivo de noche y me podía pasar cualquier cosa”, recuerda con nostalgia.

Las página más dorada de su carrera la escribió durante su tercera etapa en San Lorenzo, cuando el equipo estaba a cargo de Edgardo Bauza y logró la hazaña más codiciada del continente. Cuando comenzó la recordada Libertadores del 2014, el Pitu todavía estaba en el Catania de Italia; y para no perderse ningún encuentro, se había comprado un televisor portátil con el que seguía las acciones del elenco del Patón. “En ese momento no sabía que iba a volver. Tuve la suerte de sumarme para la segunda fase y me acuerdo que en la final me volví loco para conseguir entradas para toda la gente que viajaba desde Comodoro. Me gasté una fortuna, porque los quería invitar”, desliza con un dejo de timidez y humildad.

El empate frente a Nacional en el Defensores de Chaco había dejado al Cuervo en las puertas de la gloria. Noventa minutos separaban a los blaugranas de adquirir el trofeo que se le venía negando desde su fundación. “En los días previos, mientras estábamos concentrados, se me caían las lágrimas de la emoción. Cuando el Patón nos mandaba a dormir la siesta, me imaginaba que íbamos a ganar la Copa y no podía parar de llorar. Fue el sueño de todos”.

El gol de Néstor Ortigoza en el Nuevo Gasómetro consagró a San Lorenzo campeón de América y le permitió jugar el Mundial de Clubes en Marruecos, donde en la final debieron enfrentar a una de las potencias internacionales más difíciles de todos los tiempos. “Fue una locura el plantel que tenía el Real Madrid, pero nosotros estábamos convencidos de que le podíamos ganar. Lo hablaba con mis amigos, y les decía que en el fútbol el pobre puede vencer al rico. Hoy, pareciera imposible, pero cuando estábamos en el vestuario sentimos que estuvimos cerca de lograrlo”, confiesa.

En Marrakech, el Merengue había formado con galácticos de la talla de Cristiano Ronaldo, Karim Benzema, Gareth Bale, Toni Kroos, Sergio Ramos, Iker Casillas y James Rodríguez, entre otros. Sin embargo, el antecedente del Estudiantes de Sabella que había puesto contra las cuerdas al Barcelona de Guardiola y Lionel Messi alimentaba la esperanza de los cuervos. “Cuando nos mirábamos en el túnel y teníamos al lado a esas figuras, no nos asustamos. Nos arengábamos porque sabíamos que teníamos nuestras herramientas. Es increíble, porque el Real Madrid no volvió a tener un equipo como ese, pero la ilusión la tuvimos hasta el final”.

Si bien en las semifinales le regaló una de sus camisetas a un rival del Auckland City, en el duelo decisivo frente al combinado liderado por Carlo Ancelotti optó por quedarse con su uniforme como recuerdo y no intercambiarlo con ninguna estrella. “Tenían el sello con la fecha que decía el Mundial de Clubes, me las quedé para siempre”, sentencia.

El Pitu fue una de las figuras del equipo que lideró Edgardo Bauza que terminó con la conquista de la Copa Libertadores
El Pitu fue una de las figuras del equipo que lideró Edgardo Bauza que terminó con la conquista de la Copa Libertadores

Durante sus días en la pensión conoció a Ezequiel Lavezzi, con quien mantiene “una amistad de muchos años”. El vínculo comenzó antes del arribo del Pocho al Ciclón, cuando todavía defendía la camiseta de Estudiantes de Caseros. “En ese momento tuvo la posibilidad para ir a Independiente, pero yo lo volvía loco para que viniera a San Lorenzo. Siempre tuvimos muy buena onda, pero las locuras que hacíamos no se pueden contar. Éramos de terror”, rememora.

Esconder la ropa mientras los compañeros se bañaban o sacarle las llaves del auto a otros futbolistas eran algunas de las bromas más suaves que ideaban junto a Sebastián Saja, el Chacho Coudet, el Beto Acosta o Pablo Michelini. “En ese plantel la pasamos muy bien, porque los más grandes también se prendían a las jodas. Todos tenían muy buena onda y nos permitían hacer esas cosas para cagarnos de risa. Había mucha picardía, y la mayoría de las veces nos quedábamos en el club tomando mates o charlando”, aclara con picardía. Y agrega: “Una vez nos fuimos a hacer un tatuaje para festejar que habíamos ganado un partido y cuando me vio mi mamá me dio un reto inolvidable”.

Durante su etapa en las juveniles participó de la Selección Sub 20 en el Sudamericano que organizó Colombia en 2005. En tierras cafeteras, el Pitu brilló la 10 en la espalda y se convirtió en una pieza clave del equipo de Francisco Ferraro que logró la clasificación a la Copa del Mundo de la categoría en los Países Bajos. Y en aquella convocatoria compartió los colores albicelestes con Lionel Messi. “En ese torneo me dieron la 10, porque a Leo todavía no lo conocían bien. Él estaba en España y era uno de los más chicos. Todo el mundo sabe lo que es como futbolista, pero tengo un gran recuerdo de su humildad. Apenas lo vimos, nos dimos cuenta de que jugaba a otra cosa. Era algo completamente distinto a lo que estábamos acostumbrados, y más allá de eso, tenía una simpleza increíble. Cuando nos reencontramos en la Selección Mayor mantenía la misma simpleza. Siempre fue muy tranquilo, muy compañero y me llena de orgullo haber compartido un equipo con él”.

En un análisis más profundo, Barrientos reconoce que la leyenda surgida de Rosario “se transforma cada vez que sale a la cancha”. “No hubiera logrado nada de todo lo que consiguió sin el carácter que tenía con la pelota. Siempre tuvo todo para ser el mejor del mundo, y cuando empezaban los partidos se convertía en un animal por su espíritu competidor”, subraya.

Entrenamiento de la Selección Sub 20 en 2005
Entrenamiento de la Selección Sub 20 en 2005

Durante su carrera el ex volante dejó su huella en Rusia, Italia, México y Uruguay. Su mejor versión la tuvo en Moscú, donde a pesar de las diferencias del clima y la cultura se sintió muy cómodo. “Tuve que adaptarme, pero fui un privilegiado al conocer a gente que me ayudó mucho. En el Catania, en cambio, sufrí muchas lesiones, me tuvieron que operar y estuve rodeado de compañeros que me contuvieron. Tuve mucha suerte, porque gracias al fútbol compartí planteles con grandes personas. Muchas veces se mencionan las internas que se viven en los vestuarios y a mí me cuesta creerlo, porque todas las experiencias que tuve fueron muy buenas. Si bien alguna vez tuve un encontronazo, que es normal en el fútbol, nunca me sentí incómodo en ningún lado”.

Tal vez en La Plata vivió las situaciones más complejas. En Estudiantes no encontró continuidad y tras un breve período tuvo que volver a Europa. “Venía con el problema de la rodilla, que para mí fue un calvario. En el club había un presidente (Rubén Filipas) que llamó a mi representante para decirle que no quería a un jugador todo roto. Jamás me enojaría con el club, porque a los clubes los manejan las personas. Después habrá que entender lo que defiende cada uno”, analiza sobre su estadía en el Pincha. Y del otro lado del Río de la Plata tuvo una nueva revancha para colgar los botines de la mejor manera. “En Nacional de Montevideo viví un cierre muy lindo con los títulos y el triunfo en el clásico contra Peñarol. Al tiempo llegó la pandemia y me quise venir para Argentina. Cuando veía lo que pasaba en la tele, no quería arriesgarme a estar lejos de mi familia. Decidí quedarme en mi casa y cuando me sumé a Jorge Newbery, tuve la desgracia de volverme a lesionar en el segundo partido. Ahí decidí que mi carrera estaba terminada. Ya estaba cansado de tantas lesiones y tantos dolores”.

Justamente, durante la extensa cuarentena que se vivió en el país, Barrientos protagonizó un episodio llamativo cuando fue demorado por violar la medida nacional. El encierro no fue una situación agradable para el ex mediocampista. Y su nombre salió en todos los medios de comunicación. “Estábamos desesperados”, argumenta sobre el encuentro clandestino que organizó junto a sus amigos del barrio para poder disputar un picadito. “Nos juntamos en un gimnasio y jugamos una hora. La idea era jugar un partido y al terminar ir saliendo de a uno; pero antes de eso nos enganchó la policía y terminamos todos demorados. Fue increíble la reacción de mi vieja, porque se enteró a través del noticiero”, recuerda.

Los titulares de la prensa generaron una gran preocupación en su familia. La incertidumbre generalizada provocaba temor por la posible expansión del virus. Y las autoridades hacían todo lo posible para que no colapse el sistema de salud. “Me retaron por todos lados. Una vecina levantó el teléfono y nos denunció. Hoy parece gracioso, pero está bien lo que hizo. Estábamos viviendo una situación muy complicada y no sabíamos qué iba a pasar en el mundo. Fuimos inconscientes por jugar a la pelota. Nos tuvieron varias horas en la comisaría, hasta que nos tomaron los datos”.

Pablo Barrientos ya no es aquel joven rebelde que se escapaba de las concentraciones, improvisaba jodas en los vestuarios y provocaba a los rivales con sus lujos. Sus picardías forman parte de un pasado y a los 38 años promueve los valores que le inculcaron desde su infancia. Durante sus días en San Lorenzo jamás se chicaneó con su hermano Hugo, quien se desempeñaba como referente de Huracán. “Siempre mantuvimos un respeto profesional. Incluso, nunca hablábamos de fútbol en las reuniones familiares, pero no sé lo que hubiera pasado si nos tocaba jugar en contra”, advierte.

Instalado en Comodoro Rivadavia, decidió colgar los botines y ponerse el saco de dirigente para afrontar nuevas responsabilidades. En su nueva rutina siente que atraviesa “otro tipo de adrenalina”. “Siento una presión extra porque una decisión afecta a muchas personas”, remarca. Según su mirada, “jugar a la pelota era mucho más fácil, porque en la cancha se reparten las obligaciones entre los 11 compañeros”. Y hoy debe guiar a una institución que milita en el Torneo Argentino B y cuenta con una mirada social. “Como presidente pude llevar adelante varios proyectos que permite contener a muchos chicos. Incluir a una psicóloga en los grupos de trabajo, fomentar la educación sexual o estar atentos a la alimentación son detalles que van más allá del fútbol. Cada persona tiene un propósito, y a mí me da una satisfacción enorme hacer una obra de bien para las generaciones que se vienen”.

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