Messi tiene un poder que va aún más allá del juego. Como dijo alguna vez Pablito Aimar, los chicos de su generación preferían ser Maradona antes que Batman, Superman o el Hombre Araña. Diego era un superhéroe. Igual que Leo ahora, aunque tal vez con una diferencia: no sólo los más pibes quieren ser como él. Sus hijos y sus sobrinos -con su propio apellido en la camiseta rosa- se emocionan cuando el 10 por primera vez puede festejar un gol con ellos al borde del césped, como si fuera un torneo de padres del colegio. Pero también los grandes se conmueven con su talento ya sin límites. Otra vez, parecido a lo que ocurre con los defensores, todos saben qué va a pasar con ese tiro libre en el minuto 93. Aunque nadie sabe exactamente cómo. Entonces, para hacer más lindo aún el gol, la pelota se clava en el ángulo de un arquero que por primera vez contará orgulloso que fue a buscar la pelota adentro. Ahí es cuando David Beckham, primero un gran futbolista y después un fenómeno fachero del marketing, festeja con los ojos vidriosos. Estrellas del deporte miran a Messi como si fueran fans ignotos. Se da un rato antes, también, cuando Leo se ajusta los botines para entrar. Atrás, con un teléfono que parece chiquito en manos de un gigante de 2,06 metros, Lebron James filma como un hincha más debajo de su piluso. Igual que Serena Williams, que se lleva su propio video. Monstruos del básquet y el tenis como son, se rinden ante el rey del fútbol. Ellos, todos, ven llegar a su casa al Rey Mago.
La magia de Messi no es exclusivamente de la pelota. Allí se inicia. Hasta que Leo entró a jugar, parecía un partido de intercountry con camisetas originales. Suele pasar que hay muchachos que visten como estrellas, con botines a estrenar, pero se quedan en la pinta cuando hay que controlar un pelotazo. Era un fútbol con muchos espacios, poco ritmo, con resoluciones al revés de lo que pedía la jugada, con algún centro atrás para un compañero fantasma. Al compacto del primer tiempo lo salvó el golazo de Robert Taylor, que el 10 festejó con cara de alguien que la está pasando bien en Miami. Ni el Inter, pese a tener de entrenador al prestigioso Tata Martino; ni el Cruz Azul, equipo con historia mexicano, invitaban a ver el partido. Lo mejor era mirar el banco de suplentes, donde el venezolano Josef Martínez estaba otra vez al lado del 10 al mejor estilo De Paul. Hasta que debutó Leo. Si en Disney se cuentan los mejores cuentos, a casi 400 kilómetros se dio una situación de sus películas. El equipo era un sapo, hasta que Messi le dió un beso y pareció convertirlo en un príncipe. Un instante único. Hay otros grandes jugadores en la actualidad que generan más que fanatismo. Se podrán pagar millones por verlo gambetear en velocidad Mbappé, se seguirá adorando la potencia descomunal de Cristiano Ronaldo, hará mil goles Haaland, pero nadie tiene la magia especial de Messi. Ya no sólo para los argentinos, que lo hicieron mural eterno después de levantar la Copa en Qatar. Todo el mundo casi quería que ganara él. Messi es el argentino que todos quieren ser.
Leo viajó en modo disfrute a Miami. Se fue a vivir a la casa de la playa, con todo amigable: la competencia, el clima, el entrenador, el dueño del equipo y hasta los compañeros de viejas hazañas. Si Agüero no hubiera sufrido su problema en el corazón, en vez de ser uno de los tantos argentinos en la tribuna, habría sido su 9 y compañero de habitación. El propio Kun contó que habrían dormido juntos aunque haya no haya concentraciones como las de la Selección. Es que los amigos de Messi son estrellas. Sergio Busquets, durante años el mejor volante central del mundo, el viernes debutó y le dio una asistencia con su clase. Riquelme tiene una frase que lo define excelente. “Busquets confundió al fútbol mundial. Nos hizo pensar que el 5 tiene que hacer jugar al equipo. Y Busquets hay un solo. Juega de 5 como un 10. Es el único 5 que conocí en mi vida que hace todo bien”, declaró Román una tarde en ESPN. El otro que aterrizará en breve es Jordi Alba, enorme socio y descarga de Messi, uno de los laterales que jerarquizaron el puesto. O sea, no lleva a los compañeros de colegio de Rosario. Aunque esa discusión, más en esta liga que relanzó, ya no se da. Al ganar, como suele suceder, desde afuera se ve como un atributo la armonía del grupo. Todo este contexto es confortable para Messi, que para completar la película perfecta tuvo en las tribunas a Antonela; a Jorge, su papá y guardaespaldas de siempre; a Celia, su mamá; a sus hermanos Rodrigo y Matías. Fiel a su estilo, a su perfil, a la naturalidad con la que él lleva ser Messi, su película es para toda la familia.
Su competencia ahora es otra. Habrá que ver cómo domina su espíritu competitivo, que en el debut le permitió arrancar en el banco. Es un gen difícil de matar. Messi compite siempre. En Miami, además de disfrutar y multiplicar los réditos de su fantástica imagen, buscará levantar a un equipo que viene caído y ganar ritmo para su equipo más fuerte. Tomará ritmo con su equipo para la competencia de elite con la Selección. El capitán se sacó una mochila extremadamente pesada en Qatar, pero ahora su mira tiene el punto rojo en la Copa América 2024, que no casualmente se juega en Estados Unidos. Ese es parte del fenómeno de Leo en la MLS, que busca por fin instalarse en la previa de grandes competencias de local. Como ocurrió con la Selección, si se sigue en el paralelo, sus compañeros deberán intentar bajarlo del póster. O sacarlo del fondo de pantalla de su celular, para que la figura tenga más actualidad. Aunque será difícil para los chicos universitarios. A ellos todo los maravilla, aunque Messi se maneje tan natural que a uno de los pibes le pregunte si tienen novia o escriba rápido por whatsapp. Hace unos días, Leonardo Campana puso que necesitaba entradas para la presentación. Y de pronto, después de la leyenda escribiendo, apareció Messi y le preguntó: “¿Cuántas necesitás?”. No sólo el delantero de la selección de Ecuador abrió los ojos con fascinación. Varios de los demás compañeros no sabían que ya estaba Leo en el grupo y no lo podían creer. Parte de la magia de Messi.
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