Que Messi viva la vida como se le antoje

Tal vez el nuevo destino del campeón del mundo sea la receta para extender su carrera de leyenda. Los indicios de los primeros días en Miami

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“Messimania en Miami”. “Messi, revolución en la MLS”. “Conquistar los EEUU, el último desafío de Messi”. Estos altisonantes entusiasmos y muchos más de la prensa muy mayormente argentina han quedado sepultados por una simple y vulgar foto.

Pocas cosas nos desacomodan más a nosotros periodistas que confirmar que los genios también tienen su modo “hijo de vecino”. De tal modo, ver a Messi empujando el changuito en el súper o a Antonela siempre canchera, pero estilo de entrecasa termina representando para algunos un documento que le quita encanto a la leyenda. Cómo ver a Pavarotti lavándose los dientes. O a una diva del espectáculo sentada en el inodoro. ¿Cómo es que esos monstruos sagrados tienen el tupé de hacer esas cosas que son de pequeños mortales?

Pues bien, en el caso de Messi las cosas están resultando demasiado nítidas, demasiado pronto. Esa imagen de compras sin tener que usar lentes oscuros o capucha que lo resguarden de la horda que no había, o la imagen serena de su primera salida nocturna que lo cruzó en un restaurante con el querido Diego Torres pasan a ser pequeñas señales que explican una parte de lo que el crack vino a buscar cuando decidió seguir su carrera y, sobre todo, la vida de su familia en Miami.

Claro que no va a pasar inadvertido. Hay ampliación de estadio y hay seguridad reforzada. Hay show y presentación de lujo y hay equipos rivales que prohíben a sus hinchas ir a la cancha con la 10 de Lionel. Habrá, seguramente, un esfuerzos denodados por demostrar que un equipo en crisis lo merecen como líder. Pero también habrá una necesidad imperiosa de “darle equipo a Messi”. Eso que paso en buena parte de su historia en él Barca. Eso que lograron darle Scaloni y su cuerpo técnico en Qatar.

Así como cuesta poco imaginar el impacto inicial de su llegada a esa tierra extraña que venera un fútbol que se llama igual pero no es el nuestro y se juega con casco y hombreras, tampoco sería extraño leer o escuchar cuestionamientos si, en esos plazos cortos a los que nos tiene acostumbrada la sociedad norteamericana en ciertos rubros, el rosarino no se convierte en el ícono revolucionario que convierta a esta liga en un pariente aunque sea menor de los deportes populares del país.

Los aficionados -especialmente aquellos que trabajamos de periodistas- somos tremendamente egoístas con nuestros ídolos y nos pasamos la vida pidiendo más de lo que pueden dar. Siempre un poco más. Como si sintiéramos que el ocaso del fenómeno (Messi demostró en Qatar estar aún muy lejos de eso) fuese un poco el de nosotros mismos.

Siendo alguien que no considero que Messi nos debiera nada mucho antes del Mundial ganado y acostumbrado a sentirme representado por él cada vez que tocó una pelota, debo admitir que, de todo lo que está pasando con él en esta aventura estadounidense, lo que más celebro es que haya empezado a vivir su sueño de ser más esposo, padre y amigo que el fenómeno extraordinario que jamás dejará de ser.

En cada festejo en Qatar nos fue avisando de alguna manera como venía la mano: no recuerdo jamás en un Mundial ver a un jugador de su influencia dedicando cada momento especial saludando al palco ocupado por su familia.

Mientras nos pasamos la vida esperando que “los de arriba” nos den una alegría, Messi se cansó de hacernos felices.

Me parece que ya es hora de que celebremos que viva la vida tal como se le antoje

Quién te dice la liguemos de rebote y sea la receta ideal para extender un poco más su leyenda mágica.

Algo así como feliz en el súper, feliz en la cancha.

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