Tal vez el punto fundacional de su rol haya sido cuando lo entrenaba de pibito en Grandoli. Quizás la raíz se fue expandiendo debajo de la tierra ante cada paso en las inferiores de Newell’s, donde también cultivó una de sus cualidades: estar siempre presente, pero pasando inadvertido. En algún punto, la línea estalló cuando debió dar un paso adelante y negociar para que Barcelona lo fiche con 13 años. Jorge Messi avanzó instintivamente y nunca más retrocedió. Fue padre primero, sumó el enfoque de representante luego y adquirió muchos años más tarde el traje de CEO de la estructura que arropa al futbolista que cambió la historia. El obrero que construyó su humilde casa en el sur de Rosario con sus manos se moldeó a sí mismo como un agente exitoso que es la sombra de su hijo, un crack que lleva años de perfección en los rankings deportivos, pero también en los económicos: es uno de los deportistas que más dinero recauda dentro y fuera de la cancha en el planeta desde hace años.
Para entender la estética del padre de Lionel Messi hay que destacar primero una de sus mayores virtudes: saber volar por fuera del radar, aprender a no tentarse con los elogios, a no confundirse por esos flashes que explotan a centímetros de su figura desde hace casi tres décadas. Aquel operario metalúrgico de Acindar que trabajaba de sol a sol para poner un plato de comida sobre la mesa de la casa ubicada en el estrecho pasaje de Lavalleja, sobre el Sur de Rosario, tuvo la sapienza para erigirse como un agente que guía una poderosa máquina de miles de caballos de fuerza muy difícil de manejar inclusive para aquellos pilotos administrativos con múltiples títulos de distinguidas universidades mundiales colgados en la pared. Vuela bajito para que que las ondas del sonar no lo identifiquen, a punto tal que muchas veces es ilocalizable para gente de su confianza laboral. Jorge es padre, representante y CEO para Leo. En ese orden.
Padre porque desde que Leo era Piqui y empezó a correr en una canchita de fútbol, él se movió siempre con la certeza de saber que el nene sería una estrella. Aun cuando la línea de llegada estaba demasiado lejos y las tormentas repentinas del deporte están siempre a la orden del día. Y esas lluvias las sufrió en su propio sueño de ser volante de Newell’s, con la lesión que desestabilizó la carrera del talentoso Rodrigo, el mayor, y con las diferentes advertencias que dio el cuerpito todavía frágil de Leo inclusive después de aterrizado en tierras catalanas. Lo protegió, lo mimó, lo elogió, lo corrigió, lo apuntaló. Y allí lo que creció fue otra de sus virtudes: la convicción. Lo impulsó ese amor puro de padre que muchas veces empuja a ir de frente contra la tempestad por un hijo, pero con la diferencia de que él tuvo las evidencias sobre la mesa unos cuantos años más tarde. Leo verdaderamente fue el mejor en lo suyo.
A Jorge nunca se lo ve, pero siempre está. En Newell’s, en la prueba en River, en Barcelona, en PSG, en Inter Miami y, claro también, en la selección argentina. Él no es la pieza importante, entiende, pero sí es el que ecualiza la temperatura para que el motor no funda. “Messi es una PyME familiar muy bien gestionada. Jorge no es empresario, pero ha hecho todo intuitivamente y lo ha hecho muy bien”, grafica una persona que conoció los ritmos cardíacos de la hermética familia. “¿Una empresa familiar? ¡No! Es una multinacional”, disiente otra personalidad que circuló por la intimidad de los Messi. La diferencia sobre la definición está en dónde se coloca la lupa, entre el pequeño entorno que resguarda a Leo habitualmente (Pepe Costa o sus hermanos cuando está en Argentina) y aquellos que focalizan en la estructura de contactos empresariales que montó Jorge desde que el efecto Messi empezó a erigirse en una marca de índole planetaria. Contrató a los mejores de cada rubro para estudiar cada una de las múltiples propuestas que llegan a diario por Leo. Un filtro para organizar los pormenores en la vida de una estrella. Son aquellos que le permitieron generar proyectos fructíferos con Adidas, el Ministerio de Turismo de Arabia Saudita, HardRock, Cirque du Soleil, Budweiser, Pepsi...
Nadie, nunca jamás, podrá discutir que el mérito es absolutamente de Lionel. Su cabeza prodigiosa es tal vez mucho más importante que la brillantez de sus escurridizas piernas. Pero el entorno fue el marco teórico para que el éxito suceda y se prolongue. Con Celia y Jorge en el frente de batalla del escudo de blindaje, el padre tomó el rol de ordenar al grupo que colabora para que Messi tenga su mente colocada el mayor tiempo posible en el fútbol y su vida. Que las esquirlas de la fama no lo laceren en exceso. Es la voz cantante del team que arropa a Leo desde que se peleó con los dirigentes de la Lepra porque no le querían pagar el tratamiento de las hormonas hasta que se sentó a negociar un monstruoso acuerdo para que su hijo cumpla su deseo de probar cómo es la vida en suelo norteamericano.
El operario de Acindar que se paraba a un costado alejado de las canchas en Malvinas y apenas emitía un silbido característico para que su hijo sepa que estaba allí con él, respetando ese código interno que tenían, rápidamente entendió que si había una gema había que pulirla con cuidado, cincelarla con amor. Leo debía jugar al fútbol y disfrutar de su talento, que su esencia no se modifique nunca, que su reservado carácter no sea un escollo. En el río revuelto del mundo del deporte, el botón rojo del crack está pegado al de proyecto frustrado casi indiferenciables. Aquello terminaron de entenderlo juntos. Leo tomó la decisión de permanecer en Barcelona mientras una fractura recién llegado sembraba interrogantes y su madre decidía volver a Rosario con sus tres hermanos que no podían adaptarse al nuevo mundo. Messi tenía apenas 13 años, pero miró el sacrifico a su alrededor y se juramentó no claudicar.
Jorge es hijo de Eusebio, quien le enseñó el oficio de albañil –y junto con el que construyó la casita de Lavelleja que la familia aún conserva– y que años más tarde puso una panadería tras abandonar el rubro de la construcción. Fue un correcto mediocampista en las inferiores de Newell’s que debió pisotear su sueños deportivos cuando entró en el servicio militar. Al finalizar la obligación marcial, se casó con Celia, su novia de toda la vida, y hasta fantasearon con irse a vivir a Australia. Fue cobrador de un instituto médico, hizo tornillos para un taller metalúrgico y entendió que para progresar debía estudiar algo. Se formó como técnico químico y entró a la fábrica de Acindar en los 80 a donde llegó a ser gerente, según reconstruye la biografía “Messi” de Guillem Balagué.
El primer Jorge en pose de rudimentario agente era el que arrastraba por las calles catalanas bajo su brazo una humilde carpetita azul con algún recorte periodístico en la era pre redes sociales para explicarle el potencial de su hijo a aquel cronista que les hizo una de sus primeras entrevistas mientras tomaban una gaseosa sobre la Gran Via de Carles III, donde tenían el departamento que les cedió el Barcelona. Messi padre era la voz cantante en esa mesa compuesta también por aquellos representantes que asesoraron a la familia en una primera estancia.
Esa precuela del actual agente tuvo una especie de semilla fundacional cuando, más como una de las cabezas de la familia que como manager, llevó a su hijo a River para presionar a Newell’s y, ante la imposibilidad de conseguir el tratamiento hormonal para su hijo en Argentina, encaminó un modelo de acuerdo que para ese entonces era una rareza. Un mundo nuevo. Que un club europeo fiche a un futbolista extranjero de 13 años y que, aparte, le diera un salario anual, techo y trabajo a su familia, y hasta pagos por derechos de imagen, según la puntillosa reconstrucción de Balagué. Y, claro está, el determinante tratamiento para crecer. El quid de la cuestión. Leo era un pichón de crack, pero la apuesta era vanguardista, audaz. En ese entonces sentó a todos en una mesa, uno por uno. A Rodrigo (20 años), a Matías (18), a Leo (13) y también a la pequeña María Sol (5) para preguntarles si estaban de acuerdo de la propuesta que previamente habían masticado con Celia en la intimidad de la pareja. Se lanzaron a la aventura europea que tuvo miles de ribetes dramáticos hasta que las primeras voces de éxito golpearon la puerta.
Si bien el espíritu de representante no tiene un suceso fundacional, y fue más bien una construcción con el tiempo, sí hay una tilde en el calendario en un enfoque más formal. Pocos meses después de arribar a Barcelona, en una renegociación de ese mentado contrato de infantil, halló cosas que no le gustaron de intermediarios y decidió tomar el mando definitivamente, según la reconstrucción de Balagué. Eran épocas donde el chiquito estaba en adaptación a su nueva vida y lloraba a escondidas de su padre. “Jorge se convirtió en sustituto temporal de amigos, en apoyo moral, en la columna vertebral de la vida de Leo en Barcelona”, lo resumió el periodista español.
Había dado algunas muestras de su método en el trayecto previo. Como la orden que le dio en aquel ya mítico intento de sumarse a las inferiores de River: “Fijate si te ponen, que se va a terminar la prueba”, le indicó desde atrás del tejido según el propio Jorge relató en Informe Robinson. “Hacé lo que sabés. Agarrás la pelota y directo al arco. Mostrate como sos”, lo volvió a apuntalar durante la prueba del Barcelona mientras los formadores de La Masía le exigían jugar a dos toques. No hay mayores registros de sus intervenciones a nivel futbolístico que esas. Su perfil fue cada vez más bajo, en consonancia con el crecimiento exponencial de su hijo. Apenas unas pocas entrevistas a lo largo de la historia (con El Gráfico, Kicker de Alemania o el Robinson de España), además de su testimonio en un puñado de libros narrando a su hijo desde diversas perspectivas. “No es enigmático, es reservado. Él ya no es él. Jorge es Messi, entonces se cuida”, lo pinta un hombre con amplio recorridos en medios.
Sus intervenciones en los últimos años se redujeron a declaraciones escuetas con cronistas callejeros que lo abordaban sorpresivamente durante alguna negociación por el futuro de su hijo o con un esporádico posteo desde su cuenta de Instagram para desmentir informaciones que circulaban. Que su padre no dé entrevistas no significa que su representante no hable con la prensa fuera de micrófono llegado el caso para purificar algunos datos que circulan especialmente en estas recientes temporadas altas de cambios de club.
Jorge se corrió del ojo, pero tiene en claro que no es simplemente un familiar privilegiado de Leo. Montó una estructura con tintes empresariales con áreas preparadas para la comunicación, los negocios o las acciones que fuesen necesarias. Es el primer cortafuego para masticar el avasallante sistema solar que gira en torno a uno de los deportistas más grandes de la historia. Sin embargo, él es el primero en salir a flote cuando el contexto lo requiere. Es él en primera persona quien negoció con Joan Laporta antes y después de PSG. También es él quien entró con sigilo por la puerta del predio del Inter Miami el martes pasado para refinar los pliegos finales del arribo de su hijo según pudo captar un ojo de Infobae en Estados Unidos.
No figurar no es sinónimo de no interceder. Jorge lo hizo cuando Newell’s no le quería pagar el tratamiento o cuando el Barcelona no les cumplía con el acuerdo del pequeño y le mandó una carta al propio Joan Gaspart que años más tarde difundió El Gráfico: “Mi situación y la de mi familia es gravísima”, se iniciaba ese breve texto del 2001 en el que le planteaba al presidente del club su preocupación por la situación económica pocos después de llegar a Europa.
Y al paso que la imagen de la Pulga se potenciaba, Jorge entendió que sus intervenciones de manager debían ser justas, moderadas y precisas. Pero debían ser. Aquellos que conocen el mundo de la AFA aseguran que respetaba la mirada de Julio Grondona (Leo, incluso, viajó de emergencia en el 2014 para estar en el funeral): “Mi padre lo ayudó mucho cuando Messi recién se iniciaba en el Barcelona, porque no ganaba mucha plata. El primer gran contrato de Messi lo logró mi papá con la empresa Adidas”, aseguró Humbertito sobre ese vínculo de la familia con su padre. Esos mismos que caminaron los pasillos albicelestes también grafican que no recuerdan casi haberlo visto por el predio de Ezeiza, el territorio de su hijo, pero coinciden en el trato cordial y respetuoso –no subordinado– que tuvo en cada llamado que mantuvo con empleados de allí. Incluso mantuvo esa línea cuando levantó el teléfono preocupado en plena era de la caótica AFA de la “Comisión Normalizadora” para entender lo sucedido con un grave error organizativo que puso en riesgo a su hijo, su representado, el mejor jugador del mundo. Jorge fue también a quien Leo llamó para girar la plata de los sueldos adeudados de los empleados del predio durante esa época o quien se encarga de coordinar alguna acción solidaria de la Fundación Messi con la Selección.
“En un mundo donde el dinero transforma a las personas y las convierte en buscadores de oro, a mí Jorge Messi me parece de las personas más honestas que he conocido en el ambiente del fútbol. Eso no es habitual”, lo define, en diálogo con este medio, Balagué quien tomó contacto con el mundo Messi cuando se lanzó a escribir su biografía.
El producto se vende solo, pensarán muchos. No hace falta ser un cerebro brillante para que Messi tenga ofertas tentadoras deportivas o millonarias propuestas de empresas, plantearán. Pero hasta el proyecto más excelso puede terminar en el ocaso si no tiene el entorno adecuado. Los negocios, mal capitaneados, podrían tener como único norte el dinero lo que llevaría al inevitable naufragio más temprano que tarde. Leo está en la cima deportiva desde hace dos décadas. También lo está en lo económico, según el tradicional ranking de la revista Forbes en cada año. Fue el tercer deportista que más dinero acumuló en la década pasada con un ingreso estimado en 750 millones de dólares y fue el segundo que más plata registró en el reciente listado publicado en mayo detrás de Cristiano Ronaldo y su fastuoso acuerdo en Arabia Saudita. Acumuló 130 millones en ese curso, registrando 65 de esos millones gracias a tratos fuera del fútbol en sí.
Seguramente habrá debates, intercambios de ideas, posturas distintas como en cualquier relación humana, como en todo vínculo padre e hijo, como en los diversos tratos entre manager y jugador, más entre dos caracteres decididos como los de Leo y Jorge, pero lo que primó en todos estos años es la articulación para lavar las penas con las puertas de casa cerradas. Un currículum público limpio para un jugador que tiene una lupa en su nuca las 24 horas, los 365 días del año. ¿No les resulta llamativo que, al fin y al cabo, se conozca tan poco del tipo más conocido del planeta desde hace veinte años? Otra gestión de pura cepa de Jorge: perfil bajo. Incluso con el momento más incómodo fuera de la cancha durante el problema con el Fisco español en 2016 en el que dejó en claro ante el juzgado que la familia derivaba temas de esta índole en uno de los especialistas de la estructura y se hizo cargo de su error. La premisa para el equipo pareciera ser entender que todo funciona para Leo y es él quien decide cuándo apretar el acelerador con declaraciones confrontativas o algún gesto como pudo haber hecho en la selección argentina o en Barcelona en alguna ocasión que sintió necesaria. El entorno no está allí para hacer ruido, no es la estrella sobre la que orbita el sistema. Casi no hay archivos públicos de declaraciones de sus hermanos o de sus padres, algo que imitó Antonela Roccuzzo con sus hijos, quien se muestra respetuosa si algún cronista la aborda pero no da entrevistas. Tampoco hay grandes descripciones por parte de los Pepe Costa o los Daddy D’Andrea que eventualmente lo cobijan según el entorno en el que transita. “Si ven que pueden confiar en vos, entrás en su mundo que es muy reducido. Te respetan y te cuidan”, narra una persona que conoció la cocina de las decisiones.
Evitar las turbulencias es lo que motivó este último paso rumbo a Miami. Sin posibilidades de acelerar el proceso en Barcelona, Leo, Jorge y el equipo de trabajo entendieron que no estaban dispuestos a pasar otra vez por la titubeante etapa de tratativas que por entonces decantó en su salida del club hacia Francia. Messi padre se sentó ante la directiva blaugrana y les anunció que no querían vivir de nuevo esa traumática experiencia de incertidumbre. “Si hubiese sido una cuestión de dinero me habría ido a Arabia Saudita. La verdad es que mi decisión pasa por otro lado y no por dinero”, lo explicó semanas atrás el propio Leo.
Campeón de todo, definitivamente indiscutible en Argentina, a Leo sólo le quedaba reencontrarse con el calor hogareño que lo abrazó en Barcelona. “Yo siempre tuve la ilusión de poder disfrutar y vivir la experiencia de vivir en Estados Unidos”, había adelantado tres años atrás. Un entorno social y cultural distinto para la familia. Una prueba menos hostil que la experiencia en París. A los 36 años se prepara para tachar otro desafío de su lista, en la que cada vez quedan menos. Y con un acuerdo fructífero en el que, según The Athletic, también se sumaron a la mesa de negociaciones Adidas y Apple, dos de los principales patrocinadores de la MLS, para reconocer económicamente al mejor futbolista del mundo que en octubre debería tener su octavo Balón de Oro en la vitrina si no sucede nada extraño.
Es cierto que Leo se desvive por Celia, su madre. Es la que decora el ambiente del cariño más puro. La cara de ella fue de sus primeros tatuajes. Pero sabe que Jorge es el que arriesgó un pleno por él desde el primer minuto. Se jugó entero. Dejó todo en Rosario, su familia, su trabajo, sus amistades y se bancó los cachetazos cuando las cosas estuvieron más hostiles. Lo escuchó cuando le dijo que su sueño era ser futbolista, aunque apenas era un adolescente. Sin embargo, el éxito de esta relación padre/hijo, representante/representado, podría explicarse, al fin y al cabo, desde algo más elemental, más sencillo, como lo definió alguna vez Balagué en la biografía de Leo: ”Son los dos discretos, igualmente reservados. Hechos con el mismo molde para tantas cosas”.
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