Ese es mi amigo el Puma, cantaba Sandro en referencia a su colega venezolano, con quien mantenía un vínculo muy cercano. Un hit que los hinchas de Rosario Central pudieron utilizar para homenajear al ex futbolista José Luis Rodríguez, pero lo ignoraron y optaron por cambiar un tema de La Bersuit y recordar al ex goleador como uno de los jugadores más queridos de la historia del Canalla. Nuestra hinchada es así: la más loca del país. Somos locos y borrachos, como El Puma y como El Chacho...
En el Gigante de Arroyito todavía tienen presente el gol de cabeza que convirtió el ex delantero que le permitió a la Academia quedarse con el clásico frente a Newell’s de 1992 y celebran la iniciativa que tomó de unirse al partido Libertad y Dignidad, como candidato a concejal de la ciudad que lo acobijó después de dejar su huella en Deportivo Español y el Betis de España.
Durante su carrera también vistió la camiseta de Racing, donde fue dirigido por Diego Maradona. Al Pibe de Oro ya lo conocía de la época en la que fue convocado por Carlos Bilardo para jugar en la Selección, tras la conquista del Mundial de México y la amistad continuó durante años. Incluso fue parte de la recordada cena de fin de año en Europa, cuando Mariana Nannis quedó aterrada en la Navidad que Pelusa terminó cortando un pavo con la mano y la velada se extendió en una fiesta inolvidable entre el champagne y la cumbia.
Se considera “un tipo común que jugó al fútbol y ahora quiere ayudar en la política”. En diálogo con Infobae, el ex goleador repasó su trayectoria deportiva y dio detalles sobre su nuevo proyecto. “Toda la gente de Rosario Central se identificaba conmigo, porque veían al hincha adentro de la cancha. Me gustaría que pase lo mismo con el ciudadano, porque los voy a representar de la mejor manera. Soy uno más”, destacó.
—¿Cómo surgió la idea de involucrarte en la política?
—Creo que el espacio de Libertad y Dignidad se ha fijado en mí porque soy una persona pública y comprometida. Nunca me acerqué a ningún partido, porque quiero dejar en claro que no soy político, sino que me llamaron porque quiero ayudar a los chicos y a los adultos mayores. Lo consulté con mi señora y varios amigos que tengo en Buenos Aires; y aunque muchos me recomendaron que no me metiera en la política porque es un mundo complicado, consideré que en algún momento había que comprometerse de lleno. Y éste era el momento. Voy a ser candidato a concejal en Rosario.
—Comenzás con un caudal positivo, porque la mitad de Rosario te ama...
—(Risas) Es una buena forma de verlo. De todos modos, en nuestra lista hay otros integrantes que también representan a Newell’s. Lo importante es ir por el mismo camino, más allá de los colores. Seguramente nos vamos a chicanear entre nosotros desde el aspecto futbolístico, pero siempre teniendo los mismos valores, que es lo que uno busca en la política de hoy en día. La gente se cansó de los funcionarios que están hace años y no cumplen con nada. Es hora de nuevos referentes.
—¿Cómo vas hacer para convencer al electorado leproso?
—Normalmente, cuando uno le habla al público, trata de explicarle que no voy por Rosario Central. Quiero llegar al ciudadano común, que tiene un montón de problemas económicos y de inseguridad. Para mí hay tres temas fundamentales: los niños, los adultos mayores y el deporte. Uno busca el bienestar de la ciudad. Es sacar a los chicos de la calle y contenerlos a través de los clubes, porque no todos tienen la posibilidad de ir a un colegio privado con doble escolaridad. Hay muchos que la están pasando muy mal.
—En este punto también tenés experiencia, porque disfrutaste de las mieles del éxito con el fútbol y tuviste que atravesar momentos complejos desde el aspecto económico después de tu retiro, ¿cómo capitalizas ese aprendizaje que te dio la vida?
—Yo viví de todo. Tuve una infancia en la que me faltaron un montón de cosas y el deporte me ayudó a conseguirlas. Vengo de una familia muy humilde, pero siempre me inculcaron los valores de la educación y el respeto. Siempre tuve a mi viejo muy presente. De la misma manera que estuve yo con mis hijos, más allá de tener una posición económica más favorable. Hoy hay chicos que no tienen a sus padres presentes porque tienen que laburar todo el día para poder comer. Tampoco hay que olvidarnos de los mayores, que sufren mucho, porque en muchos aspectos la sociedad los ignora.
—¿Se te presentaron temores en relación al vínculo del narcotráfico con Rosario?
—No, para nada. Son temas delicados que deberían tratarse de inmediato. Al igual que la economía y la inseguridad. Es un problema que deberían tratar desde las altas esferas, porque es muy difícil abordarlas desde el Consejo Deliberante. Con tranquilidad, mi idea es la de ayudar y escuchar a la gente para que de a poco puedan vivir mejor.
—Históricamente, el deporte y la política mantuvieron lazos muy cercanos. Alguna vez el Turco García contó cómo eran los partidos en la Quinta de Olivos cuando Carlos Menem era presidente ¿Participaste de algún encuentro así?
—Esos con Menem no, pero sí estuve en un evento que se celebró por los 1.000 días de la democracia. También en las fiestas de San Cayetano y en amistosos solidarios en cancha de Vélez; pero a la Quinta nunca fui. Del Turco García soy muy amigo, es como un hermano para mí, pero no hemos compartido esos amistosos.
—¿Cómo fue esa etapa en Racing con el Turco García? Tuvieron el privilegio de contar con Diego Maradona como entrenador, quien les permitía salir en medio de la concentración...
—(Risas) Eso pasó en la pretemporada... Teníamos un grupo muy lindo. Es curioso, porque cuando empecé a jugar, me peleaba mucho con el Turco. Éramos rivales y teníamos encontronazos fuertes cuando íbamos a jugar durante los veranos al Balneario 12. Parecían clásicos, porque los amistosos terminaban a los empujones, con insultos y gritos. Después, cuando llegué a Racing, me hice muy amigo de él, de la misma manera que con Teté Quiroz, el Pepe Albornoz, Nacho González y el Piojo López. Teníamos un gran plantel, pero no hicimos la campaña que debíamos haber hecho.
—¿Qué recuerdos tenés de Maradona como entrenador?
—Él todavía era jugador. Lo hablaba mucho con el Turco García, porque veíamos que todavía no se sentía director técnico. Incluso después volvió a jugar en Boca. Él quería compartir cosas con nosotros, que son solamente de los futbolistas. Por ejemplo, después de cenar en una concentración, llega un momento en el que el entrenador se tiene que ir y dejar al plantel a solas; pero Diego se quedaba. Generalmente, eso no está bien visto. La sobremesa es de los muchachos que se quedan tomando algo, jugando a las cartas y hablando cosas íntimas. En algún momento se lo hemos dicho, pero con la personalidad que tenía, que era avasallante, terminaba haciendo lo que quería. Me acuerdo que después de su renuncia en Racing, al poco tiempo volvió a jugar. Además, faltó a varios partidos porque estaba entrenando y nos dejaba en manos de Carlos Fren. En esos días llegó a bajar como 10 kilos, y cuando se sumaba a los picados con nosotros, veíamos que estaba muy bien. No lo podían parar. Con 35 años seguía teniendo una velocidad distinta a la de cualquiera. Era un crack y siempre se portó muy bien con nosotros. Las charlas técnicas las daba Fren y él aportaba lo necesario. Eran detalles, porque tampoco necesitábamos que nos diera mil explicaciones. Lo entendíamos, porque el fútbol es simple. Tuvimos un privilegio.
—También compartiste la cancha con Maradona, cuando Bilardo te convocó a la Selección...
—Claro, en 1987, cuando se cumplió el aniversario del título de México jugamos un amistoso contra Alemania en cancha de Vélez. Ese día debutamos con Sensini y Fabbri. Era la base del campeón del mundo, porque estaban Pumpido, Cuciuffo, Brown, Batista, Burruchaga, Diego y Valdano.
—¿Cómo fue para un jugador de Deportivo Español integrarse a un equipo campeón del mundo?
—Fue un sueño. Tenía 24 años y había tenido la suerte de ser el goleador del torneo. La vez pasada me imaginaba lo que estaría pensando Facundo Buonanotte cuando fue convocado por Scaloni. Con 18 años ya formó parte de un equipo campeón del mundo y me hizo acordar a lo que viví yo. Sentía mucha admiración hacia mis compañeros y ellos me trataban como un par. Fui uno más.
—¿No sentiste la presión de no cometer errores al estar al lado de los héroes que se consagraron en México?
—Para nada. Ellos me tranquilizaban. El Checho Batista me hablaba mucho. Diego también. Me pedía que encarara de la misma forma que lo hacía en Español. Me trataba como si me conociera de toda la vida. “Escuchame Puma, vos agarrá la pelota y encará. Y si no podés, volvés para atrás y me buscás a mí. Vos picá en velocidad que yo te voy a buscar”, me había dicho Diego antes de salir a la cancha. Todo lo que me había pedido Bilardo en la charla en el vestuario, él me la resumió en los dos minutos que tardamos en ir caminando por el túnel. Valdano también me tranquilizaba mucho y me pedía que lo mirara a él cuando perdíamos la pelota. Me sacaron la presión apenas llegué.
—¿Qué recuerdos tenés de esos días de convivencia con Bilardo?
—Siempre fue un obsesivo del fútbol. No solamente los días de los partidos, cuando te daba todas las indicaciones, sino también en los entrenamientos. Nos hacía trabajar con mucha intensidad y aprendí muchísimo de él. Siempre focalizaba en la concentración y los detalles. Teníamos que estar siempre bien ubicados, para estar atentos a las pelotas rápidas. Me enseñó de todo, y ese aprendizaje me sirvió para el resto de mi carrera. Él me hablaba mucho. Cuando fuimos al Sudamericano de Bolivia a buscar la clasificación para los Juegos Olímpicos el técnico era Pachamé, pero Bilardo también estaba acompañándonos. En un momento me sacaron del equipo titular y no me gustó. Como estaba mal acostumbrado, en los entrenamientos siguientes puse cara larga y me llamaron para hablar. Fueron dos maestros. Me preguntaron qué me pasaba. Les expliqué que quería jugar y ellos me escucharon. “Te dejamos practicar un día con cara de culo, pero ahora tenés que sacarte el fastidio porque esto es la Selección. Hay 200 o 300 jugadores que quieren estar en tu lugar y tenés que aprovechar esta oportunidad. No la desaproveches por un enojo. Ahora tenés que entrenar para volver a ganarte el puesto. Esto no es Boca, ni River, ni Español. Hay que rendir al máximo”, fueron las palabras de Bilardo que me sirvieron para toda la vida.
—¿Encontraste alguna razón por la que no fuiste al Mundial de Italia en 1990?
—Fue responsabilidad mía. Si bien sentía que tenía el nivel para ser convocado, tuvimos la mala fortuna de descender con el Betis en 1989, y es difícil llamar a un jugador de Segunda División. Nery Pumpido, que también estaba en ese equipo, fue convocado porque ya era un consagrado. Creo que si me hubiera preparado mejor, hubiese ido al Mundial. Sin embargo, me descuidé bastante. Todavía considero que salvo por Caniggia y Ramón Díaz, yo estaba a la altura del resto de los delanteros. Si hubiera hecho las cosas bien, seguramente me hubiesen llevado. En ese momento también estaban el Beto Acosta, el Turco García o el Beto Márcico, que atravesaban un gran nivel y tampoco fueron. Y yo cometí errores que no me permitieron llegar bien físicamente.
—¿Aquel Puma priorizó la noche y careció de profesionalismo?
—Hubo un poco de todo. En el fútbol siempre se intenta brindarle la responsabilidad al otro, pero yo me hago cargo de lo que hice. No es que tuve amistades pasajeras de la noche, porque mis amigos son los mismos de siempre. Nunca busqué excusas, fueron decisiones mías. No soy estúpido y siempre supe qué es lo bueno y qué es lo malo. Sabía cuándo salir a bailar y nunca nadie me llevó a un lugar al que no quisiera ir. Mis amigos son los mismos que tengo ahora, y ellos me han querido cuidar. Además, se creó un mito entre los hinchas, que decían que iba a los partidos sin dormir ¡Y eso no lo hice en toda mi carrera! Eso pasaba en algunos entrenamientos, porque en la semana salía. Después me enteré de que a Bilardo eso no le gustaba. La realidad es que hacía todo lo posible para que las cosas salieran bien en los partidos, pero cuando el árbitro marcaba el final a mí me gustaba ir a comer con mi señora, salir a bailar o tomar algo, más allá de si se ganaba, empataba o perdía. Eso Bilardo lo interpretaba como que a mí no me importaba nada. Y la verdad es que me importaba mientras estaba en un campo de juego, porque mi vida personal era una cosa y mi vida profesional era otra.
—Alguna vez el Gallego González y Oscar Ruggeri dieron detalles de la Navidad que pasaron con Maradona en Europa, ¿vas a contar algún detalles que todavía no se viralizó?
—(Risas) Fue una noche tremenda. Cuando uno escucha al Cabezón contar la anécdota del pavo, todavía nos reímos. Esa cena estaba organizada entre Pumpido y Ruggeri, pero como yo jugaba en el Betis con Nery, él me había invitado a pasar las Fiestas con su familia. En ese momento le comenté que no podía ir, porque la iba a pasar con el Gallego González, que estaba en Málaga. Sin embargo, el 23 de diciembre al mediodía me llamó para pedirme que nos juntemos todos en Madrid. Fuimos todos a la casa de Ruggeri. Incluso el Gallego estaba con sus padres. Yo fui con mi señora, que estaba embarazada. Fantaguzzi también fue con su pareja. Estaba Nancy, la señora de Oscar, que también estaba embarazada. Y de repente aparecieron Caniggia y Diego. Fue una sorpresa para nosotros. “¡Vino Diego! ¡Está Diego!”, decíamos con el Gallego González. No lo podíamos creer. Claudia estaba con las nenas y Diego llegó regalos para todos. Él sabía que estábamos invitados y nosotros no le compramos nada porque no sabíamos nada. Queríamos darle algo, pero Huguito, el hermano de Diego, nos decía que no pasaba nada. Fue una reunión bárbara. Mariana Nannis terminó aterrada, porque parecíamos indios bailando cumbia. También aparecieron varios jugadores del Real Madrid, como Ricardo Gallego, Michel o Fernando Hierro cantando sevillanas con la guitarra y disfrazados de mujeres. Fue una locura. Oscar nunca contó esa parte. Eran como 20 que invadieron la casa y se armó una fiesta mucho más grande.
—Y terminaron todos tirándose en la nieve a la madrugada...
—Sí, parece que yo fui el único que se tiró en la nieve. Siempre con Oscar (Ruggeri) hablamos de la doble vara, porque si al otro día alguien preguntaba cómo habíamos terminado; decían: “El Puma terminó borracho y Diego descompuesto”. Y la verdad es que todos habíamos tomado de todo. Al final quedó como que yo estaba tomado y Diego descompuesto ¡Una cosa increíble! Cada vez que nos encontramos en Mar del Plata o en algún evento, nos reímos mucho.
—Algo de eso hay en la canción que te dedica la hinchada de Rosario Central...
—Es una canción que se hizo en otra época por la fama que me habían hecho. Cuando yo jugué en Central, ese tema no existía. Apareció como en el 2008, después de 15 años de mi etapa en Rosario. Hicieron ese hit con la música de La Bersuit y otra con la de Muchachos de La Mosca. Es una locura que se acuerden de mí, porque solamente jugué dos años y no tuve la posibilidad de ganar nada. La gente de Rosario Central es muy especial: me tienen mucho cariño y aprecio. Y yo nunca me sentí ídolo del club, pero debo estar entre los 8 o 10 jugadores más queridos de la historia. Y mirá que la historia de Central es larga eh...
—Hay un clásico que ganaron con un gol tuyo, y derrotar a Newell’s se festeja casi como un título
—Claro, fue mi primer clásico y Newell’s venía de ganar el Clausura de 1992. Tenían un gran equipo con jugadores como Gamboa, Pochettino o Martino, y Rosario Central venía mal. Por suerte, cuando llegué también se habían sumado el Negro Palma y Sergio Vázquez. El resto eran todos chicos de las Inferiores, porque estaban Falaschi, el Chelo Delgado, Bisconti... Era la base con pibes del club y un par de refuerzos. Le ganamos a Newell’s en Arroyito y después les empatamos sobre la hora con un penal que tuve la fortuna de convertir. Ellos me odiaban y me dedicaban canciones. “Borombonbon, borombonbon, no es un Puma, es un lechón”, cantaban los leprosos y los de Central les respondían: “Borombonbon, borombonbon, no es un Puma, es un león”... Eso era el folclore del hincha argentino.
—¿Cómo reaccionabas en medio de ese duelo de hinchadas?
—¡Bárbaro! Me encanta que los hinchas de Central me recuerden, porque es parte del folclore del fútbol. Los de Newell’s me decían gordo, pero no me importaba. Está bueno que pasen esas cosas. Hay que desdramatizar el fútbol, porque la gente tiene otros problemas.
—Cuando uno mira el archivo y observa esos clásicos se da cuenta de la intensidad con la que se disputaban ¿Recordás algún cruce violento con algún rival en particular?
—Pero no había mala intención. En aquel clásico que ganamos 2 a 1 se había puesto muy picante con Saldaña y Gamboa. Después del partido los periodistas me preguntaron qué había pasado y les contesté con una frase que después tomó Maradona: “Se hicieron los locos, pero esto es fácil. Espero que me vengan a buscar al hotel Presidente, a la habitación 430 y lo resolvemos”... Años después, cuando Diego se peleó con Toresani, se acordó de esa declaración y le pasó la dirección de la casa al Huevo (Segurola y Habana 4310 7mo piso). Fui un precursor (risas).
—¿Y te fueron a buscar?
—No, los jugadores decimos cualquier barbaridad porque estamos a mil revoluciones. Después se nos pasa. El problema era cuando se picaban los amistosos, porque no había sanciones. Cuando estaba en Español, alguna vez me agarré a trompadas con otros futbolistas y terminamos en batallas campales. Una vez con el Indio Ortíz nos dimos lindo en Ezeiza, porque me venía a pegar y sabía que no iba a ser sancionados. Con San Lorenzo también tuve varios de esos episodios. En partidos oficiales, tal vez nos mirábamos feo, pero en amistosos de pretemporada nos dábamos de lo lindo. Siempre terminaban en quilombo. Otra vuelta, en cancha de All Boys, tuve que salir con la policía porque la hinchada me quería matar. Era otra época.
—En el Ascenso también te pasaron situaciones particulares...
—Sí, en mi primera época de Español tenía muchos amigos y conocidos de Ciudad Oculta. Eran todos hinchas de Nueva Chicago, porque estaban en Mataderos. Me acuerdo que una vez fuimos a jugar de visitante y ganamos 2 a 0 con un gol mío. En ese partido Juan Carlos Morales me bautizó como el Puma y me salvó la carrera, porque José Luis Rodríguez era un nombre muy común. Ese día, cuando terminamos de hacer la entrada en calor, unos vagos me empezaron a llamar. “¡Cacho, Cacho!”... Cuando me acerqué para ver qué querían, me ofrecieron un vino tinto de tetrabrik. Me empecé a reír y cuando a la noche me los encontré en Lugano les dije que estaban locos. Eran unos amigos del barrio, que hacían las previas largas...
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