Con la conquista en Qatar, Ángel Di María firmó su credencial de héroe nacional y se convirtió en uno de los jugadores más importantes de la historia argentina. Antes tuvo que atravesar muchas adversidades, siendo la peor su exclusión en la final contra Alemania en Brasil 2014. En una entrevista con el programa “Llave a la eternidad” de la TV Pública, el Fideo se confesó y brindó detalles de su lesión en Doha, cuándo hizo el “clic psicológico” en su carrera y la emoción que le causó la charla de Lionel Messi en la previa a la final con Francia.
“Del psicólogo me di de alta casi solo. Era más por videollamada y teléfono porque yo estaba afuera y era alguien de Argentina. Hice el clic con un par de cosas y dije ‘ya está, no quiero saber más nada, tengo que manejarlo yo’. Ese tiempo con el psicólogo me ayudó bastante. El clic lo hice en la Copa América de 2019, que siempre fui al banco. Eso me pegó un poco. Me di cuenta de que tenía que cambiar. Muchos decían que no merecía estar en la Selección, pero entendí que los de afuera son de palo y que estaba donde estaba porque me lo había ganado”, manifestó un Di María que además confesó haber dialogado y aclarado ciertas cosas con algunos periodistas que lo criticaban desmendidamente.
Su mayor dolor era con la crítica extradeportiva: “Algunos están para eso, para hablar bien o mal. Uno tiene familia, tengo a mis viejos que sufren, que están en Argentina y escuchan todo. Mi papá ama el fútbol. Cuando juega la Selección y nosotros nos vamos, siguen hablando. Esas cosas te matan porque la familia sufre. Muchas veces vi tristes a mis viejos. Mi mamá me dijo para ‘qué vas a seguir sufriendo...’, Un día cambió todo y le pude dar la alegría más linda que es ser campeón con Argentina”.
Las lágrimas del Fideo brotan naturalmente. Y la congoja se hace presente cuando repasa el tránsito de su lesión durante la última Copa del Mundo: “No lo podía creer. Contra México sentí un pichazo chiquito, como un calambre en el cuádriceps. Pensé que lo mejor era parar y le pedí el cambio a Scaloni. El estudio marcó una cicatriz vieja. El dolor me impedía frenar y arrancar, que es lo que más hago. Psicológicamente me mató porque estaba bien. Apenas sentí el pinchazo dije ‘no, otra vez no, no puede ser’, pero traté de estar positivo, pensar que era algo chiquito e iba a poder estar”.
El rosarino recibió el alta en la previa al duelo con Países Bajos y tuvo buenos minutos cuando le tocó entrar: “Me vino bien después no jugar contra Croacia porque tenía la adrenalina de jugar sí o sí la final. Tomé ese partido como uno más, sin la presión de tener que ganar sí o sí porque veníamos de ganar cosas antes, estaba todo un poco más tranquilo. Ya habíamos logrado algo importante con Argentina y cumplido con los siete partidos que era lo más importante”.
La noche anterior Di María se tomó una pastilla para dormir al menos ocho horas como acostumbra. Se levantó 10:30 de la mañana, se reunió con Nicolás Otamendi y compartieron unos mates mirando la previa por televisión con los hinchas. “Me enteré en la charla que iba a ser titular. Yo sabía que iba a hacer un gol, pero no sabía en qué momento. No me vi en el lado derecho del pizarrón y de golpe me veo en la izquierda. No entendía nada. Scaloni dijo que iba a jugar por ahí porque era el lugar donde podíamos hacer más daño y yo me podía divertir y hacer desastres. Cuando vi que jugaba se me puso la piel de gallina porque dije ‘es esta, es esta, es esta’. Esa sensación de verme en el equipo era lo que deseaba desde hacía ocho años”.
En su altar personal, con una estatuilla de Jesús, un rosario y la foto de su esposa e hijas, Di María rezó y se le cayeron algunas lágrimas. Confesó que fue la única vez en su vida que solamente le agradeció a Dios y no le pidió nada. El otro momento en el que se emocionó fue con la charla de Messi: “Leo dijo menos cosas que en la final de la Copa América, pero se me cayeron un par de lágrimas. No de los nervios, sino del momento que estás viviendo. Vivir eso es lo más lindo que le puede pasar a un jugador de fútbol”.
Un par de horas más tardes sintió la alegría más linda de su trayectoria y vida: “En los penales veía doble de los nervios, se me habían bajado las persianas de cómo estaba. Era demasiada la tensión. Porque la teníamos ahí y de la nada se nos fue, la volvimos a tener y se nos iba. Estaba abrazado con Aimar. Tenía confianza en los compañeros y Dibu, pero con los penales empiezan los nervios y la ansiedad. Cuando Montiel iba corriendo en el penal se me desvanecían las piernas. Cuando hizo el gol me tiré al piso de rodillas e hice lo mismo que antes del partido, agradecer por el momento que habíamos vivido e íbamos a vivir, porque ahí cambiaron nuestras vidas para siempre. Después de ese gol éramos eternos”.
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