“Yo era más competitivo que nunca porque quería ganar más de lo que ya había ganado”. Esa fue una de las últimas frases de Michael Jordan como jugador de los Chicago Bulls. Sentado frente a decenas de periodistas, el histórico número 23 acababa de ganar el que fue su último título en la NBA. Frente al Utah Jazz, al igual que la temporada anterior, el equipo que lideraba el maestro zen Phil Jackson tuvo su función definitiva.
“Six, yeah”, fue el primer grito de MJ cuando el triple que intentó John Stockton rebotó en el aro y con ese disparo fallido se diluyeron las esperanzas de los locales de estirar la serie a un juego 7. En los seis campeonatos que los Bulls ganaron con Jordan, Scottie Pippen y compañía, nunca llegaron al duelo decisivo para tener que buscar la coronación.
Aquella definición sí se estiró al sexto encuentro cuando todo parecía indicar que Chicago iba a celebrar en el quinto juego al que llegó con ventaja de 3-1. Tal vez, en otra época de Jordan y su equipo, eso no hubiese sucedido. La temporada 1997/1998 fue devastadora para una franquicia que, ya desde antes del comienzo de la actividad, todos sabían que no tenía retorno por las malas relaciones que provocaron el famoso “The Last Dance”.
Fue un año extenuante para Jordan. No tanto por el acoso mediático que sufrió durante el 93 que derivó en su primer retiro tras el primer tricampeonato con los Bulls y la posterior muerte de su padre que lo marcó para siempre. Pero sí lo fue desde lo deportivo por dos motivos centrales: tuvo que hacerse cargo por completo de un equipo que tenía a Pippen fuera por lesión -se operó a propósito entre temporadas para no jugar por la mala relación con la gerencia y luego pidió ser traspasado- y a un Dennis Rodman que le costó aceptar que tenía que dejar sus fragilidades mentales de lado para ayudar a Su Majestad a ganar.
A pesar de un pésimo arranque -de los primeros 15 juegos ganaron ocho-, el número 23 sacó a relucir todo su arsenal y el United Center se convirtió en una fortaleza. Sólo cuatro derrotas en toda la temporada regular sufrió el conjunto. El 10 de enero, tras perderse 35 encuentros, Pippen volvió. Chicago tenía récord de 25-11 y con la vuelta del mejor ladero de todos los tiempos, los Bulls cerraron la campaña con un 62-20 que les dio ventaja de localía en la Conferencia del Este durante los playoffs. En el Oeste, esperaba Utah.
Como lo muestra el documental que tuvo acceso a imágenes inéditas del camino de Jordan hacia su última consagración en la NBA, los vaivenes emocionales de los protagonistas no impidieron ver el engranaje de un equipo que estaba construido para ganar. Fue el final de una dinastía que marcó para siempre al baloncesto y al deporte en los Estados Unidos. Y también en el resto del mundo del deporte.
El enojo de Pippen con Jerry Krause, el gerente general que tenía el papel de villano en esta historia, sumado a cómo MJ hostigaba a sus compañeros por su deseo de ganar y de motivarlos, provocó que el entrenador Jackson tuviera que, tal vez como nunca antes, dominar el espíritu de un plantel cansado y que se sostuvo por el valor de que cada uno sabía que tenía un rol y lo ejecutaba a la perfección.
Antes de llegar a la postemporada, Su Majestad mandó mensajes dentro de la cancha como para decirle al mundo que, si bien estaba listo para dejar el básquet, su cuerpo todavía tenía el combustible para seguir siendo el macho alfa de la NBA. Se quedó con el premio MVP en el All Star Game que se jugó en Nueva York, ese del duelo con Kobe Bryant que marcó su relación de hermandad. En el mismo Madison Square Garden de la Gran Manzana volvió a jugar con las Air Jordan 1, las zapatillas que revolucionaron el mercado de calzado y fueron las primeras de una marca que hoy factura millones de dólares con el logo de MJ. “No pude sacarme esas zapatillas muy rápido. Pero cuando lo logré, mis medias estaban bañadas en sangre”, recordó el 23.
Además, fue elegido por quinta vez en su carrera como el Jugador Más Valioso de la liga y ganó su título 10° como máximo anotador de la NBA. Promedió 28.8 puntos a los 34 años en una demostración de vigencia y dominio absoluto del juego. Así fue que, con el regreso de Pippen, con un Rodman fiel y enfocado después de sus “vacaciones” en Las Vegas con Carmen Electra, sumado a piezas clave como Toni Kukoc y Steve Kerr, los Bulls fueron en la búsqueda de su segundo tricampeonato en ocho años.
En los playoffs, Chicago no sufrió para derrotar a los Nets (3-0) y tampoco a Charlotte (4-1), pero sí le costó por demás saltear a los Indiana Pacers de Reggie Miller con Larry Bird en el banco como entrenador. Hasta ese momento, Jordan nunca había tenido que jugar un juego 7 en la NBA. A pesar de que la serie fue una batalla física, similar a la que tuvo que soportar de los Detroit Pistons (mejor conocidos como los Bad Boys) a finales de la década del 80′, los Bulls avanzaron a las finales.
Los resultados maquillaron una definición tortuosa para Chicago. Pippen llegó con serios dolores de espalda, pero dejó el cuerpo, y aportó casi 16 puntos por juego. La tercera pata ofensiva fue Kukoc (15.2). ¿Y Rodman? Alternó momentos positivos y otros en los que estuvo más pendiente de batallar contra Karl Malone que de jugar. Pero, a su manera, fue necesario para un equipo sin peso en los rebotes salvo por su astucia para quedarse con el balón.
La historia cuenta que el Jazz ganó el primer partido, pero el equipo de Phil Jackson se quedó con el segundo juego de la serie. Después de esa victoria, y con el viejo formato de las finales de la NBA 2-3-2 (el de mejor récord contaba con la ventaja de localía en los dos primeros partidos y los potenciales dos últimos, mientras que el de peor récord tenía tres juegos seguidos), la opinión pública pensó que los Bulls iban a quedarse con el título y celebrar en casa. Pero Utah dio el golpe en el quinto juego con un Malone decisivo (39 puntos) y todos de regreso a la tierra de los mormones.
“No sé ustedes, pero yo me voy a llevar sólo un traje”, les dijo Jordan a sus compañeros antes de subirse al avión que los trasladaría a uno de los estadios más bulliciosos de la NBA en esos tiempos. El duelo fue atrapante. Parecía que el conjunto de Jerry Sloan iba a mandar la serie al juego 7, pero Michael tuvo la última palabra.
“El momento se convierte en ‘el momento’ para mí. La gente se calla. Nunca dudé de mí mismo. Sabía que íbamos a tener la oportunidad de ganar este partido”, confesó tras el duelo.
Su Majestad tomó el balón cuando quedaban poco más de 40 segundos para el cierre. Los locales iban 86-83 al frente. Una corrida de costa a costa de MJ dejó el resultado ajustado. Acto seguido, entró en imagen una escena de las más recordadas en la historia del deporte para la definición de un título. Malone tuvoe la pelota y lo contuvo Rodman. Jordan, en lugar de seguir a su marca, se liberó y le robó el balón al 32 del Jazz. No había tiempo para pedir un tiempo muerto. Y como había sucedido en el juego 1 de las finales del 97, Su Majestad se aprovechó del impulso de Bryon Russell, que se resbaló y le dejó al 23 un disparo claro al aro que culminó en la icónica imagen con la mano derecha marcando el tiro ganador.
Las imágenes posteriores a la celebración anticipaban el final. El abrazo con su entrenador, ese que lo llevó a la cima del mundo. El encuentro con un Pippen a lágrima pura, mezcla de su dolor corporal y espiritual por saber que aquella era la función definitiva. La fiesta siguió en el hotel y, una vez que el equipo volvió a Chicago, continuó en Grant Park, el lugar elegido por las autoridades para que los jugadores les muestren la copa de campeón a todos los fanáticos.
Miles de personas esperaban la palabra de MJ. Pasaron Jackson, Kerr, Rodman y Pippen. Varios, entre líneas, dieron la señal de que era el final. “The Last Dance” se escuchó un par de veces en esos discursos. Hasta que llegó el momento que todos esperaban. El discurso de Jordan duró poco más de un minuto. Fue breve. Como el buen ilusionista que fue dentro de la cancha, Michael intentó dejar abierta la puerta a un posible regreso para buscar otro anillo, pero él sabía que la sentencia era firme.
“Mi corazón, mi alma y mi amor siempre estuvieron con la ciudad de Chicago. Y sé que, pase lo que pase, mi corazón, mi alma y mi amor seguirán en Chicago. Gracias por su apoyo, por su energía y sólo espero que recen para que podamos tener la oportunidad una vez más de compartir este tipo de disfrute aquí”, fue la parte significativa de su relato.
La temporada terminó. Luego de eso, la NBA entró en un litigio con la patronal de jugadores que desembocó en un lockdown, un parate, que retrasó el inicio de la siguiente campaña a comienzos de 1999. Justamente, el 13 de enero, fue cuando Jordan visitó el United Center por última vez como integrante de los Bulls. Después de 13 campañas, de un año y medio alejado del básquet para cumplir el sueño de su padre de jugar al béisbol, Michael volvió a decir adiós. Unos años más tarde, volvería, pero en otro escenario y etapa de su vida.
A partir de eso, la franquicia de Chicago nunca fue igual. Es más, se puso en marcha la tan esperada reconstrucción de parte de sus autoridades. El resultado fue desastroso. Y se vio casi a los pocos meses de lograr el sexto anillo. El plantel quedó desmembrado. Una vez que se activaron los traspasos de jugadores tras el parate, Pippen, Kerr y el australiano Luc Longley fueron canjeados. La franquicia liberó a Dennis Rodman y trajo a Tim Floyd como el nuevo “Phil Jackson” para Krause.
El resultado fue caótico. El equipo terminó con marca de 13-37 en una temporada regular corta, de 50 partidos. Hubo derrotas dolorosas, pero la peor imagen de todas sucedió en dos ocasiones: la primera fue cuando la cadena TNT decidió suspender la transmisión del duelo inaugural ante el Utah Jazz en el United Center. “No lo vimos como una revancha de las Finales de la NBA debido a la revisión completa del plantel de los Bulls”, fue el análisis de Kevin O’Malley, por entonces vicepresidente senior de Turner Sports en una entrevista con el periódico Chicago Tribune. “Dijimos, ‘No podemos tomar ese juego. Ese juego podría haber terminado para el medio tiempo’”, agregó. ¿Tenían razón? Sí, Chicago perdía por 15 puntos de diferencia al llegar el entretiempo y terminó con un decoroso 96-104.
La otra situación, mucho más significativa, sucedió pocos días después. El 9 de febrero, todos en la casa de los Bulls estaban ansiosos por ver cómo se develaba el nuevo banderín de campeones de la NBA y la entrega de anillos al plantel ganador. ¿Qué sucedió? No hubo celebración frente a las cámaras. “No fue lo mismo con todo el mundo fuera, pero lo hicimos en nuestro pequeño nido de arriba”, dijo Randy Brown, uno de los siete sobrevivientes que se mantuvieron en el equipo.
Esa ceremonia informal quedó en la historia como la única en la era moderna de la liga en la que, las máximas figuras de la franquicia ganadora, no tuvieron su anillo. A lo largo de la temporada, el resto de los jugadores fueron recibiendo esa joya con diamantes. El propio Phil Jackson tuvo un homenaje bastante pobre semanas después. Pero hubo uno que fue el primero que recibió la sortija por el título. ¿Saben quién fue? Jordan, el día de su retiro.
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