Es razonable sospechar que, a sólo seis meses de su obra maestra qatarí, le llegada de Lionel Messi al fútbol de los Estados Unidos signifique algo así como haber bajado un par de cambios en su incomparable búsqueda de la excelencia.
Tan razonable como aconsejable es no caer en la subestimación: no se recuerdan casos en los que un deportista, en un presunto tiempo de ocaso que no fue, ofrezca una combinación de liderazgo, portento atlético, plenitud conceptual, exuberancia competitiva, destreza técnica, y hasta contundencia goleadora como la que el crack dio camino al título mundial.
En una mano, el anuncio de un tiempo en el que su pasión futbolera y su necesidad de familia comienzan a competir a la par. En la otra, la muestra reciente e indeleble de su genialidad vigente.
Entonces, la primera sensación que provoca el explosivo anuncio es ambivalente. puede haber un Messi tan dedicado a llevar a los chicos al colegio como capaz de darle a la MLS aquello que no pudieron ni Pelé, ni Cruyff, ni Beckenbauer.
Hace más de 50 años que hay gente en los Estados Unidos empeñada en que el que llaman fútbol soccer sea aceptado como pariente por el básquet, el béisbol, el hockey sobre hielo y el fútbol americano. Casi siempre, los intentos giraron alrededor de nutrir a la liga local de figuras casi siempre lejos de sus días de gloria. Siempre con la intención de generar un estímulo popular que se derrame tanto en los estadios como entre aquellos chicos que, finalmente, siguen soñando mucho más con la NBA, la NFL,la MLB y sus canteras colegiales o universitarios que con la MLS.
Seguramente que debe haber muchos más factores de influencia, pero una de los atajos que existen para acortar el camino hacia el corazón del fanático del deporte norteamericano es el de los resultados importantes, de las epopeyas. Es lo que sucede, sin ir más lejos, con el seleccionado femenino de ese país cuya popularidad va de la mano, entre otras cosas, de cuatro títulos mundiales, incluidos los dos más reclentes.
No se trata de minimizar la obstinada tarea que han realizado al respecto desde Henry Kissinger en los 70/80 hasta David Beckham en la actualidad. Pero, por el momento, han sido inyecciones del energía inestables y de poco efecto derrame.
De todos modos, no vayamos a creer que Messi eligió Miami para ir de shopping al Sawgrass o vivir cerca de las playas que ya tuvo en Barcelona.
El solo hecho de saber de su deseo de seguir compitiendo con el seleccionado es una garantía de compromiso. Lionel no se permitiría ser de pronto uno más de los 22. Menos con la celeste y blanca.
Por cierto, su aventura norteamericana le pone a su elección un tinte puramente humano y deportivo, a cambio de la pátina de fenómeno geopolítico que se le hubiera dado a una eventual contratación a cargo de Arabia Saudita.
“Mira Gonzalo. Acá somos millones de hispanoparlantes, la mayoría de origen latinoamericano. Pero hay que entender que ya hay tercera generaciones de inmograntes. Y muchos de nuestros hijos y nietos, nacieron, crecieron, estudiaron, se recibieron y trabajan aquí. Algunos hasta ocupan cargos importantes en las empresas y en la política. Naturalmente, respetan, valoran y hasta comparten nuestras tradiciones y nuestras pasiones ancestrales. De ahí a que sean futboleros de ley como nosotros hay un largo camino. Para muchos de ellos los que importan son los Heat, los Dolphins o los Marlins. El Inter de Miami es apenas una curiosidad. Y no falta quien lo considere una extravagancia elitista.”
Tal vez, en esta explicación que me dio uno de los principales referentes de una de las multitudinarias cadenas de televisión de habla hispana del país, radique la síntesis de lo que sucede con este bendito juego en los Estados Unidos. Y se convierta en un nuevo enorme desafío para el fenómeno de Arroyo Seco. Lo único que le falta a Messi es que, de su mano, los norteamericanos también sientan que el fútbol es pasión de multitudes.