Pocas veces corre, casi siempre trota y rara vez toma velocidad… Se mueve levemente inclinado hacia adelante, como si le molestara la parte baja de la espalda. Salta poco y nada. Su tiro lo saca de atrás, casi como si fuera una catapulta. No se le observa ni un músculo. Es más, cuando lo vemos, lo primero que recordamos son aquellas fotos de chico, en Sombor, donde era, como decía su padre, “el gordito de la escuela”.
Sin embargo, Nikola Jokic hace todo. Y todo bien. Un pivote nunca visto en la historia. Porque domina cerca del aro, de espaldas al aro, casi como los mejores centros de la historia. Pero a la vez la pasa como los bases más lúcidos y creativos que han existido. Y anoche, además, le sumó, para que ya nadie duda, que puede tirar casi tan bien como los mejores escoltas o aleros de la actualidad. De hecho, en estos playoffs, promedia 48% en triples. Una verdadera locura. Porque, además, hay que sumar el casi triple doble que promedia: 30.1 puntos, 13.3 rebotes y 9.8 asistencias. Todo con la friolera de 55% de campo.
No hay nada que no puede hacer. Por eso domina estas finales y domina la NBA. Hace ya tres años. Ganó dos premios MVP y no le dieron el tercero tal vez para cambiar un poco y premiar una gran temporada de Joel Embiid. Pero lo de Nikola Jokic es impactante y, a la vez, contracultural. Porque no tiene nada de los grandes atletas que pueblan la NBA y la llenan de highlights con corridas, saltos, volcadas y triples a la carrera. El domina de otra forma, la escuela de los Balcanes, el básquet FIBA dejando su huella indeleble en la NBA. Como han hecho otros, como nuestro gran Manu, pero de una forma mucho más impresionante.
Básicamente porque es mejor del mundo y está llevando a los Nuggets a su primer título. A los 28 años, nadie ni nada pueden parar a este serbio que este viernes terminó con 23 puntos, 12 rebotes, 4 asistencias, 3 robos y 2 tapas. Pero, más allá de los números, jugó e hizo jugar, incluso luego de doblarse el tobillo en el primer cuarto. Nada la afecta ni ninguna estrategia puede con él. Por eso el Heat se ha concentrado en intentar parar al resto. Anoche volvió a buscar detener el goleo de Jamal Murray, lo que le sirvió para ganar el Juego 2. Pero Jamal llegó a las 10 asistencias (tuvo 12) por cuarto juego seguido. Y encima apareció otro compañero del Joker, Aaron Gordon. Y el ala pivote tuvo su noche especial, algo que el destino le debía…
Hace siete años, Gordon dio cátedra en un torneo de volcadas, con enterradas antológicas. En una se “sentó” en el aire y se mantuvo flotando durante 0.97 segundo, superando el 0.92 de Jordan en la épica volcada de 1988. Saltó 2m34, una distancia que le hubiese permitido ser medalla de plata en salto en alto durante los Juegos de Londres 2012. Pero los jurados, insólitamente, dieron ganador a Zach LaVine. Algo similar le pasó en 2020, esta vez ante Derrick Jones Junior. Gordon siguió aunque nunca explotó hasta su llegada a Denver, en 2020. Esta temporada se convirtió en pieza esencial y en estas finales está recibiendo lo que el destino le debía… En el Juego 4 la rompió, para ser el gran ladero de Jokic: 27 puntos, 11-15 de campo, 6 rebotes y 6 asistencias.
Los Nuggets volvieron a demostrar que son más, que tiene más recursos, sobre todo ofensivos, más talento individual y un tipo absolutamente distinto. El Heat lo empareja cuando lleva el juego a su terreno, de más agresividad, lucha y juego físico. Pero pasa poco y cuando sucede, Denver se la banca bastante bien. Por eso volvió a ganar en Miami, luego de que la serie se fuera de Denver con un sorpresivo 1-1. Vibró el Kaseya Center -hubo mucha presencia de famosos como McGregor, Neymar y Vinicius- y tambén el Ball Arena, que estuvo lleno en Denver gozando con el 3-1.
El equipo de Mike Malone, ex de Facu Campazzo, quedó a un triunfo de ganar su primer anillo. En su primera final. No es casualidad. Está maduro, listo y cuenta con una estrella que hoy no puede detenida por nadie. Ni más ni menos.