(Enviado especial a San Juan) Desde un minuto antes, se empezaron a escuchar unos gritos cada vez más fuertes. Casi como alaridos de liberación. Nigeria había llegado a este partido sintiendo que era visitante. Pareció crear una coraza en ese mundo adverso. Adverso porque se habían quejado de las nueve horas de demora que padecieron para arribar a San Juan en la previa del partido contra Argentina y también porque debieron sobreponerse a la caldera en la que se transformó el Estadio San Juan del Bicentenario cuando el gol de Ibrahim Muhammad pareció despertar repentinamente a las 27.179 personas que colmaron las tribunas del recinto que albergó el choque de octavos de final. Por eso, cuando entraron a la zona mixta terminaron de estallar.
Habían hecho gestos por demás provocadores ante las cámaras de la transmisión oficial desde el campo de juego apenas el árbitro inglés Glenn Nyberg pitó el final. Pero los periodistas presentes en el sector destinado para la prensa todavía no habíamos podido ver las imágenes que lentamente se viralizaban en redes sociales. Entonces sorprendió cuando la fila india de los jugadores nigerianos entró a puro grito, salto y cánticos ante los más de 20 cronistas que aguardaban principalmente por las palabras de los futbolistas y el entrenador de la selección argentina.
Es más, uno de ellos, ya entrado en euforia, pasó saltando y señalizando con su dedo índice el piso dando sentencia del golpe que acababan de dar. Sonó provocador, tal vez, al punto tal que este periodista intentó cotejar con algunas de sus colegas ubicados en otro lugar si uno de esos tantos gestos había sido movilizando su mano en señal de despedida a los locales. Sólo fue una sensación en el medio de la confusión de esa escena de algarabía que pasó como un rayo para cumplir con el protocolo FIFA: todos los jugadores deben al menos transitar la zona mixta. El accionar más provocador, al fin y al cabo, lo habían hecho en el terreno de juego pasándose su dedo por el cuello en una clara identificación que ni siquiera hace falta explicar. Esta vez fueron más respetuosos.
Las Súper Águilas habían dado un auténtico golpe. Esa fue la sensación en el campo de juego. Habían generado poco durante la primera etapa por no decir que sus ataques fueron nulos, pero encontraron una hendija y a pura actitud filtraron la última línea para ya transformar el encuentro cuesta arriba. Los números de las pantallas del estadio eran elocuentes para justificar esta apreciación: la Selección había creado más de 30 situaciones de peligro en área rival y los nigerianos poco más de 4, según las estadísticas que mostró FIFA en esos gigantescos televisores cuando todavía faltaban varios minutos para el final del juego. Y varias aproximaciones albicelestes más.
Tras ese acierto de Muhammad en el arco de Federico Gomes Gerth, dos escenas empezaron a quedar cada vez más claras. Impensadas en la previa. Fue Mateo Tanlongo el primero en exigir a sus compañeros que devuelvan rápido la pelota del fondo de la red para sacar. Todavía quedaba mucho. Pero lo más inesperado, tal vez ante el desconocimiento de todas sus cualidades ante la imposibilidad de verlo con continuidad en Lazio (jugó 21 partidos en dos temporadas ante la decisión de Maurizio Sarri de llevarlo de a poco), fue el rol que asumió Luka Romero.
El atacante de 18 años ya venía siendo el más productivo en ofensiva, pero ante la adversidad se transformó definitivamente en el dueño del equipo. En el encargado de empujar. Se adueñó del centro de la cancha, literalmente el círculo, y pedía absolutamente todas las pelotas que salían del fondo de Argentina. El pique corto para ganar el espacio y el gesto con los dos brazos tensos hacia abajo fueron una constante. Luka, que reventó el palo con un zapatazo, sacó a relucir un costado irreverente que no había sido tan visible hasta acá. Ese chico tímido ante las notas periodísticas, de golpe era el que ordenaba a sus compañeros, arengaba y pedía jugar rápido ante cada interrupción. Una pizca de eso se vio cuando se tiró a recuperar la pelota de palomita en el primer tiempo, pero en el segundo entendió que debía calzarse ese saco. “Luka ha tenido un gran Mundial, ha estado a la altura”, lo elogió Javier Mascherano post partido ante los micrófonos de Infobae.
No alcanzó, de todos modos. Argentina generó, generó y generó. Unas pocas veces con más claridad, otras quizás con menos. Pero no fue preciso. No la metió. Mientras tanto la hinchada, despierta definitivamente, empujaba ya sin las órdenes de las tres ¿barras? que se posicionaron en tres de las cuatro cabeceras con bombos dando el ritmo pero distorsionando la línea continúa de los cánticos.
De todos modos, ni el tiro del final entró, cuando ya se jugaban 10 minutos a pesar que se habían adicionado 8. Las lágrimas en el campo de juego fueron evidentes. Pero todavía debían transitar la obligación FIFA de atender a la prensa. La decisión fue la lógica en estos casos, rememorando en parte lo hecho por la Argentina de Lionel Scaloni en las entrañas del Lusail Stadium tras perder el partido estreno del Mundial de Qatar ante Arabia Saudita: fila india y silencio rotundo.
Alejo Véliz era el que más evidenciaba su dolor en lágrimas que continuaron cuando caminó ante los periodistas. Y mientras todos los chicos hacían una leve seña con la mano negando las entrevistas ante los requerimientos, Tanlongo fue uno de los pocos que habló al pasar: “Perdón, pero no”, dijo el mediocampista del Sporting Lisboa. El único que verdaderamente habló, al fin y al cabo, fue el Jefecito: “Antes de volver, hablamos con Chiqui (Tapia) y le dije de ahora en adelante la renuncia está todos los días en tu escritorio. Cuando sientas que no soy el indicado, a casa y no hay problema. Mientras él crea que tenga que seguir, ahí estaré”. El desafío, el único por ahora, que tiene en su horizonte es el Preolímpico que se disputará en Venezuela con la Sub 23 para clasificar a los próximos Juegos Olímpicos de París 2024.
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