Para entender el fanatismo que los hinchas argentinos sienten por los Mundiales Sub 20, basta con viajar imaginariamente al año 1979. Y a Japón. Siempre asumiendo que la memoria es tan incuestionable como imperfecta y arbitraria, muchos de nosotros consideramos aquellos días de septiembre como el momento en el que descubrimos que, de pronto, un partido de fútbol bien valía un madrugón. En efecto, varios madrugones.
Con el impulso del título mundial ganado un año antes, millones de argentinos nos robamos horas de sueño y hasta nos escapamos del colegio y el trabajo para quedarnos hipnotizados frente a un televisor que nos regaló una maravillosa sucesión de triunfos. Indonesia (5-0), Yugoslavia (1-0), Polonia (4-1), Argelia (4-0), Uruguay (2-0) y la Unión Soviética (3-1) fueron las víctimas, 19 goles a favor y 2 en contra fueron los números de la elocuencia, y una lista de apellidos encabezados por Maradona, Ramón Díaz, Barbas, Calderón, Simón, Rinaldi y Escudero englobaron los motivos por los cuales muchos compatriotas se sintieron futbolísticamente representados como pocas veces.
Siguiendo la lógica de aquellos días, la fiesta futbolera nos narcotizaba mientras José María Muñoz nos invitaba a salir a celebrar y a “demostrarle a esos señores que nos visitan de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA que los argentinos somos derechos y humanos”. Un eslogan tristemente célebre ofrecido a la dictadura por una agencia de publicidad extranjera de la mano de un empresario argentino vinculado a medios y entidades deportivas.
Desde entonces y hasta la actualidad, Argentina se ha convertido no solo en el país con más títulos mundiales en la categoría (6, uno más que Brasil; entre los dos suman la mitad de los campeonatos disputados desde 1977), sino en una fuente inagotable de extraordinarias figuras que, además de prestigiar a la celeste y blanca, han sido altamente rentables para los clubes de los que surgieron. Les sugiero buscar en internet para tener una idea adecuada de la cantidad y calidad de la lista de campeones mundiales juveniles que ha dado nuestro país: ir más allá de los nombres obvios (Messi, Riquelme, Agüero, Saviola, Sorín, Di María, Aimar, etc.) implicaría ocupar casi todas las líneas disponibles para esta columna.
Como tantas veces en tantos rubros, pasamos de sufrir la falta a no saber administrar la abundancia. Solo así se entiende que un fútbol que no deja de regalar talentos al primer mundo del negocio de las pelotas haya detenido su marcha triunfal hace más de quince años cuando se consagró en Canadá de la mano del Kun, Fideo, Mauro Zárate, Maxi Moralez y compañía.
Nada que no haya sucedido, también, en el universo olímpico. Después del bicampeonato en 2004 y 2008, hicimos todo lo suficientemente mal para no clasificarnos para Alondras 2012 y arrastrar hasta lo precario a las últimas representaciones en el universo de los anillos. Es más. La lamentable conducta de varios dirigentes locales que se negaron a ceder jugadores fue el detonante de la salida del seleccionado del Tata Martino.
Hoy celebramos un nuevo Mundial juvenil como si tal cosa, siendo que solo jugamos el torneo por habernos convertido en la sede de emergencia después de que se descartara a Indonesia por la negativa de ese país de recibir al seleccionado de Israel. Más allá de la ilusión que genera un equipo que avanzó a la segunda fase invicto y viajando de menos a más y de lo gratificante que sería ver a un icono como Javier Mascherano celebrando una buena actuación como técnico de los pibes, no hay que ignorar que la Argentina venía de quedarse fuera del torneo que, finalmente, organiza.
De alguna manera, esa historia de éxitos y excelencia que nació en el 79 es abuela de un presente en el que las tribunas se llenan para ver a un puñado de chicos, los cuales la mayoría de los espectadores no habían visto ni por televisión.
Un presente que, fiel a la paradoja de un fútbol campeón del mundo que no llega a lo ordinario en lo doméstico, nos expone disimulando asuntos que, en otro contexto o en un tiempo menos exitoso del seleccionado, nos provocaría al menos una reflexión. Empezando por una nunca debidamente aclarada situación en el hotel del plantel iraqui (denuncia de abuso a una empleada, desmanes en instalaciones y otros encantos) y terminando por una disponibilidad de dólares a cambio favorable para la importación de distintos elementos afines a la organización del torneo. Sí, esos mismos dólares de los que tanto hablamos y que tanto escasean
No hay que indignarse de más con estos asuntos, tan comunes a cualquier mega acontecimiento realizado en nuestro país. Y hasta de algunos que no se hicieron. Quizás algún día ordene mis archivos y encuentre los números que jamás se blanquearon de la millonada gastada en la candidatura olímpica de Buenos Aires para los juegos de 2004 que, como bien sabemos, se realizaron en…. Atenas.
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