Mucho se escribió y se habló sobre Carlos Alberto Reutemann arriba y debajo de los autos. De sus hazañas que lo convirtieron en uno de los mejores pilotos argentinos de la historia y de que también fue un ícono del deporte nacional. De aquel título de Fórmula 1 que no pudo ser en 1981. De sus decisiones en los cambios de equipos. De ese hombre cuya integridad le permitió ser uno de los corredores más respetados en el ambiente de la Máxima, incluso décadas después de colgar el casco. Pero no mucho se conoce del Lole íntimo, de su casa y de cómo disfrutaba de su vida familiar.
Los suyos fueron claves en momento bisagra de su vida. Desde aquella apuesta detrás del sueño por correr en Europa, cuya decisión lo llevó a ganar mucho menos dinero del que hubiese logrado si se quedaba en la Argentina como piloto profesional. Por su perfil, era uno de los más solicitados. Allí estuvo su primera mujer y madre de sus dos hijas, Mimicha Bobbio, quien de forma incondicional lo acompañó al Viejo Mundo y con su hija mayor en camino, Cora, quien desde muy chica vivió en el exterior y conoce a fondo historias de su padre. En diálogo con Infobae, reveló anécdotas jamás contadas del Lole .
En aquella niñez junto a su hermana Mariana, solían lavarle el buzo antiflama a su padre en la casa de Cap Ferrat, en la Costa Azul de Francia. Sobre cómo Lole en el trato diario, Cora recuerda que lo que la marcó fue que “papá estaba siempre muy concentrado, una tenía la sensación de que no te veía. Estaba siempre arriba del auto, aunque estuviera en casa”.
Saber qué le pasaba a Reutemann era -en ocasiones- casi una misión imposible inclusive para los periodistas especializados que cubrieron su campaña en el exterior y que llegaron a formar una amistad con el santafesino nacido el 12 de abril de 1942. Pero eso se debió al bajo perfil que tenía y el respeto hacia sus colegas. También apuntó a resguardar a su familia, al punto que la primera vez que llevó a sus hijas a una carrera fue en Mónaco 1980, cuando fueron casi locales por su zona de residencia y le trajeron suerte a Carlos, ya que aquel 18 de mayo se impuso en el Principado con un manejo magistral sobre el Williams.
“La carrera de Mónaco fue muy especial porque nosotros no solíamos nunca ir a los Grandes Premios, pero cómo vivíamos en Cap Ferrat ese año fuimos. Teníamos que encontrarnos con nuestro profesor de esquí acuático que nos iba a llevar a todos con su lancha, pero nunca lo vimos. Recuerdo que le pregunté a papá, ‘¿qué pasa si llegás tarde a la carrera?’ Por suerte unos americanos con una Cigarette nos propusieron llevarnos y en 10 minutos ya estábamos en Mónaco”, recuerda Cora.
“Una vez ahí después de la largada recuerdo que en mi caso cerraba los ojos. Me dividía el deseo de verlo ganar a papá y al mismo tiempo de que se bajara del auto y no corriera más”, confiesa.
“En un momento mi hermana le pidió a mamá de ir al baño y nos fuimos las tres al barco de Andrea Rizzoli. Para eso había que cruzar el pit (los boxes) y todo era muy peligroso porque podían entra los autos de golpe. Eso era muy aterrador, pero mamá nos protegía”, agrega.
“En Mónaco había un cartel, no sé si aún está, en el que se fichaban con luces los números de los autos por orden y mientras estaba en el barco recuerdo ver de repente el número 28 en primer lugar y les avisé a mamá y a Mariana. Nos volvimos corriendo al pit donde vueltas más tarde celebramos la victoria de papá. Luego volvíamos en el mismo barco con la copa y felices”, concluye sobre aquel día histórico en el que Reutemann terminó ganando con gomas para piso seco y una lluvia cayó en el final de la carrera.
Fue aquella carrera en Mónaco, el mismo trazado donde se correrá este fin de semana, en el que Reutemann logró uno de sus triunfos más rutilantes en la F1. El que más repercusión tuvo por todo lo que encuadra ese evento. Fue su décima victoria de un total de 12 puntuables que logró en la categoría (ganó otras dos sin puntos en Brasil 1972 y Sudáfrica 1981). También logró seis poles positions (mejor tiempo clasificatorio) y récords de vuelta, y 45 podios sobre 146 carreras (uno cada tres competencias). En diez años acumuló más de 300 puntos, cifra que, en un mismo período e igual sistema de puntaje, sólo la superó Sir Jackie Stewart.
El Lole daba la sensación de que nunca paraba. Era un obsesivo con la información y con buscar las alternativas para mejorar el rendimiento de su auto. Su talento al volante lo llevó a correr en varios de los mejores equipos de su época, Brabham (1972 a 1976), Ferrari (1977 y 1978), Lotus (1979) y Williams (1980 a principios de 1982). Pero a eso le sumó su forma meticulosa de trabajo y de conocer el coche como pocos. Esto le valió ser uno de los mejores probadores con una capacidad innata de lograr la puesta a punto sobre el monoposto, pese a no tener el mejor auto.
Esa máquina constante de absorber información lo llevó, por caso, a en plenas vacaciones de verano europeo a ponerse a leer el diario para saber qué pasaba con el resto más allá del receso a mitad de temporada. “Papá siempre leía sus diarios, siempre lo hizo. Siempre se mantuvo muy informado. Era una escena muy habitual cuando nosotras estábamos en casa. Mariana y yo jugando horas en la pileta mientras papá leía”, destaca Cora.
Aunque también cuenta una particular historia en su época de piloto de Ferrari, pero en otras vacaciones que fueron en la Argentina, cuando una tormenta los complicó en el Delta del Paraná: “Lo de la isla es algo que recuerdo como si fuera ayer. Nos fuimos en lancha los cuatro y nos quedamos sin batería en una playita al borde del río Paraná. La marea subía rápido y tuvimos que cambiar de lugar remando con los esquíes porque la playita durante la noche desaparecía. Llegó una tormenta tremenda y nos tuvimos que quedar en un islote de barro. La lancha se dio vuelta y papá se cortó el pie sacando los asientos para usarlos como techo y enseguida después la lancha se dio vuelta. No sé por qué papá se había sacado el reloj que usó durante toda su vida, pero recuerdo que lo agarré antes de que se cayera. Dormimos ahí como pudimos. Al día siguiente, cuando papá se estaba por largar a nadar contra corriente, llegó un amigo de él que desobedeció el alerta de no navegar y nos salvó la vida. Enzo Ferrari ya había dado su pésame”.
En la Scuderia de Maranello tuvo su etapa más exitosa en cuanto a cantidad de victorias en un equipo, cinco entre 1977 y 1978. En 1979 pasó a Lotus y luego de un mal año llegó a resignar dinero para pasar al equipo del momento, Williams. Después de ese triunfo en Mónaco y de ser el escudero para que su compañero de equipo, Alan Jones, consiguera el título de 1980, en la temporada siguiente el Lole no quiso resignar más nada y fue por el título que tanto se mereció. Lideró el campeonato hasta la última fecha, pero en la carrera no tuvo un auto competitivo para pelearle mano a mano al brasileño Nelson Piquet, a la postre campeón.
Terminada esa temporada Reutemann decidió no renovar su contrato con Williams y quiso retirarse. Se refugió en su familia en un inolvidable viaje a Venecia que lo usó también para escaparse de los medios y del propio Frank Williams, que quiso convencerlo para seguir. “El viaje a Venecia fue un momento inolvidable que vivimos los cuatro juntos. Nos reímos un montón. Papá se escondía de Williams y eso a mí me divertía, además papá nos sacaba fotos, pero teníamos que posar rápido porque se iba. Eso era muy gracioso”, relata Cora.
Pero entre las cosas positivas que dejó ese año 1981 fue el encuentro con el actor Sean Connery, también en el circuito callejero de Montecarlo: “El día del Gran Premio de Mónaco antes de la largada se acerca un señor y papá me dice: ‘Cora, ¡es James Bond!’ Y yo con mis 12 años lo miraba y no lo entendía, le dije, ‘no papá ese no es James Bond’, porque para mí, que era una fanática de esas películas, era Roger Moore”.
Acerca de cómo fue pasar su niñez en un ámbito rodeado de pilotos de F1 y de sus familias, reconoce que “en mi caso fue bastante difícil. Me daba terror porque siempre venía algún corredor a casa y luego me enteraba de que se había matado en la pista. Como Ronnie Peterson o Gilles Villeneuve. Pero de eso nunca se hablaba”.
Cora, su hermana y todos los familiares de los pilotos atravesaron una de las etapas más peligrosas en la historia de la F1. “Por suerte papá dejó de correr justo cuando para mí la situación se había hecho insoportable luego de que me enteré que además del riesgo en la carrera estaba el riesgo en las pruebas privadas y eso era aún más peligroso”, subraya.
Williams logró convencerlo para seguir en 1982, pero su continuidad fue por un tiempo. El 21 de marzo de ese año, luego del abandono en el Gran Premio de Brasil, Reutemann se retirarse de forma definitiva. “Ya no tenía el mismo entusiasmo, ya no hacía las cosas del mismo modo que antes, sentía indiferencia hacia todo, hacia la técnica, hacia el ambiente. Lo ocurrido en Las Vegas está olvidado y no tengo ninguna secuela. Sencillamente me faltan motivaciones… En fin, la F1 se terminó para mí ¡Que pase el que sigue…!”, contó al fin de semana siguiente en la revista CORSA.
En sus diez años en la F1 compitió mano a mano con pilotos del nivel de Sir Jackie Stewart, Emerson Fittipaldi, Chris Amon, Denny Hulme, Graham Hill, François Cevert, Niki Lauda, James Hunt, Ronnie Peterson, Jacky Ickx, Mario Andretti, Alan Jones, Jacques Laffite, Jody Scheckter, Nelson Piquet, Gilles Villeneuve, Alain Prost, René Arnoux, Didier Pironi y Keke Rosberg. A todos (12 de ellos campeones mundiales) les ganó en algún momento, ya sea en clasificación o en carreras.
Respecto de su vida una vez terminada la F1, Cora revela que “papá se refugió en el campo y después de dos años en Argentina mis padres se separaron y mamá, mi hermana y yo nos volvimos a Europa. Yo era más grande y siempre fui muy adaptable, además que me quedaba, a veces, varios meses con mis cuatro abuelos en Santa Fe, pero Mariana era más chica y estaba más acostumbrada a vivir en Francia, sobre todo por el colegio”.
Cora también recuerda un hecho que la marcó: “Fue en mi cumpleaños número 15, volví a Santa Fe y me encontré con una hermosa sorpresa en el departamento en el que vivíamos. Ese departamento lo había decorado todo papá, nos habíamos ido de viaje a Europa y cuando volvimos estaba toda la casa decorada”.
“Creo que papá era una persona muy sabia y tengo todo el tiempo frases que él me decía que me vuelven hoy a la cabeza y sonrío”, afirma. Sobre cuál de esas frases usa de forma más recurrente confiesa que era “‘piano piano si va lontano’ (despacio se llega lejos)”. Pero destaca que “la mejor enseñanza creo que por observación fue que hay que ser valiente y fuerte”.
“Papá era por sobre todas las cosas una persona de un gran corazón. Me siento todos los días muy acompañada por él, sobre todo cuando voy sobre sus pasos en su vida deportiva, como pedir que se reconozca que es el verdadero campeón de F1 de 1981 o ya sea en la política santafesina la provincia que él tanto defendió. Lo bueno de haber vivido siempre a la distancia en mi cabeza siento que él está, aunque no esté físicamente. Me acostumbré desde chica a extrañarlo”, concluye.
Carlos Alberto Reutemann marcó una época y tuvo la grandeza de destacarse en la F1 durante una década en la que diez pilotos (o más) eran ganadores. En la que cinco o seis escuderías tenían un auto competitivo. Una etapa en la que el peligro era moneda corriente y varias mujeres perdieron a sus maridos y sus hijos a un padre. En ese laberinto, como Lole definió alguna vez a la Máxima categoría, el ser recibido varios años después de su retiro como una eminencia en cualquier circuito del mundo, no fue poca cosa. También lo fue el regresar un día a Ferrari luego de 14 años y ser tratado como un héroe por los mecánicos sin haber sido campeón, pese al exitismo de los italianos. A medida que pasa el tiempo también se agiganta su leyenda. Habrá estadísticas, carreras, maniobras, triunfos u otros hitos para destacar al deportista, pero nada será más profundo para conocer un poco más al protagonista que el recuerdo de quienes más cerca estuvieron como el caso de Cora con su padre.
Fotos inéditas del álbum familiar de Carlos Alberto Reutemann
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