Como si se tratara de una encarnación del protagonista de la película de Adrián Suar “El fútbol o yo”, Matías Perrone se convirtió en uno de los casos más significativos sobre la pasión que promueve la pelota. Durante toda su vida se desempeñó en torneos amateurs en NorthChamp, donde llegó a jugar cuatro partidos por fin de semana con el equipo de sus amigos Santa Marta.
Se considera “un enfermo del fútbol”. Durante su infancia también incursionó en el baby, y no teme a la comparación con Diego Latorre, quien surgió de un campeonato Intercountry antes de su debut profesional en Boca. “Era un 10 de buena pegada como él, y da la casualidad que ahora estoy en Mapuche, que es el lugar donde jugaba Gambetita”, dice entre risas en diálogo con Infobae.
En 2012 su vida cambió para siempre por una casualidad del destino. Como una tormenta obligó a suspender sus compromisos en el campeonato que jugaba en la zona Norte bonaerense, se inscribió en una disciplina que acaparó su atención debido al desafío que imponía su pegada de terciopelo: el futgolf. “Me anoté de curioso. Como no tenía nada que hacer ese fin de semana, salí sorteado para participar y tuve la suerte de ganarlo”, recuerda con nostalgia.
Aquel logro representó un giro inesperado en su rutina diaria. Al consagrarse campeón, tuvo la posibilidad de viajar a Budapest para disputar el primer Mundial de la disciplina que organizó la capital de Hungría. “Tuve que llamar a mi socio para decirle que me iba a ausentar una semana del trabajo. Como manteníamos una amistad, me bancó para que disfrutara de esa experiencia. Lo que no sabía era que con el tiempo se iba a convertir en mi prioridad. Dejé todo por el futgolf”, explica con orgullo. Así, la agencia de publicidad y diseño gráfico en la que se desempeñaba pasó al olvido para continuar con su labor como freelance y dedicarles más tiempo a sus nuevos desafíos deportivos.
Actualmente participa de los torneos oficiales y viaja gracias a invitaciones de los organizadores que le permiten ahorrarse las inscripciones que varían entre los 180 y 300 euros. También recibe alojamiento gratuito de otros participantes extranjeros que sienten la misma pasión. “La voy piloteando”, dice con orgullo. Y aclara: “Mi mayor gasto es en los pasajes, que con el laburo y algún sponsor me los puedo financiar”.
Como se pasa la mayoría del tiempo en el exterior, porque el calendario se extiende de marzo a noviembre, los cuatro meses que se instala en Buenos Aires se queda en la casa de sus padres. “Tengo 40 años y vivo en lo de mis viejos. La realidad es que no tengo la posibilidad económica de alquilarme un departamento durante el tiempo que estoy afuera, porque tampoco tengo ahorros”, revela.
Más allá del factor económico, Matías Perrone cuenta con un capital intangible que se basa en las experiencias que adquirió en los 41 países que visitó. “Empecé a viajar tanto que dejé de focalizarme en el laburo. Hoy, a cada lugar al que voy, tengo a alguien que me puede dar una mano, como una cama para dormir, o que me pueda ayudar a entender sus costumbres y su cultura”, reflexiona.
Sus aventuras se expandieron desde destinos regionales como Chile, Uruguay, Ecuador y Bolivia, hasta los países del Norte como México y Estados Unidos. En Europa participó en competiciones en Portugal, España, Francia, Suiza, Países Bajos, Eslovaquia, Eslovenia, Italia, Alemania, Noruega y Sueca. Y también dejó su sello en lugares exóticos como los Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Japón, Malasia, Australia o China.
Una de las anécdotas más llamativas le ocurrió en Asia, donde fue hospedado por el embajador argentino en Japón, Alan Beraud. “No podía creer que había días que desayunábamos con él. Era un lujo impresionante y había que estar atento al uso de la vajilla, porque había un montón de cubiertos. Lo único que sabía del protocolo gastronómico era empezar de afuera para adentro”, confiesa con una cuota de humor.
En 2018 tocó el cielo con las manos. Casi al mismo tiempo en que la selección liderada por Jorge Sampaoli sufría una dura eliminación ante Francia en los octavos de final del Mundial de Rusia, Matías Perrone representaba al país llevando la bandera celeste y blanca a los más alto de la Copa del Mundo de futgolf. “La experiencia que había adquirido en las ediciones de Hungría y Argentina me sirvieron para prepararme de lleno para el torneo de Marruecos. Hice yoga, meditación y clases de golf, porque al fin y al cabo es un deporte 90% mental. Se requiere de mucha precisión y concentración, porque el que se enoja pierde en serio. Nunca se va a ganar un partido poniendo huevo como en el fútbol”, destaca.
A lo largo de su carrera también le tocó competir frente a celebridades; como la vez que en Dubái jugó algunos hoyos de exhibición ante Francesco Totti o Clarence Seedorf. “Fue impresionante, aunque Totti no la pasó muy bien. A pesar de haber sido uno de los mejores diez de la historia de Italia, se enojó mucho porque sus golpes no le salían”, recuerda. En cambio, se divirtió mucho junto al ex volante neerlandés: “Nos cagamos de risa. No podía creer las gambas que tiene ese animal. A él le fue mejor, porque tenía más llegada en las salidas”.
En convivencia permanente con los prejuicios que insinúan que su actividad no es considerada un deporte, Perrone sostiene que se trata de otra cosa: “Cuando los futbolistas profesionales se dan cuenta que no pueden con algo tan sencillo como embocar una pelota dentro de un hoyo, se vuelven locos. Acá no importa la contextura física, sino la precisión”.
En vísperas de un nuevo desafío en el Mundial que se disputará en Orlando, Florida, a partir del próximo 27 de mayo, el argentino buscará retener el título para mantener su rutina intacta en el extranjero. “Me convertí en un nómade con una oficina móvil. A todos lados llevo mi computadora en la mochila y la valija, que es como mi casa. Casi todos los fines de semana estoy en un lugar distinto. Una locura increíble que también agota, porque muchas veces tengo que trabajar en los aeropuertos por el poco tiempo que tengo libre”, reconoce.
Más allá de los sellos de su pasaporte que exponen una vida sin límites, el bonaerense nunca dejó de lado su movimiento de acción social que desarrolla desde hace 12 años junto a sus amigos en Villa La Cava de San Isidro, donde brinda clases de hockey y fútbol, junto al apoyo escolar. “Cuando viajo trato de incorporar conocimientos para trasladarlos ahí. En un momento tan complicado para nuestro país, la solidaridad es clave para que podamos salir adelante”, subraya. Y sin olvidar su cuota de sarcasmo, reconoce cuál es la fórmula principal para llevar adelante una rutina sin fronteras. “Mi principal sponsor es que no tengo pareja, ni hijos. Con una familia no no podría dedicarme a esto”.
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