Pensar que, hace 26 años, Atenas de Córdoba estuvo a una jugada de enfrentar a los míticos Bulls de Michael Jordan en una final del mundo y hace días se fue al descenso, siendo el más ganador de la historia de nuestro básquet (al menos 20 títulos y casi 2000 partidos ganados) y el único con 39 participaciones ininterrumpidas en la élite nacional. Un golpe durísimo, aunque a la vez una previsible caída de un gigante, por el camino que venía transitando y por el momento de crisis que vive nuestra Liga Nacional… Una nota para recordar momentos mágicos del Griego y, a la vez, para encontrar explicaciones de un desenlace que se repite en el básquet argentino y ya no sorprende a nadie, más allá del dolor.
La cronología nos lleva a aquellas épocas doradas que quedaron en la memoria colectiva del básquet nacional. Se trató de al menos 15 años brillantes de un club de barrio -General Bustos- que no sólo dominó en nuestro país -14 títulos, con nueve Ligas y cinco torneos nacionales más-, sino que su éxito traspasó las fronteras, convirtiéndose en el mejor equipo del continente -logró seis títulos oficiales y tres cuadrangulares internacionales en Córdoba que incluyeron clubes europeos- y llegando a impactar en la élite, como fue aquella especie de Mundial de Clubes en el que participaron los campeones de Sudamérica (Atenas), Europa (Olympiacos de Grecia), España (Barcelona), Italia (Benetton Treviso), Francia (Racing de París) y la NBA (Chicago Bulls).
Hablamos del famoso Open McDonald’s que comenzó a disputarse en 1987 para estrechar lazos entre el básquet estadounidense y el resto del mundo, y se fue transformando en la máxima cita de clubes. El Verde cordobés llegó a París como una cenicienta, tras ser campeón de la Liga Sudamericana, y fue la gran sorpresa de la competencia. Hizo una campaña épica que incluyó triunfos ante Benetton por 87-78 y al Racing de París -le había ganado al Barcelona antes de perder con los Bulls- por el tercer puesto (88-78). Pero, en el medio, hizo otro partido brillante, ante el rey europeo y estuvo arriba por uno a falta de 9.6 segundos para el final. El rival, con figuras como Dragan Tarlac, Steven Hawkins, Johny Rogers y el lituano Karnisovas. Justamente el último, un talentoso alero de 2m03 que hoy es un renombrado directivo de la NBA (Executive VP de los Bulls), metió un triple con falta -de Steven Edwards- que puso adelante a los griegos por tres (89-86). En la última, la defensa rival cerró a Campana y Pichi se la pasó a Fabricio Oberto. El pivote, joya que estaba explotando a los 22 años, dio un paso hacia atrás para intentar un triple. No era su especialidad, claro, y el lanzamiento quedó corto. Olympiacos respiró. Se había salvado por poco.
Atenas quedó a una jugada, a un tiro, de jugar la final ante los invencibles Bulls, que habían llegado a París sin Scottie Pippen -operado- ni Dennis Rodman -bronquitis-, pero con todo el resto del plantel que había sido bicampeón hacía meses y se preparaba para arrancar la que sería la última temporada -la del segundo tricampeonato-. El Último Baile, como se llamó a aquella campaña final del mejor equipo de la historia. Ese nombre se le dio al documental que nos cautivó durante la pandemia y en el que justamente apareció aquel torneo en Francia. Ahí, 23 años después, todo el básquet argentino cayó que Atenas podría haber aparecido en esa serie, la mejor a nivel deportivo que hemos visto en la historia… La pieza audiovisual recuerda cómo MJ tiró del carro para ganar aquel torneo, anotando 27 puntos en la final -fue el MVP- que terminó 104-78 ante el Olympiacos.
“Todavía hoy estoy amargado, podríamos haber estado en la serie (se ríe). Estuve viendo videos en estos días, aquella bomba de Karnisovas, con falta de Edwards, que parece que es pero él nos aseguró que no lo tocó. Esa acción de cuatro puntos nos puso en la peor situación (NdeR: abajo por tres). Distinto hubiese sido nuestro último ataque y la defensa de ellos si eran dos. Pero bueno, se dio así. No nos querían en la final. Le íbamos a amargar el último baile (se ríe). Igual, me quedo con lo que hicimos, un broche de oro para todos, jugar a ese nivel y dar la talla. Les ganamos al campeón de Italia, de Francia y perdimos agónicamente con el de Europa. No fue como un título, pero sí algo muy especial. Hoy acá estoy con la pelota y la campera que me traje de recuerdo…”, recordó Marcelo Milanesio, el mítico base del equipo cordobés, en charla con Infobae luego de ver The Last Dance, en mayo del 2020.
Fue una actuación épica del mejor equipo argentino de la historia. Marcelo era un base brillante, que conducía y anotaba, Campana era un anotador devastador -incluso terminó segundo en el torneo de triples en París, eliminando a Steve Kerr, eximio tirador que aún hoy tiene el mayor porcentaje en triples en la historia de la NBA-, Oberto asomaba al mundo como un talento -integró el quinteto ideal-, los dos extranjeros (Steven Rich y Edwards) era muy rendidores y el resto, el Toro Palladino, Diego Osella y Bruno Lábaque, cumplían muy bien su rol dentro de un equipo manejado con un maestro como Rubén Magnano, quien luego se haría famoso por ser el arquitecto de la Generación Dorada.
Pero no fue un torneo solo el que quedó en la historia. Atenas irrumpió en la escena nacional con el nacimiento de la Liga, en 1984, primero buscando disputarle la hegemonía nacional a Ferro, campeón en 1985 y 1986. Lo hizo y en 1987 logró ganarle la final. Repitió en 1988 y en 1989 cayó en la definición ante el Verde de Caballito para volver a ganar la Liga en 1990 y 1992. Fueron años de una Liga fuertísima, de mucha popularidad y aquellos Ferro-Atenas marcaron una era. Duelos de mucha rivalidad y máximo nivel deportivo, con figuras en ambos equipos, incluidos extranjeros de elite. Luego, metió dos subcampeonatos en 1993 y 1996, mientras que en 1994, 1995 y 1997 estuvo en semifinales. Si bien no ganó en el ámbito local, fue campeón del Sudamericano de Clubes en 1993 y 1994, además del Panamericano en 1993 y la Liga Sudamericana de 1997.
Fue el preludio de la mejor temporada de la historia, cuando Atenas armó el equipo que mejor funcionó en 40 años de Liga. Fue aquel del McDonald’s que luego repetiría en la Sudamericana y coronaría logrando la Liga, tras ganarle 4-0 a un Boca repleto de figuras, los últimos dos disputados en un Luna Park repleto, con 10.000 personas. El Griego repitió en 1999 y luego, en el 2000, perdió la final ante Estudiantes de Olavarría, el equipo que apareció para detener la hegemonía por un par de años. En 2002 y 2003, Atenas volvió a dominar y coronarse. Luego surgieron fuerte otros equipos, como Boca, Ben Hur de Rafaela y Libertad de Sunchales. Ahí comenzó la caída cordobesa, que sólo regresó cuando volvió Magnano y armó un gran equipo para volver a ganar en 2009. El noveno y último título del club más grande en la historia de la Liga Nacional. Una sequía que terminó, 14 años después, con un descenso casi cantado… En total, entre 1985 y 2011, Atenas jugó 16 finales de Liga y ganó 9, con jugadores de elite, que lograron ocho premios de MVP: Milanesio (2), Hermann (2), Germán Filloy, Pichi Campana, Oberto y Bruno Lábaque.
Pero antes, durante gran parte de esas dos décadas y media, Atenas fue una referencia del deporte argentino y el orgullo de todo Córdoba. Eran épocas en las que el deporte de la provincia, sobre todo el fútbol, navegaba en aguas turbias, sin proyectos sostenidos ni éxitos. Y en aquellos años, el Griego fue el faro, la alusión obligada del deporte de la Docta. Cada cordobés sacaba pecho con el Verde, ante los porteños y los que vinieran. De ahí el amor profundo de varias camadas de hinchas que hoy sufren, que añoran a Milanesio, Campana, Magnano -por poner tres nombres-, a aquella identidad que los hacía distintos en todo el país, aquellas noches de cancha llena que sólo volvieron ahora, en los dos partidos en el Poli Cerutti, para apoyar a un equipo de pibes que nada tienen que ver con la historia, la de éxitos de antes y la de los fracasos de los últimos años.
Atenas fue perdiendo la brújula, dejó de hacer lo que lo había hecho distinto por años y perdió la identidad, completamente. Ya no fue un “equipo de cordobeses”, como se lo conoció en los 80 y 90. Y así, de a poco, el hincha le fue dando la espalda. Tal vez, algunos creerán, no era necesario que muchos jugadores siguieran siendo de la provincia, pero a eso se sumaron otros errores dirigenciales, de gestión, con actitudes cuestionables.
Es verdad, también, que los presupuestos ya no fueron los mismos y el contexto del país no ayudó. Felipe Lábaque, el mandamás griego que fue gran responsable en los éxitos y también en los fracasos en estos casi 30 años, dejó de conseguir los sponsors de antes y el contexto cambió porque aparecieron clubes de fútbol con poderío económico (antes Boca y San Lorenzo, Instituto hoy) y equipos de provincias con mucho mayor apoyo estatal, especialmente en Santiago del Estero, Corrientes y Formosa.
“Hoy se necesitan 130 millones para estar a mitad de tabla y no los tenemos”, admitió Lábaque hace un año. “Hoy ya no buscamos jugadores que jueguen muy bien al básquet, sino aquellos que cobren poco. Tenemos 500 socios y con lo que recaudamos no alcanza ni para bancar el 50% de lo que sale abrir un estadio. Así es imposible, Atenas ya no tiene los recursos suficientes para estar en la Liga”, completó intentando explicar las penurias económicas del club. “Yo ya no puedo bancarlo como lo hice antes, con mi dinero”, sumó. Lo extraño fue que también reconoció que tampoco es que Atenas dejó de tener dinero. “Esta fue la Liga más cara de la historia”, dijo. Algunos creen que la dirigencia no quiso poner lo suficiente, o que lo destinó al que pasó a ser el gran objetivo de los últimos años, el nuevo estadio para 3.500 personas que en breve será inaugurado.
Más allá de lo económico, los problemas también fueron de gestión, de elección de entrenadores y jugadores. En esta temporada pasaron cuatro coaches y ninguno pudo encaminar el barco. En noviembre fue despedido Marcelo Arrigoni, tras un comienzo con algunos jugadores que no daban la talla en la Liga. Llegó un DT importante, que había sido campeón en el club, como Sebastián González, pero rápidamente tuvo encontronazos con varios nacionales por tema de gustos y planteos de juego, y en diciembre renunció, sin haber conseguido siquiera un triunfo y tras la peor racha de la historia del club: 13 derrotas seguidas. Lábaque entonces confirmó a Elián Villafañe, asistente de González, hasta final de temporada, pero llegaron diez caídas más en fila y, con marca de 1-23, Felo buscó otro coach: Álvaro Castiñeira, un piloto de tormentas que lo hizo algo mejor, logrando cuatro victorias, seis si se suman las dos de la serie por la permanencia ante San Lorenzo, en Córdoba. Pero está claro que el problema los excedía. Un plantel mal armado, atado con alambres, con muchos pibes (Maximiliano Araujo, Octavio Sarmiento y Matías Stanic, del riñón del club, dieron la cara y serán seguramente la base de lo que viene) y pocos mayores experimentados, con algunos extranjeros -demasiados cambios- mediocres y otros sin compromiso.
Aunque nada fue más perjudicial que un contexto tóxico, con humores cambiantes y mucha presión. Demasiada. Cuando un club tan grande está en la mala, es muy difícil. Julio Lamas comparó este descenso con el de River al fútbol. Y Pichi Campana asintió. “Ahora hay que hacer lo que otros grandes, como River, reflexionar, cambiar y volver con más fuerza”, dijo. Fue lo único que quiso aportar el crack. Para eso deberá cambiarse la forma de gestionar. Antes, todos querían jugar en Atenas. O dirigirlo. Ahora, ya hace años, es al revés. Nadie quiere y los que llegan a veces buscan huir…
A la presión se han sumado, desde la dirigencia, malos tratos, imposiciones y declaraciones que metieron más presión y generaron malos climas. Básicamente desde la figura de Lábaque. Históricamente Felo operó así cuando las cosas salieron mal. Y en esta temporada no fue la excepción, diciendo que los jugadores no eran dignos de usar esta camiseta, haciéndolos cargo de la mala campaña. Viejas formas que, tal vez, alguna vez funcionaron, pero en este caso sólo perjudicaron las chances del equipo, repleto de jugadores sin experiencia.
Enojos y cambios rápidos, poca paciencia en las capacidades de jugadores y entrenadores, se repitieron en estos tiempos, con Felo y Bruno, su hijo, que fue jugador y luego estuvo casi siempre en las decisiones. No es casualidad que, en 13 de los últimos 21 años, Atenas haya cambiado de entrenadores, al menos uno por temporada, en total 24 en 20 años. Un dinámica insana de darle poco valor al cargo se instaló y nunca se revirtió. Es muy sencillo: se elegía mal o no se bancaba lo suficiente al contratado, pese a que muchas veces los planteles eran flojos.
Lo mismo ha pasado con los jugadores. Pero con un agravante. Antes, Atenas reclutaba. Y reclutaba muy bien. Tenía la chapa del club, la historia y contaban con gente que buscaba joyas y las podía traer, además de ocuparse de su desarrollo. Luego sucedía, es verdad, que no se les tenía la confianza ni la paciencia para darles lugar en el equipo de Liga. Pasó con varias camadas, los Schattmann y los Funes, por mencionar dos reclutados de antes, y hace menos con los Baralle, Chiarini y País, que hoy se destacan en otros equipos. Pero al menos los tenía. Ahora, desde hace tiempo, ni siquiera eso. Porque los pibes tampoco querían llegar al Griego… La identidad se había perdido y todos lo notaban en la Liga.
Muchos, en Córdoba, se preguntan por qué aquellas estrellas del pasado nunca estuvieron en el club, especialmente Campana y Milanesio. Marcelo, por caso, se dedicó a otra cosa, al rubro seguros, pero también es verdad que nunca lo llamaron, al menos para hacer lo que más le gustaba del básquet tras su época de jugador: trabajar individualmente con los jugadores. La presencia de Marcelo, al menos part time, hubiese ayudado mucho. Sin dudas. Pero la conducción personalista de Lábaque no permitió su arribo. Ni el de otros consagrados. Y menos el trabajo en equipo de distintos profesionales.
Este fue el combo que llegó a un final cantado. Atenas ya había zafado del descenso en la última instancia, en 2018, ante Quilmes, y la pasada temporada, contra Bahía Basket. Esta vez fue distinto. Y eso que hay un solo equipo que baja de categoría, en una decisión al menos polémica de la AdC. “Descender sería como que se desmorone todo el castillo, todo lo que hicimos en 38 años de Liga Nacional. No lo puedo concebir, no lo puedo aceptar”, admitió Lábaque, el año pasado. El castillo, de cartas mal puestas, se desmoronó al final. Sin bases sólidas, sólo necesitó un soplido. “El problema fue dirigencial, de gestión, de toma de decisiones y de no tener, o no poner, el dinero para armar un mejor equipo. Tal vez pensando que esto no iba a pasar nunca, hubo una suerte de dejadez. Se tentó la suerte y así terminó”, analizó alguien desde adentro del club.
Su caída suena más fuerte que ninguna porque es el más grande. Pero no es la primera vez que un club que hizo historia en la Liga Nacional luego desapareció, generalmente para nunca más volver a la élite. Algunos, como Ferro, penaron hasta que volvieron, y muchos otros, como Estudiantes de Bahía, Olimpia de Venado Tuerto, Sport Club de Cañada de Gómez, Independiente de Pico, Ben Hur de Rafaela, Estudiantes de Olavarría y GEPU, varios de ellos campeones de la competencia, se fueron fundidos, en crisis, y todavía no han podido, aunque varios de ellos lo intentan. ¿Algo no funciona, no? Lo del Griego es un caso más. Y un reflejo de lo que viene pasando en el básquet argentino. Un deporte con un gran pasado, con un presente en crisis y con un futuro incierto.
Puntualmente, para Atenas, es tiempo de reaccionar, como al menos la dirigencia entendió desde su comunicado de prensa. “Esta dolorosa situación que merece reflexión y autocrítica. Queremos manifestarles que trabajaremos incansablemente para corregir los errores. Estamos convencidos de que si centramos los esfuerzos en una exhaustiva reorganización y en el profesionalismo de la gestión muy pronto Atenas recuperara el lugar que le corresponde en el básquet argentino”, es un fragmento que publicó en sus redes sociales. El Griego, con los Lábaque aparentemente de salida y la llegada de gente nueva, quiere comenzar de cero. Para eso deberá regresar desde la Liga Argentina, en este caso al menos con un aliciente, jugar en su flamante casa desde el primer día. Que sea con suerte. Y con cambios. Córdoba y un club de barrio, formador, con tanta gloria e historia, lo merecen.
Seguir leyendo: