Un atleta de alto rendimiento tiene un sello indeleble para toda su vida. Por eso, cuando se llega al final del camino, se puede sufrir de manera extrema el dejar la actividad que, de una forma u otra, lo cambió para siempre. Para Javier Ortega Desio, el rugby fue una pasión. Es más, todavía lo es. Porque esa llama interna, como la de un termotanque en piloto, siempre se mantiene encendida.
La prematura muerte de su padre lo marcó. Tanto que estuvo un largo tiempo sin hablar. El impacto de perder a una de las personas más importantes la canalizó a través del deporte. Eligió el tenis -fue muy bueno- hasta que los amigos de la infancia casi que lo arrastraron a una cancha para volver a su primer amor.
Cuando le tocó dejar Paraná para viajar a Buenos Aires, un mandato familiar que su mamá les ofreció para “saber manejarse en el mundo”, Ortega Desio se encontró con otro planeta. Y, encima, lo vio un histórico de Los Pumas que lo catapultó a sumarse al seleccionado. En el medio, estudió Arquitectura. ¿Tenía condiciones para las maquetas? Según él, tenía un poco de pasta para eso. Pero el rugby pudo más. “Mi virtud siempre fue ser un atleta, tengo una condición natural”, dice.
Vaya si tuvo la condición para hacer toda la escuela. Pumita, fue parte de la selección de rugby seven hasta que llegó a la Mayor. Jugó dos Mundiales y fue uno de los elegidos para sumarse a los Jaguares, esa franquicia argentina que se codeó con el torneo más poderoso del mundo en su deporte. En el mismo camino, se encontró con su hoy esposa, Belu Lucius, influencer que marcó el camino de las nuevas generaciones en las redes sociales. Llegaron Bautista y Benjamín. Él se convirtió en uno de los primeros deportistas que disfrutaba con el teléfono en la mano, justo en un ambiente tradicionalista y que intenta modernizarse.
“En ese momento fui juzgado por muchos, y me trajo muchos quilombos dentro del equipo”, recuerda. La pandemia rompió todo. También quebró un vínculo que tenía Ortega Desio con su deporte. Cada vez que menciona lo que le pasó -un pase trunco al Toulouse, de Francia, y su posterior alejamiento de la UAR- traga saliva de otra manera.
En el recuento de palabras, Ortega Desio mencionó “piña” siete veces. Eso fue lo que significó ese trance que vivió y que lo dejó “como un trapo”, según su propia esposa. “La piña que me di fue tan grande que todo lo que adquirí no lo cambio por nada. No cambio a mi familia por nada, es mi prioridad número 1. No le compite a nada mi familia. Es intocable, está allá arriba. Después viene lo que creamos y ya está. Lo tomé como una etapa concluida, y después, lo que te quiero agregar, yo dije que el proceso me tomó casi dos años, creo que fue el año pasado, no me da vergüenza decirlo porque puede ser que le pase a otras personas y, no sé, quizás las ayuda, ¿no? Estuve con ataques de pánico. Yo se los atribuyo a, internamente, que no había aceptado que lo del rugby ya estaba”.
El tiempo, dicen, cura todo. Para este rugbier, Belu, Bauti y Benja fueron su salvataje. Porque fue mirar hacia el futuro. Al presente. Pero también fue decisivo depositar esa pasión que le transmitió su papá por el deporte en otro aspecto de su vida. Este ex jugador se convirtió en un empresario textil. Su creación, la marca de ropa para chicos VRaptor, es furor entre las mamás y papás que consumen las redes y quieren vestir a sus nenes con ese producto que Desio tardó 11 meses en sacar a la luz. Todo nació con una discusión. ¿Lo pueden creer? Después de esta charla con Infobae que duró más de una hora, se van a dar cuenta que todo es posible en la vida de Javier.
- ¿Cómo arrancó tu historia?
- Soy de Paraná, Entre Ríos. Nací el 14 de junio de 1990. Desde muy chico recuerdo ser fanático del deporte en general. Yo iba a un club, un polideportivo, por decirlo de alguna manera. El CAE, Club Atlético Estudiantes de Paraná e hice todos los deportes que se te ocurran. Básquet, natación, atletismo, fútbol, tenis, squash, handball. El que se te ocurra, lo hice. Siempre fui muy fanático y me pasó que yo jugué al rugby desde los 7 años a los 7 y medio porque mi papá, era tucumano él, llevaba el rugby en la sangre, jugó en Los Tarcos, con amigos, y en el año 98 yo con 8 años recién cumplidos, él falleció. Entonces como que la motivación del rugby desapareció. Él era siempre el que nos llevaba, así que para mí fue como un deporte que murió ahí. Como que se lo llevó él. Así que en algún punto yo quedé medio varado, sin saber qué hacer. Particularmente, en el proceso de una pérdida, yo recuerdo haber estado casi un año sin hablar. Literalmente, me quedé mudo. No podía hablar frente a la pérdida de mi padre y el deporte fue como un gran canalizador para mí. Yo podía volcar toda mi ira, mi angustia, mi tristeza… Todo lo que se te ocurra, en el deporte. Entonces, cada vez más deporte, más deporte, más deporte, y ahí me enganché con el tenis hasta los 16 años, estuve entre los mejores de Argentina, y en un momento tuve dos situaciones. Una más mental, por así decirlo, que te estoy hablando que con 12 o 13 años yo iba a un psicólogo. No es normal, con 12 o 13 años ir a un psicólogo, pero iba por un trasfondo personal que era la pérdida de mi padre y por otro lado las propias exigencias de un deporte totalmente individualista, en el que uno se enfrenta con uno constantemente y te traer un montón de complicaciones, así que recurrí a la asistencia terapéutica. Y a su vez tuve un crecimiento muy de golpe, porque tuve una lesión en la espalda, una escoliosis bastante marcada, tuve que parar ocho meses, entonces todos estos movimientos de rotación me generaban mucho dolor y tenía que hacer un fortalecimiento muy grande dentro de todo lo que era la columna vertebral y que me llevó mucho tiempo y nunca pude reponerme del todo. Entonces es como que perdí mucho ranking, mucha frustración, estaba a punto de ir a torneos internacionales y como que todo esto se diluyó un poco, y de repente tenía todo mi entorno en el colegio, mis amigos del colegio, los más íntimos, “jugá al rugby, dejate de joder con el tenis, jugá al rugby” y un día, no me preguntes por qué, me picó el bichito, me fui calladito, sin decirle a mi vieja, me fui al CAE, fui a un entrenamiento, hice rugby y me encontré con un mundo totalmente diferente al que conocía, por así decirlo. Que era un profe de tenis, un preparador físico, un profe de gimnasio y vos. Todos los días los veías a ellos, todos los fin de semanas del año, torneos. Te ibas con tu raquetero… Yo con 12 años, por ejemplo, mi vieja llamaba a una pensión en Córdoba, Río Cuarto, y yo me tomaba un bondi. Me despachaba mi vieja de Paraná a Río Cuarto, yo llegaba solo, me iba a una pensión, me ponía la alarma en el reloj. En ese momento, me acuerdo que me compré un Nokia 1100, te acordás el que tenía el juego de la viborita, con linterna, bueno y lo usaba para comunicarme con ella. Me levantaba solo, me duchaba, desayunaba, me iba, jugaba el torneo… Si perdía, me sacaba un pasaje, porque eran abiertos, y me volvía. Yo no sé si se puede hacer eso hoy, hasta esa época lo pudimos hacer, y también lo hacía porque no había plata para pagarle a un profesor para que me acompañara. No había eso. Donde podía, me sumaba, algún amigo que me alojaba en la casa, pero sino, éramos muchos chicos que estábamos en la misma situación, entonces como que nos poníamos a hablar entre nosotros y nos organizábamos. Bueno, todo esto del tenis como que queda ahí. La agarro a mi vieja un día y le digo “mirá, hace tres entrenamientos que estoy yendo a jugar al rugby y no quiero jugar más al tenis” y me dice “vos estás loco… vos tenés un contrato, esto lo otro, no podés soltar todo…”
- ¿Tenías contrato con marcas?
- Yo tenía con una marca de ropa y otra de raquetas. Tenía dos contratos. Y bueno, en ese momento, mi vieja me dice “no podés abandonar esto porque sí” Y yo le digo “yo hago lo que quiero. Voy a jugar rugby con mis amigos del colegio, fin, se acabó”. “No, que tanto esfuerzo, tantos años invirtiendo en tu carrera, vos vas a dejar justo ahora”, y dejé. De un día para el otro, dejé. No jugué más al tenis, jugué al rugby. Hice menos de 16 en el CAE, menos de 17 y, así como le dijo a mi hermano y a mi hermana, siempre mi mamá nos incentivó a venirnos a Buenos Aires porque nos dijo “si ustedes aprenden a manejarse en una ciudad grande, del primer mundo por así decirlo, eso les va a dar herramientas para manejarse en cualquier lugar del mundo”. Yo a los 17 años, terminé el colegio y me vine a vivir a Buenos Aires.
- ¿Y cómo fue reencontrarse con un deporte que habías practicado unos meses?
- Fue hacer un deporte totalmente de cero. Lo veíamos en el colegio porque teníamos sevens todos los años, pero yo no tenía ni idea. Siempre fui, mi virtud siempre fue ser un atleta. Porque hice muchos deportes en mi vida y tengo una condición natural. Obviamente no tenía herramientas. Era nuevo, tenía que aprender a cómo correr la cancha. Tuve una experiencia en la que disfruté con mis amigos del colegio y de la vida, y me metí en un mundo de socialización. Yo era un ermitaño: iba del colegio a tenis y de tenis a mi casa. Pasé a tener una vida social. Conocí un boliche, conocí una previa. Y eso me gustó, me sentí atrapado, contenido, que había un grupo de amigos. Y a los 17 me encontré con este monstruo, que pasé de tener el club a cinco cuadras de mi casa a tenerlo a 26 kilómetros. Era un verde, no tenía idea. Yo vivía en Barrio Norte, me acuerdo que me tomaba la línea D de subte y me iba a Retiro. De ahí el tren a San Isidro y de ahí el 707 que me dejaba en la puerta del anexo del SIC. El papá de un amigo me termina haciendo gancho y termino ahí porque se dio. Y en ese momento llegué al SIC. Me encuentro con una realidad diferente. Acá eran 95 chicos en una división. Tenían A, B, C y D. Una cosa muy loca. Mi objetivo para venir acá era estudiar. Así arranqué Arquitectura. Mi vieja era de la filosofía de “primero tengan un título y yo los banco allá porque el propósito de ustedes es estudiar, no boludear. Si vos no me traés resultados, se te corta el chorro de todo”. Porque mi vieja bancaba toda la estructura: un departamento para que viviéramos mi hermano y yo, nos bancaba todo en un esfuerzo enorme. Y yo, un soldadito. Iba a la facultad, no faltaba nunca. Si había que hacer una maqueta o una entrega, obvio que lo primero que hacía no iba a rugby. No tenía aspiración alguna con el rugby, en ese momento, cuando me vine a Buenos Aires. Y ahí me sucede algo. Tengo la suerte de que me llamen a jugar un campeonato argentino con las juveniles de Entre Ríos. Ese año ascendimos de categoría y tuve la suerte de que me ve Yankee Martín -ex Puma- porque estaba buscando jugadores. Él iba a ser el entrenador de Pumitas dos años después porque fue el inicio del sistema Pladar, que eran los centros de alto rendimiento que había en diferentes puntos del país en los que vos te desarrollabas por fuera de tu club de rugby y tenías un entrenamiento diferente. Tuve la suerte porque él me vio los dos partidos en los que salí mejor jugador. Ahí me llama a una especie de campus y jugamos un partido contra Australia y Uruguay, y a partir de eso me llamó y me dijo “pregunté por vos en el SIC, no te conoce nadie, vas, no vas, desaparecés. Yo te voy a hacer claro. Si vos querés estar en el seleccionado, primero le tenés que dar a tu club y en esa medida vas a tener las puertas abiertas”. Yo le expliqué que me demandaba mucho la facultad, entonces él me retrucó. Y a partir de eso, el año siguiente, en mi segundo en los Pumitas, no falté nunca más al SIC. Di todo. Con el estudio también. Pero estaba en una situación en la que no hacía bien ninguna de las dos. Llegaba muy cansado a los partidos, con falta de energías y la facultad la estaba haciendo a media máquina. Aprobaba, pero no con buenas notas. Todo me pasó muy rápido: juego el Mundial juvenil con los Pumitas y a los 20 años debuto en la primera del SIC. Mi debut fue en una final, contra La Plata Rugby, salimos campeones de la URBA, soy el jugador del partido y, una semana después, jugamos un torneo de seven con el SIC y me ven los entrenadores de Pumas Seven y, después de una jugada particular, ellos ven mi velocidad y, dos semanas más tarde, me voy con ellos a Dubai a jugar una etapa del Circuito Mundial. Fue una cosa muy loca, muy rápido. Se fueron dando estas situaciones inesperadas, y en el medio, me agarra el decano de la facultad después de haber desaprobado la materia arquitectura, que es troncal de la carrera. Me agarra una calentura terrible y le pido una charla. Y él me dio un consejo de padre. Me dijo “pasta para la arquitectura, tenés. Pero el tren en el deporte pasa una sola vez. Yo siento que no estás haciendo bien ninguna de las dos. Probá un año con el deporte y acá tenés finales vigentes que las podés rendir”. Me neutralizó. Nunca lo había visto de esta manera, y a partir de eso, se lo comunico a mi vieja, ella tiene una charla con el decano, y le pareció una buena visión para darme una chance a mí. Y a partir de eso, pasón todo lo que te comenté.
- ¿Cómo viviste ese proceso que se dio tan rápido?
- Y, para mí fue un sueño. Porque creo que cualquier jugador de cualquier deporte aspira a jugar en su seleccionado. Para mí fue un sueño jugar un Mundial, un desafío, te diría. Gracias a Dios lo pude hacer dos veces. Cuando estás del lado del atleta, entrás en una vorágines. A veces vas en piloto automático. Siempre el cronograma es el mismo. Vos desde que empezás hasta que terminás el año, te dan una planilla del 1 de enero al 31 de diciembre. Vos viajas acá, te entrenás acá, y todo es muy rutinario. Repetición. Machacar la piedra. Estudio de rival, análisis, el entrenamiento invisible, que es cuidarse con las comidas, el alcohol. Resignás mucho por todo eso, y todo el entorno tuyo también se resigna. Olvidate de profundizar lazos con amigos. Videollamadas, pero te perdés todo. Te perdés de nacimientos, de casamientos, de cumpleaños. Te perdés de absolutamente todo por estar detrás de lo que uno aspira. Obviamente, la retribución es enorme cuando entrenaste, te rompiste el alma y el fin de semana tenés esa victoria que tanto preparaste. Pero, al mismo tiempo, es como te digo, muy rutinario. Entrás en un ciclo que siempre es exactamente lo mismo. De personas que deciden por sobre uno. Vos podés agradar o no agradar. Agradar a un entrenador, un dirigente, lo que sea. Podés ser favorito o podés no serlo. Jugás y no jugás. A mí me han pasado situaciones muy locas. A mí me pasó… Temporada 2016 termino jugando cuatro partidos al final del año porque se lesionaron todos, pero en 2017 terminamos jugando 12 partidos con los Pumas, y yo jugué los 12. O sea, el entrenador de Jaguares no te elige, pero el entrenador de Pumas te elige para todos los partidos. Y vos sos un jugador que, a lo largo del año, no jugaste en “tu club”, y terminaste jugando en el seleccionado. Es ahí donde entraba esta cosa, difícil para nosotros, que por ahí en los países más desarrollados es más fácil. ¿Por qué? Porque en Nueva Zelanda, de cinco franquicias que tiene, elige a sus mejores jugadores, ¿no? Entonces, en cinco franquicias, vos tenés 10 medio scrums, por ejemplo. De los cuales están activos todos los fines de semana. Los 10 porque juega un tiempo y medio uno y 20 minutos el otro. Y van rotando porque hoy el deporte te exige rotación. A nosotros nos pasaba que, si vos jugabas de 8 (forward), había un 8 o un tercera o un segundo línea suplente. Seas, 6, 7 u 8, capaz no eras polifuncional. Entonces, quizás el entrenador se casó con uno y lo vio todo el año a ese y había otras tres o cuatro personas más que jugaban de ocho, pero no tenían la capacidad de mostrarse porque no le daban la oportunidad. Ahí es donde se empiezan a truncar todas estas cosas. Me pasó. Temporada 2016 jugué cuatro partidos y en 2017 jugué 39 minutos. Jugué todo Pumas menos la ventana de noviembre en 2017 y todo Pumas en 2016 sin haber jugado en Jaguares.
- ¿Cómo convivías con esa situación?
- Es horrible. Lo peor que te puede pasar como jugador. Es deprimente. Son replanteos existenciales que hacés. Te levantás todos los días y decís “¿qué hago acá?” Realmente es sufrir. Es sufrir porque, si bien vos tenés la zanahoria, el objetivo de “yo me quiero preparar para el Mundial, yo sé que voy a ir, sé que voy a hacer esto”, pero es como que entrenás a ciegas, porque no sabés cuándo se te va a dar la oportunidad. Quizá nunca la tenés. O quizá te caiste antes de la cabeza. Yo he visto pasar muchos jugadores en el camino, que los han roto de cabeza y se han quedado ahí. Porque no soportan… A ver, el alto rendimiento en cualquier deporte es cruel. Es cruel y mientras más exigencia y más plata hay, más cruel es. La élite es como una picadora de carne, por así decirlo, no soy el primero que lo dice. Todo el mundo. Está clarísimo. Quieren lo mejor de lo mejor. Entonces a vos te tiene que agarrar bien parado esa posibilidad. Y yo, gracias a Dios, fui una persona muy centrada, que no perdía el foco, cuál era el objetivo y siempre que tuve una oportunidad, siempre rendí. Incluso soy una persona que, mientras más presión me metéss, mejor rindo.
- ¿Y cómo construiste esa forma de ser?
- Para mí es algo innato.
- No tuvo nada que ver cómo atravesaste la muerte de tu papá. U otras experiencias como lo que te pasó con el tenis de moverte solo desde muy chico
- Mirá, yo te digo la verdad, hago un análisis personal, para mí todas las cosas que viví en mi vida fueron desarrollando una caparazón, por así decirlo, que protege, gracias al cual uno no expone sus sentimientos, y después yo perdí a mi padre a los 8 años. Después, fue una segunda madre mi tía. Se fue a vivir a Dinamarca, ya hace como 26 años que vive en Dinamarca porque se casó con mi tío que es neerlandés. Pero bueno, cuando mi viejo no estuvo, ella estuvo nueve meses viviendo en mi casa. Porque mi vieja salió a trabajar de sol a luna para llevar una familia adelante porque se quedó con tres hijos. Uno de 10, uno de 8 y una de 5. Después pierdo a mis abuelos. Es como que, para mí, esas son cosas que no tienen vuelta atrás. Las pérdidas de personas, de familiares, no tienen vuelta atrás. Es un punto de no retorno. Todas estas pelotudeces que nos pasan en el día a día, terminan siendo boludeces. Todas estas pequeñas cuestiones que terminan siendo del ego, de que por ahí uno se ve de una manera y realmente quizá no es lo que uno piensa, no. El entrenador tiene una visión y te dice “yo no te pongo por tal motivo”, ¿entendés? Quiero que tacklees más y no me servís porque tengo un flaco que te tacklea hasta el réferi. Depende de muchas cosas, entonces no le daba mucha entidad. No le daba mucha trascendencia y seguía, seguía, tipo maquinita, y a la larga te terminás dando cuenta de que siempre llega la oportunidad. Entonces tenés que prepararte para ese momento. Cuando te toca el momento, y el deporte en general es así, uno se tiene que ganar el lugar todos los días de su vida. En cada entrenamiento, porque cuando no rendís, tenés el que está abajo tuyo que está con los dientes afilados esperando que te lastimes, que te levantes mal o que no sea tu día para agarrar tu puesto. Todos quieren estar, jugar los fines de semana. Porque te preparas para eso. Cuando jugábamos en Vélez, yo me preparaba para jugar 80 minutos, no para qué, después que el equipo jugaba, quedarme haciendo las pasadas de físico para compensar lo que no había corrido para estar equilibrados. Es lo peor que te puede pasar. Es recontra frustrante. Es horrible, pero es la realidad y tenés muchos momentos en los que tenés que pelear con todo eso. Hay momentos en los que vas a estar y otros en los que no vas a estar.
- Después del bronce de Los Pumas en el Mundial 2007, el seleccionado se hizo popular. ¿Cómo fue, desde adentro, convivir con el cambio de mentalidad que se produjo y después, cuando no se daban los resultados esperados, con las críticas del público general?
- La verdad es que es difícil. Es difícil por ser un chico de redes, por así decirlo, porque soy un chico que está en las redes sociales desde 2012. Porque tuve a mi mujer, que tuvo la visión en Estados Unidos de ver que se venía una nueva red social en el mundo y que parecía ser revolucionaría, que se llamaba Instagram, y desde 2012, 2013, empecé con la red social y empecé a sentir esa interacción con el público, con la gente. A mi lo que me pasó es que en 2014 consigo mis primeros sponsors. Yo mostraba las cosas que me daban y me pagaban una plata. En ese momento, los contratos UAR eran muy bajos. Era un viático, llámese una beca del ENARD. Eran cosas muy chiquitas. Yo trataba de buscarme por otro lado un ingreso económico. Y lo hice a través de las redes sociales, que en ese momento, estaba mal visto. Porque a mí me veían el pibito que está boludeando con un teléfono que se quiere hacer conocido, que saca fotos… Y yo lo veía como un trabajo y como un negocio. En ese momento fui juzgado, por muchos, y me trajo muchos quilombos dentro del equipo al ser un deporte tan tradicionalista, donde hay mucho de la vieja escuela, como que era la antítesis de todo y no encajaba en el sistema. Y yo lo veía como un trabajo, con un ingreso de dinero, y la tenía clara en ese sentido. Yo no estaba queriendo ser nadie. Yo me engancho con el rugby en el 2007, con 17 años, que veo a los Pumas de bronce, y eso me motivó. Pero había muchas cosas que no sabía cómo eran. Yo quería ver cómo entrenaba Horacio Agulla en ese momento. Que lo vi en un vestuario metiéndole piñas a una pared o a un escudo y me dije “¿cómo se entrena este flaco?”, cómo hacen, qué hacen en la diaria, cómo es la vida de un deportista por dentro, que lo pudimos ver en la serie de Jordan, que el tipo era feliz en un cuarto comiendo helado sin que nadie lo molestara. Yo quería esa parte, entonces había identificado que si yo mostraba esa parte, la gente estaba interesada. “Wow, mirá, este juega en los Pumas”, pero siempre respetando. Nunca mostrando intimidades del equipo, sino por ahí la vida diaria de uno…. Que te vas al gimnasio, que te vas al entrenamiento, que te metés en un baño de hielo… Me trajo muchas consecuencias, muchos quilombos, porque al principio no se aceptaba nada. Hoy en día no sé cómo es. Quizás, sigue siendo igual, pero hay muchos que en algún momento, yo no soy de leer mucho, y me cago de risa con la gente que está atrás de un teléfono, tirando odio siendo un NN desconocido, no lo podés tomar que es algo real. Para mí la red social es un mundo efímero. Es un juego. Tenés que interpretarlo así porque puede generar mucho daño también. Te podés comer el personaje, te la podés creer, podés creer que estás en la cima del mundo y, en realidad, no. Nunca sabés qué hay detrás, entonces yo lo veo como una herramienta de trabajo y siempre la vi así. Siempre estuve ajeno a los comentarios de un portal de rugby o al periodismo. Siempre tuve buena onda.
- ¿Qué tan grande fue el golpe de dejar el rugby?
- Enorme, enorme, te digo que hasta hace un par de meses... Estamos hablando de hace más de dos años. Para resumirlo, nosotros teníamos algo que fue un sueño y fue todo gracias a Agustín Pichot, que logró que nosotros tuvieramos un torneo a nivel seleccionado y jugar en nuestro país al mejor nivel del mundo, que es el Súper Rugby. Lamentablemente, llegó la pandemia y rompió todo. Uno se enfrentó a una situación en donde, no es un despido, es un arreglo laboral en cualquier ámbito, te puede pasar en cualquier trabajo. Nunca es agradable ese momento, uno no está preparado para eso, pero uno trata de entender las diferentes situaciones. Bueno, terminó sucediendo que yo tenía un contrato de dos años vigente que, lamentablemente, tuvimos que romper porque no era viable. No era viable porque la situación no estaba para joder. Me refiero a la pandemia, todo el daño que generó a nivel económico o a todo nivel. Se desmoronó todo lo lindo que se había construido: una final de Super Rugby, una posible o potencial final nuevamente que había arrancado muy bien y se desmoronó todo. En el medio, lógicamente, toda esta situación del pase que ya había salido por todos los medios de comunicación que me iba y termina desapareciendo mágicamente. Con todo este replanteo general mío de ver hacia donde iba. Finalmente, tomo la decisión y digo se acabó, no busco más clubes, porque después de Toulouse vinieron otros cinco clubes más. Algunos no me cerraron por la parte económica porque era poco, por así decirlo. Eran en Europa y Australia, pero eran en Gales, Inglaterra, Escocia, Irlanda y Francia. Entonces, en ese momento, paro la pelota, no juego al rugby para dar una mano en casa. Belén estaba con un montón de trabajo, le llevaba todo mucho tiempo: las redes, la televisión, todo lo que ella hace en la diaria, entonces me empecé a ocupar de los chicos. Quiero estar al lado de los chicos porque lo que me faltó a mí fue un padre, ¿no? No digo una familia, porque mi vieja fue incondicional con nosotros. Nos dio todo, hasta lo que no tuvo, pero bueno, esa imagen de estar los fines de semana, comiendo asado, abrazándolo, no la tengo en el álbum de los recuerdos, y en algún punto, fue el bichito que me picó a mí para decir “ni en pedo quiero que le pase esto a mis hijos”. Yo quiero que el recuerdo que tengan de su padre esté latente, o sea, que no me olviden nunca, por así decirlo. Poder disfrutarlo, en todo momento, y si ellos necesitan el apoyo, la palabra, contención o lo que sea, yo estar al lado de ellos. Entonces, dije “ya está, se acabó” y el que es padre me va a poder entender. Y el que no lo es por ahí te dice “no, pero tendrías que haber seguido jugando al rugby” No, el rugby ya está. Cuando sos padre, uno se termina resignando por los hijos, entonces en algún punto dejo esto de lado pero por todo el amor que le doy a mis hijos. Y lo dejé de lado. Estuve cuatro meses, inestable emocionalmente por así decirlo. Yo sentía que estaba raro. Me sentía perdido. Y a los cuatro meses me comí la piña de lleno con la vida, por así decirlo. Porque me sentí desnudo. Me sentí sin herramientas. Me sentí un fracaso. Pensá que pasás de ser de los mejores del mundo en tu puesto a ser un NN para la vida cotidiana del argentino común. Pasé de tener un salario estable a encontrarme con la realidad de acá. La suba, la baja de precios, el IVA. Que todo aumenta, que no te quieren vender y yo dije “esto es un infierno” Demasiado cómodo estaba, en un lugar de privilegio, que siempre lo agradecí porque siempre sentí que era un lugar de privilegio. Y que en algún momento el circo se iba a acabar. Viajar en primera clase, hoteles cinco estrellas, contratos con una estabilidad que siempre valía lo mismo. Y de repente, desapareció todo. Te encontrás a fin de mes que tenés que pagar la boleta de luz, las expensas, el ABL, el seguro del auto, la obra social y te empezás a desangrar. Sale, pero cómo entra. Cómo vuelve a ingresar eso, cómo hago yo para ganar la que ganaba. Yo pensaba ‘un tipo hizo una carrera en un banco de 20 años tiene un sueldo x’ Yo que no tengo estudio, no tengo nada, porque la carrera de Arquitectura la dejé en el medio… A ver, yo sé que soy una persona muy capaz, que tengo herramientas porque gracias a Dios recibí una buena educación y soy un privilegiado en todo sentido por todo lo que vivó en mi vida. El viajar te abre la cabeza, pero después le vas a tocar la puerta a un tipo y le decís “me gustaría trabajar en tu empresa” … “¿Qué sabés hacer? ¿Sabés bajar una planilla de Excel?” No flaco, andate a otro lado. No tenés CV. No les interesa que hayas jugado en los Pumas”. Entonces, esa fue la piña que yo me di.
- ¿Te pasó eso de preguntar y que estuviera el “no”, o no llegaste a ese punto?
- No llegué a ese punto. Me encontré en un punto en el que dije a partir de ahora cómo quiero que sea mi vida y qué quiero hacer. Estuve a punto de asociarme con unos amigos para meterme en el rubro de la construcción y en ese momento me replanteé. Si yo me asocio con dos personas y yo quiero tener una vida en la que quiero viajar o si me surge algún trabajo en la TV yo lo quiero hacer, quizá desaparezco un mes. Cómo hago para decirles a estos flacos “me voy”. Me matan. Porque me pasó en la pandemia, que armé un gimnasio, lo hice yo a mano y como que me entusiasme de nuevo. A mí me gustan las herramientas, todo lo que es la construcción, la casa, entonces pensé que podía ser por ahí. Desistí de eso y me encontré perdido. Al mes seis mi mujer me agarra y me dice “mirá, sos un trapo”. Yo lo único que hacía era entrenar para no volverme loco. Hacía gimnasio y trataba de mantenerme activo por sí, tenía la ilusión y decía, en el peor de los casos, en seis meses buscó un club, sigo entrenando y voy a jugar al rugby. Se estabiliza un poco lo de la pandemia y ya está. Y bueno, a los seis meses mi mujer me dice “estás hecho un trapo, vos sabés que podés contar conmigo, yo te voy a apoyar en lo que sea, como siempre lo hice, pero hacé. No hacés nada, entonces no te podés equivocar. Hacé. Vos me ves a mi que yo vivo por una red social. Me dedico a publicar cosas. Tenés un ejemplo como el mío, que me dedico a esto, y vos tenés una red social fuerte, explotala. Fijate de buscar un nicho, de encontrarte algo” Bueno, me sirvieron muchos sus palabras y me aferré a lo que tenía. Primero en la redes y a los dos o tres meses estaba metiendo publicidad a fondo y el crecimiento fue exponencial. Le di prioridad, pero en el interior, yo sentía que ese fuego que me daba el deporte, porque es como una sensación que, hasta el día de hoy que tengo una empresa de ropa, quizás no siento ese fuego o esa adrenalina, porque no, necesitaba algo que me moviera el piso. Sentir algo que era propio. Yo quería desligarme, no quería ser el marido de Belu Lucius, no. No por el ego, sino porque uno quiere sentirse autorrealizado. Yo necesitaba encontrar algo para esa autorrealización que necesitaba, que me la daba el deporte. Era una retroalimentación que me la daba todos los días de mi vida. Vos tenías un plan de gimnasia y oh, la gratificación de haber realizado la tarea del día y así era todos los días. Bueno, yo necesitaba levantarme todos los días con un propósito, y no lo encontraba. Y un día, fue medio en una discusión con Belu. Nosotros, en la pandemia, tuvimos un e-commerce, éramos revendedores de 500, 600 productos. Ese e-commerce lo terminamos cerrando porque mi mejor amigo se terminó yendo a vivir afuera por la situación del país y unos negocios que le salieron y nos quedamos con Belu, dos nenes, ella Masterchef y dijimos lo mejor va a ser dividir las aguas, cerrar esto y ver qué pasa. En todo ese e-commerce, que habrá durado seis meses, habíamos desarrollado un producto que era como una especie de pijamita. Que yo no había tenido que ver con eso y que era algo que yo tenía en los planes de cuando fui padre. Yo había comprado una ropa en Australia, me había gustado mucho, me pareció muy práctica y no la había encontrado acá. Dije, este producto es re versátil, está bueno, pero no se vende acá. Y me había quedado ahí la lamparita. Entonces en el e-commerce, lo tiré arriba de la mesa para intentar meternos en el mundo de los niños. Eso quedó ahí y habían quedado unas 700 unidades que las terminé guardando en un depósito porque no las vendimos. Se confeccionaron a medio hacer, pero nunca las vendimos. Entonces, un día, discutiendo con mi mujer, me dice: “No sé, ponete a vender los pijamas, hacé algo…” y yo le digo: “Sabés que, yo no voy a vender eso, porque no me gustan cómo quedaron esos pijamas. Me parecen horribles”. Entonces, entramos en una disputa por cómo los había hecho ella. Era como lo hiciste vos. Bueno, como que me generó el desafío. Y a partir de eso, como que me encabroné, me puse eso en la cabeza, una zanahoria nueva, de repente, y empecé. Un día me levanté, me fui a Once, me fui a Avellaneda, me fui a Alsina, a Flores. empecé a recorrer sin sentido. Yo entraba a un lugar y no sabía qué iba a buscar, no sabía qué iba a hacer. Yo tenía una prenda en la mano que era como el modelo que yo quería hacer de algo que me había parecido versátil, pero ni siquiera sabía si se podía vender acá o no. Ni cuánto iba a salir ese producto para ver si era competitivo. Entonces, empecé a ir y preguntaba por telas, preguntaba por avíos. Avíos son pequeñas piezas, botones y esas cositas. Empecé a investigar de este mundo que no tenía la más pálida idea. Di con una diseñadora, le pregunté cómo podíamos llevar las cosas a la realidad. Vos ves la fotito en Pinterest, pero para llevar ese producto a la realidad, en la Argentina, o lo podés hacer o no lo podés hacer. Y si lo podés hacer, tenés que ver cómo lo haces. Ahí empecé a investigar un poco el mundo del textil. Telas, cómo son los métodos de estampa. Qué lleva esto. Empecé a hacer registro de marca, diseñar un logo, comprar dominios web. Después tenés que pensar en la estética de cómo es tu marca, cuando empezás a contratar empresas que te ayuden con el desarrollo de marca, te empiezan a preguntar un montón de cosas: la estética, los colores, cómo surge la marca, su historia, empezar a entender la parte contable, cómo vas a hacer con la facturación, abrir una sociedad… Son un montón de cosas que uno no tiene ni idea, ni idea. Bueno, todo ese proceso me llevó 11 meses. Fue casi un año. Y en el medio, con diferentes proveedores donde empecé a hacer muestras, empecé a tratar de lograr el producto que yo quería tener. Hasta que finalmente, obvio en todo el proceso, mi mujer me decía “¿A dónde vas…? No te voy a decir, no te importa”. Yo estaba encabronado con ella, sentí un destrato en algún punto, pero en realidad me activó. Y casi un año después, vine un día a casa y con dos bolsas de consorcio. Las tiré arriba de la mesa, entré a la página, y le dije “esa es la marca que hice y esta es la primera colección de la temporada…”
- ¿La cara?
- Como que me miró asombrada y me dijo “pero qué, ¿ya lo hiciste, no me mostraste nada? ¿No me preguntaste a mí?...” “No, no quería preguntarte, no me interesaba nad”. Como que lo vio y le dije “¿Te sorprendí?”. Y como que se quedó, no sé si anonadada o no, pero la desencajé, la desencajé. En el medio, obviamente, hice las redes sociales, hice como cinco casillas de mail pensando en el marketing, en el mayorista, minorista… Yo me empezaba a proyectar, a visualizar años para adelante pensando en hipótesis. “Qué pasa si me llaman de acá, yo tengo que tener previsto esto”. Aií fuí haciendo la ruedita de a poco. Y cuando le presenté la colección me dijo “Wow, me sorprendiste”, y cuando le dije la cantidad que había hecho en la producción, casi se cae de culo.
- ¿Cuántos hicieron?
- 16 mil prendas. Me llega a escuchar algún textil y me diría “flaco estás totalmente de la cabeza”.
- Fue una inversión importante
- A ciegas, pero yo me tenía confianza. Yo dije, esto va a ser un éxito. No me preguntes por qué, pero siempre lo que hago yo siempre miro el vaso medio lleno. Para mí, todas las cosas van a ser exitosas si uno le pone todo. Te podés equivocar y probás otra alternativa. Ya está. Buscás otro camino y vas probando. Y en algún momento tiene que funcionar. Los niños nacen todos los días, crecen muy rápido y hay un mercado enorme. Y hay un mercado para un millón de marcas a nivel mundial, a nivel país. Hay para todos. Yo tenía fe ciega. Y también a mi mujer. Y en algún punto dije: si a nosotros nos contactan las marcas porque nosotros hacemos vender cosas, por qué nosotros no podemos hacer y vender nuestras propias cosas. Obviamente, después va a aparecer los que dicen “mirá, los boluditos estos se pusieron a vender; los boluditos de Instagram que hacen videos graciosos se pusieron a vender…” De boluditos, nada. Porque la vara yo la tengo mucho más alta que cualquier desconocido. Gracias a Dios, hoy estoy contento. Obvio, estoy aprendiendo. Estamos creciendo un montón. Arrancamos con pijamas y hoy en día estamos tratando de convertirnos en una marca seria. No digo que no lo sea, pero quiero acompañar a los chicos desde que nacen hasta los 8 años, por lo menos, con un abanico grande de posibilidades. De a poco vamos a ir incorporando productos. La idea es acompañarlos desde que nacen, para el uso diario, para salir, para el verano y quizás, en un futuro cercano, tal vez algo deportivo. No tenés techo en el textil, eso es lo divertido. Sos muy versátil. Aprendés de economía, de marketing, ahora estamos haciendo una obra y lo que aprendí de arquitectura lo plasmo ahí. Es ilimitado.
- ¿Qué es la obra que están llevando adelante con la marca?
- Estamos con un proyecto de las oficinas de VRaptor. Hoy en día tenemos la casa de mis suegros usurpada. Obviamente, la mercadería la tengo en un depósito, pero en la diaria trabajo acá con la computadora. Estamos con el plan de la oficina para tener nuestro lugar propio y trabajar desde ahí. Tener un showroom y poder manejarnos mucho mejor. La empresa está creciendo a un ritmo exponencial. Arrancamos con el famoso “osito” de pijama y ahora incorporamos las dos temporadas (primavera-verano y otoño-invierno), bodies para recién nacidos, tenemos remeras de algodón, vestiditos, mallas con protección UV. Y nos están pidiendo franquicias de Uruguay, Paraguay, Chile, varios nos piden abrir en provincias. Hoy nos estamos manejando con mayoristas porque no tenemos desarrollado el método de franquicia, pero la verdad es que es un mercado que no tiene techo, te lo ponés vos mismo.
- ¿Cuántas personas trabajan en la empresa?
- Hoy somos seis. Pero después hay que sumarle la cantidad de talleres que trabajan conmigo y ahí otras familias. Es como un ciclo. Nunca me puse a hacer la cuenta, pero tenés, desde que comprás la tela, después se va a estampar. Ahí tenés otro proceso, donde también hay gente que labura. De eso se corta, y después va a la confección y ahí llega al producto terminado donde miden las prendas para que vean que estén dentro de las escalas. Disfruto mucho lo que hago hoy. Por eso te digo que, si tengo que elegir el rugby, hoy no lo elijo. Pero no porque no tenga ganas. Sino porque ya estoy en otro proceso de mi vida. Porque la piña que me di con la vida después del deporte, no por lo que me pasó a mí, porque me podía haber pasado a los 40 años, la piña es la piña. Y está en uno cómo la resuelve. Quizás la incógnita de todos los que hacen un deporte, quizás hay deportes que te dejan mejor parado que otros económicamente. El caso del rugby no es. Vivís bien los años que jugás al rugby, se te cortó el chorro y se acabó. Salvo el fútbol, el básquet o el tenis. Entonces, la verdad es difícil. La piña que me di fue tan grande que todo lo que adquirí, no lo cambio por nada. No cambio a mi familia por nada, es mi prioridad número 1. No le compite a nada mi familia. Es intocable, está allá arriba. Después viene lo que creamos y ya está. Lo tomé como una etapa concluída, y después estuve con ataques de pánico. Yo se los atribuyo a, internamente, que no había aceptado que lo del rugby ya estaba. Y bueno, era momento de dejarlo de lado y decir ‘ya está, flaco. Disfrutaste, la pasaste bien, fuiste feliz durante ese tiempo pero hay un montón de cosas más en la vida. No es lo único. Tampoco el fin del mundo’. Y la verdad es que me sentí muy mal, me sentí muy angustiado. Un ataque de pánico, para el que lo vivió lo sabe, a mí lo que me pasaba, particularmente, es sentir que te morís. Te asfixiás en vos mismo, se te cierra el cuello, la garganta, una presión en el pecho. Como que te vas a desvanecer. Te agarra mucho miedo, mucha angustia. Es de la inseguridad de uno mismo. Particularmente para mí, era lo del rugby. No podía cerrar esa herida. No podía aceptar que me pasó lo que me pasó, como yo no había tenido la perseverancia o insistir en decir “ah sí, ustedes me quisieron cagar la vida, mirá cómo vuelvo” porque sentía que era algo vacío. Que tampoco me iba a llenar porque ya sabía lo que era el mundo rugby. Iba a volver a la rutina, iba a trasladar a la familia a los castillitos de Inglaterra o de Francia, que nueve meses tenés que tomar vitamina D con un frío terrible, a tu mujer la metés en una casa con los chicos, van a estar en otra cultura, otro idioma. Vos te vas a ir a entrenar desde las 8 de la mañana hasta las 5 de la tarde. Jugás todos los fines de semana y todos tienen que ir detrás tuyo. Y pasamos de nuestra realidad acá, que tenemos la contención de los abuelos, sea mi madre o mis suegros, mi cuñada, mi hermana. Tienen los primos, los tíos, los amigos. Tenemos la ayuda de todos. Estamos en nuestro país, sentimos que nuestras raíces están acá. Amamos lo que hacemos, amamos este país, y disfrutamos mucho de nuestra cultura. Y yo viví mucho desarraigo en mis 10, 12 años de carrera. Vos te vas a Australia, al Congo belga, o te vas a Europa, el mejor lugar del mundo, un hotel 5 estrellas, y a las tres semanas decís “qué hago acá. Quiero irme a mi casa a comer un asado, estar con mis amigos y cagarme de risa jugando a la Play”, ¿entendés? Sé que soy un privilegiado, que hay mucha gente que la pasa mal, que no le queda otra que irse porque la diferencia con el primer mundo con este es que no importa lo que trabajes afuera, vos tenés una vida digna. Acá tenés que tener cinco trabajos para tener una vida ni siquiera digna. Estar arañando acá todos los meses. Creo que esa es la gran diferencia entre el primer mundo y este. Es lamentable, pero es lo que sucede. Porque te vas a hacer cualquier laburo afuera, sin desprestigiar ningún trabajo pero, el que hagas, te ahorras unos mangos, recorres Europa , vivís bien, tenés un techo, te das una ducha de agua caliente, comes un plato de comida y tomás agua. Tan simple como eso. Mucha gente de acá ni siquiera puede tenerlo. La verdad que es triste, pero como te digo, la familia está por delante de todo. Hoy no vuelvo a elegir el rugby. Me han dicho para hacerlo como entrenador, como asistente, volver a jugar, me han querido contratar de nuevo hace poco. En algún punto, se me prendió la llamita, pero dije “no, ya está” y finalmente lo acepté. Y a partir de que lo acepté, gracias a Dios los ataques de pánico se han ido, han desaparecido. Hoy no me puedo quejar con todo lo que tengo. Sigo eligiendo quedarme acá, mi empresa, mi familia, mis hijos y lo que venga.
Foto y video: Diego Barbatto
Edición: Claudia García Freites
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