Mauro sabía que su viejo, Horacio, se estaba muriendo. Era el inicio de su momento de esplendor deportivo, todos hablaban de él como el sucesor de Martín Palermo. Pero detrás de los flashes su vida caminaba por el dolor. El dolor del cachetazo por entender que indefectiblemente la vida es finita y el dolor de comprender que debía irse del club que lo moldeó desde niño. Llamó a Pedro Pompilio y le dijo que se iba de Boca, que la decisión estaba tomada. El fin de semana le había hecho tres goles a Arsenal, pero luego no tuvo espacio en el equipo y entendió que todo ahí había terminado. Debía tomar decisiones fuertes.
Tenía una condición para irse del Xeneize: debía ser a otro club del fútbol argentino para acompañar a su papá en estos pasos angustiantes. Pero llegó una oferta de Turquía que sedujo a los bolsillos dirigenciales. Y se plantó: “Me pusieron un cheque en blanco. Primero me dijeron cuánto quería ganar. Les dije que no quería irme por la situación que estaba atravesando. A los diez días volvieron, me reuní con la persona y me tiró un papel. Me dijo ‘anotá el número que quieras ganar porque el dueño te quiere y te va a pagar lo que quieras con tal de que vayas’. Armamos todo lo que vos quieras para que tu papá esté bien, me decían. Le devolví el papel, les dije que no podía, no era una cuestión de plata. Yo era juvenil, cobraba dos pesos con cincuenta. El número que me podían llegar a pagar no existía, pero hoy te digo que estuve en lo correcto. Lo volvería a hacer. Prioricé estar un tiempo más con mi viejo, que sabía que no iba a volver”.
Mauro Boselli insisto hoy, con 37 años y a 15 de aquella salida, que volvería a hacer lo mismo. Pero aquel día debió arriesgar, cerrarle la boca a un anzuelo que podría haber definido por completo su vida económica. Quizás era el tren que lo llevaría a todos los objetivos que anhelaba desde que empezó a jugar de chiquito; tal vez el siguiente no era el correcto. El fútbol es la salvación económica para muchos, pero el origen del goleador de Estudiantes de La Plata es distinto al del amplio porcentaje que llega a la elite. No jugó para salvar las billeteras familiares, para tirar un plato de comida a mesas vacías. La empresa de sus viejos ordenó distintas las prioridades en la comparativa con sus compañeros.
— Tenés un origen distinto al de la mayoría de los futbolistas que llegan a Primera en parte impulsados por ayudar a los suyos, ¿cómo se maneja eso en un club con tanta competencia como Boca?
— Mis viejos formaron una empresa desde abajo. Éramos de una clase media trabajadora, pero más allá de eso ellos me inculcaron una cosa que era importante: me iban a bancar todo lo que tenía que ver con el fútbol, pero debía responder en el colegio. Desde el primer momento mi vieja me dijo lo mismo: yo te llevo a todos lados, a todos los entrenamientos que vos quieras; hay que viajar, viajamos, no hay ningún problema, pero en el colegio... Donde te lleves una materia o desapruebes algo, se acabó el fútbol, porque nosotros no sabemos si vas a ser jugador de fútbol. Lo que sí sabemos es que si no sos jugador de fútbol vas a tener que estudiar y trabajar. Esa fue la regla principal en mi casa.
— ¿Y cómo te iba?
— Con esa orden de que las cosas me tenían que salir sí o sí fui abanderado en primaria y en secundaria. Eso trato de transmitirle a mis hijas: más allá de cualquier cosa, el estudio tiene que ser lo principal. Mis viejos me acompañaron a todos lados, pero con la premisa de que el estudio era lo principal. No jugué al fútbol para poder vivir, se fue dando. La realidad es que te vas dando cuenta de que las cosas van bien y lo tomás como una profesión.
— Con ese mantra de tu casa, ¿se notaba alguna diferencia con tus compañeros de categoría?
— Diferencia... Si lo podes decir así, desde el por qué uno hace cada cosa. Estaba la joda de chico que “no lo necesitás” o “a vos no te hace falta”. Pero no porque mis viejos fueran millonarios, porque no lo eran, pero sí obviamente tenían un buen trabajo. Cuando sos chico en el grupo están las jodas, las cargadas de para qué estás acá, para qué venís vos si no lo necesitás. Pero siempre desde el lado de la buena onda. Jugaba porque me hacía bien y porque el fútbol es mi pasión desde chico. Estudiaba para jugar al fútbol. Cumplo con lo que me pidieron mis viejos para después dedicarme a lo que realmente me gusta.
— ¿Y por qué llegaste? Muchos soportan todas esas presiones desde chicos impulsados por la necesidad de ayudar, de cambiar su realidad...
— Era una motivación personal, un desafío mío. Más allá de que quizá no tenía que salvar a mi familia, porque nunca me faltó la comida y nunca tuve que ayudarlos en nada. Pero lo tomaba como un desafío personal. Cada persona busca su motivación en el desafío que le toque. El mío era debutar, después hacer una buena actuación y así me iba poniendo objetivos cortos para tener algo porque luchar. A mí me gustó siempre el desafío. Siempre. Lo mío era ser mejor que los demás. Lo era en la escuela también. Me acuerdo que competía con una chica que también se sacaba 9 o 10. Cuando se sacaba más que yo, era la bronca de decir “no pude ser el mejor”. En el fútbol era lo mismo. Competía siempre
— Boca es un club en el que todos quieren estar, ¿padecías esa presión en inferiores?
— Hay una época muy marcada cuando pasás de Infantiles a Novena. Venís con un grupo que son todos de Capital, generalmente, y en Novena empiezan a venir de todas las provincias. Selecciones de jugadores después de un montón de pruebas. Hay tres o cuatro semanas en las que de esos 50 vamos a quedar 25. Y te digo que es duro ahí. De los que veníamos de Infantiles habremos quedado siete u ocho. Te vienen jugadores de todos lados que capta Boca. Pibes que vienen a la pensión y yo tenía muy buena relación con ellos, porque vivía cerca de la cancha e iba a entrenar con ellos en el micro todos los días. Estaba muy cerca y te digo que el 95%, por no decir el 100%, venía con ese objetivo: tratar de llegar a Primera y poder ayudar a su familia, tener un mejor pasar para sus viejos. Creo que ese primer filtro es clave, te marca si estás para pelear. Tenés que ser fuerte porque te quedás en el camino. Boca es un club top, todo el mundo quiere jugar ahí, todos van y prueban.
— Y después llegas a Primera... ¿Es tan jodido el vestuario de Boca o es igual al resto?
— Boca es Boca... Lo que hablan del Mundo Boca, es verdad. Es un mundo diferente a otros equipos. Es una realidad. A mí me tocó estar de muy chiquito, de joven. No participaba de las decisiones, era parte del plantel pero entre los jóvenes. No estaba en la cocina, no entraba...
— Pero decís “Boca es Boca”, ¿vos personalmente en qué lo sentiste?
— En todo. Todo se magnifica. Hacés un gol y es lo mismo que hacer diez goles en Estudiantes. Te la pongo a la inversa: el gol de tijera que hice en la Bombonera el otro día, si me cambiás la camiseta y hago el gol para Boca, hace una semana que todavía están hablando de ese gol. Es así, lo bueno y lo malo. De la misma forma que acá sale un pibe y lo enganchan en un boliche de La Plata porque tuvo un quilombo, dura un día. En Boca una semana. Salís en todos los programas, tenés un problema con la hinchada, con los dirigentes. Todo se magnifica, lo bueno y lo malo. A eso se le llama el Mundo Boca.
— Ser jugador de élite te pone en una situación de cierto privilegio social y económico, ¿te marea?
— Si no lo sabés manejar, sí.. ¡Y es difícil manejarlo! Me han pasado cosas que si mirás para atrás decís esto no lo hubiese hecho o lo hubiese cambiado. Más jugando en un club como Boca con 20 o 21 años, que hacés un gol y salís en la tapa de todos los diarios, en todos los canales de televisión, todo el mundo en la calle te conoce, todos te ofrecen cosas para regalarte. Había un montón de situaciones en las que tenías beneficios constantemente. Si no lo sabés manejar o no estás equilibrado, con alguien que te diga “tranquilo”, que te baje a tierra, pensás que sos Dios. Ahí es cuando te das los golpes. Empezás a descuidar todo lo que te hizo tener esas cosas, que es jugar al fútbol. Empezás a darle bola a salir de joda. Yo soy un pibe al que nunca le gustó el alcohol, nunca fumé, siempre me cuidé en descansar bien, comer bien. No tenía esos problemas. Pero vas a un boliche y tenés diez mujeres a tu alrededor que quieren estar con vos. Viene gente y te dice “esto es para vos”, te regalan cosas. Lo que fuese. Si no te acomodás y estás realmente centrado, te podés pasar para el otro lado.
— ¿Te llegaste a mandar algún moco?
— Siempre... No grave, pero sí de tomar decisiones equivocadas, de hacer cosas en un momento que no tenía que hacer. Hay ejemplos, pero no me gusta hablarlo. Son cosas que quizá decís “esto al pedo lo hice”. Es todo producto de la edad. Hoy estoy por cumplir 38 años y entiendo a muchos chicos que hacen esas cosas. Del lado de los grandes los trato de acomodar.
— ¿Te escuchan?
— Si me escuchan o no, yo me voy a dormir tranquilo con que se los dije. Les hablo del lado que me pasó. No hagas esto porque no te conviene. Desde ponerle cara de culo al técnico porque no te pone hasta dejar de entrenar bien. A salir de joda y venir sin dormir... Todas esas cosas no son beneficiosas y las hice. A veces no jugaba en Boca e iba sin dormir a entrenar. No mamado, porque gracias a Dios no tomaba, pero sí iba sin dormir, cansado.
— ¿El ambiente del fútbol te lleva un poco a eso también?
— Te lleva si no lo sabés manejar. No era todos los días, pero de vez en cuando. Hoy le diría a los pibes que no lo hagan, no sirve, tenés tiempo para todo. No es el momento. Es el tiempo de entrenar. Todos los consejos trato de trasladárselos a los más chicos. A los que no están jugando y al que está brillando, que trato de decirle “tranquilo que todavía no pasó nada”. El padre de un compañero me dijo una frase en Infantiles: no hay que creerse nunca el mejor, sino trabajar para ser el mejor todos los días. Lo digo y se me pone la piel de gallina. ¿Sos el mejor? Puede ser... Pero todos los días tenés que ser el mejor.
Entre el pibe que decidió que sólo lejos de Boca podría jugar y este goleador experimentado que maneja el vestuario de Estudiantes pasaron 15 años, ocho clubes, cinco países y otro puñado de títulos. Boselli podría caminar por ese oasis arbolado escondido en el corazón de City Bell con los ojos vendados. Conoce cada rincón del predio de entrenamiento del Pincha y hasta las pequeñas gemelas de rizos dorados, sus hijas, saltan de un lado para el otro jugando con empleados del club o compañeros de su padre que están preparándose para entrenar. Es verdaderamente su casa.
— ¿Los líderes del vestuario de Boca que te tocaron a vos eran Riquelme y Palermo?
— Estaban Román y Martín... El Cata Díaz, Guillermo, que no jugaba tanto porque estaba Rodrigo (Palacio), pero era recontra líder. Había un grupo de jugadores que estaba por encima de la media, por algo se ganó la Libertadores. Por algo se ganó. Más allá de lo que podía decir, en ese momento no existía lo que estaba entre Román y Martín. Al menos hasta el día que estuve yo no existía eso de dos bandos. No tenías la misma relación con todos, pero no existía eso.
— ¿En qué estaban por encima de la media?
— Son jugadores que quizás un día no entrenaban, pero al otro te ganaban el partido solo. Martín, Román, Palacio, Ledesma estaba en un momento bárbaro, Banega saliendo, Cata, Morel, Clemente. Era un equipazo. Eran jugadores que decidían. En los momentos que tenía que aparecer, el arquero te salvaba. Román esa Copa la rompió, Palacio y Palermo cualquier cosa que andaba dando vueltas la metían adentro del arco. Ese Boca era espectacular.
— Hoy que te toca a vos ser líder del vestuario, ¿qué tipo de liderazgo tenían Palermo y Riquelme?
— Martín era el capitán, hablaba más que Román. Román hablaba en la cancha. No era un tipo que se la pasaba hablando o te daba charlas, pero sí te demostraba. Martín sí, hablaba más, pero Román te ganaba el partido solo. Me acuerdo en esa Copa, creo que contra Libertad, no sé si jugó desgarrado o casi; y el tipo la rompió, hizo un gol. Ahí es donde te demuestra el liderazgo. Decís “este tipo está desgarrado, juega y ganamos con gol de él”. Por más que quizás no hable, no esté encima tuyo, que no tenga ese diálogo que podía tener Palermo, te demostraba en la cancha, adentro.
— Ahora, como líder en Estudiantes, decidieron prohibir los bautismos, pelar a los que suben a Primera, ¿por qué?
— Es una decisión que empezó a tomar Mariano (Andújar) desde que fue capitán. Charlando con él, salió el tema una vez y me comentaba que a él le tocó pasar por eso. Y es una situación que parece graciosa, pero realmente cuando te toca no es graciosa. A mi no me tocó gracias a Dios porque cuando hago la primera pretemporada no estaba eso de que los más grandes te pelaban. Pero sí al otro año me lo quisieron hacer y yo tuve que plantarme, casi a las piñas, para decir yo ya hice la pretemporada, a mí no me vas a pelar. Podés hacer otra cosa si querés, para reírte un rato, que diga unas palabras delante de los entrenadores en tu primera pretemporada, para distender un rato, pero dura un rato. Cortarte el pelo me parece muy fuerte. No es una decisión, es tu físico, tu cuerpo.
— Encima en un mundo donde la imagen cada vez tiene más influencia...
— El que te dice que se ríe, no. No es gracioso. A ninguno le da gracia. Les preguntás a todos los que le cortan el pelo y no sé a cuántos les gustaría. Yo apoyé a Mariano en la decisión. Mientras él sea el capitán, eso en Estudiantes no se va a dar. Cuando te empiezan a agredir el tema físico, son cosas que sobrepasan una risa, una joda. No estoy de acuerdo. Trato de no hacer lo que no me gusta que me hagan a mí.
Mauro mira a las pequeñas Gina y Sofía que llevan más de 40 minutos jugando en silencio mientras su padre da una entrevista. Maneja el ritmo de las niñas con un gesto cómplice, les hace morisquetas para que no interrumpan la grabación. Retoma la mirada sobre el cronista y se dispone a explicar la pregunta que lo enfoca en el mañana: ¿por qué decidió irse a vivir afuera el día que deje de jugar al fútbol?
“Viví diez años en el exterior después de que me fui la segunda vez en Estudiantes. Cinco años y medio en México, dos en Brasil, uno en Paraguay y dos años en Europa. El otro día hablaba con un amigo y me decía: ‘Fui a Uruguay, sacás el teléfono y estás tranquilo’. Me lo contaba como diciendo mirá lo que es... Estamos hablando de sacar el celular en la calle, si tenés que hacerle una llamada a tu mamá o a tu hijo. Me lo contaba como algo normal sacar el teléfono y no tener que andar mirando para atrás por si te lo quieren robar: Eso, en la concepción de vida que tengo, no es normal. No es normal que te roben, no es normal decir “ojo que acá roban”. Vivir así, en una sociedad que no alcanza la plata por lo mal que está el país. Ojo no quiere decir que en otros países no pase...”.
— ¿Te tocó sufrir algún hecho que te marcó?
—Yo no, pero familiares sí. A amigos cercanos sí. Ya no es “en este barrio”, es en el barrio donde vivía yo, en Barracas, donde salías tranquilo. Hoy te roban y me parece que no es lo que quiero para mis hijas. Mi idea no era volver a Argentina, pero volví por la muerte de mi mamá. Mi hermana se quedaba sola con un montón de situaciones, la empresa, nuestra abuela y sentí que era el momento de estar al lado de ella. Y Estudiantes siempre me llamó para volver. Cuando se juntaron un montón de cosas me di cuenta de que era el momento. Por eso volví y hoy estoy feliz de la vida de haber tomado esa decisión. Pero sí, tengo claro que cuando deje de jugar no creo que pase mucho tiempo viviendo acá. Quiero que ellas se instalen en un lugar y no se muevan más.
— ¿Tenés pensado a dónde?
— La idea es irnos a España, pero viste cómo es. Todo cambia. Es una idea. Ellas (señala a sus hijas) nacieron en México, después fueron a Brasil, luego a Paraguay. Con siete años ya vivieron en cuatro países distintos. Cuatro compañeros de escuela diferentes. No quiero eso para mis hijas, porque no me hubiese gustado tenerlo a mí. Mis amigos de ahora son los que hice en secundaria y primaria. Quiero eso para ellas, que formen su grupo de amigos, que puedan tener lazos. Hoy por hoy quedan mi hermana, mi tía y mi abuela. Del lado de la familia de mi mujer, la mamá y el hermano. No tenemos una familia numerosa tampoco que decís los afectos te tiran mucho y necesitamos quedarnos acá. Nos acostumbramos a vivir afuera. La verdad, prefiero resignar un poquito de esa parte, dejar otra vez mis lazos cercanos, pero darles bienestar y calidad de vida.
— Siempre se habla de lo que se busca viviendo en otro país, pero ¿qué perdés?
— Perdés eso: amistades y lazos familiares. Pero te acostumbras...
— ¿Se extraña mucho el barrio, el día a día con amigos?
— Y... Por ejemplo, mañana que no me toca jugar organicé un asado para que vengan mis amigos. Me encanta estar con ellos. Pero pasaron diez años que no los tuve cerca y pude seguir viviendo así. Viniendo cuando podía a visitarlos, mandando pasajes para que me fueran a ver. Nunca es completa la felicidad, siempre tenés que resignar algo. Sé que en cualquier momento puedo venir o decirles que me vayan a ver. Y no resignar lo otro que es seguridad, que ellas puedan tener un grupo de amigas. Después de jugar no me quiero ligar con algo que me ate a moverme. No hacer cosas como ahora que me sale un equipo de Japón y tengo que decirles “nos tenemos que ir a Japón”. No quiero más eso ni para mí ni para ellas. Le dediqué un montón de tiempo a esto, quiero disfrutar todo lo que me perdí en estos 30 años de carrera. Quiero empezar a manejar mi vida y disfrutar un montón de cosas que me perdí. Tengo tiempo para ver qué quiero hacer, pero creo que no voy a sentir la falta de competir. Estoy llegando con lo último, sigo teniendo ganas y fuerza, pero entregué todo y si me decís que mañana tengo que dejar de jugar, no pasa nada. Voy a estar tranquilo con todo lo que le dediqué al fútbol.
— ¿Te llevaste dos amigos a vivir con vos a México en su momento?
— Uno está allá, que es el padrino de ellas, le conseguí laburo a él y la mujer. Otro vino a poner un bar conmigo. Se quedó trabajando en León con la gente que habíamos puesto el bar. Los dos están viviendo en León.
— Si bien tuviste una carrera prolífica, imagino que el día después del fútbol vas a tener que seguir trabajando, ¿no?
— Lo vivo como un desafío más. Hoy, gracias a todo lo que me perdí para ser jugador de fútbol, tengo un buen pasar económico y puedo decidir dónde quiero vivir. Ese tiempo que tendré es para usarlo en ver qué viene después, cómo hago para generar, porque se te cortan todos los ingresos una vez que no sos más jugador de fútbol. Con lo que juntaste, mucho o poco, tenés que tratar de no ir todos los días a meter la mano en el bolso. Tenés que generar situaciones e inversiones para seguir viviendo sin meter la mano en el bolsillo. Creo que sigue habiendo desafíos, que no tienen nada que ver con el fútbol, pero también son importantes porque es de lo que vas a vivir el resto de tu vida.
— Parado desde el lugar de ese pibe al que le dijeron en su casa que estudie, ¿creés que el futbolista vive en una burbuja?
— Mucho sale de dónde venís, qué formación tenés. En la burbuja estamos todos los que somos, en mayor o menor medida, exitosos, por decirlo así. Se te arma sola la burbuja. Si sabés que todo es pasajero, que los momentos de gloria no duran para siempre, la burbuja se puede pinchar, que se arma de nuevo. El problema es cuando pensás que todo dura para siempre, que siempre vas a tener plata, buenos contratos, un montón de minas... Cuando empezás a pensar que eso dura para siempre, ahí es donde hacés cagadas.
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