En la fauna del FIFA Gate, Chuck Gordon Blazer es conocido como el “topo”. Sin embargo, un personaje de largo trajinar por los pasillos de la Asociación del Fútbol Argentino lo identifica con otro animal. “Era un pavo real”, subraya, hasta con desprecio. Al fornido ex secretario general de la Concacaf (la Confederación que nuclea a los países de Centroamérica y Norteamérica) y ex miembro del Consejo Directivo de la FIFA le encantaba ostentar. Abrir las alas, exhibirse, saborear la sensación vitalicia de impunidad. Fueron tantos los años en la cima del poder, tan fácil drenaba el dinero, que supuso que podía seguir contoneándose, mostrando las plumas.
Pero según contó el diario neoyorquino Daily News, el nocaut de realidad le llegó por la vía más insólita. Si bien venía siendo observado desde 2001, omitió un detalle bastante sencillo, que a cualquier hijo de vecino no se le hubiera pasado: no presentó su declaración fiscal. No tributaba por gran parte de sus cuantiosos ingresos. En consecuencia, una noche de 2011, mientras montaba plácidamente su motocicleta por la Quinta Avenida de Nueva York, fue flanqueado por dos hombres (uno del FBI y otro del IRS -Servicio de Impuestos Internos de los Estados Unidos-). Lo obligaron a frenar y le explicaron que su sensación de invencibilidad había cambiado: o iba a la cárcel por evasión o se transformaba en “garganta profunda” para cooperar en la investigación que desató un verdadero infierno para los más encumbrados dirigentes del fútbol y una enorme cantidad de empresarios ligados a las cadenas que transmiten los grandes torneos. En síntesis: le “propusieron” fundar el FIFA Gate, la investigación que hizo temblar los cimientos del fútbol en 2015 y por la que hoy fue condenado el empresario argentino Alejandro Burzaco, aunque no irá a prisión a raíz de su rol como testigo protegido.
Pero volvamos a Blazer, el iniciador del sismo, o Mister 10%, uno de los apodos que supo ganarse por su voracidad al solicitar ese porcentaje en cada una de las negociaciones en las que participaba. El Tío Chuck, otro de sus alias, nació el 26 de abril del 45, en Nueva York. En el país potencia en básquet, béisbol, fútbol americano y hockey sobre hielo, este contador de profesión se transformó en entrenador de “soccer” porque su hijo era parte del equipo de New Rochelle. A partir de allí, el lazo con el fútbol se fue fortificando. Y su carrera, a partir de su velocidad con los números, se volvió meteórica: fue ocho años vicepresidente ejecutivo de la Federación de Estados Unidos. En 1990 ya era secretario general de la Concacaf. En 1994 logró uno de los hitos de su carrera dirigencial: llevó el Mundial a su país, con ayuda de Jack Warner, eterno presidente de la Concacaf y luego vicepresidente de la FIFA, al que, gajes del oficio, Blazer luego haría caer con sus declaraciones. Estados Unidos lo colocó en la cima en aquella Copa del Mundo y, vaya paradoja, la ambición del país del Norte por albergar la edición 2022 y las sospechas que envolvieron la elección de Qatar como sede impulsaron la caída del excéntrico directivo.
Chuck aprendió rápido cómo subirse al flujo de los sobornos. Conoció el sistema y se endulzó. Para congraciarse con los que manejaban la estructura, Blazer era uno de los encargados de operar las cuentas en los paraísos fiscales a los que iba a parar el dinero negro. Ya con espacio en FIFA (entró al Consejo Directivo en 1997), levantó el perfil. En una entrevista que le realizó el propio sitio de la entidad, le consultaron quién era su ídolo. Él, dirigente de fútbol, no nombró a Diego Maradona, o a Pelé. O a algún jugador destacado de su país, como Alexis Lalas. “Mi ídolo es Joao Havelange”, dijo, en referencia al ex titular de la entidad. Ya había completado su proceso de aprendizaje. En ese entonces, la empresa preferida de la FIFA era ISL, especializada en marketing deportivo. Incluso, la misma estuvo muy cerca de desembarcar fuertemente en Argentina gerenciando la imagen de San Lorenzo por un período de diez años, algo que no ocurrió porque el 30 de noviembre de 2000 los simpatizantes realizaron una masiva protesta que desarticuló la firma del contrato. En 2001, ISL quebró. Y las actividades de Blazer empezaron a ser observadas con mayor detenimiento. Pero hubo que esperar una década para que particular su estilo de vida corriera peligro.
Porque con los casi 21 millones de dólares que recaudó sólo en coimas, Chuck Blazer sí que sabía vivir. Viajaba en jet privado, se paseaba por Nueva York en una camioneta Hummer o con su loro parado en el hombro, para llamar la atención de sus vecinos. Tenía propiedades en la Gran Manzana, Miami y Bahamas. Dos departamentos en alquiler en la Torre Trump: uno, de 18 mil dólares mensuales, para él. Otro más pequeño, por valor de 6.000 dólares al mes, para sus gatos. Y gozaba de una tarjeta corporativa a cargo de la Concacaf con un límite de 30 millones de dólares.
Pero sus excentricidades no tenían límites. Presumía de ser cultor de las bebidas caras, los restaurantes exclusivos y los disfraces. Su predilecto… Claro, Papá Noel, favorecido por su blanca y extensa barba. También llevaba un blog en el que posteaba fotos junto a las personalidades que su encumbrado lugar en FIFA y Concacaf le permitía conocer. Las ventajas de pertenecer…
Pero su ocaso comenzó el 2 de diciembre de 2010. ¿Por qué ese día? FIFA anunció que el Mundial de 2022 se desarrollaría en Qatar. Era el final del sueño de Estados Unidos que, ya con pruebas en la mano sobre la operatoria de los “buenos muchachos” de la entidad que rige el fútbol a nivel planetario, olfateó alguna jugada onerosa para favorecer a los asiáticos. El FBI pisó el acelerador. Y el “Tío Chuck” era el blanco perfecto para iniciar la investigación. Le gustaba ostentar, mostrarse. Y al mismo tiempo había cometido el pecado de omitir su declaración fiscal. De “pavo real” a “topo”, sin escalas. O a “soplón”, más doloroso. Despectivo.
En octubre de 2011 se presentó como un paladín de la Justicia acusando de "compra de votos" a su ex amigo Jack Warner, de Trinidad y Tobago, y a Mohamed Bin Hammam, de Qatar. Y a partir de entonces convocó a dirigentes y empresarios a reuniones, siempre vía correo electrónico, en las que llevaba un simpático llavero micrófono mediante el cual el FBI grababa las conversaciones. Y acumulaba pruebas. En 2012, durante los Juegos Olímpicos, por caso, acopió material frondoso. Allí estaban todos; era más sencillo interactuar. En 2013, FIFA lo suspendió por haber recibido 20 millones de dólares para un centro de entrenamiento que, luego se descubrió, pertenecía a su familia. Ya era tarde. El "topo" había cumplido su trabajo.
Blazer se declaró culpable de diez cargos, entre ellos, blanqueo de dinero, evasión fiscal, corrupción, conspiración de crimen organizado y fraude electrónico. Pagó casi dos millones de dólares de fianza para recuperar su libertad. Confesó haberse puesto de acuerdo, en 1992, con otros dirigentes para elegir la sede de Francia 98. Lo mismo aceptó con el caso de Sudáfrica 2010. También indicó que cobró sobornos por la televisación de cinco ediciones de la Copa de Oro de la Concacaf. Son solo algunas de sus travesuras…
En 2015, el Comité de Ética de la FIFA lo expulsó de por vida de la entidad. “Jugó un papel clave en las actividades de oferta, aceptación, pago y recepción de pagos disimulados e ilegales de sobornos y de comisiones”, describió el cuerpo en su dictamen. A esa altura, ya se había llevado puestos a varios de sus “colegas” dirigentes. El 27 de mayo de ese año, en un operativo llevado a cabo en Zurich en las horas previas a las elecciones de la FIFA, siete directivos de los más pesados quedaron detenidos: entre ellos, el uruguayo Eugenio Figueredo, vicepresidente de la entidad madre del fútbol y vicepresidente de la Conmebol, Jeffrey Webb, también vice de FIFA, el brasileño José María Marín y el venezolano Rafael Esquivel. A su vez, se libró el pedido de arresto con fines de extradición del paraguayo Nicolás Leoz, otrora todopoderoso de la Conmebol. Ya no había tiempo para frenar la bola de nieve.
Blazer murió de cáncer el 12 de 2017 a los 72 años. No pudo retratar para su blog a sus ex socios en desgracia gracias al trabajo que había realizado bajo su última piel, la de “topo”. A esa altura, el FIFA Gate ya había abierto de par en par las puertas de un averno inédito para el mundo del fútbol.
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