“Papá….”
Manu apenas pudo terminar la palabra. La dijo fuerte, pensando que podría seguir, pero sabía interiormente que algo se empezaba a quebrar. En realidad, lo sabía desde hace meses, cuando supo que por su enfermedad, su padre y “primer y más fiel seguidor” no estaría a su lado, como él tanto hubiese querido…
El silencio se apoderó en el auditorio hasta que un hincha se dio cuenta de lo que pasaba y buscó levantarlo con un “¡vamoooos Manu!”. Eso le dio tiempo el crack bahiense para seguir en el momento público más incómodo de su vida. Tragó saliva, se recostó un poco para adelante sobre el atril, como para tomar impulso y así intentar completar lo que quería decir sobre su amado padre… “Cómo me hubiese gustado que estuvieras acá… Y pudieras entender lo que está pasando hoy… “, dijo, como pudo, sabiendo que tampoco por TV estaría viendo a su hijo, por esa crueldad enfermedad que lo primero que ataca es la memoria…
“Te extraño mucho, viejito, te extraño mucho”. Como pudo, con la voz entrecortada y más ganas de llorar de las que se permitió, el gran deportista argentino terminó su agradecimiento que incluyó a compañeros -de los Spurs y la Generación Dorada-, entrenadores, hermanos, esposa, hijos y, claro, padres.
Fue hace ocho meses, cuando Ginóbili ingresó al Salón de la Fama, en Springfield, el paso a la eternidad, a nivel mundial, del mejor basquetbolista de la historia. Pero, claro, la noche no fue completa, por la falta de Yuyo, una personalidad demasiado importante en su vida.
Jorge Ginóbili ha sido el líder de la familia, desde una simple mirada hasta sus actos, más que palabras. Fue la determinación personificada. Y, sobre todo, la pasión por el básquet. Fue, en definitiva, todo lo que es Manu. Mucho de lo que tiene Manu es lo que heredó de Yuyo. Ex jugador de Deportivo Norte y primer presidente de Bahiense del Norte cuando se fusionó con Bahiense Juniors, en 1975, el padre es el resumen del fanatismo por este deporte en la Capital del Básquet.
Un apasionado absoluto que, como dice Huevo Sánchez, entrenador y amigo de la familia, prefería hacer una hamburgueseada a la tira B de cadetes en su club que ir a ver Lakers-Spurs pese a que su famoso hijo estaría presente en uno de los estadios más famosos del mundo. El club de barrio era su pasión y de allí Manu la absorbió, como tantos otros… Por eso que él, justamente él, no estuviera aquella noche fue una daga en el corazón de quienes sabíamos. Porque le hizo falta a Manu y le hizo falta a la justicia de una historia.
Porque nadie hubiese querido estar más en Springfield que Yuyo. Raquel, la madre, tampoco estuvo, pero su caso es distinto. Básicamente no viajó porque es tan leal a su marido que no iba a estar si él no estaba. Es hasta una ausencia entendible. Estas cosas a ella no le mueven la aguja o, en realidad, no le gustan por esencia. Hablamos de una madre que siempre estuvo, desde su lugar, no en los partidos o eventos, porque la ponían nerviosa y hasta temía que “lastimaran al nene”. Pero Yuyo hubiese amado estar. Y eso lo golpeó a Manu, como nos pasó a todos que somos hijos. Pero la ausencia fue todavía más dura. Porque, si no estuviera pero al menos pudiera darse cuenta de donde estaba su amado hijo, era tolerable para el alma.
Pero ni eso fue posible. Hay enfermedades demasiado crueles que llegan para apagar a personalidades apasionadas. Y eso pasó con Yuyo. Es horrible, pero hay que aceptarlo. Así es la vida, nunca perfecta. Manu lo sabe, aunque le hubiese encantado la mirada cómplice, la sonrisa y el abrazo de Yuyo. Todos lo queríamos, todos lo esperábamos y a todos, los que hemos presenciado esta historia de amor y pasión, nos dolió. Como nos dolió saber de su fallecimiento. Dentro de la tristeza es un bálsamo que Manu haya llegado hace tres días, desde San Antonio, para despedir a su padre. Junto a sus hermanos y su madre. Todos viven un momento de profundo dolor, como es normal, ante un hombre de tanto liderazgo.
El lugar común -con gran parte de verdad- es que el cuerpo y la mente de Yuyo ya no sufrirán, pero no deja de doler que tipos importantes, que hicieron con pasión, ya no estén más. Porque sin él, nada hubiese sido posible. Sus hijos lo saben.
¡Gracias Yuyo, vuela alto!
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