La simple mención del nombre Claudio Alberto Scalise representa en el hincha del Canalla un recuerdo imborrable. El Negro fue un wing izquierdo de los que hoy en día no abundan. Nació futbolísticamente en Rosario Central. Previo a su debut en Primera División, hizo el servicio militar en Comodoro Rivadavia, donde quedó a la espera de un aviso para ir a combatir a Malvinas. “Un día dejé de entrenar y me pusieron un fusil en la mano. Tuve que estar bajo bandera a la espera de un llamado para ir a las Islas”, revela el rosarino de 60 años.
Tras el conflicto bélico, regresó a Rosario, se fue a préstamo a Boca Juniors en 1986, volvió a la Academia rosarina hasta 1989, año que pegó el salto al exterior para jugar en el Minerven de Venezuela. Luego, se desarrolló en Colón de Santa Fe y Douglas Haig hasta retirarse en Estudiantes de San Luis con 34 años. En sus dos etapas en Central sufrió el descenso en 1985, participó del ascenso a Primera División e integró el plantel campeón de la temporada 1986/87.
Pero, además, el delantero fue el autor de aquella mítica osadía en cancha de Newell’s, cuando, tras salir campeón con la camiseta xeneize, arrojó la misma al campo de juego y dio la vuelta olímpica enseñando la de Rosario Central, encendiendo de furia el Coloso del Parque. Esta locura folclórica, que algunos la definieron como incitación a la violencia, quedó guardada en la memoria de los canallas por el amor a su camiseta. Pero también generó odio en los leprosos, lo que le causó graves problemas personales. “Sufrí amenazas. Nunca más pude tener un auto porque me lo destrozaban. Cuando quería ir a comer a algún restaurante, no me recibían. Tuve peleas en las calles y debí manejarme con seguridad privada porque me venían agredir todo el tiempo”, contó el ex futbolista.
En diálogo con Infobae, Scalise detalla sus inicios en el fútbol, deslumbra con una historia no conocida sobre cómo fue estar ante las angustiosa expectativa por la Guerra de las Malvinas, recuerda su paso por el Boca campeón de la Liguilla 85/86 y explica por qué rechazó jugar en River Plate.
—¿Qué es de tu vida, Claudio?
—Estoy trabajando en el área de captación de Rosario Central. Hace cinco años ingresé al club, que es mi casa. Es un orgullo poder ayudar a la institución a formar chicos.
—¿Seguís despuntando el vicio de la pelota?
—Con mis ex compañeros del Canalla nos juntamos a jugar algún partido, pero más que nada algo informal. La verdad es que mis rodillas y tobillos los tengo a la miseria producto de las lesiones que tuve. Trato de juntarme para hacer algo de ejercicios físico. Por suerte, caminar puedo hacerlo con normalidad, gracias a Dios.
—¿Cuántas lesiones sufriste en tu carrera?
—Muchas. Yo era un delantero muy veloz con pelota dominada, y eso me provocaba roces con los rivales. No terminaba un partido sin sufrir golpes en los tobillos y en las rodillas. Con el tiempo, llega un momento que las lesiones te pasan factura.
—¿Cómo fueron tus inicios en el fútbol?
—A los 13 años me inicié en Central. Hice todas las Divisiones Inferiores en ese club, hasta que debuté a los 19 en Primera en 1982, a pesar de que tuve que hacer la Colimba unos meses antes. Fui convocado a realizar el servicio militar y, cuando estaba por salir, se arma la Guerra de Malvinas. Yo hacía guardias de noche que me impedían entrenar con normalidad. Así que el 2 de abril de ese año me convocaron para estar movilizado. Yo estaba bajo bandera en Comodoro Rivadavia a la espera del llamado para cruzar hacia Malvinas, hasta que llegó la rendición.
—¿Fue difícil el momento de estar esperando si te llamaban o no para ir a combatir?
—Sí, muy angustiante porque nos llegaba información muy escueta. Entonces, era una incertidumbre saber qué nos iba pasar, ya que éramos muy jóvenes y sin entender lo que pasaba en el continente.
—¿Estabas preparado para ir a la guerra?
—Nunca lo estuve. Si yo tiré cinco veces en un polígono, era mucho. Entonces, era muy difícil enfrentar aquella situación. Fue muy duro dejar Central para portar un arma, ya que desde los tres años comencé a entrenar y toda mi vida estuvo relacionada al deporte. Dejé de entrenar y me pusieron un fusil en la mano. La vida me llevó por ese lado y tuve que aceptarlo, porque para defender a tu patria tenés que estar preparado. Pero yo no lo estaba.
—Luego, ¿volviste a la entidad rosarina para sumarte a la Tercera División?
—Sí. Vuelvo al Canalla y físicamente no estaba en condiciones. Pero a los tres meses de haber arribado me cita el entrenador de la Primera, Don Ángel Tulio Zoff, para debutar en la máxima categoría. Mi primer partido fue contra Boca Juniors en Arroyito. Me tocó enfrentar a José Rodrígues Neto, que había pasado por la selección brasileña, también a Roberto Mouzo, Ricardo Gareca, hombre de mucha experiencia. Ahí empezó mi carrera y no bajé más, ya que me mantuve varios años en la Primera de Central y gané títulos importantes.
—¿Sos el único que te fuiste al descenso con Central y te quedaste a jugar en la segunda categoría?
—No, fuimos tres. Resulta que Central sale campeón del Nacional ´80 y a partir de ahí se quedaron los juveniles y los de experiencia se fueron a buscar otros horizontes. Entonces, se desarmó el equipo ya para 1982. Entonces, me sumé a un plantel que contaba con muchos chicos y no teníamos experimentados. Una temporada más tarde contrataron como entrenador a Cayetano Rodríguez, quien impulsó un sistema de juego que no daba con la talla de este equipo y eso nos complicó la situación. En 1984 no pudimos revertir la situación y nos fuimos al descenso. Fue muy doloroso. Pero me quedé a pelearla.
—¿Quiénes se quedaron?
—Omar Palma, Jorge Balbis y yo. Luego, vino Pedro Marchetta como DT y trajo buenos jugadores, como Raúl de la Cruz Chaparro, Emilio Delgado, José Serrizuela, Jorge Fossatti, Julio Pedernera, Mario Rizzi, Sergio Saturno, entre otros. En noviembre del 85 ascendimos a la A; nos costó 9 meses, un parto. Pero fue reconfortante porque logramos armar un buen plantel y funcionó. La gente canalla acompañó, ya que es muy pasional.
—Ascendiste con Central y luego recalaste en Boca. ¿Tenés un buen recuerdo del Xeneize?
—Sí. Al salir campeón con Central, me llamó Mario Zanabria, ex técnico de Boca, que necesitaba un puntero izquierdo y, al mismo tiempo, el Bambino Veira me llamó para que fuera a River, pero decidí ir al club de La Ribera.
—¿Por qué?
—Por una recomendación que me hizo el ex presidente de Central Víctor Vesco. La verdad es que no me arrepiento. Encontré gente valiosa para mi crecimiento futbolístico como Hugo Gatti, Luis Abramovich, Roberto Pascutti, Carlos Tapia, Julio Olarticoechea, el boliviano Milton Melgar y Jorge Rinaldi, entre otros. Ahí empezó a levantar el equipo que venía muy mal, peleaba por no descender y mantenerse en la primera categoría.
—¿Boca arrastraba problemas dirigenciales?
—Sí, no sólo dirigenciales, sino de descenso también. En ese tiempo, los equipos de Primera no descendían por promedios, sino que se iban los dos últimos de la tabla de posiciones. Boca estuvo cerca de bajar a la B. Pero sucedió que Julio Grondona, ex presidente de AFA, cambió el sistema de los descensos y comenzaron los promedios. El Xeneize se clasificó para la Liguilla porque River salió campeón en 1986.
—Llegaron a la final de la Liguilla y enfrentaron a Newells. ¿Fue una doble satisfacción para vos haberla ganado?
—Sí, por ganar un título con Boca y haber superado a Newell’s en la final, ya que soy hincha de Central. Fue una doble satisfacción, aunque siempre manifesté lo mismo, y se lo dije en la cara al jefe de la barra brava de Boca, José Barrita.
—¿Qué le dijiste?
—Me vino hablar el Abuelo y le manifesté “yo soy hincha de Central. Por más que Boca salga campeón, no voy a besar el escudo, porque el único escudo y la única camiseta que beso es la de Rosario”. Así fue siempre mi manera de manejarme.
—¿Cómo lo tomó?
—Entendió la situación y me agradeció que le haya sido franco. Vino a hablarme para decirme que yo estaba jugando en Boca y que debía besar la camiseta Azul y Oro cuando hiciera un gol. Y también defender el escudo. Le dejé en claro que no beso otra casaca que no sea la de Central. Encima, le expliqué igualmente que venía al Xeneize a ayudar y a colaborar como profesional, pero nada más. Siempre fue esa mi decisión de vida y mi amor hacia la institución que me formó y me lo dio todo hasta el día de hoy.
—¿La pasaste mal en Boca?
—Mal, no. Porque desde que tuve esa charla me trataron bien y comprendieron lo que yo quería, y que mis sentimientos por la institución canalla no se negocian. Hoy, la barra brava comparada con la de mi época no es nada. Recuerdo que en Boca teníamos a los integrantes de La 12 todos los días en el club mirando los entrenamientos. Igualmente, nos trataron con respeto y no pasó nada. Pero era su casa como socios de la institución y caminaban como si nada.
—¿Fue planeado lo que pasó en la cancha de Newell’s jugando para Boca?
—Fue una broma entre los muchachos del Xeneize. Previo a jugar la final de la Liguilla en el Coloso del Parque, me dijeron “por qué no te ponés la camiseta de Central debajo de la de Boca”. Les dije que sí, porque donde yo iba portaba la casaca del Canalla. Es más, cuando iba a entrenar a Casa Amarilla, en el bolsito llevaba los botines y la casaca de Central. En ese partido, lo que intenté es demostrarle a la institución rosarina el agradecimiento por haberme formado como futbolista. Antes de la final, pensé “si llegamos a ganar, en la vuelta olímpica me saco la camiseta Azul y Oro, y me quedo con la de Central”. Habíamos perdido 2 a 0 en la Bombonera y debíamos revertir el resultado en Rosario. Y cuando le ganamos 4 a 1, me saqué la Azul y Oro y me quedé con la de Central, pero nunca quise atacar a los de Newells.
—¿Cómo lo tomaron los Leprosos?
—Muy mal, y fue una explosión en los todos sentidos. Porque la situación se desbordó y tuve muchos problemas. Me quisieron sancionar en Rosario pero no había motivo para hacerlo, ya que no estaba decretada la Ley del Deporte. Pero a partir de ese hecho, entró en vigor, y ya no se podía festejar con camisetas de otros clubes en un campo de juego.
—¿Marcó un antecedente?
—Sí. Pero me causó muchos inconvenientes personales. Nunca más pude tener un auto, porque me lo destrozaban. Cuando quería ir a comer algún restaurante, no me recibían. Tuve inconvenientes en las calles con hinchas de Newell’s. Debí manejarme con efectivos de seguridad porque si no tenía problemas siempre, me venían agredir todo el tiempo. Padecí amenazas con mi familia, y también pintadas en la puerta de mi casa; la pasé muy mal. No fue fácil manejar aquella situación porque quise expresar un sentimiento hacia los colores que me formaron como jugador. Me habían acusado en su momento de incitar a la violencia, pero nada que ver, aunque cada uno lo toma como quiere.
—¿Tuviste que mudarte de Rosario?
—No, me quedé, y encima salí campeón en la máxima categoría cuando regreso a Central, luego de mi préstamo en Boca.
—¿Todavía te lo recriminan los hinchas de la Lepra o ya pasó?
—No, no pasó. Yo no puedo ir al estadio Marcelo Bielsa porque tengo prohibida la entrada de por vida. En la previa a los clásicos rosarinos no puedo salir a las calles, me es imposible. En las instalaciones de Newells, estoy declarado como persona no grata. Somos tres los que no podemos ingresar: el Rifle Castellanos, el Puma Rodríguez y yo. Igualmente, no me interesa, porque nunca voy a ir (risas).
—¿Por eso te catalogaban como un jugador pasional en lugar de profesional?
—Sí, claro. Yo era más pasional, por mi amor a Central, que profesional. En el Canalla uno se forma con ese sentimiento, que la camiseta de Central se debe respetar ya que tiene mucha historia, y detrás de ese escudo existen futbolistas que han logrado muchos títulos. Además, en la cancha hay que demostrarle al hincha que hay que dejarlo todo.
—Con la casaca de Central enfrentaste a Newells, y con la de Boca a River. ¿Cuál es el clásico más picante?
—El rosarino, sin dudas. Igualmente, son muy diferentes. En Rosario, son dos los equipos y durante los 15 días previos al clásico existe una presión bárbara, y el hincha te pide ganarlo sí o sí. El que pierde el clásico, se queda sin entrenador. En cambio, el que lo gana su DT cuenta con un plus para mantenerse durante el torneo.
—¿Cuál fue el mejor equipo que te tocó integrar?
—Los campeones con Central. Con el que ascendimos a Primera División en 1985 y con el que salimos campeones en 1987, que era un grupo impresionante. En este último no había titulares, todos respondían por igual. Estaban el Pato Gasparini, Palma, el Patón Bauza, que era nuestro máximo referente. Eduardo era la bandera del equipo y ya era un técnico en la cancha.
—¿Tenes vínculo con él?
—Hoy, imposible. Hasta el último minuto que estuvo en Central compartimos momentos, pero luego se le detectó la enfermedad, se fue a Ecuador y no tuvimos más contacto. Siempre igualmente tratando de desearle que lleve lo mejor posible su enfermedad.
—¿A qué edad te retiraste?
—A los 34, porque ya no tenía la misma resistencia física y mi fuerte era el manejo de pelota en velocidad. El post retiro es complicado. No teníamos las aéreas interdisciplinarias que te contienen. Me costó asimilarlo. Pero empecé a colaborar en el área de captación en Central. Cuando asumieron entrenadores como Bauza, Palma y Carlos Griguol, trabajé con ellos y los fui ayudando de alguna manera. Siempre estoy agradecido a la institución, y hoy le agradezco al presidente Gonzalo Belloso que está planificando todas las áreas para poder sacar adelante a la institución.
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